Menú de Química

Buscar este blog

Translate

miércoles, 10 de diciembre de 2025

Viendo átomos

[Química de gases] Sección 6 

            [Gases reales

            [Viendo los átomos

A lo largo del último siglo, el ser humano ha intentado acercarse cada vez más al mundo atómico, ese dominio minúsculo donde la materia adquiere sus propiedades fundamentales. Los átomos son las unidades básicas de los elementos químicos y los ladrillos esenciales de toda la materia. Cada átomo posee un núcleo compuesto por protones y, por lo general, neutrones; alrededor de él se encuentra un conjunto de electrones mantenidos por fuerzas electromagnéticas. Lo que define a un elemento no es su apariencia ni su masa, sino el número atómico (la cantidad de protones). Todo átomo con 11 protones es sodio, todo átomo con 29 protones es cobre. Cuando dos átomos tienen igual número de protones pero distinto número de neutrones, hablamos de isótopos del mismo elemento. Aun así, todos comparten una cualidad sorprendente: su pequeñez extrema. Un átomo suele medir unos 100 picómetros; una hebra de cabello humano tiene de ancho casi un millón de átomos de carbono. Son más pequeños que la longitud de onda más corta de la luz visible, lo cual hace imposible observarlos con microscopios ópticos. Además, su comportamiento no puede describirse con la física clásica, pues está dominado por efectos cuánticos.

En televisión o en artículos de divulgación científica es común encontrar imágenes espectaculares donde los átomos parecen mostrarse como esferas brillantes, a veces incluso formando figuras reconocibles como “muñecos de nieve”, letras o logotipos. IBM, por ejemplo, hizo famoso un video animado moviendo átomos de xenón para escribir su nombre. Pero estas imágenes despiertan una pregunta inevitable: si los átomos son más pequeños que la luz visible, ¿cómo es posible verlos? La respuesta es que no los “vemos” como veríamos una mesa o un árbol. Lo que observamos son representaciones generadas a partir de señales físicas captadas por instrumentos extremadamente sensibles, capaces de medir cómo interactúa una punta metálica o un haz de electrones con las nubes electrónicas de los átomos.

Ibm Atom Manipulation by Science Photo Library

Figura 1. La imagen muestra átomos de xenón organizados con un microscopio de efecto túnel para formar “IBM”. No son fotos directas, sino mapas de densidad electrónica generados por señales cuánticas. Ilustra cómo la visualización y manipulación atómica dependen totalmente de la teoría cuántica y anticipa tecnologías futuras capaces de ensamblar materia átomo por átomo.

Las tecnologías modernas —como el microscopio de efecto túnel (STM), el microscopio de fuerza atómica (AFM) o la microscopía electrónica— no “fotografían” átomos. Más bien, registran variaciones en corrientes eléctricas, fuerzas intermoleculares o dispersión electrónica, que dependen de la densidad de probabilidad con que los electrones ocupan el espacio alrededor del núcleo. En otras palabras, lo que se interpreta como una “esfera daltoniana” no es el átomo mismo, sino una traducción visual realizada por computadoras a partir de información cuántica. Por eso, las imágenes de átomos no reflejan bolas sólidas, sino mapas de probabilidad, densidades electrónicas reconstruidas y coloreadas para que resulten comprensibles.

Una de las técnicas más revolucionarias en este campo es la manipulación atómica mediante microscopio de efecto túnel (STM). En esta herramienta, una punta extremadamente afilada —terminada en un solo átomo— se acerca a la superficie que se estudia. Debido al efecto túnel cuántico, los electrones pueden “saltar” entre la punta y la superficie incluso sin necesidad de contacto. Midiendo la corriente túnel, el instrumento reconstruye un mapa de la densidad electrónica a escala atómica. El STM no solo permite visualizar estos mapas, sino también mover átomos individuales aplicando delicadas pulsaciones de voltaje y fuerzas controladas. Así se construyen figuras, patrones o estructuras funcionales que sirven como demostraciones y como experimentos pioneros en nanociencia y nanotecnología.

Figura 2. Wilhelm Ostwald, químico físico y Nobel de 1909, fue pionero en catálisis y equilibrio químico, además de influyente filósofo de la ciencia. Inicialmente rechazó el atomismo, defendiendo el energeticismo y enfrentándose a Boltzmann. Pero la evidencia del movimiento browniano lo llevó a aceptar la existencia de átomos, contribuyendo decisivamente a la consolidación del modelo atómico moderno.

Estas técnicas han abierto un universo donde la materia puede reorganizarse átomo por átomo, algo impensable para los científicos de hace un siglo. Aun así, conviene recordar que nuestras “imágenes atómicas” son interpretaciones basadas en señales indirectas. No vemos núcleos, electrones ni densidades de probabilidad como objetos sólidos, sino proyecciones visuales creadas para traducir el extraño mundo cuántico al lenguaje de nuestros sentidos. Y, sin embargo, gracias a estas proyecciones, hemos logrado iniciar la era donde el ser humano puede diseñar dispositivos, memorias, sensores y materiales desde la escala mínima de la existencia.

Microscopio Scanning Tunneling microscope (STM) y (SEM) « ¡NANO-FUTURO!

Figura 3. El microscopio de efecto túnel (STM) utiliza el efecto túnel cuántico entre una punta metálica y una superficie para medir corrientes extremadamente sensibles a la distancia, permitiendo obtener imágenes con resolución atómica. No fotografía átomos: detecta su densidad electrónica. Además, puede mover átomos individuales, lo que lo convierte en una herramienta clave para la nanotecnología y la manipulación atómica.

La idea de una impresora atómica surge como una extrapolación natural de las tecnologías capaces de manipular átomos individuales, especialmente el microscopio de efecto túnel (STM) y el microscopio de fuerza atómica (AFM). En esencia, sería una máquina capaz de posicionar átomos uno a uno para construir moléculas, superficies o nanoestructuras exactamente como un ingeniero diseña una pieza mecánica. El cambio conceptual es profundo: pasaríamos de la química tal como la entendemos —donde ajustamos condiciones externas para que las moléculas se formen espontáneamente según las leyes termodinámicas— a un modelo de ingeniería directa de la materia, donde los átomos se ensamblan como bloques de construcción bajo control explícito.

Hoy en día, esta tecnología no existe como una impresora funcional o automatizada, pero sí tenemos prototipos conceptuales y primeros pasos experimentales que muestran que el control atómico es físicamente posible, aunque extremadamente lento y costoso. La manipulación atómica por STM permitió desde los años 80 mover átomos individuales de xenón sobre una superficie metálica, y hoy en día se pueden crear cadenas de átomos, puntos cuánticos, lógicas moleculares, e incluso conductores hechos átomo por átomo. Esto constituye la base experimental para imaginar una verdadera impresora atómica. Sin embargo, la capacidad actual se asemeja más a tallar un diamante con una aguja que a un proceso industrial reproducible.

Un dispositivo de impresión atómica real debería cumplir varias condiciones. Primero, una punta o conjunto de puntas capaces de depositar o retirar átomos con resolución subnanométrica. Segundo, un sistema de retroalimentación cuántica que identifique la posición y el estado electrónico de cada átomo depositado. Tercero, la habilidad de trabajar en condiciones de vacío extremo y temperaturas ultrabajas para evitar que los átomos recién colocados se difundan o reorganicen espontáneamente, como ocurre de forma natural en superficies limpias. A esto se sumaría un software de diseño molecular avanzado, algo semejante a los programas de ingeniería asistida por computador, pero que opere directamente en términos de enlaces, orbitales y geometrías cuánticas.

El límite teórico no es la física fundamental, pues sabemos que átomos individuales pueden manipularse. El verdadero obstáculo está en la escala y la estabilidad. Para crear una molécula orgánica modesta, como un aminoácido, habría que posicionar con precisión decenas de átomos reaccionantes, asegurando que sus orbitales electrónicos formen enlaces estables en el orden deseado. En la práctica, esto requeriría combinar manipulación atómica con estímulos externos como cambios de voltaje, aportes de energía o catalizadores locales. No sería como armar un Lego; sería más parecido a dirigir una microorquesta cuántica donde cada átomo debe encontrarse y enlazarse bajo condiciones estrictamente controladas.

Por ahora, esta idea pertenece al borde entre la nanotecnología emergente y la ciencia ficción dura. No existe una impresora atómica funcional, pero la física no la prohíbe. En laboratorios especializados ya se construyen estructuras simples átomo por átomo, y se han ensamblado moleculitas artificiales, aunque el proceso es demasiado laborioso para que pueda considerarse “impresión”. Si en el futuro logramos escalar la precisión, automatizar la manipulación y aumentar la velocidad, podríamos inaugurar una era donde diseñar materiales imposibles, enzimas artificiales, farmacéuticos a medida o chips tridimensionales perfectos será tan simple como imprimir un modelo digital. Hasta entonces, es una frontera en construcción: técnicamente posible, experimentalmente embrionaria y conceptualmente transformadora.

La aspiración moderna de manipular átomos uno por uno, como en una hipotética impresora atómica, dialoga con un viejo debate del siglo XIX. En aquel tiempo, los antiatomistas más obstinados —figuras como Ernst Mach o Wilhelm Ostwald, por ejemplo— exigían pruebas imposibles para la tecnología de su época: querían ver los átomos, contarlos, manipularlos directamente. Para ellos, hablar de partículas indivisibles sin evidencia visual era una extrapolación innecesaria. Consideraban que la ciencia debía limitarse a describir relaciones entre fenómenos observables, y que los átomos eran solo una construcción matemática sin entidad física demostrada.

Sin embargo, las leyes de los gases comenzaron a erosionar esa postura. Al trabajar con cantidades fijas de gases puros y medir presiones, volúmenes y temperaturas, los químicos descubrieron relaciones que solo podían explicarse si la materia estaba compuesta de partículas contables. La ley de Avogadro, las leyes de Dalton y los experimentos de Gay-Lussac revelaban proporciones sencillas entre cantidades enteras, propias de un mundo hecho de unidades discretas. Aun así, para los últimos antiatomistas esto no bastaba: seguían reclamando pruebas “directas”.

Fue el movimiento browniano, explicado por Einstein en 1905 y comprobado experimentalmente por Jean Perrin, el que finalmente cerró el debate. Al medir el zigzagueo de pequeñas partículas suspendidas en un fluido y relacionarlo con impactos de moléculas invisibles, se obtuvo una verificación cuantitativa que los propios antiatomistas no pudieron refutar. Desde entonces, la existencia del átomo dejó de ser discutida en física y química.

Hoy, nadie pone en duda que los átomos existen. Pero es importante recordar que su existencia es accesible únicamente a través de la teoría. No vemos átomos como bolitas; vemos manifestaciones de modelos cuánticos traducidas por instrumentos. Las imágenes de microscopios de efecto túnel, las densidades electrónicas reconstruidas en computadoras o las simulaciones de orbitales no son fotografías directas, sino representaciones de una realidad que solo puede comprenderse gracias al andamiaje conceptual de la teoría cuántica. Sin esa teoría, ni podríamos visualizarlos ni sería posible manipularlos; estaríamos ciegos ante su escala.

Esto muestra que en ciencia el concepto de teoría está lejos de ser una suposición informal o una conjetura ligera. Una teoría es una estructura lógica y experimentalmente validada que permite describir, predecir y —en casos como este— incluso hacer visible lo invisible. La teoría atómica no solo explica la materia: nos da las herramientas para interactuar con ella a niveles que los antiguos antiatomistas habrían considerado pura fantasía.

Referencias

Binnig, G., Rohrer, H., Gerber, C., & Weibel, E. (1982). Surface studies by scanning tunneling microscopy. Physical Review Letters, 49(1), 57–61. https://doi.org/10.1103/PhysRevLett.49.57
Binnig, G., & Rohrer, H. (1987). Scanning tunneling microscopy—from birth to adolescence. Reviews of Modern Physics, 59(3), 615–625. https://doi.org/10.1103/RevModPhys.59.615
Eigler, D. M., & Schweizer, E. K. (1990). Positioning single atoms with a scanning tunnelling microscope. Nature, 344(6266), 524–526. https://doi.org/10.1038/344524a0
Perrin, J. (1910). Brownian movement and molecular reality. Annales de Chimie et de Physique, 18, 5–114.
Einstein, A. (1905). Über die von der molekularkinetischen Theorie der Wärme geforderte Bewegung von in ruhenden Flüssigkeiten suspendierten Teilchen. Annalen der Physik, 322(8), 549–560.
Ostwald, W. (1908). The philosophical significance of energetics. The Monist, 18(4), 481–511.
Mach, E. (1911). The principles of physical optics. Chicago: Open Court.
Atkins, P., & de Paula, J. (2014). Atkins’ Physical Chemistry (10th ed.). Oxford University Press.
Norris, D. J., & Zhao, Y. (2019). Nanotechnology: Understanding small systems (3rd ed.). CRC Press.
Reif, F. (1965). Fundamentals of Statistical and Thermal Physics. McGraw-Hill.
Novotny, L., & Hecht, B. (2012). Principles of Nano-Optics (2nd ed.). Cambridge University Press.
 Wolf, E. L. (2012). Principles of electron tunneling spectroscopy (Vol. 152). International Monographs on Ph.

No hay comentarios:

Publicar un comentario