La figura muestra una de las imágenes más emblemáticas de la
nanotecnología: los átomos de xenón manipulados uno por uno mediante un microscopio
de efecto túnel (STM) para formar las letras “IBM”. Aunque parecen
montículos brillantes sobre una superficie rugosa, no estamos viendo átomos
“fotografiados” como objetos sólidos, sino una representación tridimensional de
la densidad electrónica registrada por el instrumento. Cada pico azul
corresponde a la probabilidad elevada de encontrar un electrón alrededor del
átomo colocado en esa posición. El STM mide la intensidad de la corriente
túnel cuántica entre la punta y la superficie, y un ordenador traduce esa
información en una imagen que los humanos podemos interpretar.
Esta demostración se relaciona directamente con el ensayo
anterior porque muestra cómo el concepto de “ver” átomos es inseparable de la teoría
cuántica. Sin las ecuaciones que describen el efecto túnel, sin modelos que
relacionen corrientes eléctricas con densidades electrónicas, esta imagen sería
imposible. No existe un “ojo” capaz de ver átomos directamente; lo que
observamos es la traducción visual de señales físicas interpretadas mediante un
marco teórico. Aquí se hace evidente que la existencia del átomo, aunque
hoy indiscutida, sigue siendo accesible únicamente a través de modelos
matemáticos y dispositivos que se apoyan en esa teoría. La imagen es, en ese
sentido, la victoria de la teoría sobre la intuición sensorial.
Finalmente, esta figura también anticipa lo que podríamos
imaginar como una futura impresora atómica. El STM utilizado por IBM no
solo detectó los átomos: los movió físicamente sobre la superficie,
colocándolos con precisión subnanométrica. Estamos ante un ejemplo primitivo de
manipulación atómica, donde la materia deja de obedecer únicamente sus
procesos espontáneos y pasa a ser organizada intencionalmente por el ser
humano. Aunque esta capacidad todavía es lenta y limitada, representa el primer
paso hacia un mundo donde las moléculas y materiales puedan diseñarse y
ensamblarse átomo por átomo, cumpliendo —al menos en parte— los sueños que los
antiatomistas del siglo XIX consideraban inconcebibles.
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