“Deja de decirle a Dios que hacer con sus dados” Niels Bohr.
La teoría cinética de los gases postula que un gas está formado por una colección de entidades diminutas —moléculas o átomos— que se mueven obedeciendo las leyes de Newton. El comportamiento dinámico de estas partículas explica y permite predecir las propiedades de estado de un gas, como la presión, la temperatura y el volumen.
La teoría cinética
de los gases es un modelo fundamental y de gran relevancia histórica para
comprender el comportamiento termodinámico de los gases. Gracias a este
enfoque se establecieron muchos de los conceptos principales de la
termodinámica, además de ofrecer indicios tempranos de que la hipótesis
atómica poseía una flexibilidad explicativa superior a la antigua teoría de
los equivalentes.
Este modelo concibe un gas como un conjunto enorme de partículas
submicroscópicas idénticas —átomos o moléculas— que se encuentran en movimiento
aleatorio, rápido y constante. Se asume que el tamaño de cada partícula
es despreciable frente a la distancia promedio que las separa. Las
partículas experimentan colisiones elásticas aleatorias tanto entre sí
como contra las paredes del contenedor.
En su forma más sencilla, la teoría describe el gas ideal,
omitiendo cualquier otra interacción entre partículas más allá de las
colisiones. Esta simplificación permite derivar relaciones claras entre
presión, volumen y temperatura, y sirve como base para comprender los
comportamientos reales de los gases.
Figura
1. La figura ilustra la teoría cinética de los gases, mostrando
partículas que representan átomos o moléculas en movimiento aleatorio
dentro de un contenedor. Siguen las leyes de Newton, avanzan en línea
recta y solo cambian su trayectoria al chocar elásticamente entre sí o
con las paredes. Su tamaño es despreciable, lo que permite explicar presión,
temperatura y el comportamiento del gas ideal.
La teoría cinética
de los gases permite explicar las propiedades macroscópicas de un gas —como
volumen, presión y temperatura— junto con propiedades de
transporte esenciales, entre ellas la viscosidad, la conductividad
térmica y la difusividad. Además, ofrece un marco claro para
comprender fenómenos relacionados como el movimiento browniano,
resultado del choque continuo de partículas microscópicas.
Se trata de una teoría fundamental que suele abordarse desde
las primeras etapas en los estudios científicos y de ingeniería. Su importancia
radica en que establece un puente directo entre las propiedades
macroscópicas medibles y el comportamiento íntimo del gas a nivel atómico y
molecular. Al partir del supuesto de que átomos y moléculas existen y poseen
movimiento propio, la teoría permite interpretar, predecir y cuantificar el
comportamiento del medio gaseoso con gran coherencia y precisión.
Presupuestos
La teoría cinética,
como toda construcción deductiva, descansa sobre un conjunto de supuestos
simples que permiten describir con claridad el comportamiento de un gas.
a- El
primero afirma que un gas está formado por partículas extremadamente
pequeñas —moléculas o átomos— cuyo volumen propio es tan reducido que, aun
sumado, resulta despreciable frente al espacio total disponible. Una forma de
imaginarlo es pensar en un enorme salón vacío con unas pocas canicas dispersas:
aunque estén presentes, no “llenan” realmente el espacio. De ese modo, la distancia
promedio entre partículas es mucho mayor que el tamaño de cada una.
b- El
segundo supuesto sostiene que todas las partículas poseen la misma masa,
lo cual simplifica notablemente su tratamiento colectivo. En la realidad, por
supuesto, existen diferencias entre sustancias —basta comparar el hidrógeno y
el nitrógeno, cuyas masas molares relativas son muy distintas—, pero al
analizar un gas desde la perspectiva cinética esto deja de ser un obstáculo.
Cuando reemplazamos unidades atómicas por gramos sobre mol, y luego
distribuimos esa masa entre un número de Avogadro de partículas, la masa
asignada a cada entidad individual se vuelve tan pequeña que las diferencias
relativas entre unas moléculas y otras resultan insignificantes.
En
términos absolutos, si pensamos en la masa de una sola molécula de hidrógeno o
de nitrógeno medida en gramos, ambas son prácticamente indistinguibles. Por
esta razón, estos gases —y muchos otros— pueden modelarse como gases ideales
con gran precisión.
c- El
tercero añade que el número de partículas es tan grande que su
comportamiento individual deja de ser relevante, y solo importa el conjunto. Un
ejemplo mental útil es observar una multitud desde lejos: no seguimos a cada
persona, pero sí reconocemos patrones globales como el flujo o la densidad del
grupo.
e- El
cuarto postulado indica que las partículas se desplazan rápidamente y chocan constantemente
entre ellas y contra las paredes del contenedor. Estas colisiones son perfectamente
elásticas, como si las moléculas fueran pequeñas esferas rebosantes que
rebotan sin deformarse ni perder energía.
f- Finalmente,
el quinto supuesto establece que, fuera de esos choques, las partículas no
ejercen fuerzas entre sí; no se atraen ni se repelen. Imaginemos pelotas
muy pulidas deslizándose sin rozamiento en un espacio amplio, interactuando
solo cuando se tocan.
Con estas ideas simples pero
poderosas, la teoría cinética consigue conectar el mundo invisible de las
partículas con las propiedades macroscópicas que medimos en la práctica.
Consecuencias de los presupuestos
Los modelos básicos
de la teoría cinética parten de varios supuestos que simplifican el
comportamiento del gas. En primer lugar, los efectos relativistas se
consideran despreciables, de modo que las velocidades de las partículas
están muy por debajo de la velocidad de la luz. Del mismo modo, los efectos
cuánticos también se consideran insignificantes: la separación promedio
entre partículas es mucho mayor que su longitud de onda térmica de Broglie,
lo que permite tratarlas como objetos clásicos sin necesidad de recurrir a
estadísticas cuánticas.
Como consecuencia directa de estos dos puntos, la
dinámica del gas puede describirse mediante mecánica clásica, lo que
implica que las ecuaciones de movimiento son reversibles en el tiempo y
siguen las leyes de Newton sin correcciones adicionales. Además, la teoría
cinética establece que la energía cinética promedio de las partículas
depende únicamente de la temperatura absoluta, aunque su definición de
temperatura —basada en el movimiento molecular— no coincide exactamente con la
definición termodinámica tradicional.
Se asume también que el tiempo que dura una colisión
entre una molécula y la pared del recipiente es insignificante comparado con el
intervalo entre colisiones consecutivas, y que la influencia de la gravedad
sobre las moléculas es tan pequeña que puede despreciarse. Si bien los
desarrollos más modernos relajan varios de estos supuestos y se apoyan en la ecuación
de Boltzmann, nuestro propósito aquí no es adentrarnos en esas
generalizaciones. Existen múltiples caminos para profundizar en la teoría
cinética, pero nos limitaremos al tratamiento elemental que aparece en libros
de texto y a las consecuencias prácticas que se derivan de él.
Historia de la teoría cinética
Hacia el 50 a. C.,
el filósofo romano Lucrecio propuso que los cuerpos macroscópicos,
aunque parecieran inmóviles, estaban formados por átomos en continuo
movimiento, rebotando unos contra otros a gran velocidad, una intuición
sorprendentemente cercana a la que muchos siglos después recuperaría James
Clerk Maxwell en el siglo XIX. Surge entonces la pregunta: ¿por qué no
centrarnos en Demócrito o Leucipo, quienes también hablaron de
átomos? La razón es que Lucrecio no solo afirmó su existencia, sino que añadió
una dimensión dinámica, sugiriendo que estos átomos se desplazaban y
chocaban, anticipando el espíritu de la teoría cinética.
Mientras la teoría atómica se interesa en la
naturaleza, estructura y existencia del átomo, la teoría cinético-molecular
se enfoca específicamente en cómo se mueven esos átomos y moléculas, y
cómo dicho movimiento origina propiedades observables como la presión o la
temperatura. Este énfasis en la dinámica es lo que convierte a Lucrecio en un
precursor más directo de la visión moderna (Maxwell, 1867).
Sin embargo, esta perspectiva atomista casi no prosperó
durante muchos siglos. Con el dominio intelectual del aristotelismo, la idea de
partículas indivisibles en movimiento constante fue considerada especulativa e
incluso irrelevante, y no recuperó su fuerza hasta que la ciencia renacentista
y, más tarde, la física del siglo XIX permitieron reinterpretar y formalizar
aquellas intuiciones antiguas en el marco matemático que hoy comprendemos como teoría
cinética de los gases.
Constitución de un gas
En 1738 Daniel Bernoulli publicó Hydrodynamica, que sentó las bases para la teoría cinética de los
gases. En este trabajo, Bernoulli postuló el argumento de que los gases consisten en un gran número de
moléculas que se mueven en todas direcciones, que su impacto sobre una
superficie provoca la presión del gas y que su energía cinética media determina
la temperatura del gas. La teoría no fue aceptada de inmediato, en parte porque
aún no se había establecido la conservación de la energía, y no era obvio para los
físicos cómo las colisiones entre moléculas podían ser perfectamente elásticas (Ponomarev
& Kurchatov, 1993).
Figura
2. Daniel Bernoulli fue un matemático, físico, estadístico y médico
suizo del siglo XVIII, reconocido por sus aportes a la hidrodinámica y
su formulación del principio de Bernoulli, que relaciona presión,
velocidad y energía en fluidos. También contribuyó a la elasticidad, la estadística
y la probabilidad, convirtiéndose en un precursor de la física moderna y
de los modelos matemáticos aplicados.
En 1856,
August Krönig, probablemente tras haber leído un artículo de Waterston,
propuso un modelo cinético de gas muy sencillo que consideraba
únicamente el movimiento traslacional de las partículas (Krönig, 1856).
Su planteamiento constituyó uno de los primeros intentos de describir el
comportamiento gaseoso desde la dinámica molecular.
En 1857, Rudolf Clausius desarrolló una
versión más amplia y sofisticada de esta teoría. Además del movimiento de traslación,
incorporó los movimientos rotacionales y vibracionales de las
moléculas, corrigiendo así las limitaciones del modelo de Krönig. En este mismo
trabajo introdujo un concepto fundamental para la física estadística: el camino
libre medio, que representa la distancia promedio recorrida por una
partícula entre colisiones sucesivas (Clausius, 1857).
Velocidades moleculares
En 1859, tras
estudiar un artículo de Clausius sobre la difusión molecular, el físico escocés
James Clerk Maxwell formuló la distribución de velocidades
moleculares que hoy lleva su nombre. Con ella describió la proporción de
moléculas que poseen una determinada velocidad dentro de un intervalo
específico (Maxwell, 1860a, 1860b). Se considera que esta formulación
constituye la primera ley estadística de la física (Mahon, 2004).
Maxwell también presentó el primer argumento mecánico según el cual las
colisiones entre moléculas conducen a la igualación de temperaturas,
estableciendo así una tendencia natural hacia el equilibrio térmico
(Gyenis, 2017). En su breve pero influyente artículo de 1873, Molecules,
Maxwell escribió: “Se nos dice que un ‘átomo’ es un punto material rodeado de
‘fuerzas potenciales’, y que cuando las ‘moléculas voladoras’ chocan
repetidamente contra un cuerpo sólido producen lo que llamamos presión del aire
y de otros gases” (Maddox, 2002).
En 1871, Ludwig Boltzmann amplió el logro de
Maxwell y formuló la distribución de Maxwell-Boltzmann, pieza central de
la teoría cinética y de la física estadística. Fue también el primero en
establecer la célebre relación logarítmica entre entropía y probabilidad,
fundamento conceptual de la termodinámica estadística. En sus últimos años,
Boltzmann dedicó enormes esfuerzos a defender sus teorías, a menudo en
medio de fuertes controversias académicas (Cercignani, 2000).
Su relación con algunos colegas en Viena fue difícil,
especialmente con Ernst Mach, quien desde 1895 ocupó la cátedra de
filosofía e historia de las ciencias. Ese mismo año, Georg Helm y Wilhelm
Ostwald presentaron en Lübeck una postura energética radical: consideraban
la energía, y no la materia, como el componente fundamental del
universo. Aunque esta visión ganó cierta influencia, la posición de Boltzmann
terminó imponiéndose entre los físicos, respaldada por quienes defendían la
realidad de las teorías atómicas (Planck, 1896).
Figura
3. James Clerk Maxwell fue un físico escocés clave en la física
matemática. Su mayor aporte fue la teoría de la radiación
electromagnética, que unificó electricidad, magnetismo y luz
en un solo marco conceptual. Las ecuaciones de Maxwell constituyen la
segunda gran unificación de la física y sentaron las bases de tecnologías
modernas y del desarrollo posterior de la física teórica.
La realidad del átomo y el anti-atomismo
La teoría cinética
de los gases de Boltzmann partía de una premisa que hoy parece obvia: la
existencia real de átomos y moléculas. Sin embargo, en el contexto
intelectual de finales del siglo XIX, esta afirmación resultaba profundamente
polémica. Numerosos filósofos alemanes, así como científicos influyentes como Ernst
Mach y el químico físico Wilhelm Ostwald, rechazaban la idea de
entidades invisibles e indivisibles. Para ellos, la ciencia debía limitarse
estrictamente a lo observable. En este ambiente hostil, la teoría de Boltzmann
parecía demasiado dependiente de hipótesis “metafísicas”, lo que generó un intenso
debate acerca de la validez misma de su enfoque.
Figura
4. Ludwig Boltzmann fue un físico austríaco clave en la mecánica
estadística. Formuló la relación entre entropía y probabilidad y dio
fundamento microscópico a la termodinámica mediante la constante de
Boltzmann. En vida enfrentó fuerte oposición al atomismo, lo que contribuyó
a su suicidio en 1906. Poco después, nuevas evidencias confirmaron sus ideas y
consolidaron su legado científico.
Durante la década de 1890, Boltzmann intentó mediar entre
ambos bandos formulando una postura de compromiso. Para ello recurrió a la
teoría de Hertz, que consideraba los átomos como modelos mentales,
imágenes conceptuales necesarias para hacer ciencia, pero no necesariamente
reales. Con esta estrategia, los científicos atomistas podían seguir
interpretando tales modelos como descripciones verdaderas de la naturaleza,
mientras que los anti-atomistas podían verlos simplemente como
herramientas matemáticas útiles sin pretensiones ontológicas. Sin embargo, esta
solución conciliadora no logró satisfacer plenamente a ninguno de los grupos:
los atomistas la consideraban demasiado ambigua, y los anti-atomistas seguían
desconfiando de cualquier teoría que requiriera entidades no observables.
Mientras tanto, Ostwald y otros defensores de la llamada “termodinámica
pura” emprendieron un esfuerzo sistemático para desacreditar tanto la teoría
cinética como la mecánica estadística. Consideraban especialmente
problemática la interpretación estadística de Boltzmann acerca de la segunda
ley de la termodinámica, pues sustituía el carácter absoluto de la ley por
una descripción probabilística del comportamiento molecular. Para estos
científicos, la termodinámica debía permanecer libre de especulaciones
atomistas. La controversia persistió durante años y generó profundas tensiones
académicas, pero finalmente la visión de Boltzmann prevalecería cuando nuevas
evidencias experimentales demostraran la realidad de los átomos, consolidando
así los fundamentos de la física moderna.
Filosofía y experimentos sobre la realidad del átomo
Hacia el cambio de
siglo, la ciencia de Boltzmann se vio amenazada por una nueva objeción
filosófica. Algunos físicos —incluido el estudiante de Mach, Gustav Jaumann—
sostenían que todo el comportamiento electromagnético debía interpretarse como
un fenómeno continuo, sin necesidad de postular átomos o moléculas, y
que, del mismo modo, todo el comportamiento físico era en última instancia electromagnético.
Este movimiento intelectual, que ganó fuerza alrededor de 1900, deprimió
profundamente a Boltzmann, pues parecía anunciar el fin de su teoría
cinética y de su interpretación estadística de la segunda ley de la
termodinámica.
Tras la renuncia de Mach en Viena en 1901, Boltzmann regresó
a su cátedra decidido a convertirse él mismo en filósofo para refutar las
objeciones filosóficas dirigidas a su física. Sin embargo, pronto volvió a
desanimarse. En 1904, durante una conferencia de física en St. Louis, la
mayoría de los científicos presentes seguía rechazando el atomismo; Boltzmann
ni siquiera fue invitado a la sección de física y quedó relegado a una mesa
titulada “matemáticas aplicadas”. Desde allí atacó con dureza la
filosofía, usando argumentos que presentaba como darwinianos, aunque en
realidad cercanos a la teoría de Lamarck sobre la herencia de
características adquiridas: sostenía que los científicos “heredaban” la mala
filosofía del pasado y que superar tal herencia intelectual resultaba
extremadamente difícil. En 1905 mantuvo una extensa correspondencia con el
filósofo austro-alemán Franz Brentano, con la esperanza de fortalecer su
dominio de la filosofía para refutar su influencia en la ciencia, pero también
este camino terminó decepcionándolo.
En 1906, el deterioro de su estado mental lo obligó a
renunciar a su cargo, mostrando síntomas que hoy serían compatibles con un trastorno
bipolar (Cercignani, 2000). Cuatro meses después, el 5 de septiembre de
1906, Boltzmann murió por suicidio mientras estaba de vacaciones con su esposa
e hija en Duino, cerca de Trieste, entonces parte del Imperio austrohúngaro.
Irónicamente, la aceptación general de la realidad del átomo llegaría
apenas unos cuatro años más tarde, gracias al trabajo de Jean Perrin
(Bigg, 2008; Perrin, 1901, 1909, 1911, 1913), validando de manera contundente
las ideas que Boltzmann había defendido toda su vida.
Referencias
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