La sensibilidad crítica del olfato humano en comparación con el de los perros revela diferencias notables. En los humanos, el umbral de percepción de olores generalmente se encuentra entre 10⁻⁶ a 10⁻⁹ mol/L. Esto significa que el ser humano puede detectar olores solo cuando las moléculas olorosas están presentes en concentraciones relativamente altas. Por otro lado, el olfato de los perros es miles de veces más sensible. Su umbral de percepción puede llegar hasta 10⁻¹³ mol/L, permitiéndoles detectar olores a concentraciones extremadamente bajas que los humanos no podrían identificar.
El desarrollo evolutivo del olfato en los perros es el resultado de miles de años de selección natural y domesticación. Los perros, al ser carnívoros y cazadores por naturaleza, han evolucionado para depender fuertemente de su olfato en la búsqueda de presas, la localización de alimentos o la detección de peligros. Los caninos tienen un número de receptores olfativos mucho mayor que los humanos; se estima que tienen entre 220 y 300 millones de receptores olfativos, mientras que los humanos solo tienen alrededor de 5 a 6 millones.
Además, existen variaciones entre razas de perros. Algunas razas, como el Bloodhound, tienen una capacidad olfativa excepcionalmente aguda, lo que les permite detectar rastros y olores a grandes distancias, lo que los hace ideales para labores de rastreo y búsqueda. Otras razas, como los perros de caza, también tienen un agudo sentido del olfato, adaptado a sus habilidades para encontrar presas.
El uso técnico del olfato canino ha sido aprovechado en diversas áreas, como la detección de drogas, explosivos, enfermedades e incluso en la identificación de personas desaparecidas. Gracias a su aguda sensibilidad, los perros pueden detectar trazas mínimas de sustancias químicas que el ser humano no podría percibir, lo que les convierte en aliados indispensables en investigaciones policiales y de seguridad.
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