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lunes, 1 de septiembre de 2025

Síntesis y propiedades de ácidos, y sales

 [Carga y lenguaje químico] Sección 6. Conceptos clave [Síntesis y propiedades de óxidos, hidróxidos e hidruros] [Síntesis y propiedades de ácidos y sales] Otros conceptos [El científico loco]

Ácidos oxoácidos

Un ácido oxoácido es un compuesto químico en el que el hidrógeno está unido a un átomo central no metálico que a su vez está enlazado a oxígenos, de manera que puede liberar protones (H) en disolución acuosa. Estos ácidos se caracterizan por formar iones oxoaniónicos al perder uno o más protones, y son esenciales en química inorgánica, industria y bioquímica. La nomenclatura de los oxoácidos depende de la cantidad de oxígenos presentes y del estado de oxidación del elemento central.

Los aniones base más comunes derivados de oxoácidos se presentan a continuación, indicando la correspondencia entre ácido y su anión:

Clórico / Clorato – ClO₃⁻; Brómico / Bromato – BrO₃⁻; Yódico / Yodato – IO₃⁻; Nítrico / Nitrato – NO₃⁻; Sulfúrico / Sulfato – SO₄²⁻; Crómico / Cromato – CrO₄²⁻; Dicrómico / Dicromato – Cr₂O₇²⁻; Selénico / Seleniato – SeO₄²⁻; Mangánico / Manganato – MnO₄²⁻; Permangánico / Permanganato – MnO₄⁻; Bórico / Borato – BO₃³⁻; Ortofosfórico / Ortofosfato – PO₄³⁻; Arsénico / Arseniato – AsO₄³⁻; Vanádico / Vanadato – VO₄³⁻; Metafosfórico / Metafosfato – PO₃⁻; Pirofosfórico / Pirofosfato – P₂O₇²⁻; Carbónico / Carbonato – CO₃²

La variación en la cantidad de oxígenos se refleja en la nomenclatura: al añadir un oxígeno, se utiliza el prefijo “per” (perclórico HClO₄ / perclorato ClO₄); al eliminar uno, cambia la terminación a “oso/ito” (cloroso HClO₂ / clorito ClO₂); y al quitar dos oxígenos, se añade el prefijo “hipo” (hipocloroso HClO / hipoclorito ClO).

Algunos oxoácidos forman estructuras más complejas por polimerización o distintos estados de oxidación. Por ejemplo, el ácido dicrómico H₂Cr₂O₇ es polimérico del ácido crómico H₂CrO₄, el ácido bórico H₃BO₃ puede formar polímeros como H₃B₃O₆, y el ácido silícico H₄SiO₄ muestra sustitución de oxígenos por grupos OH. Otros ejemplos incluyen H₂N₂O₂ (ácidos de nitrógeno), H₃PO₄ (ácido fosfórico) y H₂S₂O₈ (peroximonosulfúrico).

Aunque existen ácidos raros de difícil predicción, los más comunes y predecibles se emplean en enseñanza y en procesos industriales, como la producción de fertilizantes, ácidos industriales y tratamiento de aguas, mientras que los complejos se reservan principalmente a la investigación avanzada en química inorgánica y bioquímica.

Los ácidos oxoácidos se caracterizan principalmente por su acidez, es decir, su capacidad de liberar protones (H) en solución acuosa. Esta propiedad depende tanto del estado de oxidación del elemento central como del número de oxígenos enlazados al mismo; a mayor electronegatividad del elemento y mayor número de oxígenos, mayor tendencia a ceder protones y, por lo tanto, mayor acidez. La liberación de estos protones es la base de muchas reacciones químicas en disolución y permite la formación de sales cuando reaccionan con bases, así como la participación en reacciones redox cuando actúan como agentes oxidantes.

Los protones liberados por los oxoácidos también pueden interactuar secundariamente con otras sustancias, alterando la estabilidad de moléculas, materiales y superficies. Por ejemplo, en la piel humana, el contacto con ácidos concentrados puede desnaturalizar proteínas y lípidos, provocando quemaduras químicas. En los metales, estos protones facilitan la corrosión, reaccionando con el metal y formando óxidos o sales solubles que degradan la superficie metálica. En la atmósfera, los oxoácidos como el H₂SO₄ o HNO₃ disueltos en agua generan lluvia ácida, que afecta suelos, vegetación, cuerpos de agua y estructuras de construcción.

Además de su efecto destructivo, la acidez de los oxoácidos es aprovechada de manera controlada en la industria y la biología. En procesos industriales, se utilizan para ajustar el pH, catalizar reacciones o producir compuestos químicos como fertilizantes, pigmentos y explosivos. En el organismo, algunos oxoácidos, como el ácido fosfórico y el ácido carbónico, participan en rutas metabólicas y en la regulación del equilibrio ácido-base, mostrando que su capacidad para liberar protones no solo determina riesgos y daños, sino también funciones esenciales para la química biológica y ambiental. Por estas razones, comprender la acidez, la liberación de protones y sus reacciones secundarias es fundamental para manipular, prevenir daños y aprovechar estos compuestos de manera segura y eficiente.

Los ácidos oxoácidos se producen a partir de óxidos ácidos y agua, recuerda que no necesariamente son no metales, algunos metales en altos estados de oxidación son ácidos:

Ácido crómico (H₂CrO₄)
Síntesis: CrO₃ + H₂O → H₂CrO₄ El ácido crómico se utiliza principalmente como agente oxidante en laboratorios y en la industria para cromado y tratamiento de superficies metálicas. Esta síntesis a partir del óxido es didáctica, útil para entender la relación entre óxidos ácidos y ácidos oxoácidos, aunque a nivel industrial se producen soluciones concentradas de dicrómico o se emplean sales de cromo en lugar de sintetizar directamente H₂CrO₄.

Ácido permangánico (HMnO₄)
Síntesis: Mn₂O₇ + H₂O → 2 HMnO₄ El ácido permangánico es un oxidante muy potente, utilizado en síntesis orgánica y análisis químico. La síntesis directa desde Mn₂O₇ se realiza en laboratorio, pero a nivel industrial se prefiere producir permanganatos de sodio o potasio y luego acidificarlos según la aplicación, ya que el ácido puro es muy inestable y peligroso.

Ácido sulfúrico (H₂SO₄)
Síntesis: SO₃ + H₂O → H₂SO₄ Esta reacción representa la ruta didáctica clásica para vincular el óxido SO₃ con el ácido sulfúrico. Industrialmente, la producción se realiza mediante el proceso de contacto, donde el SO₃ se absorbe en H₂SO₄ concentrado en torres de absorción, optimizando seguridad y eficiencia. El ácido sulfúrico es fundamental en fertilizantes, refinerías, baterías y síntesis química.

Ácido perclórico (HClO₄)
Síntesis: Cl₂O₇ + H₂O → 2 HClO₄ El ácido perclórico es un oxidante fuerte, usado en química analítica y síntesis de compuestos organoperclorados. La síntesis directa del óxido diclórico con agua es solo didáctica, ya que industrialmente se generan soluciones de HClO₄ a partir de sales perclorato por disolución y concentración controlada, debido a la alta reactividad y riesgo explosivo del óxido.

Estos ejemplos muestran cómo los óxidos ácidos pueden convertirse en ácidos oxoácidos mediante adición de agua, lo que permite vincular conceptos de química inorgánica, aunque las rutas industriales suelen ser más seguras y económicas.

Sales

Una sal es el compuesto iónico por excelencia, formado por la combinación de un catión y un anión, donde ambos pueden ser simples o complejos. Las sales más sencillas incluyen ejemplos como el cloruro de sodio (NaCl), mientras que las más complejas involucran iones poliatómicos tanto en el catión como en el anión, como ocurre en el sulfato de amonio ((NH₄)₂SO₄). A pesar de la complejidad de los iones involucrados, la formulación de las sales sigue principios claros: se respeta la ley de conservación de carga, utilizando la regla de aspa para equilibrar las cargas de los iones, y se aplica la nomenclatura Stock, excepto en los casos de sales que contienen el ion amonio (NH₄), que se nombran simplemente como “sal de amonio” como en sulfato de amonio. Esta sistematización permite construir fórmulas correctas y nombres claros, independientemente de la complejidad del compuesto.

Las sales tienen gran importancia biológica, principalmente porque muchas de ellas son solubles en agua y se absorben fácilmente durante la ingesta. En el cuerpo humano, son esenciales los electrolitos, que no son más que sales disueltas en estado acuoso, capaces de mantener el equilibrio osmótico, la transmisión nerviosa y la contracción muscular. Entre estos componentes destacan el sodio, el cloro, el potasio y el yodo, que cumplen funciones vitales para la homeostasis. La ingesta adecuada de sales asegura que los procesos celulares y fisiológicos se mantengan funcionando correctamente, mientras que su deficiencia o exceso puede generar desequilibrios metabólicos importantes.

En el ámbito vegetal, las sales también son fundamentales. Muchos fertilizantes consisten en sales solubles, como sulfato de amonio, nitrato de potasio o fosfatos, que proporcionan a las plantas nutrientes esenciales para su crecimiento, desarrollo y producción. Estos compuestos suministran elementos como nitrógeno, fósforo, potasio y azufre, necesarios para la síntesis de proteínas, ácidos nucleicos y otras biomoléculas. Así, tanto en organismos humanos como en plantas, las sales cumplen funciones cruciales en la nutrición, el metabolismo y la productividad, destacando su relevancia económica y biológica a nivel global.

Las sales se producen al reaccionar un hidróxido con un ácido para producir sal mas agua:

Cloruro de sodio (NaCl)
Síntesis: HCl + NaOH → NaCl + H₂O
Comentario: Esta reacción representa un ejemplo clásico de neutralización ácido-base. El cloruro de sodio es la sal más común, usada en alimentación, conservación de alimentos, industria química y producción de cloro y sosa cáustica. Es un ejemplo didáctico de cómo un ácido fuerte reacciona con una base fuerte para formar una sal y agua.

Nitrato de calcio (Ca(NO₃)₂)
Síntesis: 2 HNO₃ + Ca(OH)₂ → Ca(NO₃)₂ + 2 H₂O
Comentario: El nitrato de calcio se usa principalmente como fertilizante y en la industria pirotécnica. Esta reacción muestra cómo un ácido fuerte puede reaccionar con una base que tiene cationes metálicos divalentes, produciendo una sal solubilizable y agua.

Sulfato de cobre (CuSO₄)
Síntesis: H₂SO₄ + Cu(OH)₂ → CuSO₄ + 2 H₂O
Comentario: El sulfato de cobre se emplea en tratamientos agrícolas como fungicida, en galvanoplastia y en laboratorios de química. Su síntesis a partir del ácido sulfúrico y la base hidróxido de cobre permite observar la formación de sales con metales de transición, que pueden presentar colores característicos.

Sulfato de amonio ((NH₄)₂SO₄)
Síntesis: H₂SO₄ + 2 NH₄OH → (NH₄)₂SO₄ + 2 H₂O
Comentario: El sulfato de amonio es un fertilizante nitrogenado ampliamente utilizado. La reacción ejemplifica cómo un ácido fuerte puede neutralizar una base de amonio, formando una sal cuyas propiedades la hacen esencial para la nutrición de plantas y la agricultura industrial.

Referencias

Brown, T. L., LeMay, H. E. J., Bursten, B. E., Murphy, C. J., Woodward, P., & Stoltzfus, M. W. (2015). Chemistry the Central Science.

Brown, T. L., LeMay, H. E. J., Bursten, B. E., Murphy, C. J., Woodward, P., Stoltzfus, M. W., & Lufaso, M. W. (2022). Chemistry, the central science (15th ed.). Pearson.

Chang, R. (2010). Chemistry (10th ed.). McGraw-Hill New York.

Chang, R., & Overby, J. (2021). Chemistry (14th ed.). McGraw-Hill.

Matamala, M., & González Tejerina, P. (1975). Química (1a ed.). Ediciones Cultural.

Seager, S. L., Slabaugh, M. M., & Hansen, M. M. (2022). Chemistry for Today (10th ed.). Cengage Learning.

Zumdahl, S. S., Zumdahl, S. A., DeCoste, D. J., & Adams, G. (2018). Chemistry (10th ed.). Cengage Learning.

domingo, 31 de agosto de 2025

Síntesis y propiedades de óxidos, hidróxidos e hidruros

 [Carga y lenguaje químico] Sección 6. Conceptos clave [Síntesis y propiedades de óxidos, hidróxidos e hidruros] [Síntesis y propiedades de ácidos y sales] Otros conceptos [El científico loco]

Óxidos

Un óxido es un compuesto químico formado por la combinación de un elemento con el anión teórico óxido (O²). Aunque este ión no existe de forma independiente, se utiliza de manera analógica para construir la fórmula química y asignar un nombre sistemático a estas sustancias. Los óxidos se clasifican en dos tipos principales: óxidos metálicos, que se forman típicamente con metales, y óxidos no metálicos, derivados de no metales. Esta clasificación permite predecir su comportamiento químico y sus propiedades generales, así como establecer reglas de nomenclatura consistentes para su estudio y aplicación.

Los óxidos son de gran importancia industrial, ambiental y biológica. Los óxidos metálicos se utilizan en la fabricación de cemento, vidrio y materiales refractarios, mientras que los óxidos no metálicos son esenciales en la producción de ácidos industriales, como el ácido sulfúrico y el ácido nítrico, así como en la atmósfera, donde participan en ciclos como la formación de lluvia ácida. Además, algunos óxidos cumplen funciones biológicas críticas, como el óxido de hierro (Fe₂O₃) en la formación de hemoglobina. Comprender su estructura, propiedades y reactividad permite su aprovechamiento eficiente y seguro en diversos campos de la química y la industria.

Óxidos metalicos

Los óxidos metálicos generalmente poseen características básicas, reaccionan con ácidos para formar sales y agua, y tienen un comportamiento típico de compuestos iónicos. Por ejemplo, el óxido de sodio (Na₂O) y el óxido de calcio (CaO) muestran alta solubilidad en agua y forman soluciones básicas al reaccionar con el agua.

Los óxidos metálicos son compuestos iónicos, formados por la combinación de cationes metálicos y el anión óxido (O²). Debido a su naturaleza iónica, estos compuestos se nombran utilizando la nomenclatura Stock, que indica el estado de oxidación del metal en números romanos entre paréntesis. Esta forma de nombrar permite diferenciar compuestos que contienen el mismo metal pero con distintos estados de oxidación, asegurando claridad y precisión en la química inorgánica.

Sodio: Na₂O – Óxido de sodio (Na en +1). Dos átomos de sodio equilibran la carga de un ión óxido (O²), formando un compuesto neutro.

Calcio: CaO – Óxido de calcio (Ca en +2). Un átomo de calcio compensa la carga del ión óxido, resultando en un óxido estable.

Hierro (II): FeO – Óxido de hierro (II) (Fe en +2). Un átomo de hierro en estado +2 se combina con un ión óxido para neutralizar la carga.

Hierro (III): Fe₂O₃ – Óxido de hierro (III) (Fe en +3). Se necesitan dos átomos de hierro en +3 para equilibrar tres iones óxido, formando un compuesto iónico neutro.

Óxidos no metálicos

Por otro lado, los óxidos de no metales, como el dióxido de carbono (CO₂) y el trióxido de azufre (SO₃), presentan propiedades ácidas, reaccionando con el agua para formar ácidos oxoácidos. Sin embargo, algunos óxidos de metales de transición con altos estados de oxidación, como el óxido de cromo (CrO₃) o el óxido de manganeso (Mn₂O₇), se comportan químicamente como óxidos no metálicos, mostrando propiedades ácidas y solubilidad en agua para formar ácidos correspondientes.

Los óxidos no metálicos son compuestos covalentes formados por la combinación de no metales con el oxígeno. Debido a que no son iónicos, se nombran utilizando la nomenclatura sistemática de composición, que emplea prefijos de repetición para indicar el número de átomos de cada elemento presente en la molécula. Por ejemplo, se usan mono-, di-, tri- para el oxígeno y di-, tri-, tetra-, penta- para el no metal cuando es necesario especificar la cantidad de átomos, asegurando claridad y precisión en la identificación de la fórmula química.

Monóxido de carbono: CO – Monoóxido de carbono. Un átomo de carbono se combina con un átomo de oxígeno, y se indica el prefijo mono para el oxígeno.

Dióxido de carbono: CO₂ – Dióxido de carbono. Un átomo de carbono se une con dos átomos de oxígeno, reflejando la proporción mediante el prefijo di.

Trióxido de azufre: SO₃ – Trióxido de azufre. Un átomo de azufre se combina con tres átomos de oxígeno, indicado por el prefijo tri.

Pentóxido de fósforo: P₄O₁₀ – Decaóxido de tetrafósforo (según convención). Cuatro átomos de fósforo se combinan con diez átomos de oxígeno; los prefijos permiten describir exactamente la composición de la molécula.

Esta nomenclatura permite identificar de manera precisa la cantidad de cada elemento en óxidos no metálicos, diferenciando compuestos que podrían tener el mismo elemento pero distinto número de átomos de oxígeno, y facilita su estudio y comunicación en química inorgánica.

Peróxidos

Un peróxido es un compuesto químico que contiene el anión peróxido (O₂²), en el cual dos átomos de oxígeno están unidos entre sí con un enlace simple y presentan una carga total de -2. Aunque este anión no se encuentra libre en la naturaleza, se utiliza como referencia para construir la fórmula química y asignar un nombre sistemático a estas sustancias. Los peróxidos se clasifican en dos grandes tipos: peróxidos metálicos, formados por la combinación de metales con el anión peróxido, y peróxidos no metálicos, derivados de no metales. Esta clasificación permite predecir su comportamiento químico, sus propiedades y establecer reglas de nomenclatura consistentes para su estudio y aplicación en química inorgánica.

Los peróxidos metálicos son generalmente compuestos iónicos, con propiedades básicas y alta reactividad, especialmente como agentes oxidantes. Debido a su naturaleza iónica, se nombran mediante la nomenclatura Stock, indicando el estado de oxidación del metal en números romanos entre paréntesis. Por ejemplo:
Sodio: Na₂O₂ – Peróxido de sodio (I). Dos átomos de sodio equilibran la carga de un ión peróxido.
Calcio: CaO₂ – Peróxido de calcio (II). Un átomo de calcio compensa la carga del ión peróxido, formando un compuesto neutro.
Bario: BaO₂ – Peróxido de bario (II). Similar al calcio, equilibra la carga del anión peróxido para formar un sólido estable.

Los peróxidos no metálicos, como el peróxido de hidrógeno (H₂O₂), presentan propiedades covalentes y se comportan como agentes oxidantes fuertes. Se nombran utilizando la nomenclatura sistemática de composición, indicando con prefijos el número de átomos de cada elemento. Por ejemplo:
Peróxido de hidrógeno: H₂O₂ – Peróxido de dihidrógeno. Dos átomos de hidrógeno y dos de oxígeno unidos por enlace simple, reflejando la proporción de manera clara.
Dióxido de boro: B₂O₂ – Peróxido de diboro (ejemplo hipotético). Dos átomos de boro combinados con dos átomos de oxígeno en enlace peróxido.

Hidróxidos

Un hidróxido es un compuesto químico formado por la combinación de un catión metálico con el anión hidróxido (OH). Estos compuestos sólo se forman típicamente con metales en estados de oxidación bajos, ya que en estados altos los metales tienden a formar óxidos más estables. Debido a su naturaleza, todos los hidróxidos son compuestos iónicos, caracterizados por enlaces electrostáticos entre los cationes metálicos y los aniones hidróxido, presentando propiedades básicas y alta solubilidad variable en agua según el metal involucrado. Esta condición permite predecir su comportamiento químico y establecer reglas claras de nomenclatura.

Todos los hidróxidos metálicos se nombran utilizando la nomenclatura Stock, que indica el estado de oxidación del metal en números romanos entre paréntesis, asegurando precisión en la identificación de compuestos que contienen el mismo metal con diferentes cargas. Por ejemplo:
Sodio: NaOH – Hidróxido de sodio (I). Un átomo de sodio se combina con un ión hidróxido para formar un compuesto iónico neutro.
Calcio: Ca(OH)₂ – Hidróxido de calcio (II). Un átomo de calcio compensa la carga de dos iones hidróxido, formando un hidróxido estable.
Hierro (II): Fe(OH)₂ – Hidróxido de hierro (II). Un catión hierro en estado +2 se combina con dos aniones hidróxido, resultando en un compuesto básico.
Hierro (III): Fe(OH)₃ – Hidróxido de hierro (III). Dos cationes Fe³ se combinan con seis aniones hidróxido para equilibrar cargas, formando un sólido iónico estable.

Los hidróxidos son esenciales en química y en la industria, ya que actúan como bases fuertes o moderadas, participan en reacciones de neutralización con ácidos para formar sales y agua, y se utilizan en procesos como tratamiento de aguas, fabricación de cemento, papel y productos químicos. Comprender su estructura, propiedades y nomenclatura permite su uso seguro y eficiente, así como una correcta comunicación de los compuestos en química inorgánica.

Hidruros

Un hidruro es un compuesto químico formado por la combinación de hidrógeno con otro elemento, ya sea un metal o un no metal. La naturaleza del elemento determina las propiedades y la nomenclatura del hidruro. En los hidruros metálicos, el hidrógeno actúa como anión (H) y se combinan con cationes metálicos, formando compuestos iónicos básicos. Por ejemplo, el hidruro de sodio (I) (NaH) es un sólido iónico que reacciona con agua liberando hidrógeno y formando hidróxidos. Todos los hidruros metálicos se nombran mediante la nomenclatura Stock o tradicional, indicando el estado de oxidación del metal si es necesario.

Los hidruros no metálicos son compuestos covalentes, donde el hidrógeno actúa como un catión parcial (H), y se combinan con no metales. Estos se clasifican en varias familias según el elemento no metálico: los boranos y hidrocarburos, que son complejos y tienden a polimerizar, poseen reglas de nomenclatura propias; los pnicógenuros (con nitrógeno, fósforo, arsénico) tienen carácter básico; mientras que los anfigenuros y halogenuros son ácidos, formando soluciones que liberan H al disolverse en agua.

En los hidruros no metálicos, la nomenclatura de composición se basa en la regla de que el hidrógeno, al ser menos electronegativo que el no metal, actúa como catión, y se nombra el no metal con terminación -uro seguido de hidrógeno. Por ejemplo, HCl se llama cloruro de hidrógeno, y H₂S sulfuro de hidrógeno. Sin embargo, algunos compuestos poseen nombres triviales tan comunes que se utilizan en lugar de la nomenclatura sistemática, como el agua (H₂O) y el amoníaco (NH₃). Esta organización permite clasificar y nombrar correctamente los hidruros, reflejando sus propiedades químicas y facilitando su estudio en química inorgánica.

Síntesis

Las reacciones de síntesis consisten en la combinación de elementos puros para formar un solo compuesto. Estas reacciones permiten ilustrar cómo los elementos interactúan según su valencia y electronegatividad, y son fundamentales para comprender la estequiometría, la reactividad y la formación de compuestos inorgánicos. A continuación se presentan ejemplos de síntesis directa para diversos tipos de compuestos.

Los óxidos metálicos se forman al combinar un metal con oxígeno. Por ejemplo:
2 Ca (s) + O₂ (g) → 2 CaO (s)
Este compuesto iónico es básico, y el óxido de calcio se utiliza ampliamente en la industria del cemento y vidrio, así como en procesos de neutralización de suelos ácidos.

Los hidróxidos metálicos se obtienen a partir de óxidos metálicos y agua, aunque también pueden considerarse síntesis desde elementos cuando el metal se combina directamente con oxígeno e hidrógeno:
2 Na (s) + O₂ (g) + H₂O (l) → 2 NaOH (aq)
El hidróxido de sodio es un compuesto fundamental en la industria química, usado en fabricación de jabones, detergentes y procesos de saponificación.

Los peróxidos se producen combinando oxígeno con ciertos metales, como el bario:
Ba (s) + O₂ (g) → BaO₂ (s)
Los peróxidos son compuestos oxidantes importantes, empleados en blanqueo, desinfección y como agentes oxidantes en síntesis química.

Los hidruros metálicos surgen de la combinación de metales con hidrógeno:
2 Li (s) + H₂ (g) → 2 LiH (s)
Se utilizan en almacenamiento de hidrógeno, como bases fuertes y en síntesis de compuestos orgánicos.

Los hidruros no metálicos, como el amoníaco y el sulfuro de hidrógeno, se obtienen combinando hidrógeno con no metales:
N₂ (g) + 3 H₂ (g) → 2 NH₃ (g) – Amoníaco, básico, utilizado en fertilizantes y síntesis química.
H₂ (g) + S (s) → H₂S (g) – Sulfuro de hidrógeno, ácido, relevante en la industria química y en procesos de laboratorio.

Finalmente, los haluros de hidrógeno, como el cloruro de hidrógeno, se forman a partir de hidrógeno y cloro:
H₂ (g) + Cl₂ (g) → 2 HCl (g)
El HCl es un ácido fuerte industrial, usado en síntesis de compuestos orgánicos, limpieza de metales y regulación de pH en procesos químicos.

Estas síntesis teóricas muestran cómo los elementos se combinan para formar compuestos con propiedades y aplicaciones específicas, reflejando la importancia de la química inorgánica en la industria, la biología y la vida cotidiana.

Referencias

Brown, T. L., LeMay, H. E. J., Bursten, B. E., Murphy, C. J., Woodward, P., & Stoltzfus, M. W. (2015). Chemistry the Central Science.

Brown, T. L., LeMay, H. E. J., Bursten, B. E., Murphy, C. J., Woodward, P., Stoltzfus, M. W., & Lufaso, M. W. (2022). Chemistry, the central science (15th ed.). Pearson.

Chang, R. (2010). Chemistry (10th ed.). McGraw-Hill New York.

Chang, R., & Overby, J. (2021). Chemistry (14th ed.). McGraw-Hill.

Matamala, M., & González Tejerina, P. (1975). Química (1a ed.). Ediciones Cultural.

Seager, S. L., Slabaugh, M. M., & Hansen, M. M. (2022). Chemistry for Today (10th ed.). Cengage Learning.

Zumdahl, S. S., Zumdahl, S. A., DeCoste, D. J., & Adams, G. (2018). Chemistry (10th ed.). Cengage Learning.

Formulación inorgánica y nomenclatura


La fórmula molecular es la representación más simple de una sustancia química, que muestra el número exacto de átomos de cada elemento presente en una molécula. En la formulación química, utilizamos un conjunto de técnicas teóricas y heurísticas para inferir la fórmula molecular más probable de una sustancia desconocida. En química inorgánica, este proceso generalmente se basa en la correcta disposición de cargas opuestas, ya que los compuestos inorgánicos se forman cuando los iones positivos y negativos se combinan para alcanzar un equilibrio eléctrico. Esta disposición asegura que las moléculas sean estables y que sus propiedades sigan las reglas de la electroquímica.

Todas las sustancias iónicas y una gran parte de las sustancias moleculares polares pueden representarse mediante la técnica de equilibrio de carga, un enfoque que permite construir fórmulas químicas coherentes con la realidad electrónica de cada compuesto. Esta regla se fundamenta en tres principios esenciales: primero, la fórmula molecular debe coincidir con la fórmula empírica; segundo, dicha fórmula empírica se determina equilibrando las cargas eléctricas de los constituyentes; y tercero, se cumple estrictamente la ley de conservación de la carga, de modo que cualquier sustancia neutra, ya sea molecular o iónica, mantenga una carga neta cero. En este contexto, los compuestos pueden estar formados por iones reales, que generan un enlace iónico, o por cuasiiones, especies que aunque no formen estrictamente un compuesto iónico, siguen las mismas reglas de formulación y equilibrio de cargas.

A estas sustancias se les denomina sustancias de formulación binaria, ya que su estructura se basa en un binomio de polos opuestos: un polo positivo y un polo negativo. Estos polos pueden corresponder a iones monoatómicos, como Na o Cl, o a grupos poliatómicos con carga global, como SO₄² o NO₃, lo que amplía significativamente las posibilidades de combinación sin contradecir la regla general de equilibrio de carga. Esta conceptualización permite comprender que la neutralidad eléctrica es un principio rector que guía la formación de cualquier compuesto, independientemente de su complejidad molecular.

Regla de aspa

La aplicación práctica de esta técnica requiere siempre disponer de una [Tablas de los iones]  confiable, que identifique de manera precisa las cargas de cationes y aniones involucrados. Con esta información, es posible construir fórmulas químicas correctas, garantizando que se respeten tanto la neutralidad eléctrica como la coherencia con la fórmula empírica. Así, la técnica de equilibrio de carga se convierte en una herramienta indispensable en la química general, permitiendo tanto la predicción como la validación de estructuras químicas, y facilitando la enseñanza y comprensión de la relación entre composición, enlaces iónicos y comportamiento químico de los compuestos.

[1] Regla de aspa. Enlace a la descripción de los términos.

Figura 1. El nitruro de magnesio (Mg₃N₂) ilustra la regla de aspa, donde los cationes Mg² y aniones N³ cruzan sus cargas en valor absoluto para determinar los subíndices de la fórmula empírica, asegurando la neutralidad eléctrica del compuesto. Alternar entre el lenguaje químico, los factores de conversión y el lenguaje algebraico desarrolla intuición química y rapidez en la formulación de compuestos iónicos. La carga molar de los iones, adimensional pero múltiplo de la carga elemental e, se relaciona con equivalentes por mol y la constante de Faraday (F = 96485 C), conectando estequiometría iónica con electroquímica y procesos redox y de precipitación.

Nomenclatura de moléculas formuladas por regla de aspa

La nomenclatura de muchas sustancias inorgánicas se deriva de la regla de aspa. Para las sustancias iónicas, se emplean las reglas de la nomenclatura Stock, que establecen el siguiente formato: nombre del anión seguido de nombre del catión, indicando entre paréntesis el número de oxidación o la carga del anión en números romanos.

Cl + Fe³ → FeCl₃: Nombre Stock: cloruro de hierro (III). (El catión hierro tiene número de oxidación +3, indicado en romano).

+ Cu² → CuO: Nombre Stock: óxido de cobre (II). (El catión cobre tiene número de oxidación +2).

                + Pb² → PbS: Nombre Stock: sulfuro de plomo (II) (El catión plomo tiene número de oxidación +2).

Para las sustancias moleculares formuladas mediante la regla de aspa, se utiliza la nomenclatura sistemática de composición, que aplica prefijos de repetición: “mono” para un anión (como en monóxido), mientras que los cationes no llevan indicador de uno y se cuentan a partir de dos repeticiones; posteriormente se usan prefijos como di, tri, tetra, penta, hexa, hepta, octa, nona, deca, undeca, dodeca, trideca y así sucesivamente.

CO → monóxido de carbono: Un ánion oxígeno se combina con un catión carbono, usando el prefijo “mono” para un solo átomo de oxígeno.

CO₂ → dióxido de carbono: Dos átomos de oxígeno se combinan con un átomo de carbono; se aplica el prefijo “di” para el oxígeno.

N₂O₅ → pentóxido de dinitrógeno: Cinco átomos de oxígeno y dos átomos de nitrógeno; los prefijos “penta” y “di” indican las repeticiones de átomos en la molécula.

Excepciones

La principal excepción para este sistema de nombres basado en iones son los ácidos oxoácidos, así como los haluros y anfuros disueltos en agua, que también reciben el nombre de ácidos. En el caso de los ácidos derivados de oxoaniones, se utiliza la palabra ácido seguida del nombre del ion, aplicando las terminaciones -ico o -oso según corresponda, para reflejar la variación en el número de oxígenos presentes en la molécula. Por ejemplo, si se quita un oxígeno del oxoanión original con terminación -ato, el nombre cambia a -oso; si se eliminan dos oxígenos, se forma la variante hipo-elemento-oso; y si se añade un oxígeno, se usa la terminación -ico, siguiendo la regla sistemática de modificación de nombres basada en la composición del ion.

Ácidos del cloro (Cl):

HClOácido hipocloroso (hipo-oso: un oxígeno menos que el ion ClO, Clorato base)

HClO₂ácido cloroso (-oso: un oxígeno menos que ClO₃, Clorato)

HClO₃ácido clórico (-ico: oxígeno normal, correspondiente al ClO₃)

HClO₄ácido perclórico (añade un oxígeno: “per-ico”)

Ácidos del azufre (S):

H₂SO₃ácido sulfuroso (-oso: derivado de sulfato SO₃², un oxígeno menos)

H₂SO₄ácido sulfúrico (-ico: derivado de sulfato, número de oxígenos estándar)

H₂SO₂ácido hiposulfuroso (hipo-oso: dos oxígenos menos que el sulfato base)

Para los haluros y anfuros disueltos en agua, el nombre del ácido se forma usando la palabra ácido seguida del nombre antiguo del elemento con la terminación -hídrico, reflejando su comportamiento como ácidos simples.

HFácido fluorhídrico (ácido simple del fluor, liberador de H en solución)

HClácido clorhídrico (ácido simple del cloro)

 H₂Sácido sulfhídrico (ácido simple del azufre)

H₂Seácido selenhídrico (ácido simple del selenio)

[Ejercicios resueltos de formulación y nomenclaturainorgánica]

Referencias

Brown, T. L., LeMay, H. E. J., Bursten, B. E., Murphy, C. J., Woodward, P., & Stoltzfus, M. W. (2015). Chemistry the Central Science.

Brown, T. L., LeMay, H. E. J., Bursten, B. E., Murphy, C. J., Woodward, P., Stoltzfus, M. W., & Lufaso, M. W. (2022). Chemistry, the central science (15th ed.). Pearson.

Chang, R. (2010). Chemistry (10th ed.). McGraw-Hill New York.

Chang, R., & Overby, J. (2021). Chemistry (14th ed.). McGraw-Hill.

Matamala, M., & González Tejerina, P. (1975). Química (1a ed.). Ediciones Cultural.

Seager, S. L., Slabaugh, M. M., & Hansen, M. M. (2022). Chemistry for Today (10th ed.). Cengage Learning.

Zumdahl, S. S., Zumdahl, S. A., DeCoste, D. J., & Adams, G. (2018). Chemistry (10th ed.). Cengage Learning.

 

Tipos de fórmulas químicas

 [Carga y lenguaje químico] Sección 4. Conceptos clave [Tipos de fórmulas químicas] [Tablas de los iones] [Formulación inorgánica y nomenclaturaOtros conceptos [Química de las joyas]

Una fórmula química es una representación simbólica que indica la proporción y tipo de átomos presentes en un compuesto o molécula, utilizando símbolos de los elementos químicos junto con números, subíndices y, en ocasiones, otros signos tipográficos. A diferencia del nombre químico o de la fórmula estructural, la fórmula química no describe de manera completa la disposición espacial de los átomos, pero sí permite expresar de forma concisa la composición básica de una sustancia. Existen distintos tipos, como la fórmula empírica (que muestra la proporción más simple de los átomos), la fórmula molecular (que señala el número exacto de átomos de cada elemento en la molécula) y la fórmula condensada, que puede aportar información parcial sobre los enlaces químicos. Ejemplos comunes son H₂O para el agua o C₆H₁₂O₆ para la glucosa.

La importancia de las fórmulas químicas radica en que constituyen un lenguaje universal para la química, facilitando la comunicación y el análisis de compuestos en todo el mundo. Se emplean en ecuaciones químicas para representar reacciones, permitiendo balancear átomos y cargas eléctricas bajo el principio de conservación de la materia y de la carga. Además, son esenciales para identificar sustancias, comprender sus propiedades, diferenciar isómeros que comparten una misma fórmula molecular pero difieren en estructura, y realizar cálculos estequiométricos en síntesis química e industria. Su uso es amplio, desde la educación y divulgación científica, hasta aplicaciones prácticas en farmacia, ingeniería química, biología molecular y desarrollo de materiales, demostrando que, aunque no muestran toda la complejidad estructural, son herramientas fundamentales en el estudio y la práctica de la química.

Fórmula empírica

Una fórmula empírica en química es la expresión más simple que indica la proporción relativa de los distintos átomos presentes en un compuesto. Representa la relación numérica mínima entre los elementos, sin dar información sobre la estructura, el número exacto de átomos ni la posible existencia de isómeros. Este tipo de fórmulas se utiliza con frecuencia para describir compuestos iónicos (como CaCl₂) y macromoléculas (como SiO₂), ya que en estos casos no tiene sentido hablar de moléculas individuales, sino de relaciones proporcionales entre sus componentes. Su nombre proviene del análisis elemental, una técnica de la química analítica que permite determinar el porcentaje relativo de cada elemento en una sustancia pura y, a partir de esos datos, establecer la proporción atómica.

Por ejemplo, el hexano tiene fórmula molecular C₆H₁₄, y su estructura lineal (n-hexano) se puede representar como CH₃CH₂CH₂CH₂CH₂CH₃. Sin embargo, su fórmula empírica es C₃H₇, lo que refleja únicamente la proporción de carbono e hidrógeno. Otro caso es el del peróxido de hidrógeno, cuya fórmula molecular es H₂O₂, pero su fórmula empírica se reduce a HO, mostrando la relación 1:1 de hidrógeno y oxígeno. Sustancias diferentes como el formaldehído y el ácido acético comparten la misma fórmula empírica, CH₂O, aunque difieren en su número total de átomos y estructura. Por ello, la fórmula empírica es útil para identificar la composición básica de un compuesto, pero resulta limitada para describir su arquitectura molecular completa.

Fórmula molecular

Una fórmula molecular es una representación química que indica el número exacto de átomos de cada elemento presentes en una molécula. A diferencia de la fórmula empírica, que muestra únicamente la proporción mínima de los átomos, la fórmula molecular refleja la cantidad real de átomos que constituyen la molécula. En algunos casos, ambas coinciden, como en el agua (H₂O), cuya proporción mínima y número real de átomos es el mismo. Sin embargo, en moléculas más complejas, estas fórmulas difieren. Por ejemplo, la glucosa tiene como fórmula empírica CH₂O (proporción 1:2:1), mientras que su fórmula molecular es C₆H₁₂O₆, mostrando que la molécula contiene seis átomos de carbono, doce de hidrógeno y seis de oxígeno.

Condensed Formulas: What Do The Brackets Mean?

Figura 1. Las fórmulas estructurales representan moléculas con distintos niveles de detalle. Van desde la estructura de Lewis, que muestra electrones y enlaces, hasta fórmulas desarrolladas, condensadas y diagramas de líneas, que simplifican la conectividad. Además, existen modelos tridimensionales como esferas y palos, espaciales y físicos de laboratorio, que permiten visualizar geometría y estereoquímica. Cada tipo aporta una perspectiva complementaria.

CPK RGB Values

Figura 2. En química, además de fórmulas y grafos, se emplean colores para identificar átomos. El sistema CPK, consolidado en el siglo XX, asigna tonos como blanco al hidrógeno, negro al carbono, rojo al oxígeno y azul al nitrógeno. Surgido con Hofmann en 1865 y perfeccionado por Corey, Pauling y Koltun, sigue vigente en modelos físicos y digitales, facilitando comprensión y comunicación científica.

Este tipo de fórmula es especialmente útil porque aporta información cuantitativa más precisa sobre una sustancia, lo que permite conocer mejor su composición y sus posibles reacciones químicas. Determinar una fórmula molecular, sin embargo, suele ser más complejo, ya que requiere técnicas experimentales avanzadas como la espectrometría de masas o el análisis elemental combinado con el peso molecular. Gracias a las fórmulas moleculares, es posible distinguir compuestos con la misma fórmula empírica pero diferente número total de átomos, lo que resulta esencial en el estudio de la química orgánica y en la identificación de sustancias naturales y sintéticas

Fórmula estructural

Una fórmula estructural no solo indica la cantidad de átomos de cada elemento en una molécula, sino también la manera en que estos se organizan y conectan mediante enlaces químicos. Este tipo de representación es mucho más rica que la fórmula molecular, ya que muestra explícitamente la disposición de los átomos y cómo están unidos, permitiendo distinguir compuestos que, pese a compartir la misma fórmula molecular, presentan propiedades muy diferentes. Un ejemplo clásico son los isómeros estructurales, como el butano (C₄H₁₀), que puede representarse tanto en su forma lineal como en su forma ramificada.

Dentro de las fórmulas estructurales existen varios subtipos, según la cantidad de información que se quiera representar. Algunas fórmulas se enfocan únicamente en la conectividad (como las fórmulas condensadas), mientras que otras intentan reflejar aspectos de la tridimensionalidad, como las proyecciones de Fisher, que obligan a observar la molécula desde un punto de vista específico. En todos los casos, las barras de enlace representan enlaces covalentes, sean perfectos o polarizados, mientras que los corchetes pueden utilizarse para representar campos electrostáticos, cuyos superíndices señalan la magnitud y polaridad de la carga en los enlaces iónicos. Para los propósitos de este curso, lo esencial es comprender que cada tipo de fórmula estructural ofrece una herramienta distinta para visualizar y analizar la naturaleza química de las moléculas.

Orgánicos e inorgánicos

Aunque las reglas de formulación química son en esencia las mismas para todas las sustancias, la tradición académica y la IUPAC han distinguido dos grandes grupos: los compuestos inorgánicos, organizados en el llamado Libro Rojo, y los compuestos orgánicos, regulados en el Libro Azul. Esta división no implica que obedezcan a leyes químicas diferentes, sino que responde a la necesidad práctica de clasificar y sistematizar la enorme diversidad de sustancias existentes. A partir de este punto, nos centraremos exclusivamente en las sustancias inorgánicas, siguiendo los lineamientos del Libro Rojo de la IUPAC, que ofrece un marco claro para entender su nomenclatura, propiedades y comportamiento.

Las sustancias inorgánicas poseen características que las diferencian de las orgánicas. En general, se distinguen por un bajo índice de polimerizabilidad, lo que significa que rara vez forman estructuras de gran tamaño o cadenas complejas, a diferencia de los compuestos orgánicos como los polímeros. Además, en la mayoría de los casos —con algunas excepciones notables—, su fórmula empírica coincide con la molecular, lo que facilita enormemente su formulación. Esto permite aplicar directamente la ley de conservación de la carga eléctrica, equilibrando los iones positivos y negativos para obtener compuestos estables. Así, no es necesario considerar factores de escala adicionales que sí son frecuentes en compuestos orgánicos o macromoleculares.

Finalmente, dentro de este vasto conjunto, los compuestos se organizan en lo que denominamos funciones inorgánicas, categorías que condicionan sus propiedades químicas y determinan sus nombres según la nomenclatura clásica y sistemática. Estas funciones incluyen óxidos, hidruros, hidróxidos, ácidos y sales, entre otras, y constituyen familias químicas que comparten comportamientos comunes en reacciones. Reconocer estas funciones no solo facilita el aprendizaje y la clasificación de la química inorgánica, sino que también permite predecir reactividad, aplicaciones industriales y patrones de nomenclatura. En este sentido, el estudio de las funciones inorgánicas representa un puente entre la formulación teórica y la práctica científica aplicada en laboratorios y procesos industriales.

Funciones

En química, una función inorgánica es un átomo o grupo de átomos que otorga a una sustancia un conjunto de propiedades características, lo que permite agruparlas en familias químicas. Esta clasificación facilita su estudio y comprensión, de manera semejante a cómo en biología se organizan las especies dentro de un mismo género. Así como todos los animales del género Panthera comparten fuerza y capacidad depredadora, las sustancias que presentan una misma función inorgánica muestran comportamientos químicos comunes, lo que permite reconocer patrones de reactividad y aplicar una nomenclatura sistemática para nombrarlas con precisión. De este modo, las funciones actúan como un marco conceptual para organizar la vasta diversidad de compuestos inorgánicos.

Las principales funciones inorgánicas se clasifican en varias familias. Los hidruros son combinaciones binarias del hidrógeno con metales o no metales, destacando por su versatilidad en la reactividad. Los óxidos resultan de la unión del oxígeno con otro elemento, pudiendo ser óxidos básicos, ácidos o anfóteros, según sus propiedades químicas. Los hidróxidos, que contienen el grupo OH, se caracterizan por ser bases capaces de neutralizar ácidos. Los ácidos propiamente dichos liberan iones H en solución, como el ácido clorhídrico (HCl) o el ácido sulfúrico (H₂SO₄), ampliamente utilizados en procesos industriales. Finalmente, las sales se forman a partir de la neutralización entre un ácido y una base, presentando gran variedad de combinaciones de cationes y aniones. Existen también funciones particulares como los cianuros (−CN), con gran importancia en la industria minera y en síntesis química.

El estudio de estas funciones va acompañado de un sistema de nomenclatura clásica, que utiliza prefijos, sufijos y números de valencia para identificar con claridad cada sustancia. Comprender estas reglas no solo permite nombrar los compuestos, sino también predecir sus propiedades y aplicaciones prácticas, desde la obtención de materiales de construcción hasta la síntesis de medicamentos o fertilizantes. Reconocer y clasificar las funciones inorgánicas, por tanto, constituye una herramienta esencial para entender la organización interna de la química inorgánica y para relacionar la estructura de una sustancia con su comportamiento en reacciones químicas.

Referencias

Brown, T. L., LeMay, H. E. Jr., Bursten, B. E., Murphy, C. J., & Woodward, P. M. (2022). Chemistry: The Central Science (15th ed., AP Edition). Pearson Savvas Higher Education.

Chang, R., & Overby, J. (2010). Chemistry (10th ed., AP Edition). McGraw Hill.

domingo, 27 de abril de 2025

El litio y la industria

 [Carga y lenguaje químico] Sección 5. Conceptos clave [Los libros de colores de la IUPAC] [Reacciones y ecuaciones químicas] Otros conceptos [El litio]

El litio, al igual que otros metales puros, no tiene una fórmula molecular compleja. A priori, o por razones estequiométricas, asumimos que el litio se comporta como una entidad monoatómica, similar a los gases nobles. Sin embargo, esta simplificación no refleja completamente la realidad de los metales. En la naturaleza, los metales están imbuidos en un mar electrónico que forma parte del enlace metálico. Este mar de electrones permite la conductividad eléctrica y térmica de los metales y es esencial para sus propiedades físicas. A través de esta estructura, los átomos metálicos comparten electrones de forma no localizada, lo que confiere una alta movilidad a estos electrones y explica muchas de las características de los metales.

El mar electrónico y las propiedades metálicas

El mar electrónico en el enlace metálico es crucial para entender las propiedades características de los metales. En este modelo, los electrones de valencia no están ligados a un solo átomo, sino que se desplazan libremente a través de la estructura cristalina metálica. Esta movilidad de electrones permite que los metales sean excelentes conductores de electricidad. Cuando se aplica una diferencia de potencial, los electrones libres se mueven rápidamente, transportando la corriente eléctrica a través del material.

Además, el mar electrónico también facilita la transferencia térmica. Cuando un extremo del metal se calienta, los electrones libres absorben esta energía y la transmiten rápidamente a otras partes del material, lo que permite una eficaz conducción de calor. Finalmente, el brillo metálico de los metales se debe a la capacidad de los electrones libres de reflejar la luz. Al interactuar con la luz, los electrones libres absorben y reemiten fotones, creando el característico brillo metálico que distingue a estos materiales.

El litio como portador de energía

El litio es un excelente portador de energía eléctrica en las baterías de iones de litio debido a su baja masa atómica y su alta capacidad de ionización. Al ser el elemento más liviano entre los metales alcalinos, los iones de litio (Li) se mueven con facilidad a través del electrolito, lo que permite una transferencia rápida de carga durante la carga y descarga de la batería. Además, su pequeño tamaño iónico facilita su inserción en los materiales de electrodo, lo que maximiza la capacidad de almacenamiento de energía.

Diagrama

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Figura 1. Una batería de iones de litio funciona mediante el movimiento reversible de iones de litio entre el ánodo y el cátodo, liberando energía durante la descarga y almacenándola al recargarse. Su diseño permite ciclos repetidos sin degradar los iones, optimizando densidad de energía, vida útil y eficiencia, consolidándola como tecnología clave para dispositivos portátiles y movilidad eléctrica.

Otra ventaja importante es que el litio tiene una alta densidad energética, lo que permite que las baterías de iones de litio sean más ligeras y compactas en comparación con otras tecnologías de baterías. Este factor lo convierte en una opción ideal para aplicaciones que requieren energía portátil, como en dispositivos electrónicos y vehículos eléctricos. La estabilidad de los iones de litio también contribuye a su durabilidad, ofreciendo ciclos de vida más largos en comparación con otras alternativas.

Geopolítica del litio

La geopolítica del litio ha adquirido gran relevancia en las últimas décadas debido a su papel fundamental en la transición energética global. El litio es un componente esencial de las baterías de iones de litio, que son cruciales para la fabricación de vehículos eléctricos y el almacenamiento de energía renovable. La demanda mundial de litio ha aumentado enormemente debido al crecimiento de estas industrias, lo que ha convertido a los países que poseen grandes reservas de litio en actores clave en el escenario geopolítico. Los tres países con las mayores reservas de litio son ChileArgentina y Bolivia, que juntos conforman el denominado "triángulo del litio" en América del Sur, una región estratégica para el suministro global de este mineral.

El control del litio no solo tiene implicaciones económicas, sino también políticas, ya que los países que poseen estas reservas tienen un poder significativo sobre las cadenas de suministro globales. Las potencias tecnológicas y económicas como Estados UnidosChina y Unión Europea han reconocido el valor estratégico del litio, lo que ha llevado a intensas disputas por el acceso y control de estos recursos. China, en particular, ha estado invirtiendo fuertemente en la adquisición de derechos mineros en América del Sur, mientras que también ha desarrollado una fuerte industria de procesamiento de litio dentro de sus fronteras. Esto le ha permitido consolidar su posición como líder en la producción de baterías y otros componentes críticos para las tecnologías limpias, haciendo de la dominación del litio un elemento clave en su estrategia económica y política global.

Un pájaro parado en un cuerpo de agua junto a una playa

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Figura 2. La minería de litio en el Salar de Atacama, Chile, ha provocado una escasez de agua para comunidades como Peine y Caspana, afectando consumo doméstico, agricultura y ecosistemas locales. La extracción intensiva requiere grandes volúmenes de agua y genera tensiones entre desarrollo industrial y sostenibilidad ambiental, evidenciando la necesidad de estrategias de gestión sostenible y protección de recursos hídricos.

Por otro lado, la gestión ambiental del litio y los derechos laborales en las zonas de extracción son temas candentes en la geopolítica del litio. La minería del litio tiene un gran impacto ambiental, especialmente en áreas como los desiertos de Sudamérica, donde la extracción de litio consume enormes cantidades de agua, afectando a las comunidades locales y el ecosistema. Este factor ha generado tensiones entre los gobiernos de los países productores, las empresas extranjeras que explotan estos recursos y las comunidades locales, que demandan mayores beneficios económicos y protección ambiental. Las políticas de sostenibilidad y responsabilidad social corporativa también están comenzando a jugar un papel crucial en la dinámica geopolítica del litio, ya que las naciones buscan equilibrar la explotación del recurso con la protección de sus poblaciones y el medio ambiente.

Referencias

Altiparmak, S. O. (2023). China and lithium geopolitics in a changing global market. Chinese Political Science Review8(3), 487-506.

Jetin, B. (2023). Electric batteries and critical materials dependency: a geopolitical analysis of the USA and the European Union. International Journal of Automotive Technology and Management23(4), 383-407.

Ortiz, H. (2024). Studying lithium-ion batteries across and beyond companies, states and the environment. The Extractive Industries and Society17, 101374.

Ren, H., Mu, D., Wang, C., Yue, X., Li, Z., Du, J., ... & Lim, M. K. (2024). Vulnerability to geopolitical disruptions of the global electric vehicle lithium-ion battery supply chain network. Computers & Industrial Engineering188, 109919.

Tran Nguyen, K. D. (2024). Global Lithium Competition: Examining The Social, Market and Geopolitical Factors of The Global Lithium Trade (Doctoral dissertation).

Vivoda, V., Bazilian, M. D., Khadim, A., Ralph, N., & Krame, G. (2024). Lithium nexus: Energy, geopolitics, and socio-environmental impacts in Mexico's Sonora project. Energy Research & Social Science108, 103393.

viernes, 25 de abril de 2025

Enlace químico

 [Carga y lenguaje químico] Sección 2. Conceptos clave [Enlace químico] [Tipos de sustancia] Otros conceptos [El átomo de Thomson]

El enlace químico es una fuerza atractiva que mantiene unidos a los átomos dentro de una molécula o compuesto. Este enlace se forma cuando dos o más átomos comparten electrones, o bien, cuando uno cede y otro acepta electrones, con el objetivo de alcanzar una configuración electrónica más estable. Al consultar un libro de texto, es común encontrar la afirmación de que dicha estabilidad se logra cuando los átomos adquieren una configuración electrónica similar a la de un gas noble, lo cual constituye un principio fundamental de la teoría del octeto de Lewis. Esta teoría postula que los átomos tienden a completar su última capa de valencia con ocho electrones, imitando la estructura estable de los gases nobles.

Figura 1. Gilbert N. Lewis (1875-1946) fue un químico y físico estadounidense que revolucionó la química moderna con su teoría del enlace de valencia y su definición de ácidos y bases de Lewis. También investigó en termodinámica, electroquímica y radioactividad. Sus aportes, como las estructuras de Lewis, transformaron la comprensión de la química estructural y lo consolidaron como un referente científico del siglo XX.

El átomo de Thomson

Para comprender el enlace químico es necesario retroceder en la historia y revisar cómo los científicos comenzaron a imaginar la estructura del átomo. Desde el siglo XIX, varios químicos sostenían que los átomos, al unirse para formar sustancias, debían interactuar a través de algún tipo de fuerza electrostática, semejante a la atracción entre los polos opuestos de un imán. Esto implicaba que, de alguna manera, los átomos eran capaces de manifestar cargas eléctricas, incluso en sustancias aparentemente neutras y no afectadas por los campos magnéticos. Estas ideas abrieron la puerta a modelos más elaborados que buscaban explicar tanto la estabilidad de los compuestos como las propiedades eléctricas de la materia.

Hacia finales del siglo XIX, el desarrollo de la tecnología del semivacío permitió realizar experimentos con gases poco densos que revelaron un comportamiento inesperado: se volvían buenos conductores de la electricidad. Sin embargo, esta conducción no se asemejaba a la de un alambre metálico, sino que ocurría en forma de rayos catódicos, haces de partículas cargadas que se desplazaban en línea recta dentro de los tubos de descarga. Estos experimentos fueron fundamentales porque evidenciaban que el átomo no era indivisible, como se creía desde la época de Dalton, sino que contenía partículas más pequeñas responsables de transportar la electricidad.

A inicios del siglo XX, Robert Millikan, con su famoso experimento de la gota de aceite, logró medir la carga elemental del electrón, confirmando así que esas partículas tenían una masa y una carga definidas. Poco después, Joseph John Thomson determinó la relación entre masa y carga de dichas partículas, consolidando el descubrimiento del electrón. A partir de estos hallazgos, Thomson propuso en 1904 un nuevo modelo atómico conocido como el modelo del pudín de pasas, en el cual los electrones estaban incrustados en una esfera positiva, distribuidos como pasas en un pudín. Aunque posteriormente fue reemplazado por modelos más precisos, marcó un hito en la transición hacia una visión más compleja y realista del átomo.

Para nuestros fines, más que hablar de un “pudín”, podemos imaginar este modelo como una bolsa cargada positivamente en cuyo interior se encuentran electrones distribuidos en capas. Estas capas no están organizadas al azar, sino que muestran un orden jerárquico: los electrones más internos permanecen fuertemente ligados al núcleo, mientras que los más externos, conocidos como electrones de valencia, son los que “valen” para formar enlaces químicos. Ellos son los responsables de que los átomos se unan entre sí para originar moléculas y compuestos, determinando en gran medida la reactividad química y las propiedades de la materia. Así, el modelo de Thomson, pese a sus limitaciones, fue el punto de partida hacia una comprensión moderna de la estructura electrónica y de la naturaleza de los enlaces químicos.

El protón y el equilibrio de carga

En los modelos didácticos de lápiz y papel, los átomos no se representan como esferas macizas ni como “pudines” de carga positiva, sino mediante su símbolo atómico. A este símbolo se le asigna una carga si ocurre una ganancia o pérdida de electrones: un ion negativo (anión) cuando adquiere electrones, y un ion positivo (catión) cuando los pierde. Esta convención refleja la estructura interna del átomo, donde la carga positiva no se distribuye difusamente, sino que está concentrada en un núcleo denso, rígido y poco móvil. Este núcleo contiene partículas elementales denominadas protones, responsables de la carga positiva, cuyo descubrimiento fue posible gracias a los experimentos de dispersión de partículas alfa realizados por Ernest Rutherford con su célebre lámina de oro a inicios del siglo XX.

Los experimentos de Rutherford demostraron que la mayor parte de la masa atómica se concentra en un volumen extremadamente pequeño del átomo, lo que dio lugar al concepto de núcleo atómico. Sin embargo, en ese momento solo se sabía que el núcleo era una “amalgama positiva”. Fue gracias a los trabajos posteriores que se identificó que esa carga estaba localizada en partículas discretas llamadas protones. El descubrimiento de estas partículas permitió avanzar hacia una descripción más detallada de la estructura nuclear y planteó un nuevo problema conceptual: si los protones eran positivos, ¿cómo podían permanecer unidos dentro de un espacio tan reducido sin repelerse violentamente?

Esta paradoja fue parcialmente resuelta gracias a las investigaciones de James Chadwick, quien en 1932 descubrió el neutrón, y a los estudios posteriores de Enrico Fermi y otros físicos que ayudaron a explicar la dinámica nuclear. El neutrón, una partícula neutra en términos de carga eléctrica, actúa como un “pegamento” que contribuye a mantener cohesionados a los protones en el núcleo. Esto es posible gracias a la acción de la fuerza nuclear fuerte, una de las interacciones fundamentales de la naturaleza, mucho más intensa que la repulsión eléctrica entre protones, aunque de alcance extremadamente corto. Gracias a esta interacción, los núcleos atómicos pueden permanecer estables, en especial los de los elementos ligeros y medianos.

En el modelo atómico moderno, compuesto por protones, neutrones y electrones, se conserva la neutralidad eléctrica en un átomo aislado: el número de protones positivos en el núcleo es igual al número de electrones negativos que orbitan a su alrededor. Los neutrones, por su parte, cumplen una función estabilizadora al evitar que la repulsión entre protones desintegre el núcleo, aunque esta estabilidad no siempre es perfecta. En los isótopos pesados, por ejemplo, el equilibrio entre protones y neutrones se vuelve inestable, lo que conduce a fenómenos de radioactividad. De todos modos, para los propósitos iniciales, podemos considerar que un átomo estable tiene un núcleo que no se desintegra de manera espontánea, lo que nos permite construir modelos simples y útiles para comprender la química básica y la formación de sustancias

Electrones de valencia

 Aunque los modelos atómicos fueron cambiando con el tiempo, la idea de los electrones de valencia siempre se conservó: son los electrones más externos y los que realmente “valen” para explicar cómo los átomos forman sustancias. Estos electrones, además, son los únicos capaces de movilizarse de un átomo a otro. Sin embargo, esa movilización depende de un factor esencial: la afinidad electrónica, entendida como la capacidad del núcleo de atraer electrones hacia sí. Los elementos metálicos de la tabla periódica poseen afinidades bajas, lo que los hace propensos a perder electrones; mientras que los no metálicos presentan afinidades muy altas, lo que favorece la ganancia de electrones.

Cuando un elemento metálico pierde electrones ocurre un proceso llamado oxidación, como en la reacción Na → Na⁺ + e-, donde el sodio metálico cede un electrón y se convierte en un catión. Al perder ese electrón, deja de ser estable como sustancia independiente y pasa a formar parte de otra entidad, ya sea como ion en disolución acuosa o como integrante de un compuesto (óxidos, haluros, etc.). En cambio, cuando un no metal gana electrones ocurre la reducción, como en Cl + e- →  Cl, donde el cloro se transforma en aniones. En este caso, la ganancia de electrones también hace que los átomos pierdan estabilidad individual, dando lugar a la formación de compuestos iónicos o covalentes en los que participan como parte de un todo más estable. Así, la relación entre oxidación y reducción resulta clave para comprender las reacciones químicas.

Figura 2. El sodio (Na) pierde un electrón y se convierte en Na, mientras que el cloro (Cl) lo gana y se transforma en Cl. Esta transferencia genera un enlace iónico, cuya atracción electrostática forma una red cristalina ordenada. El resultado es el cloruro de sodio (NaCl), un sólido estable, duro, con alto punto de fusión y soluble en agua.

En la teoría de Lewis, los electrones de valencia se determinan a partir del grupo al que pertenece un elemento en la tabla periódica. En las nomenclaturas antiguas (CAS e IUPAC clásica), los grupos principales indicaban directamente la cantidad de electrones de valencia. En la nomenclatura moderna ocurre algo similar: el número de valencia coincide con la unidad del grupo, y si el grupo tiene decenas, estas se ignoran. Por ejemplo, el sodio (Na), ubicado en el grupo 1, tiene un electrón de valencia, mientras que el calcio (Ca), en el grupo 2, posee dos electrones de valencia. De manera análoga, los elementos situados entre los grupos 13 y 18 tienen de 3 a 8 electrones de valencia, respectivamente, culminando con los gases nobles que alcanzan el octeto completo.

Bajo esta idea, la tendencia de los átomos a ganar o perder electrones se explica mediante el principio del octeto de Lewis, que establece que los elementos buscan alcanzar 8 electrones en su capa más externa, pues esa configuración es la más estable. Así, el berilio o el calcio, ambos en el grupo 2 y de carácter metálico, tienden a perder dos electrones para estabilizarse. Frente a ellos, el flúor, que se encuentra en el grupo 17, ya posee 7 electrones de valencia y solo necesita ganar uno más para completar el octeto. Por esta razón, cuando el calcio se combina con el flúor, cada átomo de calcio pierde dos electrones, y cada átomo de flúor solo puede aceptar uno. En consecuencia, se requieren dos átomos de flúor para balancear la pérdida de electrones de un calcio, originando así el compuesto estable fluoruro de calcio (CaF₂). Este ejemplo ilustra claramente cómo la teoría de Lewis permite predecir la formación de compuestos iónicos y la proporción en la que los elementos se combinan.

Enlace iónico

El enlace iónico se puede definir como una unión química establecida entre dos núcleos atómicos gracias a la atracción electrostática que existe entre cargas de signo opuesto. Esta interacción se produce porque un átomo, generalmente un metal, tiende a ceder electrones y formar un catión, mientras que otro átomo, generalmente un no metal, los acepta para convertirse en un anión. Como resultado, se forma una sustancia de carácter predominantemente iónico, en la que la estabilidad proviene de la fuerte atracción entre las cargas contrarias. Este tipo de enlace explica muchas de las propiedades macroscópicas de los compuestos iónicos, como su elevada dureza, sus altos puntos de fusión y su capacidad de conducir electricidad en disolución.

Para predecir la formación de un enlace iónico existen varias estrategias, pero la más sencilla es la regla de oposición en la tabla periódica: los enlaces iónicos suelen formarse entre un metal y un no metal. Cuanto más alejados estén estos elementos en la tabla periódica, mayor será la diferencia de electronegatividad y, por tanto, más pronunciado el carácter iónico. Por ejemplo, un caso casi ideal de enlace iónico sería el fluoruro de francio, donde el metal más electropositivo se combina con el no metal más electronegativo. En contraste, cuando los elementos se encuentran más próximos en la tabla, el carácter iónico disminuye y aparecen enlaces de naturaleza ambigua, en los que coexisten características iónicas y covalentes.

Metal + no metal → probablemente enlace iónico.

Si aun así persiste la duda, especialmente en casos fronterizos o elementos cercanos en la tabla periódica, lo más recomendable es consultar cómo se comporta realmente la sustancia en fuentes confiables o literatura especializada.

Figura 3. La figura representa la formación del fluoruro de calcio (CaF₂) mediante el modelo de Lewis. El calcio cede dos electrones, formando Ca², y cada flúor recibe uno, generando F. Los corchetes simbolizan campos electrostáticos, no barras de enlace. En la realidad, el CaF₂ forma un sólido cristalino con red iónica estable, responsable de sus propiedades características.

Los enlaces iónicos no se forman mediante un “puente físico” entre átomos, sino a través de la acción de los campos electrostáticos generados por cargas de signo opuesto. Por ello, al representarlos en papel no se dibuja una barra de enlace, sino que se utiliza la notación con corchetes y superíndices de carga, donde los corchetes simbolizan el campo eléctrico que rodea al ion. Una manera sencilla de imaginar este fenómeno es compararlo con el comportamiento de los polos de un imán: cuando dos campos opuestos se encuentran a una distancia adecuada, se atraen de forma espontánea hasta lograr un encaje estable.

Es importante recordar que las barras de enlace representan interacciones físicas de compartición electrónica, como ocurre en los enlaces covalentes. En el caso del enlace iónico, no existe tal “puente” de electrones compartidos, sino una atracción entre cargas opuestas. Por esta razón, nunca debe representarse un enlace iónico mediante una barra, ya que ello daría la impresión errónea de que se trata de una unión covalente. En su lugar, la notación con corchetes y cargas refleja de manera más fiel la naturaleza del enlace iónico.

Enlace covalente

Definimos el enlace covalente clásico o ideal como la unión entre dos no metales del mismo elemento, en la cual ninguno presenta mayor afinidad electrónica que el otro. En este caso, los electrones de valencia se comparten en una entidad física denominada enlace covalente. Cada enlace covalente está constituido por dos electrones y se representa mediante una barra de enlace (–).

Es importante comprender que la barra no simboliza un objeto material, sino el campo electrostático compartido generado por los electrones entre ambos núcleos. Así, en la molécula H–H, cada átomo de hidrógeno posee de manera individual un único electrón; sin embargo, al compartir dos electrones en el enlace, ambos núcleos pueden considerarlos como propios. Este efecto otorga estabilidad a la molécula, pues cada hidrógeno alcanza la configuración de un gas noble.

Diagrama

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Figura 3. La figura muestra la formación del enlace covalente simple en la molécula de flúor (F₂). Cada átomo, con siete electrones de valencia, comparte uno para completar el octeto electrónico, representado por la barra F–F. Este enlace es covalente perfecto o no polar, ya que ambos átomos poseen igual electronegatividad, generando una unión estable y simétrica entre los núcleos.

Forma

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Figura 4. La molécula de diazufre (S₂) presenta un enlace covalente doble, donde ambos átomos comparten dos pares de electrones para completar su octeto. Cada azufre conserva además pares no enlazantes, sumando ocho electrones de valencia. Las dos barras del esquema de Lewis simbolizan este campo electrónico compartido, que confiere al S₂ un enlace más fuerte y estable que uno simple.

Enlace covalente polarizado

 Definimos el enlace covalente polar como aquel que se establece entre dos átomos no metálicos de diferente identidad. En la representación de Lewis se dibuja de manera similar a un enlace covalente común, pero en la práctica sus propiedades muestran un carácter intermedio entre lo covalente y lo iónico. Esto ocurre porque el puente electrónico no se comparte de manera perfectamente equitativa, sino que se desplaza hacia el átomo con mayor afinidad electrónica, es decir, hacia el que posee mayor electronegatividad.

La electronegatividad aumenta de izquierda a derecha y de abajo hacia arriba en la tabla periódica, siendo el flúor el elemento más electronegativo. Por lo tanto, en un enlace polar, la densidad electrónica se concentra más hacia el átomo que se encuentra más cercano al flúor en la tabla periódica. Este desequilibrio genera una ligera carga parcial negativa (δ) en ese átomo, mientras que el otro adquiere una carga parcial positiva (δ), creando un dipolo eléctrico.

A pesar de esta asimetría en la distribución de electrones, las reglas de Lewis se cumplen en moléculas sencillas: cada átomo busca completar el octeto electrónico de su capa de valencia. Por ejemplo, en moléculas como el HCl o el HF, se observa claramente este fenómeno: el hidrógeno comparte su único electrón con el halógeno, pero el par electrónico compartido se encuentra desplazado hacia el halógeno, lo que le confiere propiedades físicas y químicas distintas a las de un enlace covalente puro.

Figura 5. La molécula de agua (H₂O) presenta un enlace covalente polar, donde el oxígeno, más electronegativo, atrae los electrones compartidos, generando cargas parciales y un dipolo eléctrico. Esta polaridad permite la formación de puentes de hidrógeno, responsables de su tensión superficial, cohesión y capacidad como disolvente universal. Gracias a ello, el agua permanece líquida y cumple un papel esencial en procesos biológicos.

Figura 6. La molécula de agua (H₂O) se explica con la teoría de Lewis. El oxígeno, con seis electrones de valencia, necesita dos más para completar el octeto; cada hidrógeno, con uno, requiere otro para estabilizarse. Al compartir electrones se forman dos enlaces covalentes simples, representados con barras. El oxígeno conserva dos pares no compartidos, logrando estabilidad completa.

Enlace metálico

Definimos el enlace metálico como la unión característica de un gran número de átomos metálicos (no necesariamente del mismo elemento). Debido a que los metales presentan una baja afinidad electrónica, los electrones de valencia no están fuertemente ligados a un núcleo en particular, sino que permanecen libres y compartidos por toda la estructura. Este fenómeno se describe como una “nube electrónica” o un “mar de electrones” que rodea a los núcleos metálicos, los cuales actúan como cationes fijos en la red.

Gracias a esta distribución colectiva de electrones, los metales presentan propiedades notables. En primer lugar, los electrones móviles permiten la conductividad eléctrica, ya que pueden desplazarse libremente a lo largo de la red transfiriendo carga de un punto a otro. Asimismo, la vibración de los núcleos metálicos se transmite fácilmente por la estructura, lo que explica la alta conductividad térmica de los metales. Además, la interacción de los electrones con la luz es responsable de su brillo metálico característico.

Figura 5. La figura muestra el modelo del enlace metálico, donde los iones positivos se mantienen en posiciones fijas y los electrones deslocalizados forman un mar electrónico que los rodea. Esta estructura explica la conductividad eléctrica y térmica, el brillo metálico y la maleabilidad, ya que los núcleos pueden deslizarse sin romper el enlace, manteniendo cohesionada la red metálica.

Teoría del estado de oxidación

Si bien la teoría de Lewis resulta sumamente útil para describir de manera sencilla el comportamiento de muchos compuestos, lo cierto es que se trata de un modelo limitado y con numerosas excepciones. Por ejemplo, algunos óxidos de cloro no cumplen con la regla del octeto, ya que el cloro puede expandir su número de electrones en la capa de valencia más allá de ocho. Esto ocurre porque puede modificar la estructura de su capa de valencia. Asimismo, existen casos contrarios, como el berilio (Be) en BeCl₂, que queda rodeado únicamente por cuatro electrones, o el boro (B) en BF₃, que alcanza seis. Estos ejemplos muestran que la regla del octeto no es una ley universal, sino una guía aproximada que funciona solo en contextos muy concretos.

Para comprender mejor el enlace químico, es necesario trascender la visión simplificada de que los átomos se unen únicamente para alcanzar ocho electrones en su capa externa. En realidad, los átomos tienden a vincularse buscando el máximo de estabilidad con el mínimo de energía. Una manera más flexible de interpretar esto es mediante la teoría de los estados de oxidación, que describe a los electrones de valencia no como entidades fijas, sino como valores que pueden variar según las condiciones químicas.

Aunque la teoría de Lewis ha sido extendida y modificada para dar cuenta de algunas de estas excepciones, sus versiones más avanzadas suelen ser demasiado complejas para predecir o explicar con rapidez ciertos compuestos. En cambio, el modelo de los estados de oxidación ofrece una aproximación más práctica: aunque menos precisa en algunos detalles, permite modelar y comprender interacciones químicas de manera ágil, facilitando el análisis de reacciones y la clasificación de compuestos con un menor costo de tiempo y esfuerzo.

Un ejemplo sencillo para aplicar la teoría de los estados de oxidación es la molécula de agua (H₂O). El oxígeno, al ser más electronegativo y encontrarse más a la derecha en la tabla periódica, se considera con estado de oxidación –2, lo que refleja su tendencia a ganar electrones. El hidrógeno, en cambio, se toma con estado de oxidación +1, ya que suele ceder electrones. Como cada hidrógeno aporta un electrón, son necesarios dos átomos de hidrógeno para balancear la carga del oxígeno y dar lugar a una molécula neutra. Al representarlo con la teoría de Lewis, esto se traduce en la formación de dos enlaces covalentes simples (dibujados como barras), porque los átomos involucrados son no metales y comparten electrones.

Si bien este método de estados de oxidación no muestra detalles como los pares de electrones no enlazantes, es muy práctico para las primeras etapas del aprendizaje, ya que permite plantear fórmulas moleculares de manera rápida y ordenada. De esta forma, podemos comprender cómo los átomos se combinan en proporciones específicas para formar moléculas estables, sin necesidad de recurrir de inmediato a modelos más complejos. Posteriormente, se podrán añadir elementos más avanzados, como la geometría molecular, la polaridad y la influencia de los pares libres de electrones, pero para comenzar, este enfoque es una herramienta clara y funcional.

Formas especiales del enlace covalente

Enlace resonante

La resonancia es un concepto fundamental en química que explica por qué ciertas moléculas y grupos funcionales no pueden representarse adecuadamente con una sola fórmula de Lewis o con un único valor de estado de oxidación. Por ejemplo, el monóxido de carbono (CO) puede representarse como C=O al usar estados de oxidación (con el carbono en +2 y el oxígeno en –2), pero al aplicar la teoría de Lewis surge un esquema con tres enlaces (un triple enlace con un par libre en cada átomo). En los experimentos, sin embargo, se observa que la molécula real no coincide exactamente con ninguna de esas representaciones, sino que se comporta como una superposición cuántica de estructuras posibles, algunas más estables que otras. Este fenómeno se denomina resonancia, y nos permite entender que los electrones no están fijos en un solo enlace, sino que se distribuyen entre los núcleos, generando estructuras híbridas.

La resonancia no solo es una curiosidad de representación, sino que tiene un fuerte impacto en las propiedades químicas. Los enlaces que presentan resonancia suelen ser mucho más estables que los enlaces covalentes normales, ya que la deslocalización de electrones reparte la energía a lo largo de la molécula, disminuyendo su reactividad frente a rupturas simples. Por esta razón, los compuestos con estructuras resonantes resisten mejor las transformaciones químicas y suelen conservar sus fragmentos más estables durante las reacciones. Un ejemplo clásico es el ion nitrato (NO₃), donde los tres oxígenos se encuentran equivalentes debido a la resonancia de los enlaces N=O y N–O, lo que confiere gran estabilidad a este anión.

De forma similar, los oxoaniones de azufre y fósforo, como el sulfato (SO₄²) y el fosfato (PO₄³), presentan enlaces resonantes entre el átomo central y los oxígenos, lo que explica su alta estabilidad en medios acuosos y su importancia en la biología y la geología. También el ion carbonato (CO₃²) se encuentra en la misma situación, con tres estructuras resonantes equivalentes que justifican su rigidez y su papel clave en rocas y minerales. En todos estos casos, la resonancia permite comprender por qué ciertos óxidos no metálicos y sus derivados forman redes estables, participan en reacciones de transferencia de grupos, y se encuentran de manera abundante en la naturaleza.

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Figura 6. La figura ilustra la resonancia, fenómeno donde una molécula puede representarse con varias estructuras de Lewis, pero la realidad es un híbrido estable de todas ellas. Esto explica que los enlaces tengan longitudes y energías intermedias, como en el ion carbonato (CO₃²). Sin complicaciones matemáticas, la resonancia permite predecir propiedades y estabilidad química mejor que la teoría de Lewis por sí sola.

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Figura 7. El benceno (C₆H₆) es un ejemplo clásico de resonancia, donde los enlaces carbono-carbono forman un híbrido resonante con longitudes y energías intermedias entre enlaces simples y dobles. Los electrones π están deslocalizados en un “anillo electrónico”, otorgando gran estabilidad y favoreciendo reacciones de sustitución aromática sobre adición. Su estructura es clave en compuestos naturales y sintéticos, como medicamentos, colorantes y plásticos.

Enlace coordinado

El enlace coordinado o enlace dativo ocurre entre un núcleo que tiene una alta densidad de carga negativa, como un átomo con electrones no compartidos (por ejemplo, el oxígeno o el nitrógeno en compuestos como el amoníaco o el agua), y un núcleo muy positivo o un átomo con una carga positiva marcada (como el ion hidrógeno en el caso del amonio). En este tipo de enlace, un átomo donante aporta un par de electrones no compartidos para formar un enlace con un átomo receptor que carece de electrones para completar su octeto.

Un ejemplo clásico es el ión amonio (NH₄), donde el nitrógeno dona un par de electrones a un ion hidrógeno (H) para formar el enlace. A diferencia de los enlaces covalentes típicos, donde ambos átomos comparten un par de electrones, en el enlace coordinado el electrón proviene únicamente de uno de los átomos involucrados en la interacción

Interacciones moleculares

Las interacciones moleculares son fuerzas de atracción más débiles que los enlaces químicos que hemos discutido, pero son más fuertes que la ausencia total de atracción. Estas interacciones son cruciales para determinar las propiedades físicas de las sustancias, como su punto de ebullición, solubilidad y comportamiento en diferentes estados de agregación.

Existen varios tipos de interacciones moleculares, siendo las más fuertes las atracciones electrostáticas entre iones, que forman una red iónica. Un ejemplo clásico de esto es el cloruro de sodio (NaCl), donde los iones Na y Cl se mantienen unidos en una estructura rígida. Aunque estas interacciones son fuertes, las redes iónicas pueden romperse fácilmente en solución o bajo condiciones específicas, debido a la solvatación de los iones.

Por otro lado, los puentes de hidrógeno son más débiles que las interacciones iónicas, pero son más flexibles. Estos enlaces ocurren cuando un átomo de hidrógeno, que está covalentemente unido a un átomo electronegativo (como oxígeno o nitrógeno), se atrae a otro átomo electronegativo en una molécula cercana. Los puentes de hidrógeno son fundamentales para la estructura del agua y las propiedades de los líquidos en general.

Finalmente, las fuerzas de Van der Waals surgen debido a momentos transitorios de carga opuesta en moléculas grandes. Estos momentos de dipolos temporales provocan atracciones entre las moléculas. A medida que la superficie de la molécula aumenta, estas atracciones se hacen más importantes. Un ejemplo de este tipo de interacción es el comportamiento de los gases nobles o moléculas no polares como el hidrógeno (H₂), que muestran fuerzas de atracción débiles, pero notables cuando las moléculas tienen superficies más grandes.

Cada uno de estos tipos de interacciones moleculares juega un papel importante en la estabilidad y el comportamiento de las sustancias químicas en diferentes contextos, desde la solubilidad en agua hasta las propiedades mecánicas de materiales sólidos.

Referencias

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Seager, S. L., Slabaugh, M. M., & Hansen, M. M. (2022). Chemistry for Today (10th ed.). Cengage Learning.

Zumdahl, S. S., Zumdahl, S. A., DeCoste, D. J., & Adams, G. (2018). Chemistry (10th ed.). Cengage Learning.