En química, además de representar moléculas mediante líneas,
grafos y fórmulas estructurales, es común el uso de colores para identificar
átomos. Esta convención facilita la lectura y comprensión de los modelos,
especialmente en contextos tridimensionales. Uno de los sistemas más
influyentes es el CPK, desarrollado a lo largo del siglo XX, que asigna
colores característicos a elementos como hidrógeno (blanco / gris claro), carbono (negro),
oxígeno (rojo) o nitrógeno (azul). La elección de los colores muchas veces
tiene un origen mnemotécnico o visual, como el verde para el cloro, que
recuerda el tono verdoso de este gas, o el amarillo para el azufre, semejante a
su forma elemental en polvo.
El origen histórico de estos esquemas se remonta a August
Wilhelm von Hofmann en 1865, quien utilizó bolas de croquet de distintos
colores unidas con tubos metálicos para representar moléculas sencillas. Más
tarde, Corey y Pauling perfeccionaron la técnica con modelos de madera
pintados, aplicados al estudio de proteínas y biomoléculas. Finalmente, en
1965, Koltun patentó una versión más estandarizada que consolidó los
colores del sistema CPK, ampliamente adoptado en química, biología estructural
y software de visualización molecular. Estos avances no solo permitieron un
lenguaje visual universal, sino también el desarrollo de modelos didácticos y
de investigación cada vez más precisos.
El sistema CPK sigue vigente en la actualidad, tanto en modelos físicos de laboratorio (bolas y palos de plástico) como en visualizadores digitales (Jmol, RasMol, PubChem), que mantienen las mismas convenciones cromáticas. Esta estandarización facilita la comunicación científica, permitiendo identificar átomos y patrones estructurales de un vistazo. Así, el uso de colores no es un simple detalle estético, sino una herramienta pedagógica y de investigación que complementa a las fórmulas y diagramas, reforzando la comprensión de la geometría, la estereoquímica y la interacción entre moléculas.
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