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domingo, 18 de mayo de 2025

Figura. Ajiaco santafereño

El ajiaco santafereño es una sopa tradicional colombiana originaria de la región andina, especialmente de Bogotá. Su base consiste en pollo, tres tipos de papa (criolla, pastusa y sabanera), mazorcas de maíz, guascas (una hierba autóctona), y se sirve comúnmente con crema de leche, alcaparras y aguacate.

Desde el punto de vista nutricional, el ajiaco es una comida completa y equilibrada. Las papas aportan carbohidratos complejos, mientras que el pollo ofrece proteínas de alta calidad. Las guascas, además de su sabor característico, contienen compuestos antioxidantes. La crema de leche y el aguacate suman grasas saludables, y las alcaparras brindan un toque de sodio y minerales. Este conjunto de ingredientes proporciona una combinación adecuada de macronutrientes y micronutrientes esenciales para la salud.

Históricamente, el ajiaco tiene raíces precolombinas. Los Muiscas, habitantes del altiplano cundiboyacense, preparaban una sopa con papa, cebolla, maíz y guascas, ingredientes que aún se conservan en la receta actual . Con la llegada de los colonizadores españoles, se incorporaron elementos como el pollo, la crema de leche y las alcaparras, enriqueciendo y transformando el plato.

El ajiaco no solo es un alimento, sino también un símbolo de la identidad cultural de Bogotá y de Colombia en general. Su preparación y consumo en reuniones familiares y festividades refuerzan los lazos comunitarios y la memoria histórica. Además, en la actualidad, el ajiaco es reconocido como un patrimonio gastronómico que refleja la diversidad cultural del país..

Figura. La panela

La panela es un producto tradicional colombiano derivado del jugo de caña de azúcar, obtenido mediante evaporación y cristalización sin refinar. A diferencia del azúcar blanco puro, la panela conserva una gran cantidad de nutrientes como minerales (hierro, calcio, magnesio, potasio) y vitaminas del complejo B, que permanecen debido a su procesamiento mínimo. Por ello, desde un punto de vista nutricional, la panela es más rica, ya que aporta no solo carbohidratos simples como fuente de energía, sino también micronutrientes esenciales para el metabolismo y el correcto funcionamiento del organismo.

Sin embargo, la panela tiene un trasfondo histórico complejo. Durante la época colonial, la producción de caña de azúcar estuvo estrechamente vinculada a sistemas de esclavización y explotación laboral. La panela, como producto derivado, fue parte de una economía basada en el trabajo forzado de poblaciones indígenas y africanas esclavizadas. Este modelo productivo contribuyó a consolidar estructuras de desigualdad social y exclusión, que persisten en muchas zonas rurales de Colombia.

Aunque hoy la panela es valorada como un alimento nutritivo y símbolo de identidad cultural, no se puede olvidar que su historia está marcada por la injusticia social y la explotación. Los pequeños productores, en su mayoría campesinos, enfrentan condiciones precarias y baja remuneración, reflejo de las profundas raíces socioeconómicas vinculadas a la producción agrícola. Así, la panela es a la vez un recurso valioso para la alimentación saludable y un recordatorio de las sombras que la historia colombiana ha dejado en torno a la producción de alimentos.

La sangre como una mezcla homogénea




La sangre es uno de los ejemplos más complejos y fascinantes de una disolución homogénea en el cuerpo humano. Esta mezcla fluida de múltiples componentes cumple funciones vitales, como el transporte de oxígeno, nutrientes, desechos y señales químicas. Desde una perspectiva fisicoquímica, la sangre puede ser analizada como una disolución donde el plasma sanguíneo actúa como el solvente, y en él están disueltos iones, gases, proteínas, hormonas, glucosa, lípidos y productos de desecho. Aunque la sangre contiene elementos formes como glóbulos rojos y blancos, estos se consideran una suspensión coloidal estable, mientras que las verdaderas disoluciones ocurren en la fase líquida del plasma.

El caso de Juan, un paciente en tratamiento de diálisis, es un claro ejemplo clínico de cómo los principios de las disoluciones tienen consecuencias biológicas directas. Al ingresar a la unidad, reporta fatiga e hinchazón en los tobillos, síntomas provocados por un desequilibrio en la concentración de electrolitos en su cuerpo. Su enfermera, Amanda, le explica que este desequilibrio se debe a la incapacidad de sus riñones para filtrar correctamente los productos de desecho y regular la cantidad de agua. El agua, al ser el componente mayoritario del plasma, interviene en una infinidad de reacciones químicas, y su exceso o déficit altera gravemente las funciones celulares. En la sangre, como en cualquier disolución, los gradientes de concentración determinan el flujo de sustancias hacia dentro o fuera de las células mediante procesos como la ósmosis y la difusión.

Figura 1. La máquina de diálisis reemplaza funciones renales al eliminar productos de desecho y exceso de agua mediante una membrana semipermeable. Existen dos tipos principales: hemodiálisis, donde la sangre se filtra fuera del cuerpo, y diálisis peritoneal, que utiliza el peritoneo como filtro natural. Los avances incluyen riñones artificiales portátiles, bioimplantes y técnicas como la impresión 3D de tejidos y la clonación de órganos. Los principales retos tecnológicos son la miniaturización, la prevención de infecciones y las complicaciones hemodinámicas, pero las investigaciones actuales ofrecen soluciones prometedoras para mejorar la calidad de vida de los pacientes.

La máquina de diálisis que se le conecta a Juan reemplaza la función de sus riñones al regular las concentraciones de urea, creatinina, potasio y sodio, entre otros solutos. En términos químicos, realiza un proceso de separación mediante una membrana semipermeable que permite el paso de ciertas moléculas por gradiente de concentración, igualando las condiciones del plasma con las de una disolución controlada. Aquí, la comprensión de conceptos como presión osmótica, concentración molar, y volumen de disolvente es esencial para operar la máquina con seguridad. La enfermera de diálisis debe, por tanto, tener dominio sobre estas variables, además de cuidar aspectos prácticos como la higiene del catéter de acceso y la monitorización de la presión arterial del paciente.

Además de iones y desechos nitrogenados, la sangre transporta componentes más complejos, como los lípidos. Sin embargo, los lípidos son moléculas hidrofóbicas, es decir, no se disuelven naturalmente en el medio acuoso que es el plasma. Para solucionar este problema, el cuerpo ha desarrollado estructuras llamadas lipoproteínas, entidades complejas que permiten la solubilización de sustancias hidrofóbicas dentro de una disolución acuosa. Estas lipoproteínas consisten en una capa exterior de fosfolípidos y proteínas que rodea una carga de triglicéridos y colesterol, permitiendo que estos viajen por la sangre sin formar fases separadas.

Existen varios tipos de lipoproteínas, clasificadas por su densidad. Las más conocidas son las lipoproteínas de baja densidad (LDL) y las de alta densidad (HDL). Las LDL son comúnmente llamadas "colesterol malo" porque transportan colesterol desde el hígado hacia los tejidos periféricos, y su exceso puede depositarse en las paredes arteriales, promoviendo la aterosclerosis, un factor de riesgo importante para enfermedades cardiovasculares. En cambio, las HDL, conocidas como "colesterol bueno", recogen el exceso de colesterol de los tejidos y lo devuelven al hígado para su eliminación, reduciendo así el riesgo de acumulación.

Figura 2. Las HDL son partículas esferoidales con un núcleo hidrofóbico de lípidos y una superficie de fosfolípidos y apolipoproteínas como apoA-I, que estabilizan y solubilizan la micela en el plasma. Transportan colesterol, vitaminas liposolubles y lípidos oxidados, protegiendo tejidos. Su estructura anfipática permite resguardar sustancias no hidrosolubles y actuar como sistemas de limpieza y transporte en la sangre.

La relación entre HDL y LDL es un marcador clave en el diagnóstico de síndromes metabólicos y enfermedades del corazón. Esta proporción también puede modificarse con hábitos saludables como una dieta balanceada, reducción del consumo de grasas saturadas, y especialmente mediante el ejercicio físico regular. El ejercicio no solo mejora la proporción HDL/LDL, sino que también regula la homeostasis del agua y electrolitos, mejora la capacidad renal residual, y promueve una mejor circulación, factores que favorecen tanto a personas sanas como a quienes padecen insuficiencia renal.

La sangre, por lo tanto, puede estudiarse como una matriz de disolución multifásica, donde principios como la concentración, la densidad, la presión osmótica, y la solubilidad tienen un papel decisivo en la fisiología humana. En una analogía con la química de laboratorio, el cuerpo es una enorme disolución regulada por un equilibrio dinámico entre entradas y salidas de solutos y solventes, en este caso gestionados por sistemas como el renal, el cardiovascular y el respiratorio. El mal funcionamiento de alguno de estos sistemas, como se ve en el caso de Juan, puede desatar un desequilibrio generalizado, manifestado en síntomas físicos, y solo corregido mediante intervenciones artificiales que imitan la bioquímica natural.

Comprender la sangre como una disolución homogénea permite integrar el conocimiento químico con la práctica clínica. Desde el funcionamiento de una máquina de diálisis, hasta la acción de las lipoproteínas en el transporte de lípidos, y la importancia de la actividad física en la regulación de las concentraciones de estos componentes, queda claro que los fundamentos de química de soluciones son esenciales para entender y mejorar la salud humana.

Referencias

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Figura. Lipoproteína HDL.

Las HDL (high-density lipoproteins) son partículas complejas de forma esferoidal cuya estructura se adapta a su función central: transportar lípidos a través del medio acuoso que constituye el plasma sanguíneo. En su núcleo hidrofóbico se alojan principalmente ésteres de colesterol y triglicéridos, mientras que su superficie está compuesta por una monocapa de fosfolípidos, colesterol libre y múltiples apolipoproteínas. Estas proteínas específicas, como la apolipoproteína A-I (apoA-I), junto con otras como apoA-II, apoC y apoE, no solo estabilizan la partícula, sino que también median sus interacciones con receptores celulares y enzimas plasmáticas.

Estas lipoproteínas forman lo que se denomina una micela blanda o pseudomicela: una estructura donde las partes hidrofóbicas de los lípidos están ocultas en el interior, y las porciones hidrofílicas, principalmente de los fosfolípidos y las apolipoproteínas, están orientadas hacia el exterior. Esta configuración permite que la miscela lipoproteica se mantenga solubilizada en el plasma, actuando como un sistema de transporte de sustancias que no son solubles en agua, sin riesgo de precipitación o agregación. El comportamiento anfipático de estas moléculas es clave: gracias a sus dominios polares e hidrofóbicos, pueden organizar espontáneamente una estructura estable en el entorno acuoso del cuerpo.

Además de colesterol, las HDL pueden captar y transportar vitaminas liposolubles como la vitamina E, residuos lipídicos oxidados y otras moléculas apolares, protegiendo los tejidos frente al daño oxidativo. Esta capacidad de incorporar diferentes sustancias en su superficie o interior depende de la flexibilidad estructural de las HDL y de la cooperación entre sus apolipoproteínas. Por tanto, las HDL no solo eliminan el colesterol de los tejidos periféricos, sino que también actúan como vehículos de limpieza molecular, lo que explica su importancia en la protección cardiovascular y su papel multifuncional en el equilibrio lipídico del cuerpo humano.

sábado, 17 de mayo de 2025

Figura. La dialisis.

La máquina de diálisis es un dispositivo médico que reemplaza parcialmente la función de los riñones en pacientes con insuficiencia renal. Su función principal es eliminar desechos metabólicos, exceso de agua y electrolitos del cuerpo, regulando así la homeostasis química de la sangre. Esto se logra mediante una membrana semipermeable que permite la difusión selectiva de solutos entre la sangre del paciente y una disolución llamada líquido de diálisis, que contiene concentraciones precisas de solutos.

Existen dos tipos principales de diálisis: la hemodiálisis, que requiere el paso de la sangre a través de la máquina para su filtración externa, y la diálisis peritoneal, en la que se introduce el líquido de diálisis en la cavidad abdominal, utilizando el peritoneo como membrana natural. La hemodiálisis es más común en hospitales o clínicas, mientras que la peritoneal puede realizarse en casa.

Entre los avances tecnológicos recientes se encuentran los riñones artificiales portátiles, como el WAK (Wearable Artificial Kidney), que permite movilidad y mayor calidad de vida. Otro frente de innovación es el riñón bioartificial implantable, desarrollado por el proyecto Kidney Project en EE. UU., que combina microchips y células vivas.

Uno de los mayores desafíos es la miniaturización de las máquinas, ya que los sistemas actuales siguen siendo voluminosos y dependientes de infraestructura clínica. A esto se suma el riesgo de infección, coagulación y cambios bruscos de presión en pacientes sensibles.

En paralelo, se investigan terapias de bioingeniería regenerativa, como la clonación de riñones a partir de células madre, la impresión 3D de tejidos renales, y la modulación genética para restaurar funciones renales dañadas. Aunque aún en fase experimental, estas tecnologías prometen una transformación profunda en el tratamiento de la enfermedad renal crónica.

Conversiones entre unidades de concentración




Las conversiones entre unidades de concentración pueden ser complejas, ya que requieren un buen conocimiento de las fórmulas y su correcta manipulación. Incluso los expertos pueden enfrentar dificultades si no repasan cuidadosamente los conceptos. En esta lección, analizaremos la molalidad, la molaridad, algunas de sus variantes y sus relaciones con otras unidades de concentración

Molalidad

La molalidad es una unidad de concentración que expresa la cantidad de soluto (en moles) disuelto por cada kilogramo de disolvente. A diferencia de otras unidades como la molaridad, que dependen del volumen total de la disolución, la molalidad se basa únicamente en la masa del disolvente, lo que la hace útil en situaciones donde la temperatura o la presión pueden afectar el volumen.

Recordemos que una unidad de concentración mide qué tan dispersa está una sustancia con respecto a otras en una mezcla homogénea, ya sea en función de la cantidad total de sustancia presente o del espacio en el que se distribuye. Por ello, hablar de concentración es hablar de la relación cuantitativa entre el soluto y su entorno, lo que permite comparar soluciones, predecir propiedades físicas como la presión osmótica, o entender fenómenos como la ebullición y la congelación en mezclas.

La unidad derivada m se lee como molales o molal, y se utiliza para expresar la molalidad, es decir, los moles de soluto por kilogramo de disolvente. En textos y enunciados científicos, esta unidad suele aparecer escrita como “m” o como “molales” en forma algebraica. Es fundamental interpretar correctamente su significado al momento de utilizarla como factor de conversión, asegurándose de aplicar las identidades correspondientes. Por ejemplo, si una disolución tiene una concentración de 0.50 m, esto debe leerse como “0.50 molales” o “0.50 mol de soluto por cada 1.00 kg de disolvente”.

Figura 1. Axioma de la molalidad.

Molalidad en función de un gas, un sólido puro y un líquido puro

La molalidad, al igual que muchas otras medidas de cantidad, presenta un inconveniente práctico: en el laboratorio no contamos con balanzas de cantidad de sustancia. Por tanto, la molalidad no se mide directamente, sino que debe calcularse a partir de otros parámetros accesibles, como la masa y el volumen del líquido puro, o incluso desde otras unidades de concentración.

En esta etapa, nos enfocaremos en cómo determinarla a partir de propiedades de sustancias puras. Por ejemplo, si partimos de un gas, podemos aplicar la ley del gas ideal para obtener la cantidad de sustancia. Si contamos con la masa de un soluto, usamos su masa molar para calcular los moles. Y si trabajamos con el volumen de un líquido, debemos emplear la densidad junto con la masa molar, lo que nos permite derivar las ecuaciones o teoremas de conversión correspondientes.

Este enfoque destaca la importancia de entender las relaciones entre unidades físicas y cómo éstas se transforman mediante factores de conversión. La molalidad, expresada en mol/kg, se convierte así en una herramienta útil, pero su aplicación exige interpretación contextual y un uso correcto de los valores experimentales disponibles.

Figura 2. El teorema de la molalidad usa el ratio adimensional de masas de soluto y solvente junto con la masa molar invertida para calcular concentraciones. Es esencial convertir gramos a kilogramos para mantener la coherencia dimensional. Esta fórmula compacta facilita cálculos precisos en química y fisicoquímica, optimizando el análisis de disoluciones con datos experimentales. Demostración.

Observa que este teorema nos indica cómo realizar la conversión desde la fracción masa a masa del soluto. Si conocemos la fracción másica del soluto, podemos obtener la del solvente simplemente restándola de 100%, ya que la suma de ambas debe ser igual al 100% en una mezcla binaria.

Aunque los valores utilizados en algunos ejemplos pueden no representar datos experimentales reales, lo importante es que mantienen la proporción correcta entre soluto y solvente. Estas proporciones pueden interpretarse como las masas relativas de cada componente y, por tanto, utilizarse directamente como masas absolutas en cálculos posteriores, siempre que se mantenga la escala.

Este enfoque es útil tanto para realizar conversiones entre unidades de concentración como para establecer relaciones cuantitativas en problemas de estequiometría, preparación de disoluciones o determinación de propiedades coligativas.

Figura 3. La molalidad, al expresarse como función de la masa del soluto y el volumen del solvente, requiere una fórmula explícita sin ratios adimensionales, pues masa y volumen son magnitudes distintas. La densidad del solvente permite convertir volumen en masa, facilitando cálculos precisos en laboratorio, esenciales para estudiar propiedades coligativas y equilibrar concentraciones en disoluciones. Demostración.

Figura 4. La molalidad calculada con volúmenes líquidos puros y densidades conocidas resulta en una expresión compacta, donde los ratios de variables semejantes son adimensionales y simplifican el análisis dimensional. Al sustituir densidades y volúmenes, se reduce la carga simbólica, facilitando el uso del factor de conversión para masa molar invertida, optimizando cálculos en química y fisicoquímica. Demostración.

Molaridad en función de un gas, un sólido puro y un líquido puro

La molaridad de un gas puede entenderse de dos maneras distintas. Por un lado, cuando la definimos originalmente, observamos que un gas puede dispersarse en un espacio propio, lo que permite asignarle una molaridad autónoma, sin necesidad de un solvente. Esta interpretación se basa en el volumen que ocupa el gas en determinadas condiciones de presión y temperatura.

Por otro lado, muchos gases son solubles en agua, y en este contexto pueden presentar una molaridad líquida, es decir, una concentración que depende del volumen del líquido dispersante, como el agua. En estos casos, el gas actúa como un soluto clásico, y su concentración se rige por una relación conocida como la ley de Henry, que describe cómo varía la solubilidad de un gas en un líquido con la presión. Sin embargo, este tema no será abordado en esta sección.

Nos enfocaremos exclusivamente en la molaridad de sustancias puras, tanto sólidos como líquidos. Las conversiones necesarias para calcular la molaridad son esencialmente las mismas que las utilizadas para la molalidad. Es decir, recurrimos a la masa molar del soluto y a la densidad del líquido para obtener los teoremas de conversión pertinentes. Dado que los pasos de deducción son directos y se basan en definiciones básicas, homólogas a las de la figura 2, no es necesario presentar aquí la demostración completa.

Figura 5. El teorema de la molaridad como función de un sólido puro permite calcular la concentración usando la masa del soluto y el volumen total de la disolución. Se basa en el axioma de la masa molar y evita el uso directo de moles, facilitando el trabajo experimental. Es fundamental en química analítica y enseñanza, ya que no involucra ratios de magnitudes semejantes y mantiene una expresión desplegada y clara. Demostración.

Figura 6. El teorema de la molaridad de un líquido puro permite calcular la concentración usando la fracción de volumen, definida como el volumen del soluto entre el volumen de la disolución. Al ser una cantidad adimensional, facilita una expresión elegante al combinar densidad y masa molar. Este teorema es especialmente útil en disoluciones diluidas, ya que reduce la complejidad experimental y facilita el análisis dimensional. Demostración.

En disoluciones ideales, es decir, aquellas con concentraciones muy bajas (generalmente inferiores a 0.01mol/L), podemos asumir que el volumen total de la disolución depende casi exclusivamente de la masa del solvente. Esta simplificación es válida porque, en tales condiciones, la presencia del soluto no altera significativamente el volumen o masa del sistema.

Cuando el solvente es agua, esta suposición se vuelve aún más útil gracias a una coincidencia histórica y práctica: la definición original del litro y del kilogramo proviene de la Revolución Francesa, donde se estableció que 1 litro de agua pura a 4°C tiene una masa de 1 kilogramo. Aunque esta equivalencia ha sido redefinida con mayor precisión desde entonces, sigue siendo válida con un margen de error mínimo en la mayoría de los experimentos de laboratorio a temperatura ambiente (14–28°C).

Figura 7. La molaridad y la molalidad miden concentración en función del volumen de disolución y la masa del solvente, respectivamente. Su conversión depende del ratio masa del solvente/volumen de disolución, que en disoluciones ideales acuosas es aproximadamente 1 kg/L, facilitando cálculos simples. En soluciones concentradas o con otros solventes, es crucial considerar variaciones para evitar errores

Gracias a esta relación, podemos aplicar conversiones directas entre masa y volumen del agua en disoluciones diluidas, utilizando la equivalencia:
1kg ≈ 1L y 1g ≈ 1mL.
Esto permite expresar fácilmente la masa del soluto o de la disolución en términos de volumen y viceversa, lo que simplifica muchos cálculos en química analítica y fisicoquímica. Este principio es clave para comprender la relación entre unidades de concentración como la molaridad y la molalidad, así como para facilitar la resolución de problemas experimentales mediante aproximaciones razonables.

Conocimiento completo de la disolución

En ocasiones será necesario realizar conversiones entre distintas unidades de concentración, lo cual puede representar un desafío si se intenta hacer conversiones directas entre ellas. Aunque en algunos casos —especialmente en contextos teóricos— es posible deducir teoremas que permiten generar cocientes equivalentes para ahorrar tiempo, en la práctica cotidiana con lápiz y papel, la estrategia más segura y eficiente consiste en recurrir al conocimiento completo de la disolución.

Esto implica abandonar momentáneamente las unidades de concentración más sofisticadas y enfocarse en los parámetros base: es decir, conocer las cantidades, masas, volúmenes de soluto, solvente y disolución. Para esto, es indispensable contar con los valores de densidad y masas molares correspondientes.

Una vez determinados estos parámetros fundamentales, el cálculo de cualquier unidad de concentración (como molalidad, molaridad, fracción molar o porcentaje masa a masa) se reduce a la aplicación directa de sus definiciones algebraicas. Así, se evita depender de conversiones complejas o fórmulas especiales, y se garantiza la consistencia dimensional y la exactitud del resultado final.

Referencias

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Teorema. Molaridad como función de la molalidad.

[Demostración]

La molaridad y la molalidad son dos unidades fundamentales para expresar concentración, pero difieren en su base: la molaridad mide moles de soluto por litro de disolución, mientras que la molalidad se refiere a moles de soluto por kilogramo de solvente. La conversión entre ambas depende del factor masa del solvente sobre volumen de la disolución, que relaciona la masa del solvente con el volumen total, integrando propiedades físicas esenciales de la mezcla.

En disoluciones ideales, especialmente acuosas y diluidas, este factor se aproxima a 1 kg/L, ya que la densidad del agua pura es cercana a esta cifra bajo condiciones estándar. Esta aproximación permite una conversión directa y sencilla entre molaridad y molalidad, facilitando cálculos rápidos y precisos para muchas aplicaciones no analíticas. Sin embargo, en soluciones concentradas o con solventes diferentes al agua, las interacciones entre moléculas pueden alterar el volumen total y la densidad, haciendo que el ratio masa/volumen se desvíe significativamente de 1.

En estos casos, es fundamental usar datos experimentales para obtener conversiones exactas. Comprender este factor de conversión y sus limitaciones es clave para aplicar correctamente estas unidades en contextos químicos y fisicoquímicos, garantizando resultados fiables y evitando errores derivados de supuestos inapropiados. Así, el teorema que vincula molaridad y molalidad refleja la importancia de las propiedades físicas del sistema y la historia metrológica del agua en la práctica química.

Teorema. Molaridad de un líquido puro en términos de una fracción de volumen


[Demostración]

El teorema de la molaridad de un líquido puro en términos de una fracción de volumen es una herramienta fundamental en el análisis de disoluciones líquidas. En este caso, el soluto es un líquido puro cuya masa se puede calcular mediante el axioma de la densidad, despejando directamente a partir del volumen conocido. Esta masa luego se transforma en cantidad de sustancia mediante el axioma de la masa molar, permitiendo así calcular la molaridad.

La clave de este teorema radica en el uso de una fracción de volumen, definida como el cociente entre el volumen del soluto líquido puro y el volumen total de la disolución. Esta fracción, al ser un ratio de magnitudes semejantes (volumen entre volumen), es adimensional, lo que permite una expresión algebraica compacta y elegante, ideal para análisis dimensional y para la simplificación simbólica en cálculos manuales o computacionales.

Este enfoque es especialmente útil cuando el volumen de la disolución está dominado por el solvente, como ocurre en disoluciones diluidas. Además, permite expresar la molaridad sin necesidad de determinar directamente la masa del soluto, reduciendo la carga experimental y simbológica en ejercicios de laboratorio o lápiz y papel.

Teorema. Molaridad como función de un sólido puro de masa conocida

[Demostración]

El teorema de la molaridad como función de un sólido puro de masa conocida permite expresar esta propiedad intensiva en términos operativos de laboratorio, prescindiendo de la necesidad de conocer directamente la cantidad de sustancia (mol). En la práctica, al preparar una disolución a partir de un soluto sólido como una sal o un ácido cristalino, lo que realmente se mide con una balanza es su masa. A partir del axioma de la masa molar, esta masa puede convertirse en moles, que luego se relacionan con el volumen total de la disolución medido en litros, dando como resultado la molaridad.

Este teorema es clave en la enseñanza y la práctica química porque permite vincular directamente la concentración molar con los insumos físicos medibles: la masa del soluto y el volumen de la disolución. No se generan ratios de cantidades físicas semejantes, por lo que la fórmula queda en su forma completamente desplegada, manteniendo la distinción clara entre magnitudes. Es especialmente útil para preparar soluciones patrón, estandarizar reactivos, o calcular cantidades estequiométricas en procesos cuantitativos. Su claridad y aplicabilidad hacen de este teorema una herramienta esencial en laboratorios de química analítica, físicoquímica y enseñanza general de soluciones.

Demostración. Teoremas clave de la molaridad

La molaridad, al igual que la molalidad, cuenta con una serie de teoremas clave que permiten su cálculo desde distintas condiciones experimentales. Aunque su definición fundamental se basa en la cantidad de sustancia de soluto por volumen de disolución en litros, en la práctica de laboratorio es común que se parta de masas o volúmenes relativos, por lo que es necesario derivar fórmulas operativas más accesibles para lápiz y papel.

En primer lugar, cuando se conoce la masa del soluto y se desea calcular la molaridad, se parte del axioma fundamental y se sustituye la cantidad de sustancia usando la masa molar, despejando y combinando para obtener una expresión donde la molaridad se calcula directamente desde la masa del soluto y el volumen total de la disolución. Este enfoque es útil cuando se disuelve un sólido en un volumen fijo, como una sal en agua, y se desea conocer la concentración resultante en mol/L.

Otro caso importante es el cálculo de molaridad cuando tanto el soluto como el solvente son líquidos. Aquí se puede partir de una fracción de volúmenes, es decir, un cociente entre el volumen del soluto y el volumen total de la disolución. Usando las densidades respectivas y la masa molar del soluto, se llega a una fórmula que permite calcular la molaridad de manera compacta y sin necesidad de conversiones sofisticadas, especialmente útil en mezclas de líquidos miscibles como etanol en agua.

Finalmente, es posible establecer una conversión formal entre molalidad y molaridad, utilizando densidad de la disolución y masa molar, considerando que una se refiere al kilogramo de solvente y la otra al litro de disolución. Este puente es fundamental para análisis comparativos y para pasar entre unidades en informes científicos.

Iniciaremos con el axioma de la molaridad.

\[c_i = \frac{n_i}{V} \quad (1)\]

El volumen indicado en la ecuación 1 no lleva subíndices por una razón práctica común en el desarrollo de demostraciones químicas: es un atajo notacional que permite aligerar la escritura cuando no hay riesgo de ambigüedad. En este caso específico, dicho volumen representa el volumen total de la disolución, ya que estamos trabajando con una sola mezcla homogénea. Al no haber múltiples disoluciones involucradas ni comparación entre volúmenes parciales, la omisión del subíndice no afecta la comprensión del teorema.

Molaridad de un soluto sólido

Iniciamos el desarrollo a partir del axioma de la masa molar, que relaciona la masa de una sustancia con su cantidad de sustancia.

\[n = \frac{m}{M} \quad (2)\]

Al despejar la cantidad de sustancia desde esta relación (ecuación 2), obtenemos una expresión que nos permite conectar directamente una masa conocida de soluto sólido con los cálculos posteriores de concentración. Luego, sustituimos esta expresión en el axioma fundamental de la molaridad (ecuación 1), el cual define la molaridad como el cociente entre la cantidad de sustancia de soluto y el volumen de la disolución. Al insertar el despeje obtenido en el paso anterior, derivamos la ecuación (3), que representa un teorema operativo para calcular la molaridad a partir de la masa del soluto sólido y el volumen total de la disolución.

\[c_i = \frac{m_i}{V \cdot M_i} \quad (3)\]

Molaridad a partir del volumen del soluto líquido

En el caso de que el soluto sea un líquido, recurrimos al teorema de la densidad, el cual nos permite relacionar masa, volumen y densidad de dicho componente.

\[m_i = V_i \cdot \rho_i \quad (4)\]

Despejando la masa del soluto a partir de esta relación, obtenemos una expresión que sustituimos directamente en el teorema (3), previamente obtenido para un soluto sólido, con el fin de construir una nueva expresión válida para solutos líquidos.

\[c_i = \frac{V_i \cdot \rho_i}{V \cdot M_i} \quad (5)\]

Al realizar esta sustitución, surge naturalmente un ratio entre volúmenes de magnitudes físicas semejantes, específicamente el volumen del soluto respecto al volumen de la disolución. Este cociente, al ser adimensional, puede adquirir un símbolo propio y una interpretación concreta: lo definimos como el axioma de la fracción de volumen, el cual se convierte en una herramienta conceptual poderosa y versátil en este tipo de sistemas. Esta fracción, al ser una forma de razón relativa, es especialmente útil cuando las cantidades absolutas de los volúmenes no se conocen, pero sí se conoce su proporción.

\[c_i =\phi_i \cdot \frac{\rho_i}{M_i} \quad (6)\]

Conversión formal molaridad molalidad

Ambos teoremas tienen en común que expresan la cantidad de sustancia del soluto, por lo que podemos igualarlos a través de esta magnitud. Para ello, primero despejamos la cantidad de sustancia en función de la molaridad y luego a partir de la molalidad.

\[ n_i = c_i \cdot V \quad (7) \]

\[ n_i = b_i \cdot m_j \quad (8) \]

Al igualar estas dos expresiones, obtenemos una ecuación que nos permite transformar una concentración en la otra, según las variables disponibles.

\[c_i \cdot V = b_i \cdot m_j \quad (9) \]

A partir de allí, podemos despejar la molaridad o la molalidad, dependiendo de cuál sea el objetivo del problema.

\[c_i = b_i \cdot \frac{m_j }{V} \quad (10) \]

Este teorema nos permite llegar a una conclusión elegante: en disoluciones ideales, donde la mayor parte de la masa corresponde al solvente, y si este solvente es agua, el cociente entre la masa del solvente y el volumen de la disolución tiende a ser prácticamente uno. Esta relación simplificada justifica por qué, en muchos contextos educativos y prácticos, se realiza directamente la conversión entre molalidad y molaridad sin cálculos adicionales. Sin embargo, es fundamental entender que esta equivalencia solo se sostiene bajo ciertas condiciones: que el soluto esté presente en muy baja concentración y que el solvente sea agua, cuyas propiedades físicas permiten esta aproximación. Fuera de ese contexto, aplicar esta conversión directa puede llevar a errores, especialmente en disoluciones concentradas o con solventes diferentes al agua

Los teoremas clave extraídos de estas demostraciones, junto con sus factores de conversión homólogos son, son:

Molaridad de un soluto sólido (enlace).

Molaridad de un soluto líquido (enlace).

Molaridad como función de la molalidad (enlace).

Teorema. Molalidad de dos líquidos puros

[Demostración]

La molalidad calculada a partir de dos volúmenes líquidos puros de densidad conocida se expresa mediante teoremas que muestran cómo las unidades resultantes son el inverso de la masa molar, ajustada a kilogramos en lugar de gramos. Este ajuste es fundamental para mantener la coherencia en las unidades y facilitar su aplicación práctica en química y fisicoquímica.

Cuando se forman dos cocientes de variables semejantes —en este caso, ratios de densidadesvolúmenes— estos se contraen, produciendo una expresión más compacta y elegante. Este fenómeno es clave porque los ratios de cantidad física semejante son adimensionales, lo que simplifica notablemente el análisis dimensional y reduce la complejidad del cálculo. En la práctica, esto significa que al operar con densidades y volúmenes, se puede evitar trabajar con unidades excesivamente complicadas, disminuyendo la carga simbólica y facilitando la interpretación y el manejo de los datos experimentales.

Al aplicar técnicas algebraicas para sustituir las dos densidades y los dos volúmenes en la fórmula, se simplifican los términos y se reemplazan con valores numéricos específicos, lo cual reduce aún más la carga simbólica. Esta simplificación permite que la conversión correspondiente —necesario para ajustar gramos a kilogramos en la masa molar invertida— se gestione de forma clara y directa. En conjunto, este método resulta en una fórmula compacta y práctica, ideal para cálculos manuales o computacionales en laboratorios. Así, la molalidad se convierte en una herramienta eficaz para describir concentraciones en mezclas líquidas, con aplicaciones directas en propiedades coligativas, equilibrio químico y procesos industriales.

Teorema. Molalidad como función del volumen del solvente líquido y la masa del soluto sólido


[Demostración]

La molalidad es una unidad de concentración que relaciona la cantidad de soluto con la masa del solvente, y es fundamental en química y fisicoquímica por su precisión al describir disoluciones. Cuando se plantea la molalidad como función de la masa del soluto y el volumen del solvente, el cálculo requiere un enfoque distinto, ya que en este caso no se puede utilizar un ratio adimensional de variables semejantes. Esto implica que la fórmula debe expresarse de forma explícita, sin contraer términos en cocientes, pues el volumen y la masa son magnitudes físicas diferentes.

Para llevar a cabo este cálculo, es necesario conocer la densidad del solvente, ya que esta permite convertir el volumen en masa, un paso clave para relacionar ambas magnitudes y mantener la coherencia en las unidades. La densidad, definida como la masa por unidad de volumen, es un parámetro físico intensivo que varía con la temperatura y la presión, y por ello su valor debe ser conocido con precisión para obtener resultados confiables. Al combinar la masa del soluto con el volumen del solvente y la densidad, se obtiene una expresión de la molalidad que integra estas variables de forma directa.

Este enfoque es especialmente útil en situaciones prácticas de laboratorio donde se mide el volumen de solvente en lugar de su masa, como en soluciones líquidas donde es más sencillo medir volúmenes con pipetas o buretas. Al evitar la generación de ratios adimensionales, la fórmula se mantiene más explícita, lo que ayuda a identificar claramente cada variable involucrada. Esto facilita la comprensión del proceso y la aplicación de la molalidad en estudios de propiedades coligativas, equilibrio químico, y en el diseño y análisis de experimentos donde la precisión en la concentración es crucial.

Teorema. Molalidad como función de las masas de soluto y solvente

[Demostración]

El teorema de la molalidad como función del ratio de masas del soluto sobre el solvente y su masa molar es una herramienta fundamental para el cálculo preciso de concentraciones en química y fisicoquímica. En este teorema, el ratio de masas, denotado como m(i/j)m(i/j), representa el cociente entre la masa del soluto y la masa del solvente. Por ser un cociente entre magnitudes semejantes, este ratio es adimensional, lo que significa que no posee unidades propias y facilita su manipulación algebraica en los cálculos. Esta característica hace que la expresión sea compacta y elegante, optimizando su uso en problemas prácticos.

Un aspecto crucial de este teorema es el manejo correcto de la masa molar, que usualmente se expresa en gramos sobre mol (g/mol). Para incorporar la masa molar en la fórmula, esta se invierte, convirtiéndose en moles sobre gramo (mol/g). Sin embargo, para que el resultado final de la molalidad cumpla con su definición estándar —moles de soluto sobre kilogramo de solvente— es indispensable realizar la conversión de gramos a kilogramos. Esta conversión se aplica exclusivamente al denominador de la masa molar invertida, no al ratio de masas, ya que este último, al ser adimensional, no requiere conversión de unidades. Esta precisión en las unidades es vital para mantener la coherencia dimensional y evitar errores en los cálculos.

Esta formulación del teorema permite un análisis dimensional claro y riguroso, facilitando su aplicación en ejercicios de laboratorio y problemas teóricos. Además, el enfoque basado en el ratio de masas simplifica la interpretación y cálculo de la molalidad, especialmente cuando se manejan datos experimentales de masas directamente. La combinación de un ratio adimensional con una conversión de unidades específica hace que esta expresión sea una herramienta eficiente y confiable en el ámbito químico y fisicoquímico, asegurando resultados exactos y consistentes en el estudio y aplicación de concentraciones de disoluciones.

Teorema. Axioma de la molalidad

El axioma de la molalidad establece que esta unidad de concentración se define como la cantidad de sustancia de soluto expresada en moles dividida por la masa del solvente expresada en kilogramos. A diferencia de otras unidades como la molaridad, que dependen del volumen total de la disolución, la molalidad se fundamenta exclusivamente en la masa del solvente, lo que la hace independiente de las variaciones de temperatura y presión que afectan el volumen. Esta propiedad convierte a la molalidad en una herramienta especialmente útil cuando se trabaja con condiciones experimentales no ideales o cambiantes.

En química general, la molalidad se emplea para describir mezclas en las que la cantidad de soluto es pequeña en comparación con la del solvente, lo cual es típico en disoluciones diluidas. También resulta útil cuando se comparan disoluciones que contienen diferentes solutos pero el mismo solvente, ya que proporciona una base común relacionada con la masa del medio dispersante. Esta perspectiva permite analizar cómo una sustancia interactúa con el solvente de forma más precisa que usando unidades basadas en volumen, como la molaridad, que pueden enmascarar diferencias debido a la expansión térmica o compresibilidad de los líquidos.

En fisicoquímica, la molalidad es clave para la formulación y análisis de las propiedades coligativas, como la disminución del punto de congelación, el aumento del punto de ebullición y la presión osmótica. Estas propiedades dependen únicamente del número de partículas de soluto presentes en relación con el solvente, no de su naturaleza química ni del volumen total de la disolución. Por ello, expresar las concentraciones en molalidad permite una conexión más directa entre la concentración real del sistema y los efectos observables, reforzando el papel de esta unidad como base sólida para estudios termodinámicos..

Demostración. Teoremas clave de la molalidad

En esta demostración plantearemos los teoremas clave de la molalidad cuando trabajamos con masas o volúmenes, en lugar de usar directamente su axioma fundamental, que se basa en la cantidad de sustancia del soluto expresada en moles. Esto se debe a que, como es bien sabido, en un laboratorio no existen balanzas de cantidad de sustancia, ya que esta es una magnitud física que se mide en moles, a diferencia de la masa, que sí puede medirse directamente en gramos. Por ello, en la práctica experimental debemos recurrir a relaciones derivadas que vinculan masa, volumen, densidad y masa molar, para calcular la molalidad de manera efectiva y precisa.

Iniciamos con el axioma fundamental de la molalidad (1).

\[b_i =\frac{n_i}{m_j} \quad (1) \]

Molalidad de una masa sólida

Como primer caso, analizamos cómo determinar la molalidad a partir de un soluto en estado sólido. Para ello, recurrimos al axioma de la masa molar, pero esta vez despejando la cantidad de sustancia (2).

\[n_i =\frac{m_i}{M_j} \quad (1) \]

Luego, combinamos ambos principios para obtener el teorema correspondiente (3), que permite expresar la molalidad como función de la masa del soluto sólido, tal como se haría al medir la masa de un hidróxido en una preparación experimental

\[b_i =\frac{m_i}{m_j \cdot M_i} \quad (3) \]

Dado que se trata de un cociente entre magnitudes semejantes —ambas masas—, el ratio puede contraerse algebraicamente. Esto permite simplificar la expresión y obtener el teorema en su forma más breve y elegante, facilitando tanto su uso práctico como su memorización conceptual en contextos de laboratorio o resolución de problemas

\[b_i =\frac{m_{i/j}}{M_i} \quad (4) \]

Molalidad del volumen de solvente puro

Si asumimos que el solvente es un líquido puro, o que puede tratarse como tal bajo condiciones prácticas de laboratorio, podemos invocar el axioma de la densidad (5), esta vez despejando directamente la masa del solvente.

\[m =V \cdot \rho \quad (5) \]

Esta expresión puede sustituirse en el teorema (3), lo que nos lleva a una nueva formulación: el teorema de la molalidad en función de la masa del soluto sobre el volumen del solvente

\[b_i =\frac{m_i}{V_j \cdot \rho_j \cdot M_i} \quad (6) \]

Molalidad de dos volúmenes

Si tanto el soluto como el solvente son líquidos, podemos sustituir ambas masas utilizando sus respectivas densidades y volúmenes, en lugar de sustituir únicamente la del solvente. Esto permite expresar la molalidad completamente en función de volúmenes y densidades, lo cual resulta especialmente útil cuando se trabaja con líquidos miscibles en condiciones experimentales comunes

\[b_i =\frac{V_i \cdot \rho_i}{V_j \cdot \rho_j \cdot M_i} \quad (7) \]

Como obtenemos dos cocientes de variables semejantes —uno de volúmenes y otro de densidades—, podemos contraerlos utilizando la notación de ratios, lo que nos permite expresar el resultado de forma más compacta y elegante. Esta contracción mantiene la proporcionalidad entre las magnitudes y simplifica el teorema final sin perder su validez conceptual ni práctica.

\[b_i =\frac{1}{ M_i} \cdot \rho_{i/j} \cdot V_{i/j} \quad (8) \]

El teorema anterior se expresa con la masa molar en la forma \(1/M_i\), seguida de dos ratios (como volumen y densidad), lo cual se deriva naturalmente por razones de despeje algebraico. Esta estructura facilita el análisis dimensional, lo que la convierte en una formulación más elegante y funcional que otras alternativas.

Con ello, hemos obtenido una serie de tres teoremas clave:

  1. Molalidad a partir de un soluto sólido y un solvente de volumen conocido. (Enlace)
  2. Molalidad con soluto líquido y masa conocida del solvente. (Enlace)
  3. Molalidad con soluto y solvente ambos líquidos, una situación común en sistemas orgánicos o mezclas miscibles. (Enlace)

Estos casos son especialmente frecuentes en problemas de lápiz y papel, donde se busca eficiencia en los cálculos sin perder precisión conceptual..