La sangre es uno de los ejemplos más complejos y fascinantes
de una disolución homogénea en el cuerpo humano. Esta mezcla fluida de
múltiples componentes cumple funciones vitales, como el transporte de oxígeno,
nutrientes, desechos y señales químicas. Desde una perspectiva fisicoquímica,
la sangre puede ser analizada como una disolución donde el plasma sanguíneo
actúa como el solvente, y en él están disueltos iones, gases,
proteínas, hormonas, glucosa, lípidos y productos de desecho. Aunque la
sangre contiene elementos formes como glóbulos rojos y blancos, estos se
consideran una suspensión coloidal estable, mientras que las verdaderas
disoluciones ocurren en la fase líquida del plasma.
El caso de Juan, un paciente en tratamiento de diálisis, es
un claro ejemplo clínico de cómo los principios de las disoluciones tienen
consecuencias biológicas directas. Al ingresar a la unidad, reporta fatiga
e hinchazón en los tobillos, síntomas provocados por un desequilibrio en
la concentración de electrolitos en su cuerpo. Su enfermera, Amanda, le
explica que este desequilibrio se debe a la incapacidad de sus riñones para
filtrar correctamente los productos de desecho y regular la cantidad
de agua. El agua, al ser el componente mayoritario del plasma, interviene
en una infinidad de reacciones químicas, y su exceso o déficit altera
gravemente las funciones celulares. En la sangre, como en cualquier disolución,
los gradientes de concentración determinan el flujo de sustancias hacia
dentro o fuera de las células mediante procesos como la ósmosis y la difusión.
Figura
1. La máquina de diálisis reemplaza funciones renales al eliminar productos
de desecho y exceso de agua mediante una membrana semipermeable.
Existen dos tipos principales: hemodiálisis, donde la sangre se filtra
fuera del cuerpo, y diálisis peritoneal, que utiliza el peritoneo
como filtro natural. Los avances incluyen riñones artificiales portátiles,
bioimplantes y técnicas como la impresión 3D de tejidos y la clonación
de órganos. Los principales retos tecnológicos son la miniaturización,
la prevención de infecciones y las complicaciones hemodinámicas,
pero las investigaciones actuales ofrecen soluciones prometedoras para
mejorar la calidad de vida de los pacientes.
La máquina de diálisis que se le conecta a Juan reemplaza la
función de sus riñones al regular las concentraciones de urea, creatinina,
potasio y sodio, entre otros solutos. En términos químicos,
realiza un proceso de separación mediante una membrana semipermeable que
permite el paso de ciertas moléculas por gradiente de concentración,
igualando las condiciones del plasma con las de una disolución controlada.
Aquí, la comprensión de conceptos como presión osmótica, concentración
molar, y volumen de disolvente es esencial para operar la máquina
con seguridad. La enfermera de diálisis debe, por tanto, tener dominio sobre
estas variables, además de cuidar aspectos prácticos como la higiene del catéter
de acceso y la monitorización de la presión arterial del paciente.
Además de iones y desechos nitrogenados, la sangre
transporta componentes más complejos, como los lípidos. Sin embargo, los
lípidos son moléculas hidrofóbicas, es decir, no se disuelven
naturalmente en el medio acuoso que es el plasma. Para solucionar este
problema, el cuerpo ha desarrollado estructuras llamadas lipoproteínas,
entidades complejas que permiten la solubilización de sustancias
hidrofóbicas dentro de una disolución acuosa. Estas lipoproteínas consisten
en una capa exterior de fosfolípidos y proteínas que rodea una carga de triglicéridos
y colesterol, permitiendo que estos viajen por la sangre sin formar fases
separadas.
Existen varios tipos de lipoproteínas, clasificadas por su densidad.
Las más conocidas son las lipoproteínas de baja densidad (LDL) y las de
alta densidad (HDL). Las LDL son comúnmente llamadas "colesterol
malo" porque transportan colesterol desde el hígado hacia los tejidos
periféricos, y su exceso puede depositarse en las paredes arteriales,
promoviendo la aterosclerosis, un factor de riesgo importante para enfermedades
cardiovasculares. En cambio, las HDL, conocidas como "colesterol
bueno", recogen el exceso de colesterol de los tejidos y lo devuelven al
hígado para su eliminación, reduciendo así el riesgo de acumulación.
Figura
2. Las HDL son partículas esferoidales con un núcleo hidrofóbico
de lípidos y una superficie de fosfolípidos y apolipoproteínas
como apoA-I, que estabilizan y solubilizan la micela en el plasma.
Transportan colesterol, vitaminas liposolubles y lípidos
oxidados, protegiendo tejidos. Su estructura anfipática permite
resguardar sustancias no hidrosolubles y actuar como sistemas de limpieza
y transporte en la sangre.
La relación entre HDL y LDL es un marcador clave en el
diagnóstico de síndromes metabólicos y enfermedades del corazón.
Esta proporción también puede modificarse con hábitos saludables como
una dieta balanceada, reducción del consumo de grasas saturadas, y
especialmente mediante el ejercicio físico regular. El ejercicio no solo
mejora la proporción HDL/LDL, sino que también regula la homeostasis del
agua y electrolitos, mejora la capacidad renal residual, y promueve
una mejor circulación, factores que favorecen tanto a personas sanas como a
quienes padecen insuficiencia renal.
La sangre, por lo tanto, puede estudiarse como una matriz
de disolución multifásica, donde principios como la concentración,
la densidad, la presión osmótica, y la solubilidad tienen
un papel decisivo en la fisiología humana. En una analogía con la química de
laboratorio, el cuerpo es una enorme disolución regulada por un equilibrio
dinámico entre entradas y salidas de solutos y solventes, en este caso
gestionados por sistemas como el renal, el cardiovascular y el respiratorio. El
mal funcionamiento de alguno de estos sistemas, como se ve en el caso de Juan,
puede desatar un desequilibrio generalizado, manifestado en síntomas físicos, y
solo corregido mediante intervenciones artificiales que imitan la bioquímica
natural.
Comprender la sangre como una disolución homogénea permite
integrar el conocimiento químico con la práctica clínica. Desde el
funcionamiento de una máquina de diálisis, hasta la acción de las lipoproteínas
en el transporte de lípidos, y la importancia de la actividad física en
la regulación de las concentraciones de estos componentes, queda claro que los
fundamentos de química de soluciones son esenciales para entender y
mejorar la salud humana.
Referencias
Feingold,
K. R., & Grunfeld, C. (2000). Introduction to Lipids and Lipoproteins.
En K. R. Feingold et al. (Eds.), Endotext. MDText.com, Inc.
Gropper, S.
S., & Smith, J. L. (2021). Advanced nutrition and human metabolism
(7th ed.). Cengage Learning.
Guyton, A.
C., & Hall, J. E. (2021). Tratado de fisiología médica (14.ª
ed., trad. de la ed. inglesa). Elsevier España.
Hoffbrand, A. V., Higgs, D. R., Keeling, D. M., & Mehta,
A. B. (2019). Hematología: Medicina de laboratorio y clínica (7.ª ed.).
Elsevier.
Mathew, J.,
Sankar, P., & Varacallo, M. (2018). Physiology, blood plasma. StatPearls
Publishing
Moore, K.
L., Dalley, A. F., & Agur, A. M. R. (2018). Anatomía con
orientación clínica (7.ª ed., trad. de la ed. inglesa). Wolters Kluwer.
Nelson, D.
L., & Cox, M. M. (2021). Lehninger principles of biochemistry (8th
ed.). W. H. Freeman and Company.
Robbins, S. L., & Cotran, R. S. (2021). Robbins y Cotran: Patología estructural y funcional (10.ª ed., trad. de la ed. inglesa). Elsevier España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario