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jueves, 9 de octubre de 2025

Balance de una ecuación química

Como se aprecia en los teoremas de los volúmenes de combinación, surgen los números estequiométricos, es decir, los coeficientes ubicados a la izquierda de una ecuación química. Estos representan la combinación mínima de moléculas o entidades necesaria para que la reacción ocurra una sola vez, respetando las leyes clásicas de conservación.

1- En primer lugar, la ley de conservación de la masa establece que la masa total de los reactantes es igual a la de los productos, lo que implica que el número de átomos de cada elemento se mantiene constante, cambiando solo su organización estructural.

2- En segundo lugar, la ley de conservación de la carga señala que los portadores de carga eléctrica, como electrones y protones, también se conservan durante la reacción.

3- Finalmente, la ley de conservación de la energía indica que la energía total del sistema permanece constante cuando la reacción ocurre en un ambiente aislado, sin intercambio de calor con los alrededores.

Así, los números estequiométricos no solo cuantifican proporciones, sino que reflejan el cumplimiento simultáneo de estas tres leyes fundamentales que rigen toda transformación química.

Ajustada vs no ajustada

Los números estequiométricos pueden clasificarse en correctos e incorrectos. Un número estequiométrico correcto es aquel que cumple las tres leyes de conservación —de masa, carga y energía—, lo que permite visualizar el evento de reacción de manera coherente, contabilizando átomos, cargas y transferencias de energía tanto en un proceso elemental como en múltiplos macroscópicos (moles). Estos coeficientes pueden determinarse experimentalmente, pero en la práctica suelen deducirse teóricamente a partir de la teoría atómica y la formalización de las leyes de conservación.

Aunque la energía también puede incluirse en estos cálculos, no es habitual hacerlo, ya que las energías estándar de reacción dependen más de la naturaleza química de las sustancias que de los átomos individuales. Por tanto, las técnicas de ajuste de ecuaciones químicas se dividen en dos categorías principales: aquellas que se basan únicamente en la ley de conservación de la masa, y las que consideran simultáneamente la conservación de la masa y de la carga, las cuales se aplican especialmente en reacciones redox y otros procesos electroquímicos.

1- En la primera categoría de técnicas de ajuste, encontramos los métodos que se basan en la ley de conservación de la masa. Entre ellos destacan la técnica intuitiva o al tanteo, también conocida como de simple inspección, en la cual se equilibran los átomos de manera progresiva mediante la observación directa de la ecuación. Junto a esta se emplea la técnica algebraica o de coeficientes indeterminados, que consiste en representar los coeficientes como incógnitas y resolver un sistema de ecuaciones para cumplir la conservación de cada elemento químico. En este mismo grupo se incluye la técnica de verificación del balance, utilizada para comprobar o corregir ecuaciones previamente ajustadas. Estas estrategias, aunque difieren en formalidad, comparten el objetivo de garantizar que la cantidad total de materia sea la misma en los reactantes y productos, cumpliendo así los principios fundamentales de la estequiometría clásica.

2- En la segunda categoría se encuentran las técnicas de ajuste por semirreacciones y la técnica redox, las cuales, aunque suelen confundirse, comparten una base común: ambas se emplean para reacciones de oxidación-reducción y utilizan semirreacciones para representar la transferencia de electrones entre especies químicas. La diferencia radica principalmente en el nivel de detalle y en el tipo de representación que se adopta.

En la técnica de semirreacciones, se trabaja con sustancias completas y se considera explícitamente la presencia de reactivos acompañantes, como protones (H), hidroxilos (OH), agua (H₂O) o sales neutras, que están descritas de forma evidente en el enunciado según el medio en que ocurre la reacción (ácido, básico o neutro). Esta técnica ofrece una visión más completa del proceso químico, ya que conserva el equilibrio no solo de los elementos y cargas, sino también de las condiciones químicas reales del entorno.

Por otro lado, la técnica redox suele trabajar con ecuaciones en forma iónica simplificada, donde solo se incluyen las especies activas en la reacción y se omiten los iones espectadores o componentes que no participan directamente en la transferencia electrónica. Ambas técnicas representan, en esencia, la estructura de una celda electroquímica, motivo por el cual se estudiarán en detalle en el capítulo de electroquímica. Esta división metodológica coincide con la organización de los libros de química general moderna, como Chang: Química General y Brown: Química, la ciencia central, textos ampliamente utilizados en Colombia y reconocidos por su tratamiento sistemático y pedagógico del tema redox.

El teorema clave

Antes de abordar los procedimientos específicos, presentaremos el teorema general del balance algebraico.

[1] Balance de una ecuación química algebraica. Para ver la descripción de los términos y su equivalente por factor de conversión, pulse en este enlace.

En el teorema anterior, el número estequiométrico adquiere una notación cuasivectorial , por lo que lo denominaremos cuasivector estequiométrico.

Conviene recordar que la definición de un vector no se restringe a un contexto físico o cinético, sino que corresponde a un objeto matemático caracterizado por tres propiedades fundamentales: módulo, dirección y sentido. El módulo representa la magnitud o tamaño del vector; la dirección define la línea o plano de acción sobre el cual se aplica; y el sentido indica hacia cuál de los extremos de esa línea orienta su acción. En física, los conceptos de dirección y sentido suelen considerarse de forma conjunta, especialmente cuando se utilizan coordenadas polares o esféricas, donde ambos quedan representados por un ángulo de inclinación y su orientación hacia un polo u otro. Sin embargo, conviene distinguirlos: la dirección se refiere al ángulo o plano geométrico del vector, mientras que el sentido expresa su orientación positiva o negativa dentro de ese marco.

En química, también encontramos magnitudes vectoriales y escalares. Las magnitudes escalares poseen únicamente módulo, como la temperatura absoluta, que carecen de dirección espacial. Sin embargo, existen escalares con signo, a los que podríamos llamar cuasivectores, como el calor transferido (Q) o el trabajo (w), que, aunque no poseen una dirección definida en el espacio, sí expresan un sentido físico —por ejemplo, positivo al entrar energía al sistema y negativo al salir. Así, la química adopta una interpretación ampliada del concepto de vector: no solo como una flecha geométrica, sino como una herramienta simbólica para representar la magnitud y orientación energética de los procesos que ocurren en la materia.

En un sistema químico, la dirección del cambio solo puede adoptar dos sentidos posibles: el de síntesis (positivo) o el de descomposición (negativo). De este modo, los reactantes, al ser las especies que se consumen o desaparecen durante la reacción, poseen un cuasivector estequiométrico negativo, mientras que los productos, al formarse o acumularse, se representan mediante un cuasivector estequiométrico positivo. Esta convención permite expresar con claridad el sentido químico del proceso, sin ambigüedades sobre el flujo de materia y energía.

Para simplificar la notación y evitar conflictos con la simbología empleada en física vectorial, en lugar de representar el vector completo —con su flecha sobre la letra y en negrita no italizada—, utilizaremos la forma de cuasivector, indicado mediante un arpón y una letra en cursiva. Esta convención lo sitúa a medio camino entre un vector físico y un escalar químico, permitiendo conservar la idea de sentido del proceso sin atribuirle una direccionalidad espacial estricta.

En otras palabras, los cuasivectores estequiométricos expresan la orientación funcional de la reacción —hacia la formación o la destrucción de sustancias—, sin requerir un marco geométrico tridimensional.

Combinación de técnicas

Aunque la inspección de balance, el balanceo al tanteo y el balanceo por coeficientes indeterminados suelen considerarse algoritmos distintos, en realidad todos obedecen al mismo principio fundamental: el [Teorema del balance de una ecuación química algebraica], aplicado al número de átomos descrito en [1]. Por lo tanto, en lugar de tratarlos como procedimientos separados, adoptaremos una estrategia unificada que combine sus elementos esenciales.

Esta integración nos permitirá reducir tres métodos a uno solo, aprovechando las ventajas complementarias de cada técnica. Del tanteo tomaremos su rapidez y carácter intuitivo, útil para identificar proporciones de manera inmediata; de la técnica algebraica, su formalismo matemático, que garantiza precisión y reproducibilidad; y de la inspección de balance, su capacidad de verificación y control del resultado final.

El resultado de esta síntesis será el método mixto, una técnica que combina eficiencia y rigor al balancear ecuaciones químicas. Este enfoque busca minimizar las debilidades de los métodos tradicionales —la falta de formalidad del tanteo y la lentitud operativa del método algebraico—, sin perder sus respectivas fortalezas. De esta forma, el método mixto se convierte en una herramienta ágil, sistemática y didáctica, ideal para el aprendizaje y aplicación práctica del balanceo químico en distintos niveles de complejidad.

Distinguiendo los parámetros clave

El [Teorema del balance de una ecuación química algebraica] presenta dos parámetros clave variables que se definen a partir de la constante cero. El primero es el cuasivector estequiométrico, que representa el número estequiométrico (su módulo) y su sentido: positivo para los productos y negativo para los reactantes. El segundo es el subíndice del elemento x, que identifica la cantidad de átomos de dicho elemento presentes en cada sustancia involucrada en la ecuación. Estos dos parámetros permiten expresar algebraicamente el principio de conservación de la masa, garantizando que el número total de átomos de cada elemento sea el mismo en ambos lados de la reacción.

Gráfico

El contenido generado por IA puede ser incorrecto.

Figura 1. La figura muestra la diferencia entre el número estequiométrico (ν), que indica cuántas moléculas de una sustancia participan en la reacción, y el subíndice químico (s), que señala cuántos átomos de un elemento hay dentro de cada molécula. Ambos parámetros conectan la estructura molecular con la cantidad global de materia en una ecuación química.

Al ajustar una ecuación química, podemos modificar los números estequiométricos, lo que implica variar la cantidad de moléculas de una sustancia que participan en la reacción. Sin embargo, no es posible alterar los subíndices de los elementos dentro de las fórmulas químicas, ya que estos determinan la identidad química de cada sustancia. Cambiar un subíndice significaría modificar la composición atómica del compuesto, transformándolo en otra sustancia diferente o incluso en una reacción imposible. Por ello, durante el balanceo, solo los números grandes (coeficientes estequiométricos) pueden variarse libremente, mientras que los números pequeños (subíndices atómicos) deben permanecer fijos para conservar la naturaleza química y coherencia de la reacción.

Prueba de balance.

Al aplicar el teorema de balance de una ecuación química, debemos tener en cuenta que este solo resulta funcional cuando se aplica a un elemento por vez. Aunque es teóricamente posible formular el balance de manera simultánea para todos los elementos involucrados, en la práctica esto no es operativo ni eficiente, ya que dificulta la resolución del sistema y la interpretación de los resultados. Por ello, el procedimiento se repite en líneas separadas, una por cada elemento individual, garantizando así un control claro y ordenado del cumplimiento de la ley de conservación de la masa para cada especie química participante en la reacción.

El coeficiente 1 en una ecuación química suele ser problemático. Cuando no aparece escrito, se sobreentiende que su valor es uno, lo que implica la participación de una sola molécula o unidad de sustancia. Sin embargo, durante el proceso de balanceo, esta omisión no es recomendable. Aunque dejarlo implícito puede parecer más elegante o formal, en los niveles iniciales de aprendizaje es preferible mantener toda la notación explícita para evitar confusiones y asegurar un control completo del procedimiento. Por ello, antes de comenzar una prueba de balance, lo primero que debemos hacer es asignar el valor 1 de manera visible a todos los coeficientes estequiométricos de las sustancias involucradas. Solo después de establecer estos valores iniciales, se procede a evaluar elemento por elemento, ajustando los coeficientes necesarios hasta cumplir con las leyes de conservación y obtener una ecuación correctamente balanceada.

Apliquemos entonces el [Teorema del balance de una ecuación química algebraica] para la síntesis de agua: H₂ + O₂ → H₂O

Primero evaluación de balance.

1 H₂ + 1 O₂ → 1 H₂O

Como podemos ver, el oxígeno no da la suma cero, por ende no está en balance.

Ajuste por método mixto

Una vez que confirmamos que la ecuación no está balanceada, aplicamos la técnica de los coeficientes indeterminados.

Paso 1 coeficientes indeterminados.

En este método, reemplazamos los coeficientes iguales a 1 por una secuencia alfabética en minúsculas (a, b, c, d…), asignando una variable a cada sustancia presente en la ecuación. Estas letras representan números estequiométricos desconocidos, pero al mismo tiempo entidades contables, ya que mantienen relaciones algebraicas entre sí.

a H₂ + b O₂ → c H₂O

De este modo, la ecuación química se transforma en un sistema de ecuaciones lineales, donde cada elemento químico aporta una relación independiente basada en la conservación del número de átomos. Este enfoque combina la precisión de las matemáticas con el significado físico de la reacción, permitiendo deducir los valores numéricos correctos de los coeficientes y, con ello, lograr un balance exacto y verificable.

Paso 2 balance de los intuitivos.

En el paso 2, procedemos a igualar los elementos intuitivos, es decir, aquellos que presentan una característica simple y clara: poseen un solo reservorio (una sola especie que los contiene) en cada lado de la flecha de reacción. Esto permite aplicar métodos directos como la técnica del producto de recíprocos o la de múltiplos comunes para alcanzar el balance.

Por ejemplo, si un elemento X aparece con subíndice ₂ en un compuesto del lado izquierdo y con subíndice ₁ del lado derecho, podemos establecer una relación 1:2, intercambiando los subíndices como coeficientes estequiométricos. En la práctica, esto equivale a multiplicar por el recíproco del número mayor: asignamos un coeficiente 2 al compuesto con un solo átomo y un coeficiente 1 al que contiene dos, logrando así una igualdad 2:2 en el número total de átomos.

Este método refleja la proporcionalidad directa entre subíndices y coeficientes, asegurando la conservación de la masa para cada elemento considerado. La mayoría de los elementos en una ecuación se balancean de este modo sencillo, antes de pasar a los casos más complejos que requieren ajustes simultáneos o dependientes. Por ello, identificar correctamente los elementos intuitivos constituye una etapa fundamental en el proceso de balanceo sistemático de ecuaciones químicas.

a H₂ + 1 O2 H₂O1

Para balancear el hidrógeno tendríamos:

2 H₂ + 1 O2 H₂O1

Observa que, en este ejemplo, hemos escrito todos los valores 1 de forma explícita tanto en los coeficientes como en los subíndices, con el fin de hacer visible cada relación durante el proceso de balanceo. Sin embargo, en la respuesta final o en la ecuación balanceada definitiva, estos valores deben omitirse, presentando la expresión limpia y simplificada, sin los unos explícitos.

Para balancear el hidrógeno tendríamos:

2 H₂ + O2 H₂O

Evaluamos nuevamente.

Como si se cumple la forma cero de la conservación de la masa, entonces si hay un balance estequiométrico.

En otros casos, el producto de recíprocos resulta aún más evidente, como en la síntesis de ozono (O₃) a partir de dioxígeno (O₂).

a O₂ → b O₃

En este proceso, la relación entre subíndices 2:3 genera una relación recíproca de números estequiométricos 3:2, lo que asegura un total de seis átomos de oxígeno en ambos lados de la ecuación.

3 O₂ → 2 O₃

De esta forma, al evaluar el teorema de balance, obtenemos la igualdad 0 = −3 × 2 + 2 × 3, que confirma la conservación del número de átomos.

Paso 3. Elementos poco intuitivos

Los elementos poco intuitivos son aquellos que aparecen distribuidos en dos o más reservorios dentro de una misma ecuación química. Debido a esta complejidad, deben dejarse para el final del proceso de balanceo, una vez que se haya obtenido la mayor cantidad posible de información mediante métodos rápidos e intuitivos aplicados a los elementos más sencillos.

Cuando llega el momento de ajustar estos elementos, se procede a formular una ecuación algebraica aplicando nuevamente el teorema clave de balance. En este caso, como los coeficientes estequiométricos aún son desconocidos, cada término de la ecuación deja de ser el producto de dos números enteros y pasa a expresarse como el producto del subíndice atómico por la letra correspondiente al coeficiente.

A este producto se le asigna además un signo según la dirección química del proceso: negativo si corresponde a un reactante y positivo si se trata de un producto. Este enfoque algebraico permite integrar en una misma ecuación la cantidad, identidad y sentido de los elementos involucrados, facilitando el cálculo sistemático de los coeficientes correctos y asegurando que se cumplan las leyes de conservación de la materia, la carga y, en algunos casos, de la energía.

Por ejemplo, consideremos el siguiente caso:

6 CO₂(g) + 6 H₂O(l) → 1 C₆H₁₂O₆(s) + d O₂(g)

En esta ecuación, todos los coeficientes previos se determinaron de manera intuitiva, pero el oxígeno, al estar distribuido en cuatro reservorios diferentes (en el CO₂, el H₂O, el C₆H₁₂O₆ y el O₂), vuelve el proceso considerablemente más complejo. Es en este punto donde el uso de ecuaciones algebraicas con coeficientes indeterminados resulta especialmente útil, ya que permite organizar y resolver sistemáticamente las relaciones entre los distintos reservorios del elemento, evitando errores y asegurando el cumplimiento riguroso de la ley de conservación de la masa.

6 CO₂(g) + 6 H₂O(l) → 1 C₆H₁₂O₆(s) + d O₂(g)

Inicialmente la línea se expresa de forma explícita.

Pero a medida que tomes práctica pueden pasar a su forma semiresuelta donde escribimos directamente el producto cuasivector estequiométrico por subíndice del elemento.

Luego, resuelves el álgebra.

Y reemplazas.

6 CO₂(g) + 6 H₂O(l) → 1 C₆H₁₂O₆(s) + 3 O₂(g)

Y reescribes en limpio.

6 CO₂(g) + 6 H₂O(l) → C₆H₁₂O₆(s) + 3 O₂(g)

Reservorios con destinos independientes

Existe una subclase de elementos poco intuitivos que denominamos elementos de reservorio independiente. En estos casos, un mismo elemento contenido en una sustancia reactiva puede tener dos destinos distintos dentro de la reacción, lo que significa que el mismo reactivo participa simultáneamente en procesos diferentes. Cuando esto ocurre, es esencial representar ese reactivo como si fueran dos reactivos independientes, de modo que se pueda rastrear con precisión la conservación de los átomos en cada uno de sus reservorios. No hacerlo así conduce inevitablemente a indefiniciones algebraicas o a ecuaciones inconsistentes que imposibilitan el balance correcto.

Además, es importante señalar que en este tipo de casos pueden presentarse indefiniciones menores o redundancias matemáticas, que si bien no alteran el resultado global del balance, deben ser ignoradas o simplificadas, ya que forman parte natural del comportamiento de las reacciones redox complejas. Estas indefiniciones se deben a que un mismo elemento puede actuar, por ejemplo, como agente oxidante y reductor a la vez, lo cual introduce dependencias algebraicas entre las semirreacciones.

Un ejemplo clásico de esta situación es la reacción:
Cu + HNO₃ → Cu(NO₃)₂ + NO + H₂O.
Aquí, el ácido nítrico (HNO₃) funciona como reservorio doble, ya que una parte del nitrógeno se reduce a óxido nítrico (NO), mientras que otra se mantiene como nitrato (NO₃). Para reflejar correctamente este comportamiento, el reactivo debe separarse en dos entidades independientes:
a Cu + b HNO₃ + c HNO₃ → d Cu(NO₃)₂ + e NO + f H₂O,
lo que permite establecer ecuaciones de conservación coherentes y resolver el balance sin ambigüedades. El balance de este caso se puede ver en [chang.10ed.3.60.l].

Mas de un evento de reacción

Finalmente, existe una última categoría de ejercicios de balance, caracterizada por el uso de modelos daltonianos y la representación de más de un evento de reacción. En estos casos, lo más práctico es formular un solo evento de reacción y balancearlo normalmente, ya que suelen ser situaciones muy simples donde los principios básicos de conservación son suficientes para resolver el problema.

Sin embargo, cuando el ejercicio incluye modelos visuales o figuras que muestran varias repeticiones del mismo proceso, debemos identificar el número total de eventos de reacción representados. En estos casos sencillos, dicho número corresponde a la cantidad de veces que aparece la sustancia con coeficiente estequiométrico igual a 1 en el modelo.

Answered: The figure (Figure 1) shows the reaction of element A (lavender  spheres) with element B (tan spheres). Write the balanced chemical equation  for this reaction in… | bartleby

Figura 2. Una reacción química donde moléculas de A y B₂ forman AB₃, ilustrando la interpretación molecular de los volúmenes de combinación. Cada volumen corresponde a un número de moléculas o átomos, según la ley de Avogadro. Al ocurrir cuatro eventos de reacción, la ecuación balanceada A + 3B → AB₃ refleja proporciones simples entre entidades moleculares.

Por ejemplo, en la reacción A + 2 B → C, si en el modelo observamos tres esferas de A, esto significa que la reacción ocurre tres veces, por lo tanto, la ecuación global será 3 A + 6 B → 3 C. Al contar las esferas o moléculas en la figura, los valores deben coincidir exactamente con la ecuación ampliada. Este método permite conectar la representación visual y atómica con la interpretación algebraica, reforzando la comprensión del carácter discreto y cuantificable de los eventos químicos. Un ejemplo de eso se ve en [brown.15ed.m.3.1]

[Ejercicios resueltos de balance de ecuaciones químicas]

Referencias

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La ecuación química y la reacción química

Una ecuación química es un modelo simbólico que representa una reacción química mediante fórmulas y coeficientes. En la lección anterior vimos cómo, a partir de la Ley de los volúmenes de combinación de Gay-Lussac, este modelo surge de forma primitiva. Además, demostramos que los volúmenes de gases reactivos y productos, analizados desde la perspectiva de la teoría atómica y utilizando los conceptos de cantidad de reacción y número de Avogadro, nos permiten interpretar los coeficientes estequiométricos no como magnitudes continuas, sino como números de moléculas u otras entidades discretas y contables.

El cambio químico

El cambio en la naturaleza puede clasificarse en dos grandes categorías: los cambios físicos y los cambios químicos. Los primeros se caracterizan porque no alteran la identidad de una sustancia. Por ejemplo, acelerar una pieza de hierro hasta una rapidez de 700 km/h no modifica la composición de los átomos que la conforman. En contraste, los cambios químicos sí transforman la naturaleza íntima de la materia. Cuando el hierro reacciona con oxígeno, su estructura metálica y brillante se altera para formar un polvo rojo ocre conocido como óxido de hierro(III).

Un dibujo de un edificio

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Figura 1. La Puerta de Ishtar simboliza el origen de la química como arte de síntesis, donde los artesanos transformaron arcillas y minerales en cerámica vidriada, un material no natural y más valioso. Desde entonces, la humanidad ha creado vidrio, acero, plásticos, fibras y fármacos, mostrando que la química humana no solo explica la materia: la recrea y transforma.

Glue Production Is Not Evidence for Neanderthal Exceptionalism - Reasons to  Believe

Figura 2. La química es una de las ciencias más antiguas, anterior incluso a la humanidad moderna. Los neandertales ya practicaban un pensamiento químico al sintetizar alquitrán de resina mediante destilación anaeróbica, mostrando control técnico y transmisión de conocimiento. Así, la química no nació en laboratorios, sino junto al fuego primitivo, cuando el ser humano aprendió a transformar la materia y crear cultura.

Las reacciones químicas son representaciones de estos procesos de transformación. Dado que una reacción es un fenómeno empírico, resulta necesario construir un modelo teórico que nos permita entenderlo y controlarlo. La civilización humana depende directamente del dominio de los procesos químicos, fundamentales para la fabricación de materiales que sustentan nuestra vida cotidiana —incluyendo los que hacen posible escribir este mismo texto—. Sin embargo, es importante recordar que, por preciso que sea, el modelo no debe confundirse con el proceso real.

Así, debemos distinguir entre dos nociones complementarias: la reacción química, entendida como un proceso universal e inmutable que ocurre de la misma forma en cualquier época o laboratorio; y la ecuación química, que constituye un sistema simbólico y normativo basado en la teoría atómica, empleado para describir y comunicar dicho proceso.

Naturaleza molecular del cambio químico

Durante un cambio químico, los átomos se reorganizan y la reacción se acompaña de un intercambio de energía al formarse nuevos productos. Un ejemplo clásico es la reacción entre sodio y agua, en la cual se generan hidróxido de sodio y gas hidrógeno. La energía liberada es tan elevada que el hidrógeno se inflama espontáneamente en contacto con el aire. Este fenómeno constituye un cambio químico verdadero, pues los productos resultantes son químicamente distintos de las sustancias iniciales.

La reacción química como fenómeno

Aunque muchas veces parecen sinónimos, es fundamental no confundir el fenómeno con el modelo. Del mismo modo que un mapa no es el territorio real, una ecuación química no debe identificarse con la reacción química que ocurre en la naturaleza o en el laboratorio. La ecuación es solo una representación simbólica que simplifica la realidad para poder analizarla, comunicarla y predecirla. Como todo modelo, omite numerosos detalles, tales como la velocidad, las condiciones termodinámicas o los pasos intermedios del proceso. No obstante, su poder radica precisamente en esa abstracción, que permite describir de manera clara un fenómeno complejo sin perder su esencia científica.

Del mismo modo que existen mapas con distintos niveles de detalle o escala, también hay ecuaciones químicas más o menos complejas, dependiendo del propósito del análisis. Una misma reacción puede representarse desde múltiples enfoques: un modelo cuantitativo, que destaca las proporciones estequiométricas; un enfoque de síntesis, que enfatiza la obtención de productos; o un enfoque de estructura y mecanismo, que examina cómo los enlaces se rompen y forman durante el proceso. Comprender estas diferencias nos recuerda que la ecuación es una herramienta conceptual, no el fenómeno mismo, y que la verdadera química se encuentra en el acto físico y material de la transformación.

La ecuación química como modelo

Como todo modelo de abstracción, la ecuación química funciona como un lenguaje simbólico, comparable a un lenguaje de programación que describe el comportamiento de la materia. A través de signos, letras y números, este lenguaje permite representar la realidad química, mostrando cómo unas sustancias se transforman en otras bajo condiciones determinadas. Por ello, resulta esencial comprender sus reglas y convenciones, ya que constituyen la base para interpretar correctamente los fenómenos que ocurren a nivel atómico y molecular.

Figura 3. La imagen muestra la estructura de una ecuación química como modelo del cambio de identidad, estado y energía de la materia. Distingue reactantes, productos, números estequiométricos, condiciones de reacción y calor liberado o absorbido. Cada elemento refleja cómo la química une cantidad, composición y energía, permitiendo describir y controlar las transformaciones materiales del mundo con precisión científica.

Descomposición del agua - Wikipedia, la enciclopedia libre

Figura 4. Las ecuaciones químicas representan la reorganización de átomos, ya sea con esferas de colores o símbolos atómicos. Según la teoría atómica, los átomos se conservan, aunque los reactantes desaparecen y surgen nuevos productos. Este principio expresa la Ley de conservación de la masa: la materia no se crea ni se destruye, solo cambia su forma de unión y organización.

La flecha de reacción

El eje fundamental de toda ecuación química es la flecha de reacción, símbolo que indica la dirección del proceso y debe entenderse como una producción: lo que está a la izquierda (reactantes) genera lo que está a la derecha (productos). En ocasiones puede emplearse un signo igual (=), pero esto puede inducir a error, pues la igualdad representa solo una equivalencia de materia y energía, no indica como identidad de una sustancia depende de las interacciones atómicas ni en la distribución de la energía dentro del sistema.

La forma más sencilla de la flecha es la unidireccional (→), propia de las reacciones no reversibles o de aquellas cuya reversibilidad es despreciable. Sin embargo, algunas transformaciones pueden ocurrir en ambos sentidos, y en esos casos se utilizan flechas dobles () para señalar la reversibilidad o los procesos en equilibrio químico (). En este curso, nos centraremos exclusivamente en la flecha unidireccional, con el fin de consolidar el concepto de reacción como proceso neto de transformación, antes de abordar fenómenos más complejos como el equilibrio dinámico.

Video 1. La reacción química es el proceso real en el que las sustancias se transforman en otras mediante la interacción de sus átomos. En cambio, la ecuación química es un modelo simbólico que representa este fenómeno de forma ordenada y balanceada. En los siguientes videos se muestran reacciones químicas reales; si algún enlace deja de funcionar, por favor repórtalo en los comentarios para su actualización. [Cloro + sodio → sal] [Top 10 Reacciones Químicas Mas Impresionantes]

Las mezclas

Los símbolos de adición (+) en una ecuación química deben interpretarse como una mezcla de sustancias. Cuando aparecen en el lado izquierdo de la flecha, representan la mezcla de reacción, es decir, los reactantes que se combinan o entran en contacto. En cambio, cuando se encuentran en el lado derecho, indican la mezcla de productos resultante del proceso. Es importante comprender que una mezcla de reacción no siempre implica que la reacción ocurra: las sustancias pueden coexistir sin transformarse si las condiciones no son favorables.

Esta observación nos permite distinguir entre dos tipos generales de procesos: las reacciones espontáneas y las reacciones no espontáneas. Las primeras son aquellas que ocurren de manera natural al contacto, bajo las condiciones ambientales establecidas, como la combustión del hidrógeno con oxígeno o la oxidación del hierro. Las no espontáneas, en cambio, requieren una alteración de las condiciones —temperatura, presión, energía o catalizadores— para que la transformación se produzca.

Sin embargo, una reacción no espontánea no debe confundirse con una reacción imposible. El término solo indica que, bajo las condiciones estándar de la Tierra, el proceso no sucede por sí solo. Dichas condiciones —aproximadamente 25 °C, 1 atm y concentraciones definidas— son un arbitrio de laboratorio, válido para nuestro planeta y nuestro tiempo. En realidad, cada mundo del universo posee sus propias condiciones químicas y energéticas; por tanto, la espontaneidad no es una propiedad universal, sino una convención humana que refleja el contexto en el que observamos la materia.

Número estequiométrico o coeficiente estequiométrico

El coeficiente estequiométrico (ν = letra griega nu) es un número entero pequeño —o un valor proporcional a uno— que aparece a la izquierda de cada sustancia en una ecuación química. Este término ha sido históricamente uno de los más problemáticos en la formulación química, pues su uso como número entero depende de aceptar la validez de la teoría atómica. Hoy parece obvio, igual que aceptar que la Tierra gira alrededor del Sol, pero a comienzos del siglo XX la existencia real de los átomos aún era motivo de debate. En ese contexto, los números estequiométricos podían considerarse no enteros, siempre que guardaran una proporción constante, porque muchos científicos creían que la materia era un continuo físico, un campo ondulatorio o, en términos aristotélicos, una sustancia semejante a un fluido. Así la entendían los termoquímicos como Wilhelm Ostwald, cuyos modelos se reflejan en el tratamiento energético de las reacciones químicas.

Sin embargo, desde que la existencia de los átomos fue confirmada de forma experimental, se comprendió que los coeficientes estequiométricos deben ser números enteros pequeños, y esto tiene una razón física profunda. Si escribimos, por ejemplo, “½ O₂”, estaríamos insinuando que es posible dividir una molécula de dioxígeno a la mitad. Si seccionáramos la molécula longitudinalmente, separaríamos sus dos átomos de oxígeno, pero al hacerlo la sustancia O₂ dejaría de existir como tal y pasaríamos a tener átomos de oxígeno aislados (O), lo cual cambia su identidad química. Si en cambio la cortáramos transversalmente, estaríamos dividiendo los propios átomos, alterando su estructura fundamental y generando otro elemento químico, lo cual contradice toda evidencia experimental.

Por esta razón, la notación ½ O₂ es una abstracción matemática útil, pero carece de sentido molecular. Su uso persiste únicamente como una convención heredada de la época preatómica, especialmente en termoquímica y en el estudio del equilibrio químico, donde las ecuaciones se expresan en proporciones energéticas más que en conteos discretos de átomos.

Números estequiométricos enteros y evento de reacción

Por esta razón, cuando encontremos una ecuación química con coeficientes estequiométricos fraccionados, debemos multiplicar todos los coeficientes por un mismo factor hasta obtener la serie más pequeña posible de números enteros. Esta serie representa la proporción mínima y significativa desde el punto de vista químico, es decir, la combinación elemental de entidades que permite que la reacción ocurra una sola vez a nivel molecular.

La serie más pequeña de números enteros simboliza el evento de reacción fundamental, el suceso discreto en el que átomos individuales se reorganizan para formar nuevas sustancias. Cada evento de este tipo es único e indivisible, del mismo modo que un átomo es una unidad mínima de materia. Por tanto, tanto los átomos como las reacciones químicas elementales son eventos discretos y discontinuos, que pueden contarse y reproducirse, pero no dividirse sin perder su identidad.

De esta manera, los procesos químicos pueden medirse y expresarse en términos del número de Avogadro, que agrupa un número gigantesco de eventos moleculares equivalentes en una magnitud manejable: el mol. Así, cada mol representa no solo una cantidad de sustancia, sino también un conjunto de transformaciones químicas mínimas repetidas a escala macroscópica. En consecuencia, la estequiometría se convierte en un puente entre el mundo atómico y el mundo observable, permitiendo cuantificar y predecir las transformaciones de la materia con exactitud científica.

Ajuste

Al construir una ecuación química, es común no conocer de inmediato los coeficientes estequiométricos. Estos valores pueden determinarse experimentalmente, a partir de mediciones de masa, volumen o cantidad de sustancia, pero también pueden calcularse y predecirse teóricamente mediante distintos métodos de ajuste. Dichos coeficientes son esenciales, pues establecen las proporciones exactas en que los reactantes se combinan y los productos se forman, garantizando el cumplimiento de la ley de conservación de la materia.

Las técnicas de ajuste utilizadas para balancear ecuaciones químicas se dividen en dos grandes categorías: las técnicas de masa y las técnicas redox. Las primeras se aplican a reacciones en las que no hay transferencia de electrones, como las de neutralización, síntesis o descomposición, y constituyen el enfoque principal que se abordará en la segunda parte de esta sección. Estas técnicas emplean relaciones proporcionales entre átomos y moléculas para asegurar que la cantidad de cada elemento se conserve en ambos lados de la ecuación.

Por otro lado, las técnicas redox se aplican a las reacciones de oxidación y reducción, donde existe intercambio de electrones entre especies químicas. Su estudio pertenece al campo de la electroquímica, una rama que vincula los procesos químicos y eléctricos mediante un dispositivo experimental llamado celda electroquímica. En capítulos posteriores, se abordará este tipo de ajuste con mayor detalle, relacionando las ecuaciones redox con los potenciales eléctricos, la energía libre y el trabajo realizado por los sistemas químicos.

Catalizadores y condiciones

Sobre y debajo de la flecha de reacción en una ecuación química pueden escribirse sustancias y condiciones físico-químicas que influyen directamente en el proceso. Estos elementos representan los catalizadores y las condiciones no estándar necesarias para que una reacción no espontánea ocurra o para que una reacción lenta se lleve a cabo a una velocidad razonable desde el punto de vista experimental o tecnológico. Así, la ecuación no solo comunica qué sustancias reaccionan y qué productos se obtienen, sino también cómo y bajo qué condiciones el proceso puede realizarse efectivamente.

Muchas reacciones clasificadas como no espontáneas no lo son en sentido absoluto; simplemente ocurren a una velocidad extremadamente baja, inapreciable en escalas humanas. Por ejemplo, ciertos procesos de formación de minerales o de transformación orgánica que en la naturaleza tardan miles o millones de años pueden, en principio, suceder espontáneamente, pero lo hacen tan lentamente que resultan inútiles para fines prácticos. En estos casos, la intervención mediante catalizadores, aumento de temperatura, presión u otras condiciones controladas permite acelerar la reacción hasta hacerla observable y aprovechable.

Los catalizadores son sustancias que modifican la velocidad de una reacción sin consumirse en ella. Actúan reduciendo la energía de activación necesaria para que los átomos o moléculas reaccionen, facilitando el encuentro efectivo entre ellos. Gracias a su uso, reacciones que serían inviables en condiciones normales pueden realizarse de forma rápida y eficiente, tanto en la industria química como en los procesos biológicos, donde las enzimas cumplen este papel de manera natural. Así, los símbolos sobre y bajo la flecha condensan una gran cantidad de información sobre el contexto físico-químico real de la reacción.

Energía

Todo cambio químico implica necesariamente un cambio energético. En otras palabras, para que una reacción ocurra debe existir una transferencia de energía en forma de calor entre el sistema y su entorno. Sin intercambio energético, los átomos no podrían romper ni formar enlaces, y por tanto no habría transformación de la materia. Durante esta transferencia, parte del calor liberado o absorbido se disipa hacia el universo sin aprovecharse, lo que hace que los sistemas químicos tiendan a alcanzar un estado de equilibrio térmico más bajo, es decir, condiciones más lentas, estables y menos energéticamente activas.

Si deseamos invertir ese equilibrio natural y promover reacciones que vayan “cuesta arriba” energéticamente, se requiere una fuente externa de energía, como la radiación solar, la electricidad o incluso otra reacción química acoplada. Este principio explica por qué muchos procesos biológicos y tecnológicos dependen de fuentes energéticas externas para sostener reacciones que, de manera natural, serían demasiado lentas o directamente inviables bajo las condiciones de la Tierra.

El calor de una reacción bajo presión constante se denomina entalpía (ΔH), y su estudio constituye el campo de la termoquímica. De forma general, podemos clasificar las reacciones en dos grandes tipos: exotérmicas, aquellas que liberan calor al entorno, y endotérmicas, las que absorben calor para poder desarrollarse. En conclusión, todo proceso químico es también un proceso energético, pues sin transferencia de energía no puede existir cambio químico alguno.

Procesos acoplados

Dado lo anterior, en los procesos químicos complejos, como los que ocurren en las redes metabólicas de los organismos vivos, no basta con analizar una sola reacción química aislada. Para comprender las transformaciones simultáneas de materia y energía, es necesario estudiar series interconectadas de reacciones, organizadas en circuitos o cadenas metabólicas. En estas redes, cada producto puede convertirse en el reactante de otra reacción, generando acoplamientos, bifurcaciones y convergencias que conforman verdaderas arquitecturas químicas dinámicas. Este entramado no solo mantiene la vida, sino que ejemplifica la complejidad emergente de los sistemas químicos naturales.

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Figura 5. El ciclo de Krebs, o ciclo del ácido cítrico, es el eje central del metabolismo celular. En la matriz mitocondrial, oxida los grupos acetilo del acetil-CoA, generando CO₂, NADH y FADH₂. Estos transportadores entregan electrones a la cadena respiratoria, creando un gradiente electroquímico que impulsa la síntesis de ATP. Además, provee intermedios biosintéticos, integrando catabolismo y anabolismo en una red metabólica acoplada.

De hecho, el metabolismo puede considerarse una forma primitiva de computación química, donde los flujos de energía y los intercambios moleculares procesan información de manera análoga a los circuitos de una computadora cuántica o a las redes neuronales artificiales. En ambos casos, los sistemas operan mediante interacciones distribuidas y no lineales, donde pequeños cambios locales pueden generar grandes efectos globales. Esta visión interdisciplinaria permite entender el metabolismo, la termodinámica biológica y la inteligencia artificial como manifestaciones distintas de un mismo principio: la autoorganización de la información en sistemas complejos.

Del mismo modo, en el ámbito de la biología molecular y la química médica, las enfermedades complejas no pueden explicarse mediante los modelos simples de la genética mendeliana clásica, donde un solo gen o alelo es responsable de un defecto específico. La bioquímica médica tradicional se centraba en este tipo de trastornos monogénicos, en los que una mutación puntual alteraba la síntesis de una enzima o proteína clave, provocando enfermedades como la fenilcetonuria o la anemia falciforme. Sin embargo, muchos trastornos modernos —metabólicos, inmunológicos o neurodegenerativos— no responden a este esquema lineal. Estas patologías dependen de redes complejas de genes interrelacionados, dispersos en múltiples loci cromosómicos y con una alta variabilidad alélica.

En estos casos, el comportamiento químico del organismo resulta de la interacción dinámica entre múltiples rutas metabólicas y redes de regulación génica, más que de un único gen alterado. La enfermedad se convierte así en una perturbación del equilibrio químico-sistémico, donde pequeñas variaciones en la expresión o actividad de distintas proteínas producen efectos emergentes difíciles de predecir desde un modelo mendeliano. Este tipo de análisis requiere herramientas de bioquímica sistémica, biología computacional y modelado de redes metabólicas.

Por ello, estos fenómenos se comprenden mejor bajo una visión de herencia darwiniana distribuida, donde la evolución y la selección natural actúan sobre conjuntos de interacciones químicas y genéticas más que sobre genes individuales. En este marco, el organismo no es una suma de reacciones aisladas, sino un sistema químico autoorganizado, cuyo comportamiento surge de la complejidad cooperativa de sus componentes moleculares.

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