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jueves, 9 de octubre de 2025

La ecuación química y la reacción química

Una ecuación química es un modelo simbólico que representa una reacción química mediante fórmulas y coeficientes. En la lección anterior vimos cómo, a partir de la Ley de los volúmenes de combinación de Gay-Lussac, este modelo surge de forma primitiva. Además, demostramos que los volúmenes de gases reactivos y productos, analizados desde la perspectiva de la teoría atómica y utilizando los conceptos de cantidad de reacción y número de Avogadro, nos permiten interpretar los coeficientes estequiométricos no como magnitudes continuas, sino como números de moléculas u otras entidades discretas y contables.

El cambio químico

El cambio en la naturaleza puede clasificarse en dos grandes categorías: los cambios físicos y los cambios químicos. Los primeros se caracterizan porque no alteran la identidad de una sustancia. Por ejemplo, acelerar una pieza de hierro hasta una rapidez de 700 km/h no modifica la composición de los átomos que la conforman. En contraste, los cambios químicos sí transforman la naturaleza íntima de la materia. Cuando el hierro reacciona con oxígeno, su estructura metálica y brillante se altera para formar un polvo rojo ocre conocido como óxido de hierro(III).

Un dibujo de un edificio

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Figura 1. La Puerta de Ishtar simboliza el origen de la química como arte de síntesis, donde los artesanos transformaron arcillas y minerales en cerámica vidriada, un material no natural y más valioso. Desde entonces, la humanidad ha creado vidrio, acero, plásticos, fibras y fármacos, mostrando que la química humana no solo explica la materia: la recrea y transforma.

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Figura 2. La química es una de las ciencias más antiguas, anterior incluso a la humanidad moderna. Los neandertales ya practicaban un pensamiento químico al sintetizar alquitrán de resina mediante destilación anaeróbica, mostrando control técnico y transmisión de conocimiento. Así, la química no nació en laboratorios, sino junto al fuego primitivo, cuando el ser humano aprendió a transformar la materia y crear cultura.

Las reacciones químicas son representaciones de estos procesos de transformación. Dado que una reacción es un fenómeno empírico, resulta necesario construir un modelo teórico que nos permita entenderlo y controlarlo. La civilización humana depende directamente del dominio de los procesos químicos, fundamentales para la fabricación de materiales que sustentan nuestra vida cotidiana —incluyendo los que hacen posible escribir este mismo texto—. Sin embargo, es importante recordar que, por preciso que sea, el modelo no debe confundirse con el proceso real.

Así, debemos distinguir entre dos nociones complementarias: la reacción química, entendida como un proceso universal e inmutable que ocurre de la misma forma en cualquier época o laboratorio; y la ecuación química, que constituye un sistema simbólico y normativo basado en la teoría atómica, empleado para describir y comunicar dicho proceso.

Naturaleza molecular del cambio químico

Durante un cambio químico, los átomos se reorganizan y la reacción se acompaña de un intercambio de energía al formarse nuevos productos. Un ejemplo clásico es la reacción entre sodio y agua, en la cual se generan hidróxido de sodio y gas hidrógeno. La energía liberada es tan elevada que el hidrógeno se inflama espontáneamente en contacto con el aire. Este fenómeno constituye un cambio químico verdadero, pues los productos resultantes son químicamente distintos de las sustancias iniciales.

La reacción química como fenómeno

Aunque muchas veces parecen sinónimos, es fundamental no confundir el fenómeno con el modelo. Del mismo modo que un mapa no es el territorio real, una ecuación química no debe identificarse con la reacción química que ocurre en la naturaleza o en el laboratorio. La ecuación es solo una representación simbólica que simplifica la realidad para poder analizarla, comunicarla y predecirla. Como todo modelo, omite numerosos detalles, tales como la velocidad, las condiciones termodinámicas o los pasos intermedios del proceso. No obstante, su poder radica precisamente en esa abstracción, que permite describir de manera clara un fenómeno complejo sin perder su esencia científica.

Del mismo modo que existen mapas con distintos niveles de detalle o escala, también hay ecuaciones químicas más o menos complejas, dependiendo del propósito del análisis. Una misma reacción puede representarse desde múltiples enfoques: un modelo cuantitativo, que destaca las proporciones estequiométricas; un enfoque de síntesis, que enfatiza la obtención de productos; o un enfoque de estructura y mecanismo, que examina cómo los enlaces se rompen y forman durante el proceso. Comprender estas diferencias nos recuerda que la ecuación es una herramienta conceptual, no el fenómeno mismo, y que la verdadera química se encuentra en el acto físico y material de la transformación.

La ecuación química como modelo

Como todo modelo de abstracción, la ecuación química funciona como un lenguaje simbólico, comparable a un lenguaje de programación que describe el comportamiento de la materia. A través de signos, letras y números, este lenguaje permite representar la realidad química, mostrando cómo unas sustancias se transforman en otras bajo condiciones determinadas. Por ello, resulta esencial comprender sus reglas y convenciones, ya que constituyen la base para interpretar correctamente los fenómenos que ocurren a nivel atómico y molecular.

Figura 3. La imagen muestra la estructura de una ecuación química como modelo del cambio de identidad, estado y energía de la materia. Distingue reactantes, productos, números estequiométricos, condiciones de reacción y calor liberado o absorbido. Cada elemento refleja cómo la química une cantidad, composición y energía, permitiendo describir y controlar las transformaciones materiales del mundo con precisión científica.

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Figura 4. Las ecuaciones químicas representan la reorganización de átomos, ya sea con esferas de colores o símbolos atómicos. Según la teoría atómica, los átomos se conservan, aunque los reactantes desaparecen y surgen nuevos productos. Este principio expresa la Ley de conservación de la masa: la materia no se crea ni se destruye, solo cambia su forma de unión y organización.

La flecha de reacción

El eje fundamental de toda ecuación química es la flecha de reacción, símbolo que indica la dirección del proceso y debe entenderse como una producción: lo que está a la izquierda (reactantes) genera lo que está a la derecha (productos). En ocasiones puede emplearse un signo igual (=), pero esto puede inducir a error, pues la igualdad representa solo una equivalencia de materia y energía, no indica como identidad de una sustancia depende de las interacciones atómicas ni en la distribución de la energía dentro del sistema.

La forma más sencilla de la flecha es la unidireccional (→), propia de las reacciones no reversibles o de aquellas cuya reversibilidad es despreciable. Sin embargo, algunas transformaciones pueden ocurrir en ambos sentidos, y en esos casos se utilizan flechas dobles () para señalar la reversibilidad o los procesos en equilibrio químico (). En este curso, nos centraremos exclusivamente en la flecha unidireccional, con el fin de consolidar el concepto de reacción como proceso neto de transformación, antes de abordar fenómenos más complejos como el equilibrio dinámico.

Video 1. La reacción química es el proceso real en el que las sustancias se transforman en otras mediante la interacción de sus átomos. En cambio, la ecuación química es un modelo simbólico que representa este fenómeno de forma ordenada y balanceada. En los siguientes videos se muestran reacciones químicas reales; si algún enlace deja de funcionar, por favor repórtalo en los comentarios para su actualización. [Cloro + sodio → sal] [Top 10 Reacciones Químicas Mas Impresionantes]

Las mezclas

Los símbolos de adición (+) en una ecuación química deben interpretarse como una mezcla de sustancias. Cuando aparecen en el lado izquierdo de la flecha, representan la mezcla de reacción, es decir, los reactantes que se combinan o entran en contacto. En cambio, cuando se encuentran en el lado derecho, indican la mezcla de productos resultante del proceso. Es importante comprender que una mezcla de reacción no siempre implica que la reacción ocurra: las sustancias pueden coexistir sin transformarse si las condiciones no son favorables.

Esta observación nos permite distinguir entre dos tipos generales de procesos: las reacciones espontáneas y las reacciones no espontáneas. Las primeras son aquellas que ocurren de manera natural al contacto, bajo las condiciones ambientales establecidas, como la combustión del hidrógeno con oxígeno o la oxidación del hierro. Las no espontáneas, en cambio, requieren una alteración de las condiciones —temperatura, presión, energía o catalizadores— para que la transformación se produzca.

Sin embargo, una reacción no espontánea no debe confundirse con una reacción imposible. El término solo indica que, bajo las condiciones estándar de la Tierra, el proceso no sucede por sí solo. Dichas condiciones —aproximadamente 25 °C, 1 atm y concentraciones definidas— son un arbitrio de laboratorio, válido para nuestro planeta y nuestro tiempo. En realidad, cada mundo del universo posee sus propias condiciones químicas y energéticas; por tanto, la espontaneidad no es una propiedad universal, sino una convención humana que refleja el contexto en el que observamos la materia.

Número estequiométrico o coeficiente estequiométrico

El coeficiente estequiométrico (ν = letra griega nu) es un número entero pequeño —o un valor proporcional a uno— que aparece a la izquierda de cada sustancia en una ecuación química. Este término ha sido históricamente uno de los más problemáticos en la formulación química, pues su uso como número entero depende de aceptar la validez de la teoría atómica. Hoy parece obvio, igual que aceptar que la Tierra gira alrededor del Sol, pero a comienzos del siglo XX la existencia real de los átomos aún era motivo de debate. En ese contexto, los números estequiométricos podían considerarse no enteros, siempre que guardaran una proporción constante, porque muchos científicos creían que la materia era un continuo físico, un campo ondulatorio o, en términos aristotélicos, una sustancia semejante a un fluido. Así la entendían los termoquímicos como Wilhelm Ostwald, cuyos modelos se reflejan en el tratamiento energético de las reacciones químicas.

Sin embargo, desde que la existencia de los átomos fue confirmada de forma experimental, se comprendió que los coeficientes estequiométricos deben ser números enteros pequeños, y esto tiene una razón física profunda. Si escribimos, por ejemplo, “½ O₂”, estaríamos insinuando que es posible dividir una molécula de dioxígeno a la mitad. Si seccionáramos la molécula longitudinalmente, separaríamos sus dos átomos de oxígeno, pero al hacerlo la sustancia O₂ dejaría de existir como tal y pasaríamos a tener átomos de oxígeno aislados (O), lo cual cambia su identidad química. Si en cambio la cortáramos transversalmente, estaríamos dividiendo los propios átomos, alterando su estructura fundamental y generando otro elemento químico, lo cual contradice toda evidencia experimental.

Por esta razón, la notación ½ O₂ es una abstracción matemática útil, pero carece de sentido molecular. Su uso persiste únicamente como una convención heredada de la época preatómica, especialmente en termoquímica y en el estudio del equilibrio químico, donde las ecuaciones se expresan en proporciones energéticas más que en conteos discretos de átomos.

Números estequiométricos enteros y evento de reacción

Por esta razón, cuando encontremos una ecuación química con coeficientes estequiométricos fraccionados, debemos multiplicar todos los coeficientes por un mismo factor hasta obtener la serie más pequeña posible de números enteros. Esta serie representa la proporción mínima y significativa desde el punto de vista químico, es decir, la combinación elemental de entidades que permite que la reacción ocurra una sola vez a nivel molecular.

La serie más pequeña de números enteros simboliza el evento de reacción fundamental, el suceso discreto en el que átomos individuales se reorganizan para formar nuevas sustancias. Cada evento de este tipo es único e indivisible, del mismo modo que un átomo es una unidad mínima de materia. Por tanto, tanto los átomos como las reacciones químicas elementales son eventos discretos y discontinuos, que pueden contarse y reproducirse, pero no dividirse sin perder su identidad.

De esta manera, los procesos químicos pueden medirse y expresarse en términos del número de Avogadro, que agrupa un número gigantesco de eventos moleculares equivalentes en una magnitud manejable: el mol. Así, cada mol representa no solo una cantidad de sustancia, sino también un conjunto de transformaciones químicas mínimas repetidas a escala macroscópica. En consecuencia, la estequiometría se convierte en un puente entre el mundo atómico y el mundo observable, permitiendo cuantificar y predecir las transformaciones de la materia con exactitud científica.

Ajuste

Al construir una ecuación química, es común no conocer de inmediato los coeficientes estequiométricos. Estos valores pueden determinarse experimentalmente, a partir de mediciones de masa, volumen o cantidad de sustancia, pero también pueden calcularse y predecirse teóricamente mediante distintos métodos de ajuste. Dichos coeficientes son esenciales, pues establecen las proporciones exactas en que los reactantes se combinan y los productos se forman, garantizando el cumplimiento de la ley de conservación de la materia.

Las técnicas de ajuste utilizadas para balancear ecuaciones químicas se dividen en dos grandes categorías: las técnicas de masa y las técnicas redox. Las primeras se aplican a reacciones en las que no hay transferencia de electrones, como las de neutralización, síntesis o descomposición, y constituyen el enfoque principal que se abordará en la segunda parte de esta sección. Estas técnicas emplean relaciones proporcionales entre átomos y moléculas para asegurar que la cantidad de cada elemento se conserve en ambos lados de la ecuación.

Por otro lado, las técnicas redox se aplican a las reacciones de oxidación y reducción, donde existe intercambio de electrones entre especies químicas. Su estudio pertenece al campo de la electroquímica, una rama que vincula los procesos químicos y eléctricos mediante un dispositivo experimental llamado celda electroquímica. En capítulos posteriores, se abordará este tipo de ajuste con mayor detalle, relacionando las ecuaciones redox con los potenciales eléctricos, la energía libre y el trabajo realizado por los sistemas químicos.

Catalizadores y condiciones

Sobre y debajo de la flecha de reacción en una ecuación química pueden escribirse sustancias y condiciones físico-químicas que influyen directamente en el proceso. Estos elementos representan los catalizadores y las condiciones no estándar necesarias para que una reacción no espontánea ocurra o para que una reacción lenta se lleve a cabo a una velocidad razonable desde el punto de vista experimental o tecnológico. Así, la ecuación no solo comunica qué sustancias reaccionan y qué productos se obtienen, sino también cómo y bajo qué condiciones el proceso puede realizarse efectivamente.

Muchas reacciones clasificadas como no espontáneas no lo son en sentido absoluto; simplemente ocurren a una velocidad extremadamente baja, inapreciable en escalas humanas. Por ejemplo, ciertos procesos de formación de minerales o de transformación orgánica que en la naturaleza tardan miles o millones de años pueden, en principio, suceder espontáneamente, pero lo hacen tan lentamente que resultan inútiles para fines prácticos. En estos casos, la intervención mediante catalizadores, aumento de temperatura, presión u otras condiciones controladas permite acelerar la reacción hasta hacerla observable y aprovechable.

Los catalizadores son sustancias que modifican la velocidad de una reacción sin consumirse en ella. Actúan reduciendo la energía de activación necesaria para que los átomos o moléculas reaccionen, facilitando el encuentro efectivo entre ellos. Gracias a su uso, reacciones que serían inviables en condiciones normales pueden realizarse de forma rápida y eficiente, tanto en la industria química como en los procesos biológicos, donde las enzimas cumplen este papel de manera natural. Así, los símbolos sobre y bajo la flecha condensan una gran cantidad de información sobre el contexto físico-químico real de la reacción.

Energía

Todo cambio químico implica necesariamente un cambio energético. En otras palabras, para que una reacción ocurra debe existir una transferencia de energía en forma de calor entre el sistema y su entorno. Sin intercambio energético, los átomos no podrían romper ni formar enlaces, y por tanto no habría transformación de la materia. Durante esta transferencia, parte del calor liberado o absorbido se disipa hacia el universo sin aprovecharse, lo que hace que los sistemas químicos tiendan a alcanzar un estado de equilibrio térmico más bajo, es decir, condiciones más lentas, estables y menos energéticamente activas.

Si deseamos invertir ese equilibrio natural y promover reacciones que vayan “cuesta arriba” energéticamente, se requiere una fuente externa de energía, como la radiación solar, la electricidad o incluso otra reacción química acoplada. Este principio explica por qué muchos procesos biológicos y tecnológicos dependen de fuentes energéticas externas para sostener reacciones que, de manera natural, serían demasiado lentas o directamente inviables bajo las condiciones de la Tierra.

El calor de una reacción bajo presión constante se denomina entalpía (ΔH), y su estudio constituye el campo de la termoquímica. De forma general, podemos clasificar las reacciones en dos grandes tipos: exotérmicas, aquellas que liberan calor al entorno, y endotérmicas, las que absorben calor para poder desarrollarse. En conclusión, todo proceso químico es también un proceso energético, pues sin transferencia de energía no puede existir cambio químico alguno.

Procesos acoplados

Dado lo anterior, en los procesos químicos complejos, como los que ocurren en las redes metabólicas de los organismos vivos, no basta con analizar una sola reacción química aislada. Para comprender las transformaciones simultáneas de materia y energía, es necesario estudiar series interconectadas de reacciones, organizadas en circuitos o cadenas metabólicas. En estas redes, cada producto puede convertirse en el reactante de otra reacción, generando acoplamientos, bifurcaciones y convergencias que conforman verdaderas arquitecturas químicas dinámicas. Este entramado no solo mantiene la vida, sino que ejemplifica la complejidad emergente de los sistemas químicos naturales.

Cell - Coupled Reactions, Metabolism, Enzymes | Britannica

Figura 5. El ciclo de Krebs, o ciclo del ácido cítrico, es el eje central del metabolismo celular. En la matriz mitocondrial, oxida los grupos acetilo del acetil-CoA, generando CO₂, NADH y FADH₂. Estos transportadores entregan electrones a la cadena respiratoria, creando un gradiente electroquímico que impulsa la síntesis de ATP. Además, provee intermedios biosintéticos, integrando catabolismo y anabolismo en una red metabólica acoplada.

De hecho, el metabolismo puede considerarse una forma primitiva de computación química, donde los flujos de energía y los intercambios moleculares procesan información de manera análoga a los circuitos de una computadora cuántica o a las redes neuronales artificiales. En ambos casos, los sistemas operan mediante interacciones distribuidas y no lineales, donde pequeños cambios locales pueden generar grandes efectos globales. Esta visión interdisciplinaria permite entender el metabolismo, la termodinámica biológica y la inteligencia artificial como manifestaciones distintas de un mismo principio: la autoorganización de la información en sistemas complejos.

Del mismo modo, en el ámbito de la biología molecular y la química médica, las enfermedades complejas no pueden explicarse mediante los modelos simples de la genética mendeliana clásica, donde un solo gen o alelo es responsable de un defecto específico. La bioquímica médica tradicional se centraba en este tipo de trastornos monogénicos, en los que una mutación puntual alteraba la síntesis de una enzima o proteína clave, provocando enfermedades como la fenilcetonuria o la anemia falciforme. Sin embargo, muchos trastornos modernos —metabólicos, inmunológicos o neurodegenerativos— no responden a este esquema lineal. Estas patologías dependen de redes complejas de genes interrelacionados, dispersos en múltiples loci cromosómicos y con una alta variabilidad alélica.

En estos casos, el comportamiento químico del organismo resulta de la interacción dinámica entre múltiples rutas metabólicas y redes de regulación génica, más que de un único gen alterado. La enfermedad se convierte así en una perturbación del equilibrio químico-sistémico, donde pequeñas variaciones en la expresión o actividad de distintas proteínas producen efectos emergentes difíciles de predecir desde un modelo mendeliano. Este tipo de análisis requiere herramientas de bioquímica sistémica, biología computacional y modelado de redes metabólicas.

Por ello, estos fenómenos se comprenden mejor bajo una visión de herencia darwiniana distribuida, donde la evolución y la selección natural actúan sobre conjuntos de interacciones químicas y genéticas más que sobre genes individuales. En este marco, el organismo no es una suma de reacciones aisladas, sino un sistema químico autoorganizado, cuyo comportamiento surge de la complejidad cooperativa de sus componentes moleculares.

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