Una ecuación química es un modelo simbólico
que representa una reacción química mediante fórmulas y coeficientes.
En la lección anterior vimos cómo, a partir de la Ley de los
volúmenes de combinación de Gay-Lussac, este modelo surge de forma
primitiva. Además, demostramos que los volúmenes de gases reactivos y
productos, analizados desde la perspectiva de la teoría atómica y
utilizando los conceptos de cantidad de reacción y número de Avogadro,
nos permiten interpretar los coeficientes estequiométricos no como
magnitudes continuas, sino como números de moléculas u otras entidades
discretas y contables.
El cambio químico
El cambio en la naturaleza puede clasificarse en dos
grandes categorías: los cambios físicos y los cambios químicos.
Los primeros se caracterizan porque no alteran la identidad de una sustancia.
Por ejemplo, acelerar una pieza de hierro hasta una rapidez de 700
km/h no modifica la composición de los átomos que la conforman. En
contraste, los cambios químicos sí transforman la naturaleza íntima
de la materia. Cuando el hierro reacciona con oxígeno, su estructura
metálica y brillante se altera para formar un polvo rojo ocre conocido
como óxido de hierro(III).
Figura
1. La Puerta de Ishtar simboliza el origen de la química como arte de
síntesis, donde los artesanos transformaron arcillas y minerales en cerámica
vidriada, un material no natural y más valioso. Desde entonces, la
humanidad ha creado vidrio, acero, plásticos, fibras y fármacos,
mostrando que la química humana no solo explica la materia: la recrea
y transforma.
Figura
2. La química es una de las ciencias más antiguas, anterior
incluso a la humanidad moderna. Los neandertales ya practicaban un pensamiento
químico al sintetizar alquitrán de resina mediante destilación
anaeróbica, mostrando control técnico y transmisión de
conocimiento. Así, la química no nació en laboratorios, sino junto al
fuego primitivo, cuando el ser humano aprendió a transformar la materia
y crear cultura.
Las reacciones químicas son representaciones de estos
procesos de transformación. Dado que una reacción es un fenómeno empírico,
resulta necesario construir un modelo teórico que nos permita entenderlo
y controlarlo. La civilización humana depende directamente del dominio
de los procesos químicos, fundamentales para la fabricación de
materiales que sustentan nuestra vida cotidiana —incluyendo los que hacen
posible escribir este mismo texto—. Sin embargo, es importante recordar que,
por preciso que sea, el modelo no debe confundirse con el proceso real.
Así, debemos distinguir entre dos nociones complementarias:
la reacción química, entendida como un proceso universal e inmutable
que ocurre de la misma forma en cualquier época o laboratorio; y la ecuación
química, que constituye un sistema simbólico y normativo basado en
la teoría atómica, empleado para describir y comunicar
dicho proceso.
Naturaleza molecular del cambio químico
Durante un cambio químico, los átomos se
reorganizan y la reacción se acompaña de un intercambio de energía
al formarse nuevos productos. Un ejemplo clásico es la reacción entre sodio
y agua, en la cual se generan hidróxido de sodio y gas hidrógeno.
La energía liberada es tan elevada que el hidrógeno se inflama
espontáneamente en contacto con el aire. Este fenómeno constituye un cambio
químico verdadero, pues los productos resultantes son químicamente
distintos de las sustancias iniciales.
La reacción química como fenómeno
Aunque muchas veces parecen sinónimos, es fundamental no
confundir el fenómeno con el modelo. Del mismo modo que un mapa no
es el territorio real, una ecuación química no debe identificarse
con la reacción química que ocurre en la naturaleza o en el laboratorio.
La ecuación es solo una representación simbólica que simplifica la
realidad para poder analizarla, comunicarla y predecirla. Como todo
modelo, omite numerosos detalles, tales como la velocidad, las
condiciones termodinámicas o los pasos intermedios del proceso. No obstante, su
poder radica precisamente en esa abstracción, que permite describir de
manera clara un fenómeno complejo sin perder su esencia científica.
Del mismo modo que existen mapas con distintos niveles de
detalle o escala, también hay ecuaciones químicas más o menos complejas,
dependiendo del propósito del análisis. Una misma reacción puede
representarse desde múltiples enfoques: un modelo cuantitativo,
que destaca las proporciones estequiométricas; un enfoque de síntesis,
que enfatiza la obtención de productos; o un enfoque de estructura y
mecanismo, que examina cómo los enlaces se rompen y forman durante el
proceso. Comprender estas diferencias nos recuerda que la ecuación es una herramienta
conceptual, no el fenómeno mismo, y que la verdadera química se encuentra
en el acto físico y material de la transformación.
La ecuación química como modelo
Como todo modelo de abstracción, la ecuación
química funciona como un lenguaje simbólico, comparable a un lenguaje
de programación que describe el comportamiento de la materia. A través de
signos, letras y números, este lenguaje permite representar la realidad
química, mostrando cómo unas sustancias se transforman en otras bajo
condiciones determinadas. Por ello, resulta esencial comprender sus reglas y
convenciones, ya que constituyen la base para interpretar correctamente los
fenómenos que ocurren a nivel atómico y molecular.
Figura
3. La imagen muestra la estructura de una ecuación química como modelo
del cambio de identidad, estado y energía de la materia. Distingue reactantes,
productos, números estequiométricos, condiciones de reacción y calor
liberado o absorbido. Cada elemento refleja cómo la química une cantidad,
composición y energía, permitiendo describir y controlar las
transformaciones materiales del mundo con precisión científica.
Figura
4. Las ecuaciones químicas representan la reorganización de átomos,
ya sea con esferas de colores o símbolos atómicos. Según la teoría
atómica, los átomos se conservan, aunque los reactantes
desaparecen y surgen nuevos productos. Este principio expresa la Ley
de conservación de la masa: la materia no se crea ni se destruye, solo
cambia su forma de unión y organización.
La flecha de reacción
El eje fundamental de toda ecuación química es la flecha
de reacción, símbolo que indica la dirección del proceso y debe
entenderse como una producción: lo que está a la izquierda (reactantes)
genera lo que está a la derecha (productos). En ocasiones puede emplearse un signo
igual (=), pero esto puede inducir a error, pues la igualdad representa
solo una equivalencia de materia y energía, no indica como identidad
de una sustancia depende de las interacciones atómicas ni en la distribución
de la energía dentro del sistema.
La forma más sencilla de la flecha es la unidireccional
(→), propia de las reacciones no reversibles o de aquellas cuya reversibilidad
es despreciable. Sin embargo, algunas transformaciones pueden ocurrir en
ambos sentidos, y en esos casos se utilizan flechas dobles (⇄)
para señalar la reversibilidad o los procesos en equilibrio químico (⇌).
En este curso, nos centraremos exclusivamente en la flecha unidireccional,
con el fin de consolidar el concepto de reacción como proceso neto de
transformación, antes de abordar fenómenos más complejos como el equilibrio
dinámico.
Video
1. La reacción química es el proceso real en el que las sustancias
se transforman en otras mediante la interacción de sus átomos. En
cambio, la ecuación química es un modelo simbólico que representa
este fenómeno de forma ordenada y balanceada. En los siguientes videos
se muestran reacciones químicas reales; si algún enlace deja de
funcionar, por favor repórtalo en los comentarios para su actualización.
[Cloro + sodio → sal] [Top 10 Reacciones Químicas
Mas Impresionantes]
Las mezclas
Los símbolos de adición (+) en una ecuación
química deben interpretarse como una mezcla de sustancias. Cuando
aparecen en el lado izquierdo de la flecha, representan la mezcla de
reacción, es decir, los reactantes que se combinan o entran en
contacto. En cambio, cuando se encuentran en el lado derecho, indican la
mezcla de productos resultante del proceso. Es importante comprender que
una mezcla de reacción no siempre implica que la reacción ocurra: las
sustancias pueden coexistir sin transformarse si las condiciones no son
favorables.
Esta observación nos permite distinguir entre dos tipos
generales de procesos: las reacciones espontáneas y las reacciones no
espontáneas. Las primeras son aquellas que ocurren de manera natural al
contacto, bajo las condiciones ambientales establecidas, como la combustión
del hidrógeno con oxígeno o la oxidación del hierro. Las no
espontáneas, en cambio, requieren una alteración de las condiciones
—temperatura, presión, energía o catalizadores— para que la transformación se
produzca.
Sin embargo, una reacción no espontánea no debe
confundirse con una reacción imposible. El término solo indica que, bajo
las condiciones estándar de la Tierra, el proceso no sucede por sí solo.
Dichas condiciones —aproximadamente 25 °C, 1 atm y concentraciones definidas—
son un arbitrio de laboratorio, válido para nuestro planeta y nuestro
tiempo. En realidad, cada mundo del universo posee sus propias
condiciones químicas y energéticas; por tanto, la espontaneidad no es
una propiedad universal, sino una convención humana que refleja el
contexto en el que observamos la materia.
Número estequiométrico o coeficiente estequiométrico
El coeficiente estequiométrico (ν = letra griega
nu) es un número entero pequeño —o un valor proporcional a
uno— que aparece a la izquierda de cada sustancia en una ecuación química.
Este término ha sido históricamente uno de los más problemáticos en la
formulación química, pues su uso como número entero depende de aceptar la
validez de la teoría atómica. Hoy parece obvio, igual que aceptar que la Tierra
gira alrededor del Sol, pero a comienzos del siglo XX la existencia real de
los átomos aún era motivo de debate. En ese contexto, los números
estequiométricos podían considerarse no enteros, siempre que
guardaran una proporción constante, porque muchos científicos creían que
la materia era un continuo físico, un campo ondulatorio o, en
términos aristotélicos, una sustancia semejante a un fluido. Así
la entendían los termoquímicos como Wilhelm Ostwald, cuyos
modelos se reflejan en el tratamiento energético de las reacciones químicas.
Sin embargo, desde que la existencia de los átomos
fue confirmada de forma experimental, se comprendió que los coeficientes
estequiométricos deben ser números enteros pequeños, y esto tiene
una razón física profunda. Si escribimos, por ejemplo, “½ O₂”, estaríamos
insinuando que es posible dividir una molécula de dioxígeno a la mitad.
Si seccionáramos la molécula longitudinalmente, separaríamos sus dos
átomos de oxígeno, pero al hacerlo la sustancia O₂ dejaría de
existir como tal y pasaríamos a tener átomos de oxígeno aislados (O), lo
cual cambia su identidad química. Si en cambio la cortáramos transversalmente,
estaríamos dividiendo los propios átomos, alterando su estructura
fundamental y generando otro elemento químico, lo cual contradice toda
evidencia experimental.
Por esta razón, la notación ½ O₂ es una abstracción
matemática útil, pero carece de sentido molecular. Su uso persiste
únicamente como una convención heredada de la época preatómica,
especialmente en termoquímica y en el estudio del equilibrio químico,
donde las ecuaciones se expresan en proporciones energéticas más que en conteos
discretos de átomos.
Números estequiométricos enteros y evento de reacción
Por esta razón, cuando encontremos una ecuación química
con coeficientes estequiométricos fraccionados, debemos multiplicar
todos los coeficientes por un mismo factor hasta obtener la serie más
pequeña posible de números enteros. Esta serie representa la proporción
mínima y significativa desde el punto de vista químico, es decir, la combinación
elemental de entidades que permite que la reacción ocurra una sola vez a
nivel molecular.
La serie más pequeña de números enteros simboliza el evento
de reacción fundamental, el suceso discreto en el que átomos
individuales se reorganizan para formar nuevas sustancias. Cada evento de
este tipo es único e indivisible, del mismo modo que un átomo es una
unidad mínima de materia. Por tanto, tanto los átomos como las reacciones
químicas elementales son eventos discretos y discontinuos, que
pueden contarse y reproducirse, pero no dividirse sin perder su identidad.
De esta manera, los procesos químicos pueden medirse
y expresarse en términos del número de Avogadro, que agrupa un número
gigantesco de eventos moleculares equivalentes en una magnitud
manejable: el mol. Así, cada mol representa no solo una cantidad de
sustancia, sino también un conjunto de transformaciones químicas mínimas
repetidas a escala macroscópica. En consecuencia, la estequiometría se
convierte en un puente entre el mundo atómico y el mundo observable,
permitiendo cuantificar y predecir las transformaciones de la materia con
exactitud científica.
Ajuste
Al construir una ecuación química, es común no
conocer de inmediato los coeficientes estequiométricos. Estos valores
pueden determinarse experimentalmente, a partir de mediciones de masa,
volumen o cantidad de sustancia, pero también pueden calcularse y predecirse
teóricamente mediante distintos métodos de ajuste. Dichos
coeficientes son esenciales, pues establecen las proporciones exactas en
que los reactantes se combinan y los productos se forman, garantizando el
cumplimiento de la ley de conservación de la materia.
Las técnicas de ajuste utilizadas para balancear
ecuaciones químicas se dividen en dos grandes categorías: las técnicas
de masa y las técnicas redox. Las primeras se aplican a reacciones
en las que no hay transferencia de electrones, como las de neutralización,
síntesis o descomposición, y constituyen el enfoque principal que se
abordará en la segunda parte de esta sección. Estas técnicas emplean
relaciones proporcionales entre átomos y moléculas para asegurar que la
cantidad de cada elemento se conserve en ambos lados de la ecuación.
Por otro lado, las técnicas redox se aplican a las reacciones
de oxidación y reducción, donde existe intercambio de electrones
entre especies químicas. Su estudio pertenece al campo de la electroquímica,
una rama que vincula los procesos químicos y eléctricos mediante un
dispositivo experimental llamado celda electroquímica. En capítulos
posteriores, se abordará este tipo de ajuste con mayor detalle, relacionando
las ecuaciones redox con los potenciales eléctricos, la energía
libre y el trabajo realizado por los sistemas químicos.
Catalizadores y condiciones
Sobre y debajo de la flecha de reacción en una ecuación
química pueden escribirse sustancias y condiciones físico-químicas que
influyen directamente en el proceso. Estos elementos representan los catalizadores
y las condiciones no estándar necesarias para que una reacción no
espontánea ocurra o para que una reacción lenta se lleve a cabo a
una velocidad razonable desde el punto de vista experimental o
tecnológico. Así, la ecuación no solo comunica qué sustancias reaccionan y qué
productos se obtienen, sino también cómo y bajo qué condiciones
el proceso puede realizarse efectivamente.
Muchas reacciones clasificadas como no espontáneas no
lo son en sentido absoluto; simplemente ocurren a una velocidad
extremadamente baja, inapreciable en escalas humanas. Por ejemplo, ciertos
procesos de formación de minerales o de transformación orgánica que
en la naturaleza tardan miles o millones de años pueden, en principio,
suceder espontáneamente, pero lo hacen tan lentamente que resultan inútiles
para fines prácticos. En estos casos, la intervención mediante catalizadores,
aumento de temperatura, presión u otras condiciones controladas
permite acelerar la reacción hasta hacerla observable y aprovechable.
Los catalizadores son sustancias que modifican la
velocidad de una reacción sin consumirse en ella. Actúan reduciendo la energía
de activación necesaria para que los átomos o moléculas reaccionen,
facilitando el encuentro efectivo entre ellos. Gracias a su uso, reacciones que
serían inviables en condiciones normales pueden realizarse de forma rápida
y eficiente, tanto en la industria química como en los procesos
biológicos, donde las enzimas cumplen este papel de manera natural.
Así, los símbolos sobre y bajo la flecha condensan una gran cantidad de
información sobre el contexto físico-químico real de la reacción.
Energía
Todo cambio químico implica necesariamente un cambio
energético. En otras palabras, para que una reacción ocurra debe existir
una transferencia de energía en forma de calor entre el sistema y su
entorno. Sin intercambio energético, los átomos no podrían romper ni formar
enlaces, y por tanto no habría transformación de la materia. Durante
esta transferencia, parte del calor liberado o absorbido se disipa hacia el
universo sin aprovecharse, lo que hace que los sistemas químicos tiendan a
alcanzar un estado de equilibrio térmico más bajo, es decir, condiciones
más lentas, estables y menos energéticamente activas.
Si deseamos invertir ese equilibrio natural y
promover reacciones que vayan “cuesta arriba” energéticamente, se requiere una fuente
externa de energía, como la radiación solar, la electricidad
o incluso otra reacción química acoplada. Este principio explica por qué
muchos procesos biológicos y tecnológicos dependen de fuentes energéticas
externas para sostener reacciones que, de manera natural, serían demasiado
lentas o directamente inviables bajo las condiciones de la Tierra.
El calor de una reacción bajo presión constante
se denomina entalpía (ΔH), y su estudio constituye el campo de la termoquímica.
De forma general, podemos clasificar las reacciones en dos grandes tipos: exotérmicas,
aquellas que liberan calor al entorno, y endotérmicas, las que absorben
calor para poder desarrollarse. En conclusión, todo proceso químico es
también un proceso energético, pues sin transferencia de energía
no puede existir cambio químico alguno.
Procesos acoplados
Dado lo anterior, en los procesos químicos complejos,
como los que ocurren en las redes metabólicas de los organismos vivos,
no basta con analizar una sola reacción química aislada. Para comprender
las transformaciones simultáneas de materia y energía, es necesario
estudiar series interconectadas de reacciones, organizadas en circuitos
o cadenas metabólicas. En estas redes, cada producto puede convertirse en
el reactante de otra reacción, generando acoplamientos, bifurcaciones
y convergencias que conforman verdaderas arquitecturas químicas
dinámicas. Este entramado no solo mantiene la vida, sino que ejemplifica la
complejidad emergente de los sistemas químicos naturales.
Figura
5. El ciclo de Krebs, o ciclo del ácido cítrico, es el eje
central del metabolismo celular. En la matriz mitocondrial, oxida
los grupos acetilo del acetil-CoA, generando CO₂, NADH
y FADH₂. Estos transportadores entregan electrones a la cadena
respiratoria, creando un gradiente electroquímico que impulsa la síntesis
de ATP. Además, provee intermedios biosintéticos, integrando catabolismo
y anabolismo en una red metabólica acoplada.
De hecho, el metabolismo puede considerarse una forma
primitiva de computación química, donde los flujos de energía y
los intercambios moleculares procesan información de manera análoga a
los circuitos de una computadora cuántica o a las redes neuronales
artificiales. En ambos casos, los sistemas operan mediante interacciones
distribuidas y no lineales, donde pequeños cambios locales pueden generar
grandes efectos globales. Esta visión interdisciplinaria permite entender el
metabolismo, la termodinámica biológica y la inteligencia artificial
como manifestaciones distintas de un mismo principio: la autoorganización de
la información en sistemas complejos.
Del mismo modo, en el ámbito de la biología molecular y
la química médica, las enfermedades complejas no pueden explicarse
mediante los modelos simples de la genética mendeliana clásica, donde un
solo gen o alelo es responsable de un defecto específico. La bioquímica
médica tradicional se centraba en este tipo de trastornos monogénicos,
en los que una mutación puntual alteraba la síntesis de una enzima o
proteína clave, provocando enfermedades como la fenilcetonuria o la anemia
falciforme. Sin embargo, muchos trastornos modernos —metabólicos,
inmunológicos o neurodegenerativos— no responden a este esquema lineal. Estas
patologías dependen de redes complejas de genes interrelacionados,
dispersos en múltiples loci cromosómicos y con una alta variabilidad
alélica.
En estos casos, el comportamiento químico del organismo
resulta de la interacción dinámica entre múltiples rutas metabólicas
y redes de regulación génica, más que de un único gen alterado. La
enfermedad se convierte así en una perturbación del equilibrio
químico-sistémico, donde pequeñas variaciones en la expresión o actividad
de distintas proteínas producen efectos emergentes difíciles de predecir
desde un modelo mendeliano. Este tipo de análisis requiere herramientas de bioquímica
sistémica, biología computacional y modelado de redes metabólicas.
Por ello, estos fenómenos se comprenden mejor bajo una
visión de herencia darwiniana distribuida, donde la evolución y
la selección natural actúan sobre conjuntos de interacciones químicas
y genéticas más que sobre genes individuales. En este marco, el organismo
no es una suma de reacciones aisladas, sino un sistema químico
autoorganizado, cuyo comportamiento surge de la complejidad cooperativa
de sus componentes moleculares.
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muchas gracias, esto me ayudara a aprender más
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