La ley de Proust, también conocida como ley de las
proporciones definidas, establece que un compuesto químico puro
siempre contiene los mismos elementos combinados en una proporción
fija en masa, sin importar su origen o el método de preparación. Esta idea
fue propuesta por el químico francés Joseph-Louis Proust a principios
del siglo XIX, en un contexto donde aún no existía consenso sobre la composición
constante de las sustancias. Su formulación surgió como una respuesta a la
necesidad de dar coherencia cuantitativa a los estudios de química, que hasta
entonces eran en gran medida cualitativos y empíricos.
Figura
1. Joseph Louis Proust fue un químico francés que formuló la ley de las
proporciones definidas, demostrando que los compuestos tienen proporciones
fijas de masa. Estudió carbonato de cobre y óxidos metálicos, y enseñó en
España hasta la invasión napoleónica. También investigó azúcares naturales.
Su legado incluye la proustita, un mineral que lleva su nombre.
Proust defendió esta ley a partir de experimentos rigurosos
con compuestos como el óxido de cobre y el carbonato de estaño,
demostrando que, sin importar cómo se obtuvieran, sus proporciones entre elementos
constituyentes eran siempre constantes. Esta observación iba en contra de
las ideas de su principal oponente, el químico Claude-Louis Berthollet,
quien sostenía que los elementos podían combinarse en proporciones variables
dependiendo de las condiciones de reacción. Berthollet defendía una visión más
flexible y dinámica de la materia, influida por la química analítica de
su época y por observaciones mal interpretadas sobre mezclas y disoluciones.
El debate entre Proust y Berthollet fue clave para el
desarrollo de la química moderna, ya que motivó nuevas investigaciones que, con
el tiempo, respaldaron la propuesta de Proust. Su ley se convirtió en uno de
los pilares de la teoría atómica de John Dalton, quien la utilizó
para fundamentar la idea de que los elementos están formados por átomos
indivisibles que se combinan en relaciones fijas para formar compuestos.
Así, la ley de Proust marcó un hito en la transición de la química empírica a
una ciencia cuantitativa basada en principios medibles y reproducibles.
Fórmulas moleculares
Como vimos anteriormente, tanto los elementos como
los compuestos pueden agruparse en moléculas, con excepción de
dos casos importantes: los gases nobles, que existen como átomos
individuales, y los metales, que forman una única estructura
continua de átomos unidos en una red metálica. Las moléculas, en
general, pueden representarse mediante esquemas simbólicos llamados fórmulas
moleculares. En términos más concretos, una fórmula molecular indica
la cantidad de átomos de cada elemento químico que constituye una
molécula, lo que permite identificar su identidad estructural.
Figura
2. La fórmula molecular H₂SO₄
representa al ácido sulfúrico, compuesto clave en la industria
química. Indica dos átomos de hidrógeno, uno de azufre
(implícito por la regla del “1 algebraico”) y cuatro de oxígeno.
Esta notación facilita cálculos estequiométricos y construcción de modelos
estructurales, permitiendo entender su acidez, reactividad y
función en múltiples procesos industriales
Esta representación simbólica, aunque hoy nos parece obvia,
fue el resultado de un largo proceso de discusión y estandarización. Por
ejemplo, durante el Congreso de Karlsruhe en 1860 —donde Stanislao
Cannizzaro presentó su método para determinar los pesos atómicos—,
también se debatió intensamente cómo debían representarse las fórmulas
químicas. En ese contexto, muchos científicos proponían formas diversas de
notación, algunas con exponentes, otras con letras duplicadas, reflejo de una
comunidad aún en construcción. Gracias a esos debates, se consolidó una
convención que hoy seguimos utilizando.
Representación de la ley de Proust
Actualmente, la fórmula molecular estándar se compone
por el símbolo químico de cada elemento seguido de un subíndice
numérico colocado a su derecha. Este subíndice indica cuántos átomos de
ese elemento hay en una molécula. Por ejemplo, H₂O indica dos átomos de hidrógeno
y uno de oxígeno.
De esta forma, podemos afirmar que la fórmula molecular
es la manifestación simbólica de la ley de Proust en el lenguaje
químico. Los subíndices que acompañan a los símbolos de los elementos no
son simples números arbitrarios: representan las proporciones definidas
en las que los átomos se combinan para formar un compuesto químico.
Cada subíndice codifica la relación fija y constante entre los elementos
que integran una molécula, tal como lo establece dicha ley.
Esta correspondencia entre notación y ley no es meramente
formal, sino que tiene profundas implicaciones para el análisis cuantitativo en
química. Gracias a esta regularidad estructural, es posible predecir la
composición en masa, calcular la masa molar, y establecer
relaciones precisas entre moles, átomos y gramos. Así, la
fórmula molecular se convierte en un puente entre la representación
simbólica y la realidad material de las sustancias.
En definitiva, al escribir una fórmula como H₂O, CO₂ o
H₂SO₄, no solo comunicamos cuántos átomos hay de cada elemento, sino que
también hacemos explícita la proporción constante que garantiza la identidad
química del compuesto. La fórmula molecular, por tanto, no es una simple
convención: es una expresión condensada de una de las leyes fundamentales que
rigen la materia
[1] Ley de Proust de las proporciones definidas entre un elemento y un compuesto. Pulsa aquí para ver la descripción completa de esta fórmula junto a su factor de conversión homólogo.
[2] Ley
de Proust de las proporciones definidas entre dos elementos. Pulsa
aquí para ver la descripción completa de esta fórmula junto a su factor de
conversión homólogo.
Bertólidos
Si sabemos que las moléculas y redes cristalinas se forman a
partir de interacciones electrostáticas entre átomos e iones con el fin
de mantener la conservación de la carga, surge una pregunta inevitable:
¿cómo se forman los bertiolidos, cuyas fórmulas químicas no presentan
relaciones estequiométricas simples? La explicación más común radica en la
existencia de defectos estructurales en los cristales, los cuales pueden
producirse por adición o por vacancia.
Figura
3. Los cristales pueden presentar defectos estructurales como vacancias
e intersticiales, permitiendo cierta tolerancia composicional.
Cuando esta variación es pequeña, forman sustancias estequiométricas o daltonidos.
Si es significativa, surgen compuestos no estequiométricos o bertólidos,
que no siguen la ley de Proust. Esta propiedad refleja la flexibilidad
de la red cristalina ante desviaciones en la proporción de sus
componentes.
Un defecto por adición ocurre cuando un cristal
incorpora más átomos o iones de los que corresponderían a la proporción ideal,
como cuando iones intersticiales se introducen en huecos de la red. En cambio,
un defecto por vacancia se da cuando faltan partículas en posiciones que
deberían estar ocupadas según la estructura ideal, alterando la relación de
átomos en el compuesto final. En ambos casos, la composición global se modifica
y deja de cumplir con la ley de Proust de proporciones definidas de
manera estricta.
Es importante recordar que nosotros calculamos los
subíndices de una fórmula química a partir de cantidades macroscópicas, por
lo que lo que medimos realmente es un promedio. Incluso los compuestos
que cumplen aparentemente con la ley de Proust pueden tener defectos a nivel
microscópico. Sin embargo, estos son tan escasos que, al redondear al entero
más cercano durante análisis como el de combustión, los defectos se vuelven inapreciables
dentro del límite de las cifras significativas, y los resultados son consistentes
sin importar la muestra del mismo daltonido.
Por el contrario, en un bertiolido las desviaciones
respecto a una relación estequiométrica entera son tan grandes que no pueden
ignorarse. Estas composiciones no se ajustan a ningún número entero
razonable, y varían entre muestras, lo cual es indicativo de un alto grado
de defectos o de una estructura fundamentalmente no estequiométrica. Un ejemplo
es la wüstita (Fe₁₋ₓO), cuya proporción entre
hierro y oxígeno no se fija en un valor constante sino que depende de
condiciones de síntesis, variando en un rango como Fe₀.₉₄O a Fe₀.₈₄O. Otro
ejemplo representativo es el óxido de titanio TiOₓ,
donde x puede variar entre 1 y 2, reflejando múltiples estados de oxidación del
titanio y la capacidad del cristal para tolerar amplios defectos sin perder su
estructura global.
Historia
Imagina que tienes frente a ti dos vasos. Uno contiene agua pura; el otro, agua con azúcar disuelta. A simple vista, ¿podrías notar alguna diferencia entre ellos? Probablemente no. Ambos líquidos son transparentes, sin color ni partículas visibles. Pero, ¿y si tuvieras que juzgarlos únicamente con los ojos, sin oler, probar ni utilizar instrumentos? Esta situación nos lleva a una pregunta fundamental en química: ¿cómo clasificamos la materia si solo podemos guiarnos por lo que percibimos? Más aún, ¿cómo saber si lo que estamos viendo es una sustancia pura o una mezcla?
Figura 4. Claude Louis Berthollet fue un químico francés clave en la teoría del equilibrio químico y la química industrial. Cuestionó la ley de proporciones definidas, proponiendo que algunos compuestos tienen composición variable (bertólidos). Introdujo el concepto de equilibrio dinámico y aplicó la química a procesos como el blanqueo con cloro, dejando una profunda influencia en la ciencia moderna.
Durante el siglo XIX, los químicos debatieron con intensidad sobre si los compuestos tenían proporciones fijas o si podían variar según las condiciones. Este debate se cristalizó en lo que ha venido a denominarse la controversia Berthollet–Proust. Para Berthollet, la materia se combinaba en proporciones variables; para Proust, en proporciones definidas e inmutables. No era solo una disputa técnica, sino una diferencia radical en la forma de concebir la composición de la materia. Esta última visión —la de Proust— terminaría imponiéndose, y con ella, la idea de que las sustancias puras tienen una composición constante, lo que permitió diferenciar con claridad entre una mezcla (como el agua azucarada) y una sustancia pura (como el agua destilada). El problema es que, en el fondo, ambos tenían parte de razón. La naturaleza no siempre se pliega a las categorías absolutas que pretendemos imponerle. Imagina nuevamente ese contexto: cuerpos con una homogeneidad total a simple vista —como el agua pura y el agua azucarada—, pero con diferencias fundamentales en su composición interna.
Algunos, como el agua, al descomponerse en sus elementos,
registran una constitución constante: dos partes de hidrógeno por una
de oxígeno, siempre en la misma proporción de masa relativa. Es lo que se
conoce como la ley de la proporción definida: todo compuesto
químico está formado por los mismos elementos, combinados en proporciones fijas
y características.
Este principio se vuelve aún más claro cuando observamos
sustancias formadas por los mismos elementos, pero con proporciones
distintas. Los óxidos del nitrógeno ofrecen un ejemplo clásico: el monóxido
de nitrógeno (NO) y el dióxido de nitrógeno (NO₂) están
ambos formados por nitrógeno y oxígeno, pero en relaciones diferentes. Por cada
gramo de nitrógeno, el primero contiene 1.14 g de oxígeno, mientras que el
segundo contiene 2.28 g. Es decir, una proporción doble, una
regularidad tan precisa que condujo a enunciar también la ley de las
proporciones múltiples.
Figura
5. Los óxidos de cloro ilustran la ley de las proporciones definidas,
ya que combinan cloro y oxígeno en proporciones fijas de masa.
Aunque el cloro permanece constante, el oxígeno varía en múltiplos definidos
(16, 48, 80, 112 g), formando compuestos únicos. Esto respalda la idea de Proust
frente a la propuesta de Berthollet sobre proporciones variables.
Pero en contraste, el caso del agua azucarada revela otro
tipo de cuerpo: una mezcla. Aquí, el azúcar y el agua no forman un
nuevo compuesto con proporciones definidas. Podemos disolver una cucharadita,
dos o tres, y seguir teniendo una sola fase líquida homogénea. Su
composición es variable y continua dentro de ciertos límites. No
hay una relación fija entre las masas de azúcar y agua: depende de cuánto
agreguemos.
Este tipo de materia —mezclada pero aparentemente uniforme—
desafía la vista y exige una mirada más profunda, una que distinga no solo lo
que parece igual, sino también cómo está constituido lo que
observamos.
La razón de esta discrepancia radica en que, cuando estos
químicos hablaban de “cuerpos”, no diferenciaban entre una mezcla
homogénea y un cuerpo puro compuesto, simplemente porque las
mezclas homogéneas aparentan ser sustancias puras. A nivel visual y táctil,
no hay separación evidente, no hay fases múltiples. Esa similitud superficial
llevó a una confusión conceptual profunda.
Este tipo de error, donde los interlocutores discuten
sin compartir las mismas definiciones fundamentales, es conocido como
un error de equivocación semántica o, más ampliamente, como
una discusión bizantina: se debate con intensidad sobre un
desacuerdo que, en el fondo, surge de no hablar de lo mismo, aunque parezca que
sí.
En una disolución, como el agua azucarada, los componentes
están presentes en proporciones variables. Es decir, la composición del
sistema depende de factores externos: la cantidad de soluto añadido, la
temperatura, el estado físico. Esta visión de la materia era precisamente la
que Berthollet defendía: un cuerpo cuya composición no es fija, sino
determinada por el equilibrio con su entorno.
Sin embargo, al interior del mundo material no todo
son mezclas. También existen cuerpos que muestran un comportamiento
radicalmente distinto: sustancias puras compuestas, que siempre
se forman a partir de proporciones constantes de sus componentes. No
importa cuántas veces repitamos la reacción o en qué lugar del mundo la
llevemos a cabo, el resultado es siempre el mismo.
Figura
6. La wüstita (FeO) es un óxido de hierro con
aplicaciones clave en la industria siderúrgica, donde participa en la reducción
del hierro para producir acero. Gracias a sus defectos estructurales,
también se usa en catalizadores, materiales magnéticos y semiconductores,
aprovechando su ferroelectricidad y capacidad de conducir electricidad
en condiciones específicas. Es un compuesto químico no estequiométrico.
Un ejemplo claro es el cloruro de sodio (NaCl),
la sal de mesa común. Al sintetizarlo, se requiere una cantidad precisa
de sodio metálico y una cantidad proporcional de gas cloro.
Ni más ni menos. Cualquier exceso de alguno de los reactivos no se incorpora al
compuesto; simplemente permanece sin reaccionar o da lugar a otro producto, si
acaso. La sustancia formada —la sal— tiene una identidad química fija,
derivada directamente de esa proporción específica entre sus elementos.
Como todo en la naturaleza, también existen intermedios.
Algunas sustancias se comportan como si fueran puras, pero su estructura
interna revela imperfecciones microscópicas. Por ejemplo, en
ciertos sólidos cristalinos, la disposición ordenada de partículas con cargas
opuestas —positivas y negativas— puede presentar defectos, como
la ausencia de alguna de las partículas positivas en
posiciones donde se esperaría encontrarla.
Esto ocurre en materiales como la wüstita (FeO),
un óxido de hierro que, aunque se describe con la fórmula simple
"FeO", rara vez se encuentra con una proporción perfecta de un átomo
de hierro por cada átomo de oxígeno. En la práctica, su composición varía,
porque no todos los sitios que deberían estar ocupados por átomos de
hierro están realmente llenos. Es un ejemplo de lo que se conoce como
un berthólido: una sustancia cuya composición no sigue
estrictamente una proporción definida, aunque mantiene una estructura
estable.
Naturaleza de la controversia científica
La controversia entre Berthollet y Proust no
se resolvió de inmediato. Durante años, la discusión quedó en tablas,
sin una victoria clara, porque ambos presentaban observaciones válidas,
pero desde enfoques distintos. Mientras Berthollet describía
mezclas y soluciones —sistemas donde la composición puede variar—, Proust se
refería a sustancias compuestas formadas en reacciones químicas con
proporciones fijas.
Figura
7. En un debate, definir conceptos clave desde el inicio
evita malentendidos y garantiza que todos compartan un mismo marco de
referencia. Sin esta claridad, pueden surgir argumentos erróneos o discusiones
bizantinas. Un moderador que precisa los términos logra un diálogo estructurado,
productivo y enfocado, facilitando un intercambio de ideas
significativo y centrado en el tema real.
Durante buena parte del siglo XIX, la comunidad científica
osciló entre ambas ideas, sin una distinción clara entre lo que hoy
llamamos mezcla homogénea y sustancia pura compuesta.
El lenguaje de la época no ofrecía las herramientas conceptuales necesarias
para separar esas categorías con precisión, lo que dificultó aún más el
entendimiento mutuo.
Fue solo con el desarrollo progresivo de la química
analítica y la termodinámica de soluciones, junto con
avances en la comprensión de la estructura de la materia, que se comenzó a ver
con claridad que ambos hablaban de fenómenos distintos. Berthollet
tenía razón al observar que ciertas combinaciones, como las soluciones salinas
o los gases mezclados, podían presentar proporciones variables. Pero Proust
también tenía razón al mostrar que los compuestos químicos verdaderos —como el
agua, el cloruro de sodio o el dióxido de carbono— se formaban siempre con
proporciones definidas y constantes.
Al final, ninguno fue derrotado, pero fue
la clarificación de los conceptos lo que resolvió la disputa. Se
entendió que no era un asunto de quién tenía razón, sino de qué tipo de
materia se estaba describiendo. Esta distinción fundamental —mezcla vs.
compuesto— sentó las bases de la clasificación moderna de la materia y permitió
a la química avanzar con mayor precisión en su estudio del mundo material.
[Ejercicios resueltos de ley de Proust y cantidad de sustancia]
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