En aritmética elemental, una entidad contable puede
ser cualquier objeto concreto como una silla, una hoja, o incluso
una manzana, que se considera como una unidad individual para propósitos
de conteo. Aunque estas entidades no requieren una unidad de medida formal
como el metro o el gramo, son fundamentales en operaciones matemáticas
básicas, ya que permiten cuantificar y comparar cantidades. Así,
expresiones como "400 sillas" o "100 hojas" son
perfectamente válidas desde el punto de vista matemático, y nos permiten
realizar conversiones o proporciones cuando una de estas entidades se
relaciona con otra magnitud, como el número de sillas por salón o de hojas por
cuaderno.
Este concepto se vuelve particularmente relevante en
química, donde objetos aparentemente abstractos como moléculas, iones
o átomos se tratan como entidades contables. Al igual que una
silla o una hoja, podemos decir que hay "400 moléculas de agua" o
"100 iones de sodio", aun cuando no podamos verlas directamente. La
diferencia es que, al pasar del mundo tangible al nivel molecular, estas
entidades se utilizan con un sistema de unidades más riguroso, como el mol,
que agrupa cantidades extremadamente grandes de partículas. Aun así, el
principio matemático subyacente sigue siendo el mismo: contar objetos
individuales, sean visibles o no.
Figura
1. La legión romana clásica. La imagen de una legión romana ilustra cómo
agrupaciones facilitan manejar grandes cantidades. Contar cada soldado es poco
práctico, pero decir “una legión” es claro. En química ocurre lo mismo: el mol
permite tratar con cantidades enormes de partículas. Las unidades de agrupación
son herramientas cognitivas que transforman lo incontable en comprensible
y operable.
Sin embargo, las reglas del Sistema Internacional de
Unidades (SI), en su forma más algebraica, indican que las entidades
contables son adimensionales por naturaleza, es decir, no tienen una
unidad de medida física como el metro o el segundo. Se expresan como escalares
puros, y se consideran discretas, lo que implica que no pueden
fraccionarse: no existen 2,5 sillas o 3,7 átomos si la unidad es indivisible.
En muchos contextos, especialmente en química o física, estas cantidades son
esenciales para realizar conversiones, pero no se expresan con unidades
físicas. Su interpretación exige pensar en números enteros aplicados a
objetos que solo existen en cantidades completas.
En química cuántica, este tipo de cantidad es muy
común. Por ejemplo, la energía no se transfiere en cualquier cantidad continua,
sino en unidades discretas llamadas cuantos. Para representar este tipo
de variables en álgebra, se utiliza el símbolo n (de número de entidades), acompañado entre
paréntesis del nombre de la entidad contada. Así, n(silla) = 50 indica que hay exactamente 50
sillas.
Contables e incontables
En ciertos idiomas, como el inglés o el español, se
establece una distinción tácita entre los objetos contables e incontables.
Por ejemplo, es común decir “tres hojas” o “cuatro libros”, ya que estos
elementos se perciben como unidades individuales fácilmente distinguibles. En
cambio, expresiones como “arroz”, “azúcar” o “arena” se consideran incontables,
porque sus unidades básicas —los granos o partículas— son tan pequeñas y
numerosas que no se suelen contar individualmente. En inglés, esto se refleja
en la gramática: se dice “some rice” o “much sugar”, sin usar
números directamente. Esta distinción lingüística facilita la comunicación
cotidiana, pero puede dificultar la comprensión de fenómenos científicos donde
cada partícula, por más diminuta, importa.
En química, sin embargo, todos los objetos son contables,
desde un grano de sal hasta una molécula de agua. La clave está en utilizar unidades
de agrupación adecuadas que nos permitan representar de manera manejable
cantidades inmensas de entidades diminutas. Así como podemos contar “una docena
de huevos” para evitar decir “doce huevos”, en química recurrimos a otras
unidades agrupadoras que hacen posible contar moléculas, átomos, iones
o electrones, aunque no podamos verlos individualmente. Esta necesidad
da origen a conceptos fundamentales que, aunque aún no se nombran aquí, son la
base del conteo en el mundo microscópico.
Unidades de agrupación
Una unidad de agrupación es una forma práctica de
contar grandes cantidades de objetos sin tener que referirse a cada uno
individualmente. En la vida cotidiana, estamos rodeados de estas unidades:
hablamos de docenas de huevos, pares de zapatos, decenas
de soldados o centenas de páginas. Estas agrupaciones simplifican el
lenguaje y la logística. Por ejemplo, no solemos decir “12 huevos”, sino “1
docena de huevos”, una unidad tradicional que remonta su origen al comercio
medieval europeo, donde se buscaba facilitar el cálculo y reducir el fraude.
Curiosamente, en países como Colombia, las cajas de huevos vienen con 30
unidades, lo que responde más a la organización eficiente del espacio y la
manipulación industrial que a un múltiplo exacto de la docena.
Las unidades de agrupación históricas también jugaron
un papel clave en la organización militar y social. En Roma, por ejemplo, un manípulo
era un pequeño grupo de soldados; tres manípulos formaban una cohorte, y
diez cohortes una legión, que representaba una estructura de mando
eficaz para controlar miles de hombres. Estas agrupaciones permitían transmitir
órdenes, repartir comida, organizar marchas y gestionar las batallas de forma
ordenada. En la misma línea, las centurias romanas (aproximadamente 100
hombres, incluyendo esclavos y siervos y aproximadamente 80 combatientes)
reflejaban la raíz decimal que influenció profundamente los sistemas métricos
modernos. Así, la necesidad de agrupar para contar y controlar ha sido una
constante desde tiempos antiguos.
En química, esta misma lógica nos lleva a utilizar una
unidad de agrupación especial para objetos extremadamente pequeños, como
átomos, moléculas e iones. Sería absurdo contar cada uno individualmente, por
lo que se definió una unidad que reúne un número fijo y gigantesco de entidades
microscópicas: el mol. Esta unidad no surge del capricho, sino de la
necesidad de vincular el mundo atómico con el laboratorio real, permitiendo que
cantidades medibles de materia correspondan a cantidades precisas de
partículas. Así como una docena siempre son 12, un mol siempre equivale a una
cantidad fija que se explicará más adelante, y cuya utilidad es central para
toda la química cuantitativa
El mol
El método de Cannizzaro
El mol es, sin duda, una palabra peculiar. Si
dependiera de mí, preferiría llamarlo el Avogadro o incluso el
Cannizzaro, al estilo de otras unidades científicas que rinden homenaje a
quienes sentaron sus fundamentos, como el newton para la fuerza. Pero
veamos por qué este término —mol— prevaleció, y cuál es la historia de las
ideas que lo hicieron necesario. Todo comienza en 1811, cuando el físico
y abogado italiano Amedeo Avogadro, trabajando en Turín, propuso una
hipótesis revolucionaria: volúmenes iguales de gases diferentes, bajo las
mismas condiciones de temperatura y presión, contienen el mismo número de
partículas. Esta idea, publicada en el Journal de Physique, parecía
ofrecer una solución elegante a los problemas de peso y volumen en la química
gaseosa.
Figura
2. Stanislao Cannizzaro consolidó la teoría atómica moderna al aplicar la
hipótesis de Avogadro para distinguir átomos y moléculas. En el Congreso de
Karlsruhe (1860), su panfleto estandarizó masas atómicas y proporciones.
Descubrió la reacción de Cannizzaro y aportó fundamentos clave para la tabla
periódica, uniendo teoría y práctica en la organización del conocimiento
químico.
Sin embargo, su propuesta fue ignorada durante décadas. La
razón principal fue la enorme confusión existente sobre la naturaleza del
agua y sobre la realidad de los átomos y las moléculas. A comienzos
del siglo XIX, científicos como John Dalton en Inglaterra, Joseph-Louis
Gay-Lussac en Francia y Alexander von Humboldt en Alemania ya
hablaban de átomos, pero lo hacían desde modelos muy distintos y, a veces,
contradictorios. Dalton, por ejemplo, pensaba que el agua estaba formada por un
átomo de hidrógeno y uno de oxígeno, lo cual chocaba con la proporción 2:1
observada experimentalmente por Gay-Lussac y Humboldt. Estos desacuerdos
conceptuales impedían la aceptación de la idea de Avogadro, a pesar de que
todos ellos compartían una inclinación atomista.
Además, hay que recordar que en aquella época la química
aún luchaba por liberarse de los paradigmas heredados de la alquimia.
Muchos químicos seguían creyendo en el flogisto, una supuesta sustancia
invisible responsable de la combustión, o en modelos fluidos de los elementos
que hoy podríamos asociar más a campos cuánticos que a partículas
discretas. En ese contexto, la idea de contar partículas invisibles era
demasiado abstracta para la mayoría.
Stanislao Cannizzaro, nacido en Palermo, Sicilia, en 1826,
no era un químico de laboratorio en el sentido clásico. Como muchos de los
primeros atomistas, venía de una formación más filosófica y académica
que experimental. Dalton, por ejemplo, era maestro en una escuela cuáquera en
Manchester, mientras que Avogadro era profesor de física matemática en
Turín. En contraste, los químicos "puros" de la época —los que tenían
acceso a sustancias exóticas, balanzas de precisión y hornos costosos—
solían rechazar con escepticismo las ideas demasiado teóricas o especulativas.
Sin embargo, fue gracias a esa distancia que Cannizzaro, durante sus años en Génova
y luego en Pavía, tuvo la libertad de reconsiderar con frescura los viejos
problemas de la química de gases.
Inspirado por los experimentos de Joseph-Louis Gay-Lussac
sobre combinaciones volumétricas de gases, Cannizzaro propuso estandarizar las
condiciones experimentales para que las mediciones fueran comparables. Así,
adoptó como valores de referencia 0 °C, la temperatura de fusión del agua, y 1 atmósfera,
la presión al nivel del mar. Aunque arbitrarias en términos cósmicos, estas
condiciones recuperaban un hecho crucial: el agua era el patrón natural de
todas las cosas químicas. De hecho, el agua había definido ya el primer kilogramo,
basado en un decímetro cúbico de agua pura, y el litro, como su volumen
correspondiente, con lo cual también definía la unidad de densidad. Bajo
estas condiciones, los gases podían ser descritos con proporciones fijas de
volumen y masa, lo cual, a su vez, permitía deducir fórmulas moleculares
coherentes, como H₂O para el agua. Esta idea, presentada por Cannizzaro
en su Sunto di un corso di filosofia chimica (1858) y defendida en el Congreso
de Karlsruhe de 1860, resultó ser el pilar que permitió al mundo químico
construir, finalmente, el castillo de naipes de la teoría molecular sin que se
desmoronara.
Figura
3. Joseph-Louis Gay-Lussac fue un químico y físico francés clave del siglo XIX.
Formuló dos leyes fundamentales de los gases, relacionando temperatura,
volumen y presión. Participó en experimentos pioneros, como
ascensos en globo para estudiar la atmósfera, y colaboró con Humboldt.
Su trabajo unió observación rigurosa y teoría, consolidando la química moderna
durante el auge científico de Francia.
Un problema de lenguaje
A mediados del siglo XIX, muchos de los químicos más
influyentes de Europa —como Kekulé en Alemania, Dumas en Francia y Liebig en
Giessen— rechazaron de plano la interpretación molecular de Avogadro y
Cannizzaro. La noción de que existían entidades invisibles e indivisibles como
los átomos o las moléculas parecía, para ellos, innecesaria o incluso
metafísica. Sin embargo, encontraron en la estandarización de Stanislao
Cannizzaro un punto medio útil: aunque no aceptaran que las moléculas
fueran reales, podían adoptar una escala relativa de masas basada en
proporciones experimentales fijas. Así nació una herramienta de trabajo
poderosa: una relación entre masa, volumen y cantidad de materia, sin
comprometerse ontológicamente con la existencia de partículas invisibles.
Durante las décadas siguientes, especialmente hacia 1870,
el concepto de "molécula-gramo" comenzó a tomar forma. Esta
unidad representaba la masa en gramos de 22.41 litros de un gas bajo condiciones
normales de temperatura y presión (0 °C y 1 atm). La relación era experimentalmente útil para
pesar gases y calcular sus proporciones en reacciones químicas. No obstante, el
nombre resultaba controvertido. El influyente químico Wilhelm Ostwald,
defensor de una química sin átomos, consideraba el término “molécula-gramo”
engañoso porque implicaba aceptar la existencia real de moléculas. Por ello,
hacia fines del siglo XIX, propuso el término abreviado "mol",
una palabra más neutral desde el punto de vista filosófico, pero igualmente
funcional en el laboratorio.
Figura 4. Wilhelm Ostwald fue un pionero de la química física, Premio Nobel en 1909, destacado por sus estudios sobre catálisis, equilibrio y velocidad de reacción. Fundador del energeticismo, rechazó inicialmente la existencia de átomos, pero aceptó el modelo atómico tras las pruebas del movimiento browniano. Su cambio influyó decisivamente en la aceptación del atomismo en la ciencia moderna.
Con los trabajos del físico Jean Perrin en los
primeros años del siglo XX, el debate sobre la existencia real de los átomos
quedó zanjado. En 1908, usando partículas de resina coloidal suspendidas
en agua y observando su movimiento browniano, Perrin logró estimar el número
de Avogadro con un valor cercano a 6×1023, dando así un respaldo
experimental directo al modelo molecular.
Precisión experimental
Durante la primera mitad del siglo XX, el descubrimiento de
los isótopos complicó la ya difícil tarea de definir con precisión el
mol. Nuevas tecnologías como la espectrometría de masas permitieron
diferenciar átomos del mismo elemento con masas distintas, y surgió entonces
una pregunta clave: ¿cuál isótopo debía usarse como patrón? Algunos
laboratorios —como los del NBS (National Bureau of Standards) en EE.UU.—
optaron por el oxígeno-16, mientras que otros, como los del IUPAC, se
inclinaron por el carbono-12, cuya estructura era más sencilla de
manipular y medir. A pesar de estas diferencias, todas las definiciones
buscaban mantener la coherencia con el volumen clásico de 22.41 litros de
gas a 0 °C y 1 atm, tal como lo había propuesto Cannizzaro en 1858,
una cifra que se mantuvo como referencia durante más de un siglo.
Figura 5. Jean Baptiste Perrin fue un químico físico francés crucial para la confirmación de la teoría atómica. Demostró experimentalmente el movimiento browniano, calculó la constante de Avogadro y validó la teoría de Einstein. Ganó el Premio Nobel de Física en 1926. Su trabajo consolidó la existencia de átomos y moléculas, sentando bases firmes para la física moderna.
El uso del carbono-12 como estándar se consolidó en 1961,
cuando se adoptó internacionalmente su masa atómica como exactamente 12
unidades de masa atómica. Esta elección ayudó a reducir los errores
sistemáticos derivados de las mezclas isotópicas en otros elementos. Durante
las décadas siguientes, los experimentos para medir con precisión la constante
de Avogadro evolucionaron drásticamente, incluyendo sofisticadas técnicas
basadas en difracción de rayos X en cristales ultrapuros de silicio. A
medida que la precisión mejoraba —hasta alcanzar diferencias menores a una
parte en cien millones—, los científicos comenzaron a considerar innecesaria, e
incluso filosóficamente vacía, cualquier mejora en la definición basada
en masas medidas.
Así, en 2019, el Comité Internacional de Pesas y
Medidas (CIPM) adoptó una nueva definición: el mol es la cantidad de
sustancia que contiene exactamente 6.022 140 76 × 10²³ entidades elementales, un valor fijo conocido como la constante
de Avogadro. Con esto, el mol se convirtió en una unidad de agrupación,
como el par (2) o la docena (12), desvinculándose por completo
del volumen de los gases o de masas experimentales. Esta decisión consolidó una
visión moderna de la química: ya no dependiente de artefactos físicos, sino
basada en constantes universales, elegidas por su estabilidad,
reproducibilidad y conexión con la estructura profunda de la materia.
El parámetro
Aunque el término mol ya estaba presente en los
manuales de química desde principios del siglo XX, su reconocimiento como una magnitud
física independiente no se formalizó sino hasta 1961, cuando el
físico-químico británico Edward Guggenheim publicó en el Journal of
Chemical Education el artículo titulado “The mole and related
quantities”. En este texto, propuso que el mol debía entenderse no como una
simple unidad práctica, sino como una cantidad física equiparable a la masa o
la longitud, al definir con claridad la magnitud cantidad de sustancia (amount
of substance) con el símbolo n.
Figura
6. Edward Armand Guggenheim (1901–1970) fue un físico-químico británico
clave en la formalización de la termodinámica moderna. Estandarizó
unidades como el mol y la masa molar, influyendo en el Sistema
Internacional. Su obra Modern Thermodynamics revolucionó la
enseñanza de la química. Fue profesor, autor prolífico, y miembro
de la Royal Society, dejando un legado perdurable en ciencia y educación.
Antes de esta propuesta, el mol ya se utilizaba ampliamente
en la práctica estequiométrica, especialmente en el tratamiento de gases
y soluciones, pero carecía de una vinculación formal con un sistema de
magnitudes. Su uso era análogo a decir “gramos” sin especificar que se refería
a la masa. En el mismo artículo, Guggenheim también introdujo el concepto de masa
molar M como una
forma moderna de referirse a lo que históricamente se llamaba molécula gramo,
aclarando la confusión con términos como peso molecular relativo y peso
atómico.
A pesar de su claridad, estas recomendaciones no se
incorporaron de forma inmediata al currículo. Términos como átomo-gramo
o molécula-gramo siguieron empleándose durante varias décadas, y no fue
sino hasta bien entrado el siglo XXI —especialmente después los 2000s—
que se consolidó globalmente el uso de conceptos como cantidad de sustancia,
masa molar y constante de Avogadro en la enseñanza de la química.
Guggenheim anticipó esta transición al definir el mol como una unidad
fundamental en igualdad de condiciones con las demás del Sistema Internacional,
sentando así las bases para una interpretación moderna y precisa de las cantidades
químicas.
Interpretación de dos mundos
Uno de los cálculos más básicos en química es la
interpretación del mol en términos de entidades elementales, ya
que permite traducir una cantidad abstracta en un número concreto de
partículas. Como veremos a continuación, esta conversión es fundamental para
comprender reacciones químicas, proporciones estequiométricas y
la estructura de la materia a nivel atómico y molecular. El mol actúa
como un puente entre el mundo macroscópico, que podemos medir y observar, y el
mundo microscópico, formado por átomos, moléculas e iones.
Así, cuando decimos “2 mol”, estamos operando en el mundo
macroscópico: 2 mol de una sustancia cualquiera pueden medirse en el
laboratorio, ya que sus cantidades son lo suficientemente grandes para ser
pesadas, pero lo bastante pequeñas para ser manipuladas en laboratorios
escolares o introductorios. Por ejemplo, 12 g de carbono pueden
sostenerse entre las manos, pero cuando hablamos de 12 × 10²³ moléculas,
ya nos situamos en una interpretación completamente molecular.
Figura
7. Amedeo Avogadro fue un científico italiano que formuló la ley que
lleva su nombre, afirmando que volúmenes iguales de gases, bajo las mismas
condiciones de temperatura y presión, contienen igual número de moléculas.
Su trabajo permitió definir el número de Avogadro (6.022×10²³ mol⁻¹),
fundamental en la química moderna y en el desarrollo de la teoría
molecular.
El puente entre ambos niveles lo establece el número de
Avogadro, pero aquí es donde debemos ser cuidadosos. Una solución común es
usar una fórmula como N
= n × Nₐ, donde N es el número de entidades, n la cantidad de sustancia y Nₐ la constante
de Avogadro. Sin embargo, en nuestra práctica pedagógica, hemos observado que
introducir esta fórmula como algo separado puede generar confusión. El problema
principal es que aumenta innecesariamente el número de fórmulas, cuando en
realidad n (cantidad de
sustancia) y N (número
de entidades) son representaciones del mismo concepto desde dos perspectivas
distintas: una física y otra contable. Es como hablar de volumen en mililitros
y capacidad en metros cúbicos; es decir, una redundancia conceptual que
puede dificultar el aprendizaje inicial en lugar de facilitarlo.
La cantidad de sustancia y sus unidades
De lo anterior, definiremos que n, la cantidad de sustancia, es el parámetro
fundamental, y el mol es una de las unidades en que puede
representarse. Esta unidad, sin embargo, no es la única posible: la cantidad de
sustancia también puede expresarse en otras agrupaciones arbitrarias como par,
docena, decena, centena, o incluso en unidades
individuales, dependiendo del contexto.
Desde una interpretación aritmética, una unidad como
“silla” o “mol” cuenta como una unidad de conteo: ambas representan entidades
contables sin importar su naturaleza física. Sin embargo, desde una perspectiva
algebraica, estas unidades no son dimensionales en sí mismas, aunque
las agrupaciones como par, docena o mol sí se consideran unidades
utilizables en cálculos químicos o matemáticos. En este sentido, par,
ciento o mol se relacionan con la cantidad de sustancia de forma
análoga a como libra, kilogramo o tonelada se relacionan
con la masa, donde cada unidad posee una definición convencional
específica.
La diferencia clave es que para la mayoría de estas unidades de agrupación —como el 2 del par, el 12 de la docena o el 100 del ciento— no se requiere una realización física: son definiciones ideales y arbitrarias. Lo mismo sucede hoy con el mol, que desde 2019 se define como exactamente 6.022 140 76 × 10²³ entidades elementales, un número fijo y redondo, desligado de cualquier muestra física dereferencia.
Representación de los factores de conversión entre
moles y entidades.
Representación y ejemplo de la conversión entre
moles y entidades por sustitución algebraica. Por aproximaciones de Fermi
generalmente se redondea el número de Avogadro a 6 x 1023
Al hacer esto, desligamos las conversiones entre moles y
entidades de una fórmula específica y las podemos resolver mediante conversiones
simples, ya sea por factor de conversión o mediante sustitución
algebraica. En ambos casos, lo que debemos hacer es simplemente multiplicar
o dividir por el número de Avogadro, como veremos en los siguientes
ejemplos.
[Ejercicios de conversión entre entidades y moles]
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