[Química orgánica] Sección 5. [Aldehídos y cetonas] [Historia del azúcar] [Ácidos carboxílicos y esteres] [Las grasas y su importancia] [Aminas, amidas y aminoácidos] [De capos con traje y analgésicos] [El glutamato monosódico y nuestra comida]
Las grasas son compuestos lipídicos derivados de los ácidos carboxílicos, especialmente los ácidos grasos, que tienen un papel fundamental tanto en los organismos vivos como en varias aplicaciones industriales. Los ácidos grasos son cadenas de carbono unidas a un grupo carboxilo (\ceCOOH) en un extremo, y pueden ser saturados o insaturados según la presencia de enlaces dobles entre los átomos de carbono. Las grasas simples se forman cuando los ácidos grasos reaccionan con glicerina a través de una reacción conocida como glicerización, en la que tres ácidos grasos se unen a una molécula de glicerina, formando los triglicéridos, que son la forma predominante de almacenamiento de energía en los animales.
Figura 1. Representación de un ácido graso, el cual consta de dos partes, una cabeza hidrofílica o soluble en agua y una larga cola hidrofóbica o repelente al agua, esto favorece la auto-organiozación espontánea de burbujas de doble capa.
Además de los triglicéridos, existen grasas más complejas, como los fosfolípidos, que son esenciales para las membranas celulares. Los fosfolípidos son anfipáticos, lo que significa que tienen una parte hidrófila (que atrae agua) y una parte hidrofoba (que repele agua). Esta característica permite que se organice espontáneamente en bicapas lipídicas, formando la estructura básica de las membranas biológicas semipermeables. Gracias a esta estructura, las membranas permiten el paso selectivo de sustancias hacia y desde las células, un proceso esencial para el funcionamiento celular.
Las grasas no solo sirven para estructurar las células, sino que también tienen funciones importantes en la conservación del calor y el almacenamiento de energía. Las grasas almacenan más energía por gramo que los carbohidratos o las proteínas, lo que las convierte en una fuente eficiente de energía a largo plazo. El tejido adiposo, que está formado principalmente por triglicéridos, actúa como reserva energética, y también funciona como aislante térmico, protegiendo a los organismos de la pérdida excesiva de calor. A nivel biológico, el exceso de calorías, ya sea de grasas o carbohidratos, se convierte en grasa para ser almacenado en el cuerpo.
Figura 2. La lipoproteína de alta densidad (HDL) es conocida como el "colesterol bueno" porque transporta el exceso de colesterol desde los tejidos y arterias hacia el hígado, donde es eliminado. Niveles altos de HDL se asocian con un menor riesgo de enfermedades cardiovasculares. Para aumentar su cantidad, se recomienda realizar ejercicio aeróbico regularmente, consumir grasas saludables como las presentes en el aceite de oliva, frutos secos y pescados ricos en omega-3, así como evitar grasas trans y el tabaquismo, que reducen los niveles de HDL. Además, mantener un peso saludable y moderar el consumo de alcohol puede contribuir a mejorar su concentración en sangre, favoreciendo la salud cardiovascular a largo plazo.
Otro papel esencial de las grasas es la absorción y transporte de vitaminas liposolubles. Las vitaminas A, D, E y K son solubles en grasas y se requieren para funciones vitales como la visión, la coagulación sanguínea y la salud ósea. Sin las grasas, estas vitaminas no podrían ser absorbidas eficientemente en el sistema digestivo.
Sin embargo, las grasas también tienen un papel importante en la diabetes, no solo debido al exceso de calorías que se encuentran principalmente en las grasas, sino también por una deficiencia muscular. La resistencia a la insulina, una de las características clave de la diabetes tipo 2, está relacionada con una cantidad insuficiente de músculo funcional en el cuerpo. El músculo, a diferencia del tejido adiposo, es más eficiente en el uso de la glucosa, y la falta de masa muscular contribuye a un mal manejo de los niveles de glucosa.
En el campo de la tecnología, las grasas tienen múltiples aplicaciones, sobre todo en la industria alimentaria. Muchas veces, las grasas son responsables de los sabores de los alimentos, y ciertos compuestos derivados de los ácidos carboxílicos y ésteres son fundamentales en este sentido. Por ejemplo, los ésteres de ácidos grasos pueden dar lugar a sabores frutales, florales o cremosos. El ácido butírico, presente en la mantequilla, es responsable de ese sabor característico a "mantequilla" en productos lácteos. El ácido acético, presente en el vinagre, es otro ejemplo de cómo los ácidos carboxílicos aportan sabor. Además, los ésteres formados entre los ácidos grasos y otros compuestos se usan en la preservación y potenciación de sabores. Los sabores artificiales de muchas golosinas, como los caramelos, se logran mediante la esterificación de ácidos grasos con otros componentes orgánicos.
Figura 3. En la cocina molecular y de alta gama, las grasas desempeñan un papel esencial en la textura, sabor y percepción sensorial de los alimentos. Su comportamiento físico y químico varía según su estructura: las saturadas (mantequilla, grasa animal) aportan firmeza y estabilidad, mientras que las insaturadas (aceites de oliva, nueces) ofrecen suavidad y complejidad de sabor. Técnicas avanzadas como la esferificación, la gelificación y la aireación manipulan las grasas para crear experiencias gastronómicas únicas. Además, el control de temperatura es clave: la cocción a baja temperatura preserva las propiedades organolépticas, mientras que la criococina con nitrógeno líquido transforma aceites en polvos o perlas, elevando la creatividad culinaria a niveles científicos y artísticos.
En el ámbito de la alta cocina y cocina molecular, las grasas juegan un papel clave en la creación de texturas y en la interferencia del sabor. El uso de grasas especiales para crear emulsiones, como las salsas o cremas, es fundamental en la elaboración de platos sofisticados. La cocina molecular aprovecha la capacidad de las grasas para formar estructuras complejas, como las esferificaciones de aceites y grasas, donde se crea una capa fina que encapsula líquidos, proporcionando nuevas experiencias sensoriales en los comensales.
Por otro lado, la sociedad ha tendido a demonizar las grasas, especialmente las grasas saturadas, asociándolas erróneamente con el aumento de peso y las enfermedades cardíacas. Sin embargo, las grasas son esenciales para los mamíferos, y su presencia en el cuerpo tiene un propósito biológico fundamental. Por ejemplo, el tejido adiposo no solo almacena energía, sino que también actúa como un aislante térmico y como una forma de protección para órganos internos. Además, la influencia de las grasas en la formación de hormonas y en la transporte de vitaminas subraya su relevancia biológica.
Figura 4. Los gladiadores romanos, conocidos como hordearii por su alto consumo de cebada, seguían una dieta rica en carbohidratos y grasas para desarrollar una capa adicional de tejido adiposo. Este exceso de grasa no solo proporcionaba energía para el combate, sino que también servía como una barrera protectora contra heridas mortales. Al absorber mejor los cortes superficiales, la grasa reducía el daño a órganos vitales y grandes vasos sanguíneos, aumentando sus posibilidades de supervivencia en la arena. Además, consumían infusiones ricas en calcio para fortalecer los huesos, lo que les ayudaba a resistir fracturas. Esta estrategia nutricional, combinada con un entrenamiento intenso, optimizaba su rendimiento y resistencia en los brutales combates romanos.
El movimiento en contra de las grasas, particularmente en el ámbito de la nutrición, ha sido impulsado por la creciente preocupación sobre la obesidad y las enfermedades cardiovasculares. No obstante, estudios recientes sugieren que el consumo moderado de grasas saludables, como las presentes en el aceite de oliva o los frutos secos, puede ser beneficioso para la salud. La clave está en equilibrar las grasas y consumir una variedad de tipos, priorizando las grasas insaturadas sobre las saturadas.
En la década de 1950 la industria del azúcar desempeñó un papel influyente en la promoción de los azúcares en la dieta y en la disminución de la percepción positiva o neutra de las grasas, especialmente las grasas saturadas. Este fenómeno se produjo en un contexto de creciente preocupación por las enfermedades cardíacas y la obesidad, y en una época en que las investigaciones sobre la relación entre la dieta y la salud empezaban a intensificarse.
En un estudio influyente de 1967, se descubrió que la industria del azúcar, a través de su grupo de presión Sugar Research Foundation (Fundación de Investigación del Azúcar), financió investigaciones que minimizaban el vínculo entre el consumo de azúcar y las enfermedades cardíacas, mientras que se enfocaban en culpar a las grasas, especialmente las saturadas, como el principal factor de riesgo. Este lobby fue clave para cambiar las recomendaciones dietéticas, lo que llevó a muchos a sustituir grasas por azúcares, sin considerar los posibles efectos negativos del consumo elevado de azúcar.
El impacto de este enfoque en la industria alimentaria fue significativo. Sin grasas, muchos alimentos perderían no solo su textura, sino también su sabor. Las grasas, como componentes esenciales de la cocina, son fundamentales para la creación de perfiles de sabor complejos y agradables. Sin embargo, en lugar de buscar un equilibrio gastronómico que maximizara las experiencias sensoriales de los alimentos, la industria alimentaria optó por añadir más azúcar. Esto hizo que los alimentos no solo fueran más dulces, sino que también se volvieran más adictivos, ya que el azúcar en exceso puede alterar la percepción del sabor y crear una necesidad constante de consumir más. Este fenómeno muestra que muchos productos industriales no están diseñados para ofrecer una experiencia culinaria balanceada, sino para maximizar las ventas de ingredientes clave, como el azúcar y otros aditivos.
A lo largo de los años, investigaciones más recientes han demostrado que tanto el exceso de grasas saturadas como de azúcares pueden contribuir a problemas de salud, incluyendo enfermedades cardiovasculares y diabetes tipo 2. Sin embargo, el impacto del lobby del azúcar en la década de 1950 y 1960 es un ejemplo claro de cómo las fuerzas industriales pueden influir en las políticas y percepciones sobre la salud pública.
El medio ambiente también se ve afectado por el manejo de las grasas, especialmente en el caso de los vertimientos de grasas de alimentos fritos. Estos vertimientos pueden causar contaminación del agua y afectar la fauna acuática. Las grasas que se vierten en los sistemas de alcantarillado no solo se acumulan, sino que también forman una capa en la superficie del agua, interfiriendo con la oxigenación de los cuerpos de agua y alterando el ecosistema local.
Figura 5. Las grasas juegan un papel fundamental en la cosmética y farmacología, actuando como emulsionantes y vehículos de sustancias activas. En cosmética, los lípidos permiten la mezcla estable de agua y aceites en cremas y lociones, mejorando su aplicación y absorción. Además, imitan el comportamiento de las lipoproteínas HDL y LDL, facilitando el transporte de ingredientes como vitaminas liposolubles (A, D, E, K) y compuestos terapéuticos a través de la piel o el torrente sanguíneo. En farmacología, las grasas se utilizan en la formulación de fármacos de liberación controlada, mejorando la biodisponibilidad de ciertos compuestos. Gracias a su capacidad de penetración, los lípidos permiten una absorción más eficiente, optimizando el efecto de medicamentos y productos dermatológicos.
Las grasas son esenciales para la vida y tienen un impacto significativo en las ciencias, la tecnología, la sociedad y el medio ambiente. Mientras que su demonización en el pasado ha sido en gran parte excesiva e infundada, el enfoque debe ser uno de moderación y entendimiento de sus funciones y roles en la biología y la cocina. Como ciudadanos científicamente informados, debemos ser conscientes de cómo estas influencias industriales afectan nuestras decisiones alimenticias y la salud pública en general. El consumo equilibrado de grasas y azúcares es fundamental para una dieta saludable, y como sociedad, debemos aprender a leer críticamente las etiquetas de los alimentos, comprender el impacto de los ingredientes en nuestra salud y promover una alimentación más consciente que no dependa de los intereses comerciales. Solo con un enfoque equilibrado y bien informado podremos crear hábitos alimenticios que favorezcan nuestra salud a largo plazo y cuestionar las estrategias comerciales que priorizan el lucro sobre el bienestar.
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