[Química orgánica] Sección 5. [Aldehídos y cetonas] [Historia del azúcar] [Ácidos carboxílicos y esteres] [Las grasas y su importancia] [Aminas, amidas y aminoácidos] [De capos con traje y analgésicos] [El glutamato monosódico y nuestra comida]
Desde tiempos ancestrales, los seres humanos han buscado soluciones para aliviar el dolor y reducir la fiebre, y muchos de esos avances provienen de sustancias naturales que se usaron sin entender completamente sus mecanismos. Un claro ejemplo de esto es el sauce blanco, cuyas propiedades analgésicas y antiinflamatorias fueron descubiertas por culturas tradicionales. A partir de la corteza de este árbol se extrajo ácido salicílico, un compuesto clave para el desarrollo de la aspirina. Sin embargo, la historia de este descubrimiento es más compleja, ya que su comercialización y posterior sintetización artificial marcaron uno de los primeros casos de aprovechamiento industrial de un conocimiento ancestral, lo que abre un debate sobre la apropiación de los bienes colectivos y culturales. La patente y el monopolio de productos derivados de sustancias naturales por parte de grandes empresas han provocado cuestionamientos sobre los derechos de los pueblos a usufructuar estos conocimientos.
El desarrollo de la aspirina en el siglo XIX representa un caso paradigmático de cómo la ciencia y la tecnología han permitido transformar productos naturales en medicamentos de uso común. Sin embargo, aunque la aspirina es un medicamento excelente y útil, no está exenta de efectos adversos. Algunas personas no pueden tolerarla debido a sus efectos secundarios, como sangrados gastrointestinales y reacciones alérgicas que incluyen erupciones cutáneas y ataques asmáticos. En los años 50, se popularizó su uso en la sociedad, a pesar de sus riesgos, y en muchos casos se ignoraban las alternativas más seguras para las personas que no podían tolerar este fármaco.
Con el tiempo, la industria farmacéutica desarrolló alternativas como el paracetamol (acetaminofén), un amide que se comercializa bajo nombres como Tylenol® y Panadol®, y que ha demostrado ser una excelente opción para aliviar el dolor y reducir la fiebre sin los efectos secundarios gastrointestinales de la aspirina. Aunque el paracetamol carece de propiedades antiinflamatorias, es un sustituto efectivo para muchas personas, especialmente aquellas que no pueden tolerar la aspirina. No obstante, su abuso puede tener consecuencias graves, como daños hepáticos y renales, lo que destaca la importancia de su consumo responsable.
Por otro lado, la industria de los antiinflamatorios ha evolucionado con el tiempo, y el ibuprofeno, un ácido carboxílico, se ha convertido en un medicamento de venta libre en muchos países. En comparación con la aspirina, el ibuprofeno presenta ventajas en términos de su capacidad antiinflamatoria. Además, el naproxeno se introdujo en 1994 como un medicamento de venta libre, destacándose por su acción prolongada, de 8 a 12 horas, lo que lo convierte en una opción atractiva para quienes necesitan aliviar el dolor durante más tiempo. Sin embargo, su uso también conlleva ciertos riesgos, como la posibilidad de sangrados intestinales y malestares estomacales, especialmente en dosis altas. Estos efectos secundarios nos recuerdan la necesidad de encontrar un equilibrio entre el alivio de los síntomas y la prevención de los daños a largo plazo.
Figura 1. El naproxeno es un antiinflamatorio no esteroideo (AINE) ampliamente distribuido en Colombia, utilizado para aliviar el dolor, la inflamación y la fiebre. Se vende en tabletas, cápsulas y suspensión oral bajo diversas marcas y genéricos. Es indicado para tratar artritis, tendinitis, dolor menstrual, migrañas y otros padecimientos inflamatorios. Su mecanismo de acción bloquea las enzimas COX-1 y COX-2, reduciendo la producción de prostaglandinas. Se recomienda bajo prescripción médica, ya que puede causar efectos adversos como irritación gástrica y aumentar el riesgo cardiovascular. En Colombia, se encuentra en farmacias, hospitales y EPS como parte del Plan de Beneficios en Salud.
En el contexto de los sistemas de salud, especialmente en países como Estados Unidos, se ha establecido una dependencia cada vez mayor de la supresión de síntomas, en lugar de abordar las causas subyacentes de los problemas de salud. Esta tendencia ha sido impulsada, en parte, por la presión del mercado y el lobby de la industria farmacéutica, que promueve fármacos destinados a reducir el dolor de manera efectiva pero que no siempre solucionan los problemas de salud de fondo. De hecho, esta estrategia ha contribuido a la creciente crisis de adicción a los opioides, un problema de salud pública que afecta a millones de personas, y que ha escalado en los últimos años.
De acuerdo con los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), en 2021, alrededor de 107000 personas murieron en Estados Unidos debido a sobredosis de drogas, siendo los opioides responsables de aproximadamente el 75% de esas muertes. Esta cifra alarmante muestra la magnitud de la crisis que se ha desatado por la prescripción masiva de opioides en el país. Entre los fármacos más comúnmente utilizados están los analgésicos opiáceos como OxyContin® (oxycodona) y Vicodin® (hidrocodona), los cuales, si bien son eficaces para el control del dolor, tienen un alto potencial de abuso.
Figura 2. OxyContin® es un medicamento opioide cuyo principio activo es la oxicodona de liberación prolongada. Se utiliza en Colombia y otros países para el tratamiento del dolor crónico de moderado a severo, cuando los analgésicos no opioides son insuficientes. Actúa en el sistema nervioso central, uniéndose a los receptores opioides y bloqueando la percepción del dolor. Debido a su potencia, tiene un alto riesgo de abuso, dependencia y sobredosis, por lo que su uso debe ser estrictamente controlado bajo prescripción médica. Entre sus efectos adversos están somnolencia, estreñimiento, depresión respiratoria y náuseas. En Colombia, su distribución está regulada por el INVIMA y solo se obtiene con fórmula médica bajo estrictos controles de dispensación para evitar su uso indebido.
Uno de los elementos más controvertidos en este contexto es el papel de algunas grandes farmacéuticas, como Purdue Pharma, que comercializó OxyContin® desde su introducción en 1995. Purdue Pharma fue acusada de minimizar los riesgos de adicción asociados con este medicamento, lo que contribuyó a una prescripción desmesurada. En 2020, la empresa se declaró culpable de cargos federales relacionados con el manejo de su medicamento y pagó una multa de 8300 millones de dólares, una cifra que, aunque monumental, ha sido criticada como insuficiente ante el daño causado.
Figura 3. Aunque ningún miembro de Purdue Pharma ha sido formalmente acusado como un "capo de la droga" en términos legales, la familia Sackler, propietaria de la compañía, ha sido ampliamente señalada por su papel en la crisis de los opioides en EE.UU. y otros países. Documentos y juicios han revelado que Purdue Pharma promovió agresivamente el OxyContin® minimizando sus riesgos adictivos, lo que contribuyó a una epidemia de sobredosis. Mientras que líderes del narcotráfico son criminalizados y encarcelados, los Sackler han evitado consecuencias penales gracias a su influencia política y poder económico, siendo vistos por algunos como empresarios respetables en lugar de responsables de una crisis de salud pública que ha cobrado miles de vidas.
Figura 4. El fentanilo, un opioide sintético 50 veces más potente que la heroína, ha causado una crisis devastadora en las calles de múltiples países, especialmente en Estados Unidos. Su alto poder adictivo y la facilidad con la que se mezcla con otras drogas han llevado a una epidemia de sobredosis mortales. Muchos consumidores desconocen que su dosis contiene fentanilo, lo que provoca colapsos respiratorios en segundos. Las calles de ciudades como Filadelfia, San Francisco y Nueva York han sido testigos de miles de muertes y del deterioro social causado por esta droga. Además, su producción y distribución ilegal han generado violencia, explotación y un aumento en la criminalidad. A pesar de los esfuerzos, la crisis sigue creciendo con nuevas variantes sintéticas.
En cuanto al sistema de salud, la medicación basada en opioides no debería ser la única opción para el tratamiento del dolor, especialmente cuando hay alternativas menos riesgosas disponibles. Los gobernantes y responsables de la salud pública deben estar comprometidos con la promoción de terapias seguras, y los medicamentos recetados deben ser cuidadosamente monitoreados para evitar el abuso y la dependencia. Asimismo, la educación pública sobre los riesgos de ciertos medicamentos y sobre las opciones alternativas para el manejo del dolor es fundamental para frenar el impacto negativo de esta crisis.
La crisis de adicción a los opioides es un problema multifacético que involucra a la industria farmacéutica, los sistemas de salud y las políticas públicas. Si bien es esencial que la investigación continúe avanzando para encontrar soluciones para el dolor crónico y otras enfermedades, también es fundamental que los enfoques de salud sean responsables, sostenibles y justos, protegiendo a los ciudadanos de las prácticas abusivas de la industria y fomentando el bienestar colectivo.
Referencias
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