Una pregunta frecuente en clase es:
—Profe, ¿esto es ciencia o matemáticas?
La respuesta es que las ciencias modernas son,
fundamentalmente, analíticas. Ser analítico no significa
simplemente cerrar los ojos y concentrarse, sino aplicar herramientas
matemáticas para comprender la realidad. Este enfoque ha llevado a
clasificar las disciplinas científicas en ciencias duras —más
cuantitativas— y ciencias blandas —más cualitativas—.
Sin embargo, esta distinción se ha vuelto engañosa. Hoy en día, muchas de las
llamadas ciencias blandas utilizan modelos matemáticos tan
o más complejos que los de las ciencias duras, ya que sus objetos de estudio,
como el comportamiento humano o las dinámicas sociales,
son extremadamente complejos.
Históricamente, la ciencia ha transitado de lo cualitativo a
lo cuantitativo. Un buen ejemplo es el Principio de
Arquímedes, que en su forma original se enunciaba de manera
cualitativa: todo objeto flotante desplaza su propio peso en un fluido.
Con el tiempo, este tipo de observaciones dieron paso a formulaciones
matemáticas generales expresadas mediante el álgebra.
Figura
1: Galileo
Galilei fue clave en la revolución científica, combinando observación
empírica y matemáticas, rompiendo con la escolástica. Sus descubrimientos
con el telescopio como las lunas de Júpiter, fases de Venus, refutaron
el geocentrismo, apoyando el heliocentrismo. Formuló leyes del
movimiento que inspiraron a Newton. Afirmó que la naturaleza habla
en lenguaje matemático, sentando las bases del método científico
moderno.
Durante los siglos XVI y XVII se
desarrolló la revolución científica, origen de las ciencias de la
naturaleza tal como las conocemos hoy. El cambio decisivo fue la incorporación
de las matemáticas como herramienta para analizar de forma
sistemática los experimentos empíricos.
Galileo Galilei sostenía que las matemáticas ofrecían un grado de
certeza comparable al de la palabra de Dios (Galilei & Drake, 1953). Esta
visión alcanzó su punto culminante con la publicación de Principios
Matemáticos de Filosofía Natural en 1684, obra de Isaac Newton).
Aunque el uso de las matemáticas en la ciencia comenzó a difundirse desde
inicios del siglo XVII, el trabajo de Newton fue
excepcional por su capacidad para unir fenómenos naturales, pensamiento
abstracto y formulación matemática. Su ejemplo impulsó a
muchos filósofos naturales a adoptar este enfoque, que no solo aportaba
precisión teórica, sino que también facilitaba la ejecución de experimentos
claros y replicables.
La combinación del empirismo con el razonamiento
matemático fue decisiva en la formulación del método
científico moderno. Este enfoque integró la observación directa de la
naturaleza con la elaboración de modelos cuantificables, lo que
permitió validar o refutar hipótesis mediante la experimentación
sistemática. A diferencia de la filosofía escolástica, que se basaba en la
autoridad de textos antiguos y el razonamiento lógico-deductivo sin referencia
directa a la experiencia, el método científico proponía un conocimiento
verificable a partir de los sentidos y replicable por otros.
Figura
2. Isaac
Newton consolidó la revolución científica con su obra Principia
Mathematica. Formuló las leyes del movimiento y la gravitación
universal, unificando la física terrestre y celeste bajo leyes
matemáticas. Elevó el método científico (observación, experimento,
rigor matemático), superando la escolástica. Su exigencia de pruebas
verificables marcó el inicio de la ciencia moderna, estableciendo un
paradigma duradero para la comprensión del universo.
Esta ruptura con los métodos puramente lógicos o contemplativos,
centrados en la especulación abstracta, permitió avances concretos en la
comprensión del mundo físico, con consecuencias prácticas de enorme alcance:
desde la invención de tecnologías hasta la transformación de
la medicina, la agricultura y la industria.
El pensamiento naturalista —basado en leyes observables y medibles— desplazó la
idea de que el conocimiento debía ajustarse a verdades eternas o reveladas, y
en su lugar impulsó una visión dinámica, perfectible y orientada a resolver
problemas reales.
El uso de herramientas analíticas en las ciencias de la
naturaleza ha llegado a ser tan predominante que algunos científicos y
filósofos contemporáneos —como Max Tegmark, Nick Bostrom y James
Gates— han propuesto analogías con simulaciones computacionales.
Según esta perspectiva, conocida como la hipótesis de la simulación,
la realidad podría ser una estructura matemática o un código, similar al de una
computadora. Desde esta visión, el universo funcionaría como un sistema regido
por un conjunto de algoritmos fundamentales, y el papel de los
científicos sería identificar los "protocolos" más
relevantes de ese código fuente, es decir, las leyes de la naturaleza que
emergen del aparente caos. Incluso el azar, bajo este marco, sería entendido
como una función matemática dentro de un sistema mayor perfectamente
codificado.
Referencias
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J., Berquist, L. M., & Bradshaw, G. (2010). The Works of Archimedes.
Bostrom, N. (2003). Are we living in a computer simulation? The
philosophical quarterly, 53(211), 243-255.
Dear, P. (1995). Discipline and experience: The mathematical way in the
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Diamond, J. (1987). Soft sciences are often harder than hard sciences.
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Galilei, G., & Drake, S. (1953). Dialogue concerning the two chief world
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Hedges, L. V. (1987). How
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Hooykaas, R. (1987). The rise of modern science: When and why? The
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Kuhn, T. S. (1970). The structure of scientific revolutions, 2nd.
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Moskowitz, C. (2016). Are we living in a computer simulation.
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Newton, I. (2013). Philosophie naturalis principia Mathematica.
Shapin, S. (2018). The scientific revolution. University of Chicago
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Tegmark, M. (2008). The mathematical universe. Foundations of
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