El sistema imperial puede definirse como el
conjunto de unidades de medida que surgieron y se consolidaron bajo el dominio
del Imperio Británico durante los siglos XVIII y XIX. Este
sistema, basado en unidades tradicionales como la libra, el galón y
la yarda, se extendió por gran parte del mundo a través de la
colonización y la influencia británica. Su supervivencia frente a otros
sistemas de medición, como el métrico, se debió en gran parte a que el Imperio
Británico fue una de las grandes potencias que no sufrió la invasión ni las
repercusiones directas de las guerras napoleónicas, lo que permitió
que sus sistemas de medidas se mantuvieran firmes y no fueran reemplazados por
la reforma métrica, que se impuso en la mayoría de Europa.
En este contexto, la oposición británica al sistema
métrico fue también una manifestación de resistencia política y
cultural frente a la expansión del Imperio Napoleónico, que buscaba
imponer sus propios sistemas en las naciones ocupadas. De hecho, la adopción
del sistema métrico fue vista como un símbolo de la influencia francesa, y su
rechazo, en cierto modo, reflejó una postura de resistencia hacia la expansión
de las ideas napoleónicas. Este conflicto de sistemas de medición se ha
internalizado sutilmente a lo largo de la historia, especialmente en países
como Estados Unidos, que, aunque no fue parte directa del conflicto
europeo, adoptó el sistema imperial en parte debido a su relación con el
Imperio Británico, y lo ha mantenido hasta la actualidad, a pesar de los
intentos de transición al sistema métrico en las últimas décadas. De esta
forma, el sistema imperial no solo sigue siendo una reliquia de la era
colonial, sino que también simboliza la persistencia de ciertas estructuras
políticas y culturales que datan de la oposición histórica a las reformas
impuestas por Napoleón.

Figura
1. El sistema
métrico decimal sobrevivió a la derrota de Napoleón por sus ventajas
intrínsecas. Su racionalidad científica y coherencia
simplificaron cálculos. La estandarización global y su neutralidad
política motivaron su adopción por eficiencia, incluso en países
opuestos a Francia. Consolidado por la Convención del Metro en 1875, su
éxito se debió a su lógica imbatible, que trascendió ideologías.
Irónicamente, la ley que estableció el sistema métrico en
Gran Bretaña, conocida como la Ley de Pesos y Medidas de 1824,
junto con la Ley de 1878, estableció el Sistema Imperial Británico basándose
en definiciones precisas de las unidades existentes seleccionadas dentro de ese
sistema. Estas leyes, aunque fueron promulgadas tras la derrota de Napoleón en
1815 (Batalla de Waterloo) y el fin definitivo de su influencia en
Europa (Congreso de Viena, 1814-1815), marcaron el establecimiento
formal de las unidades que definían el sistema imperial. La victoria británica
y su resistencia a la expansión de las reformas francesas significaron que el
sistema imperial sobreviviera, y se consolidara en contraposición al sistema
métrico, que había sido impulsado en gran parte por las ideas revolucionarias
francesas.
Sin embargo, el sistema métrico, a pesar de los
conflictos políticos y la rivalidad con el sistema imperial, continuó
desarrollándose de manera independiente. Su naturaleza racional y lógica, que
facilitaba la comprensión y la aplicación universal, ganó adeptos entre los
científicos y matemáticos de todo el mundo. Incluso aquellos que no compartían
la simpatía por Napoleón (derrotado primero en 1814 y exiliado a Elba, y
definitivamente en 1815) ni por los ideales revolucionarios vieron el potencial
del sistema métrico, pues su sencillez y coherencia lo hacían más eficiente
para los avances científicos y comerciales. A lo largo del siglo XIX, la
rivalidad entre ambos sistemas de medición se mantuvo, pero el sistema métrico
siguió expandiéndose debido a su adopción en muchas partes del mundo, a pesar
de la persistencia del sistema imperial en lugares como Gran Bretaña y los
Estados Unidos. Así, el siglo XIX se convirtió en un campo de batalla en
términos de sistemas de medición, con un sistema racional y un sistema
tradicional compitiendo por la supremacía global.
La Ley del Parlamento de 1824 estableció
definiciones para la yarda y la libra,
vinculándolas a estándares prototipo. Además, la legislación definió valores
para ciertas constantes físicas, anticipando la necesidad de recrear los
estándares en caso de daño. En el caso de la yarda, se definió como la longitud
de un péndulo que oscila segundos en la latitud de Greenwich, al nivel medio
del mar en vacío, con una extensión de 39.01393 pulgadas. Respecto a la libra,
se estableció que la masa de una pulgada cúbica de agua destilada, bajo una
presión atmosférica de 30 pulgadas de mercurio y a una temperatura de 62 °
Fahrenheit, equivalía a 252458 granos, con 7000 granos por libra.
Tras la destrucción de los prototipos originales durante el
incendio de las Casas del Parlamento en 1834, resultó impracticable recrear los
estándares según estas definiciones. Por lo tanto, en 1855 se promulgó una
nueva Ley de Pesos y Medidas (Victoria 18 y 19, Cap. 72) que
autorizó la reconstrucción de los prototipos a partir de estándares secundarios
reconocidos. Este acto legislativo permitió mantener la integridad y
confiabilidad de los estándares de medida, asegurando su continua utilidad y
aplicabilidad.
A mediados del siglo XIX, el ingeniero estadounidense Squire
Whipple diseñó un innovador puente ferroviario utilizando el sistema
imperial de pies y pulgadas. Cuando sus planos técnicos fueron enviados a
ingenieros británicos para su revisión, surgió un grave problema: los cálculos
de resistencia y las especificaciones de los materiales no coincidían porque
los británicos trabajaban con medidas ligeramente diferentes dentro de su
propio sistema imperial. Este malentendido retrasó meses la construcción y
obligó a rehacer varios componentes, aumentando significativamente los costos.

Figura
2. A nivel científico,
el sistema métrico es casi universal, incluso en EE.UU. y el
Reino Unido. Sin embargo, a nivel cotidiano y comercial, solo tres
países persisten con sistemas no métricos: Estados Unidos
(millas, libras), Liberia (mezclas imperiales/tradicionales) y Myanmar
(unidades propias). Estas excepciones generan complicaciones en
el comercio internacional y la estandarización técnica.
Mientras tanto, en Europa continental, donde el sistema
métrico ya estaba consolidado, los científicos que analizaban
diseños provenientes de Estados Unidos y el Reino Unido enfrentaban dificultades
adicionales. Las revistas científicas publicaban datos en unidades
dispares, lo que obligaba a los investigadores a perder tiempo valioso
en conversiones aproximadas. Estas aproximaciones, a menudo, introducían
errores críticos en experimentos o aplicaciones industriales,
comprometiendo la precisión y la fiabilidad. Un caso notable que ilustra
este caos ocurrió cuando una fábrica alemana de maquinaria textil,
basándose en especificaciones inglesas en yardas, produjo piezas
incompatibles con equipos franceses medidos en metros. Esto no solo
generó pérdidas económicas sustanciales, sino también disputas
comerciales significativas entre las empresas involucradas.
En el comercio internacional, la situación era
igualmente caótica y frustrante. Los barcos mercantes que
transportaban granos entre Estados Unidos (que aún usaba bushels)
y países métricos sufrían constantes confusiones en las aduanas.
Las diferencias en las medidas de volumen llevaban a sobrecostos
debido a impuestos mal calculados o a disputas sobre las cantidades
entregadas. Este recurrente problema se manifestó durante décadas con
diversas mercancías, desde algodón hasta acero, ralentizando
las transacciones y generando desconfianza entre socios comerciales
vitales, lo que evidenciaba un freno tangible al flujo global de bienes y
servicios.
Aunque el sistema métrico demostraba de manera
irrefutable ser más eficiente para la ciencia y el comercio
global, la resistencia política y cultural en naciones como Gran
Bretaña y Estados Unidos prolongó este caos de unidades hasta
bien entrado el siglo XX. Esta persistencia subraya cómo los sistemas
de medición no eran meras herramientas prácticas, sino también poderosos
símbolos de identidad nacional y poder geopolítico. La adopción del
metro implicaba, para algunos, una rendición cultural o una pérdida de
soberanía, postergando la inminente necesidad de una estandarización
universal que finalmente beneficiaría a todos.
Referencias
Semmel, B. (1963). Parliament and the metric system. Isis, 54(1),
125-133.
Ellis, G. (2014). The nature of Napoleonic imperialism. In Napoleon
and Europe (pp. 97-117). Routledge.
Cox, E. F. (1958). The metric system: A quarter-century of acceptance
(1851-1876). Osiris, 13, 358-379.
Blänsdorf, C., Emmerling, E., & Petzet, M. Monuments&Sites
II-The Terracota Army of the first Chinese emperor qin Shihuang/Die
Terrakottaarmee des Ersten Chinesischen Kaisers.
Hanley, A. G. (2022). Men of Science and Standards: Introducing the
Metric System in Nineteenth-Century Brazil. Business History Review, 96(1),
17-45.
Marciano, J. B. (2014). Whatever happened to the metric system?: how
America kept its feet. Bloomsbury Publishing USA.