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martes, 15 de abril de 2025

Historia de la medición 3. El sistema imperial

El sistema imperial puede definirse como el conjunto de unidades de medida que surgieron y se consolidaron bajo el dominio del Imperio Británico durante los siglos XVIII y XIX. Este sistema, basado en unidades tradicionales como la libra, el galón y la yarda, se extendió por gran parte del mundo a través de la colonización y la influencia británica. Su supervivencia frente a otros sistemas de medición, como el métrico, se debió en gran parte a que el Imperio Británico fue una de las grandes potencias que no sufrió la invasión ni las repercusiones directas de las guerras napoleónicas, lo que permitió que sus sistemas de medidas se mantuvieran firmes y no fueran reemplazados por la reforma métrica, que se impuso en la mayoría de Europa.

En este contexto, la oposición británica al sistema métrico fue también una manifestación de resistencia política y cultural frente a la expansión del Imperio Napoleónico, que buscaba imponer sus propios sistemas en las naciones ocupadas. De hecho, la adopción del sistema métrico fue vista como un símbolo de la influencia francesa, y su rechazo, en cierto modo, reflejó una postura de resistencia hacia la expansión de las ideas napoleónicas. Este conflicto de sistemas de medición se ha internalizado sutilmente a lo largo de la historia, especialmente en países como Estados Unidos, que, aunque no fue parte directa del conflicto europeo, adoptó el sistema imperial en parte debido a su relación con el Imperio Británico, y lo ha mantenido hasta la actualidad, a pesar de los intentos de transición al sistema métrico en las últimas décadas. De esta forma, el sistema imperial no solo sigue siendo una reliquia de la era colonial, sino que también simboliza la persistencia de ciertas estructuras políticas y culturales que datan de la oposición histórica a las reformas impuestas por Napoleón.

Figura 1. Aunque Napoleón fue derrotado en 1815 y las monarquías europeas intentaron erradicar las reformas revolucionarias, el sistema métrico decimal sobrevivió y se expandió gracias a sus ventajas intrínsecas: Racionalidad científica – Su base decimal y coherencia (1 litro de agua = 1 kg, 1 m³ = 1.000 litros) facilitó cálculos en física, química e ingeniería. Estandarización global – Comerciantes y científicos lo adoptaron para evitar conversiones complejas entre sistemas regionales. Neutralidad política – Países sin simpatía por Francia (como Prusia o EE.UU.) lo implementaron progresivamente por eficiencia. Impacto: 1820–1850: Bélgica, Países Bajos y partes de Italia lo mantuvieron pese a la Restauración monárquica. 1875: 17 naciones firmaron la Convención del Metro, consolidándolo como sistema internacional. El mérito no fue de Napoleón, sino de su lógica imbatible, que trascendió ideologías.

Irónicamente, la ley que estableció el sistema métrico en Gran Bretaña, conocida como la Ley de Pesos y Medidas de 1824, junto con la Ley de 1878, estableció el Sistema Imperial Británico basándose en definiciones precisas de las unidades existentes seleccionadas dentro de ese sistema. Estas leyes, aunque fueron promulgadas tras la derrota de Napoleón en 1815 (Batalla de Waterloo) y el fin definitivo de su influencia en Europa (Congreso de Viena, 1814-1815), marcaron el establecimiento formal de las unidades que definían el sistema imperial. La victoria británica y su resistencia a la expansión de las reformas francesas significaron que el sistema imperial sobreviviera, y se consolidara en contraposición al sistema métrico, que había sido impulsado en gran parte por las ideas revolucionarias francesas.

Sin embargo, el sistema métrico, a pesar de los conflictos políticos y la rivalidad con el sistema imperial, continuó desarrollándose de manera independiente. Su naturaleza racional y lógica, que facilitaba la comprensión y la aplicación universal, ganó adeptos entre los científicos y matemáticos de todo el mundo. Incluso aquellos que no compartían la simpatía por Napoleón (derrotado primero en 1814 y exiliado a Elba, y definitivamente en 1815) ni por los ideales revolucionarios vieron el potencial del sistema métrico, pues su sencillez y coherencia lo hacían más eficiente para los avances científicos y comerciales. A lo largo del siglo XIX, la rivalidad entre ambos sistemas de medición se mantuvo, pero el sistema métrico siguió expandiéndose debido a su adopción en muchas partes del mundo, a pesar de la persistencia del sistema imperial en lugares como Gran Bretaña y los Estados Unidos. Así, el siglo XIX se convirtió en un campo de batalla en términos de sistemas de medición, con un sistema racional y un sistema tradicional compitiendo por la supremacía global.

La Ley del Parlamento de 1824 estableció definiciones para la yarda y la libra, vinculándolas a estándares prototipo. Además, la legislación definió valores para ciertas constantes físicas, anticipando la necesidad de recrear los estándares en caso de daño. En el caso de la yarda, se definió como la longitud de un péndulo que oscila segundos en la latitud de Greenwich, al nivel medio del mar en vacío, con una extensión de 39.01393 pulgadas. Respecto a la libra, se estableció que la masa de una pulgada cúbica de agua destilada, bajo una presión atmosférica de 30 pulgadas de mercurio y a una temperatura de 62 ° Fahrenheit, equivalía a 252458 granos, con 7000 granos por libra.

Tras la destrucción de los prototipos originales durante el incendio de las Casas del Parlamento en 1834, resultó impracticable recrear los estándares según estas definiciones. Por lo tanto, en 1855 se promulgó una nueva Ley de Pesos y Medidas (Victoria 18 y 19, Cap. 72) que autorizó la reconstrucción de los prototipos a partir de estándares secundarios reconocidos. Este acto legislativo permitió mantener la integridad y confiabilidad de los estándares de medida, asegurando su continua utilidad y aplicabilidad.

A mediados del siglo XIX, el ingeniero estadounidense Squire Whipple diseñó un innovador puente ferroviario utilizando el sistema imperial de pies y pulgadas. Cuando sus planos técnicos fueron enviados a ingenieros británicos para su revisión, surgió un grave problema: los cálculos de resistencia y las especificaciones de los materiales no coincidían porque los británicos trabajaban con medidas ligeramente diferentes dentro de su propio sistema imperial. Este malentendido retrasó meses la construcción y obligó a rehacer varios componentes, aumentando significativamente los costos.

Figura 2. A nivel científico, casi todos los países adoptan el sistema métrico, incluyendo naciones como EE.UU. y Reino Unido, donde los investigadores trabajan principalmente en unidades métricas para publicaciones y colaboraciones internacionales. Sin embargo, a nivel comercial y cotidiano, tres países siguen usando sistemas no métricos. EE.UU: Utiliza millas, libras y galones en transporte, construcción y ventas minoristas. Liberia: Emplea mezclas de unidades imperiales y tradicionales en mercados y comercio local. Myanmar: Usa sus propias unidades, como el peiktha (viss) para peso y el tin para volumen. Aunque el sistema métrico domina globalmente, estas excepciones generan complicaciones en intercambios internacionales y estandarización técnica.

Mientras tanto, en Europa continental, donde ya se adoptaba el sistema métrico, los científicos que estudiaban estos diseños estadounidenses y británicos encontraban dificultades adicionales. Las revistas científicas publicaban datos en unidades distintas, obligando a los investigadores a perder tiempo valioso en conversiones aproximadas que a veces introducían errores en experimentos o aplicaciones industriales. Un caso notable ocurrió cuando una fábrica alemana de maquinaria textil, basándose en especificaciones inglesas en yardas, produjo piezas incompatibles con equipos franceses medidos en metros, generando pérdidas económicas y disputas comerciales entre las empresas involucradas.

En el comercio internacional, la situación era igualmente caótica. Los barcos mercantes que transportaban granos entre Estados Unidos (que usaban bushels) y países métricos sufrían constantes confusiones en las aduanas, donde las diferencias en las medidas de volumen llevaban a sobrecostos por impuestos mal calculados o disputas sobre cantidades entregadas. Este problema se repitió durante décadas con diversas mercancías, desde algodón hasta acero, ralentizando transacciones y generando desconfianza entre socios comerciales.

Aunque el sistema métrico demostraba ser más eficiente para la ciencia y el comercio global, la resistencia política y cultural en naciones como Gran Bretaña y Estados Unidos prolongó este caos de unidades hasta bien entrado el siglo XX, evidenciando cómo los sistemas de medición no eran solo herramientas prácticas, sino también símbolos de identidad nacional y poder geopolítico.

Referencias
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Cox, E. F. (1958). The metric system: A quarter-century of acceptance (1851-1876). Osiris, 13, 358-379.
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