Cuando miramos la tabla de prefijos decimales y
la tabla de unidades fundamentales, nos daremos cuenta de algo
extraño: el gramo no es la unidad base de la masa, sino
el kilogramo. Cuando me di cuenta de esto, pensé que era un error,
pero no lo es. Está puesto a propósito. La razón no es científica, sino histórica.
La causa se encuentra en los ideales y la radicalización antinobiliaria de
la Revolución Francesa, especialmente durante las épocas del Terror y
el Gran Terror, entre 1793 y 1794.
En ese periodo, los revolucionarios franceses no solo
derribaban la monarquía, sino que también trataban de eliminar todo lo que
pudiera recordar al antiguo régimen El Feudalismo y a la
aristocracia. Los científicos de la época, en su afán por crear un sistema de
medidas más racional y acorde con los principios de la Revolución, decidieron
que las unidades de medida debían basarse en la naturaleza, no en tradiciones
heredadas. Fue así como surgió el sistema métrico, con la intención
de establecer un orden universal, decimal y lógico.
Figura
1. La imagen
pública de María Antonieta fue distorsionada por propaganda
revolucionaria, presentándola como símbolo de vanidad y desconexión.
Esto contrastaba con la racionalidad ilustrada y reflejó un giro
misógino, donde mujeres de clase alta perdieron poder. Más allá de
sus acciones, se convirtió en símbolo de lo que debía ser destruido:
la nobleza, la feminidad cortesana y la falta de
"razón" del Antiguo Régimen.
En 1789, la Revolución Francesa comenzó
como una respuesta a la grave crisis económica, política y social que
atravesaba el país. La monarquía, encabezada por Luis XVI y María
Antonieta, vivía en un lujo desmesurado mientras la población sufría hambre
y miseria. El comentario apócrifo de María Antonieta, "Si no tienen pan,
que coman pastel", reflejaba la desconexión de la nobleza con la realidad
del pueblo. Además, el sistema de unidades y medidas en Francia estaba
descentralizado y reflejaba las divisiones feudales, con cada región utilizando
diferentes normas, lo que complicaba el comercio y alimentaba el descontento
popular. La corrupción y el abuso de poder, especialmente por parte de la
nobleza, exacerbaban las tensiones y contribuyeron al impulso de un cambio
radical. En este contexto, la Revolución Francesa buscó una reestructuración
total de la sociedad, incluida la creación de un sistema de medidas más
racional y justo. Se estableció el sistema métrico con la
intención de eliminar las desigualdades del pasado.
Figura
2. Talleyrand
fue un maestro de la supervivencia política en Francia. Transitó de
monarquía a Revolución, Napoleón y Restauración, siendo un frío y calculador
"jugador de tronos". Sacrificó lealtades por influencia
y permanencia, operando con maestría en las sombras. Su genialidad incluyó
la centralización de medidas, no por idealismo, sino por entender que el
control técnico es control político, consolidando su posición en
cada régimen.
Las figuras astutas de Charles Maurice de
Talleyrand-Périgord y Marie Jean Antoine Nicolas de Caritat,
marqués de Condorcet, lograron navegar las tumultuosas eras revolucionarias y
jugaron un papel decisivo en la consolidación de un nuevo orden racional. Ambos
entendieron que para construir una república verdaderamente moderna era
necesario romper no solo con la monarquía, sino también con el mosaico caótico
de poderes locales que fragmentaban a Francia. En este proyecto de
centralización, la estandarización de las unidades de medida fue tan esencial
como la del idioma o la administración pública. El propósito era claro:
eliminar los feudos regionales, suprimir la diversidad arbitraria de normas
heredadas y fundar una nación unificada bajo principios de razón, igualdad y
universalidad.
El marqués de Condorcet, en particular, demostró un
compromiso firme con la creación de un sistema de medidas uniforme y universal.
En sus palabras, que siguen resonando más de dos siglos después, expresó la
esencia del sistema internacional de unidades: “El sistema métrico es
para todas las personas, de todos los tiempos”. Esta visión no solo
sintetizaba el espíritu revolucionario, sino que anticipaba una forma de pensar
verdaderamente moderna y global. Hoy, podríamos incluso ampliar su frase para
reflejar el alcance casi cósmico de su ideal: el sistema métrico es para todas
las personas, en cualquier rincón del universo.
Figura
3. Condorcet,
ilustrado y filósofo político, encarnó el espíritu de la
Revolución Francesa y defendió libertad, igualdad y fraternidad. Fue
un visionario del Sistema Internacional de Medidas, creyendo que
la estandarización serviría a "todas las personas, de todos los
tiempos". Aunque murió en prisión en 1794, su legado
humanista y racionalista perdura en cada centímetro, segundo y gramo que
usamos.
El gobierno revolucionario marcó el inicio del desarrollo de
un sistema universal de medidas, concebido bajo los ideales de racionalidad y
uniformidad, aunque su aceptación no ha sido completamente global. Para llevar
a cabo esta ambiciosa tarea, se comisionó a algunos de los científicos más
destacados de la época, varios de ellos de origen noble, quienes, gracias a su
utilidad para la causa republicana, lograron escapar de la guillotina. Entre
ellos se encontraban Jean-Charles de Borda, notable por sus
contribuciones en matemáticas, física y navegación; Joseph-Louis
Lagrange, insigne matemático y astrónomo, célebre por los puntos de
equilibrio que hoy llevan su nombre; Pierre-Simon Laplace, figura
central en las matemáticas, la estadística y la física teórica; Gaspard
Monge, experto en geometría descriptiva y cartografía; y el ya mencionado
marqués de Condorcet, filósofo ilustrado comprometido con los principios de
universalidad del conocimiento. Juntos, estos sabios conformaron un grupo
multidisciplinario cuyas ideas y esfuerzos sentaron las bases del sistema
métrico, cuya lógica aún rige la medición científica contemporánea.
Sin embargo, no todos los grandes intelectuales
sobrevivieron al tumulto revolucionario. Antoine-Laurent de Lavoisier,
considerado el padre de la química moderna, fue arrestado en 1793 debido a su
antigua participación en la recaudación fiscal bajo el Antiguo Régimen. A pesar
de los intentos por salvarlo, fue guillotinado el 8 de mayo de 1794. La frase
del presidente del tribunal —"La república no necesita ni científicos
ni químicos"— marcó el tono trágico de su destino. Lagrange,
conmocionado, expresó: "Ha bastado un instante para cortarle la
cabeza, pero Francia necesitará un siglo para que aparezca otra que se le pueda
comparar". Un año después, el gobierno post-terror reconoció su error
y emitió una nota de exoneración dirigida a su viuda: "A la viuda
de Lavoisier, quien fue falsamente condenado". Este episodio sintetiza
las contradicciones y excesos de una revolución que, al tiempo que impulsaba el
progreso racional, también consumía a algunos de sus más brillantes artífices.
La unidad de masa del sistema métrico fue originalmente
denominada grave, definida como la masa de un litro de agua a la
temperatura de fusión del hielo. Sin embargo, el término presentaba un problema
político y lingüístico: en algunas lenguas germánicas, grave se
asociaba con el título nobiliario de conde, algo que los revolucionarios
querían evitar en el nuevo orden republicano. Aunque el nombre más
antiguo, gramme, se refería originalmente a una milésima parte de
un grave, fue este el que se eligió como nombre de base para la unidad de masa,
probablemente en parte para distanciarse simbólicamente de cualquier vestigio
de nobleza. Esto generó una paradoja: el nombre base era el gramo, pero el
patrón físico construido y utilizado era mil veces más masivo, lo que llevó a
la oficialización del "kilogramo" como unidad
operativa desde 1799. La decisión fue más pragmática que lógica: el gramo
resultaba demasiado pequeño para servir como patrón en el comercio y la
industria.
El 10 de diciembre de 1799, el gobierno francés adoptó
oficialmente el sistema métrico, extendiendo su implementación a
las provincias mediante un edicto. Su difusión más allá de las fronteras
francesas se consolidó durante las campañas napoleónicas, siendo adoptado por
colonias y aliados, incluidos los países latinoamericanos. A pesar de algunas
resistencias técnicas —como la esgrimida por ingenieros franceses en obras
públicas en Colombia— el sistema métrico se consolidó como norma internacional.
Irónicamente, el kilogramo sigue siendo la única unidad base del Sistema
Internacional que contiene un prefijo, una anomalía que, según el Comité
Internacional de Pesos y Medidas, nos ha dejado “atascados con la
infelicidad” de una excepción histórica convertida en norma.
La relación directa entre un litro y un kilogramo también
nos proporciona una aproximación útil de la densidad del agua, válida para la
mayoría de las temperaturas habituales en entornos de laboratorio. Al observar
la definición del litro, notamos que está atada directamente al kilogramo, lo
cual implica que de agua equivale a de agua. Esta
equivalencia, aunque arbitraria en su origen, refleja una constante empírica:
el agua ha sido históricamente la sustancia de referencia para las mediciones
científicas. Esta elección no es casual. Como veremos más adelante en este
curso, el agua también desempeñó un papel central en la definición histórica de
los pesos atómicos en la tabla periódica, sirviendo como sustancia base para
establecer proporciones entre elementos.
Figura
4. Madame
Marie-Anne Lavoisier fue fundamental e inseparable del trabajo de su
esposo. Como científica, traductora y colaboradora valiosa, fue clave
en la difusión y consolidación de la química moderna, documentando
experimentos y perfeccionando métodos. Conocida como la "madre
de la química", su labor fue crucial para la teoría de la
combustión y la conservación de la masa. Preservó el legado
de su esposo, marcando juntos el rumbo de la ciencia.
Durante la era revolucionaria, el metro fue
originalmente definido como la diezmillonésima parte de la distancia entre el
polo norte y el ecuador terrestre, medida sobre el meridiano que atraviesa
París, un intento ambicioso por vincular las unidades humanas a dimensiones
naturales del planeta. El segundo fue definido como la 86.400°
parte del día solar medio, basado en la rotación de la Tierra, mientras que
el litro, como ya se ha dicho, se definió como el volumen de un
decímetro cúbico de agua en condiciones específicas. Estas definiciones,
formuladas antes de la adopción de estándares físicos como la barra de
platino-iridio, reflejan un espíritu racionalista y universalista que aspiraba
a romper con los sistemas feudales, arbitrarios y localistas del Antiguo
Régimen. Así, el sistema métrico nació con un propósito
político claro: instaurar una medida común para una ciudadanía común. Que hoy
hablemos de "kilogramo" en lugar de "grava", o que una
unidad base contenga un prefijo, es una anomalía que no responde a criterios
científicos, sino a decisiones marcadas por la turbulencia histórica y las
sensibilidades ideológicas de la Revolución Francesa. Como muchas otras cosas
en ciencia, este detalle aparentemente absurdo está profundamente atado a
motivos histórico-políticos.
Referencias
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to the Constant-Based SI (pp. 1-11). Cham: Springer International Publishing.
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France. In A Brief History of the Metric System: From Revolutionary France
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Springer, Syracuse.
Lyons, M. (1994). Napoleon Bonaparte and the legacy of the French
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Riordan, S. (2013). The Making of the Kilogram, 1789-1799. Stanford
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Sant'Ambrogio, G., & Dejours, P. (1995). On the origin of the
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