La caída de Napoleón en 1815 y el posterior Congreso de Viena marcaron no solo el restablecimiento de las antiguas monarquías europeas, sino también un giro conservador que impregnó la política, la cultura y, en parte, incluso la ciencia. El sistema métrico decimal, nacido del racionalismo ilustrado y defendido con fervor por la Revolución Francesa, era visto por muchos gobiernos europeos como un vestigio incómodo del "terror revolucionario". Su asociación con el fervor jacobino y el proyecto igualitario de los revolucionarios franceses hacía que, fuera de Francia, su adopción generara más sospechas que entusiasmo.
Sin embargo, a pesar de su origen "republicano", el sistema decimal ofrecía algo que los sistemas tradicionales de pesas y medidas —inconexos, arbitrarios y a menudo heredados del feudalismo— no podían garantizar: precisión, coherencia y universalidad. Y eso, en plena revolución industrial y en una Europa que comenzaba a confiar su progreso al conocimiento científico y a la técnica, era demasiado valioso como para ser ignorado.
Figura 1. El Congreso de Viena (1814-1815) fue una reunión diplomática celebrada tras la derrota de Napoleón Bonaparte, con el objetivo de restaurar el orden en Europa y redefinir las fronteras políticas. Las principales potencias europeas, como Austria, Prusia, Rusia y el Reino Unido, buscaron restablecer el equilibrio de poder y evitar futuros conflictos. Se restauraron monarquías derrocadas y se rediseñaron las fronteras para fortalecer a las naciones que podrían contrarrestar cualquier intento de expansión imperial. Las consecuencias del Congreso incluyeron un período de relativa paz en Europa, conocido como la "Paz de Viena", pero también alimentó tensiones nacionalistas y liberales, que llevaron a revoluciones en Europa durante las décadas siguientes.
Con ese telón de fondo, a lo largo del siglo XIX, se fue gestando un acuerdo internacional entre científicos que, más allá de los vaivenes ideológicos, comprendían la necesidad urgente de un lenguaje común para la ciencia, la ingeniería, el comercio y la navegación. Esta necesidad culminaría en uno de los acuerdos científicos más importantes de la historia: el Tratado del Metro, firmado en 1875.
Durante el siglo XIX, incluso en el Reino Unido —uno de los principales bastiones del sistema imperial— numerosos científicos comenzaron a expresar su frustración con las incoherencias y limitaciones del sistema tradicional de unidades. Figuras como James Clerk Maxwell y Lord Kelvin (William Thomson) defendieron con firmeza la adopción del sistema métrico en el ámbito científico, argumentando que su estructura decimal y su base racional facilitaban tanto los cálculos como la enseñanza. Maxwell, en particular, desempeñó un papel clave en la Comisión Británica para la Reforma de Unidades, y propuso un sistema coherente de unidades basado en tres magnitudes fundamentales: longitud, masa y tiempo, lo que eventualmente dio forma al sistema CGS (centímetro, gramo, segundo). Kelvin, por su parte, abogó ante la Royal Society y en foros internacionales por la unificación métrica, reconociendo que la ciencia no podía avanzar de forma eficiente si persistía la confusión entre yardas, pulgadas y pies.
Figura 2. William Thomson, conocido como Lord Kelvin (1824-1907), fue un físico e ingeniero británico, famoso por sus contribuciones a la termodinámica y la teoría de la electricidad. Es mejor conocido por formular la escala de temperatura Kelvin, que se basa en el cero absoluto, el punto más bajo posible de temperatura. También contribuyó al desarrollo de la teoría de la energía y la propagación del calor, así como a la comprensión de la electricidad y el magnetismo. Lord Kelvin desempeñó un papel clave en la medición y la investigación de las leyes físicas fundamentales, y fue un líder en la comunidad científica durante el siglo XIX. Recibió numerosos honores y fue miembro de la Royal Society, influenciando enormemente la ciencia moderna..
No obstante, sus esfuerzos encontraron un terreno complicado fuera de la academia. A pesar de que el sistema métrico fue legalizado en el Reino Unido con la Ley de Pesos y Medidas de 1864, su implementación en el comercio fue resistida por razones culturales, económicas y políticas. Comerciantes, industriales y hasta el público general preferían la familiaridad del sistema imperial, y las tentativas de imponer el cambio fueron vistas por muchos como innecesarias o incluso como una amenaza a la identidad nacional. Así, mientras en los laboratorios británicos los experimentos ya se medían en milímetros y kilogramos, en los mercados londinenses aún se vendía mantequilla por onzas y cerveza por pintas, marcando una desconexión entre el progreso científico y la vida cotidiana. Esta tensión se mantendría durante más de un siglo.
El Tratado del Metro fue convocado por varios países a partir de 1864, tras el creciente interés en establecer un sistema de unidades universales que pudiera facilitar el comercio, la ciencia y la tecnología. Entre los principales impulsores se encontraba Ferdinand de Lesseps, el diplomático francés que encabezó las negociaciones. También participaron científicos como Jean-Baptiste-Joseph Delambre y Pierre Méchain, quienes previamente habían trabajado en el proyecto original del metro en la Revolución Francesa, así como representantes de otros países europeos. La meta era establecer un sistema métrico internacionalmente aceptado, basado en unidades fijas y universales, y así resolver las inconsistencias de los sistemas locales de medición, como el sistema imperial británico.
Figura 3. James Clerk Maxwell (1831-1879) fue un físico y matemático escocés, conocido por sus fundamentales contribuciones a la teoría electromagnética y la formulación de las ecuaciones de Maxwell, que unificaron los campos eléctricos y magnéticos en una sola teoría. Su trabajo sobre la teoría cinética de los gases también fue crucial para el desarrollo de la termodinámica. Maxwell es considerado uno de los más grandes científicos de la historia, pues sus ecuaciones proporcionaron una comprensión completa de la luz como una forma de radiación electromagnética. A lo largo de su vida, enseñó en la Universidad de Aberdeen y en el Trinity College de Cambridge. Su trabajo influyó en numerosos campos, desde la teoría de la relatividad hasta la física moderna.
El tratado formalizó la creación de la Oficina Internacional de Pesos y Medidas (BIPM) en 1875, con el objetivo de establecer un sistema coherente de medidas a nivel mundial. El sistema métrico, que ya había sido adoptado en Francia, se consolidó como un sistema de referencia para todo el mundo, con el metro y el kilogramo como las unidades fundamentales. No obstante, aunque la idea original del sistema métrico era que se basara en constantes naturales, como la longitud de un meridiano terrestre, con el tiempo se abandonó esta visión de "universalidad" para hacer lugar a estándares más prácticos y replicables.
Esto se debió a varios factores, entre ellos los avances en la ciencia de los materiales y la necesidad de tener unidades más fácilmente reproducibles. En lugar de basarse en una definición basada en un fenómeno natural, como la longitud de un meridiano, se optó por usar un prototipo físico: el metro fue definido como la longitud de una barra de platino e iridio almacenada en la BIPM, mientras que el kilogramo fue definido por una barra de la misma aleación, conocida como el IPK (International Prototype of the Kilogram). Este cambio se produjo por la imposibilidad de replicar las mediciones de un meridiano con precisión suficiente, lo que hizo que un objeto físico, que pudiera ser reproducido con exactitud, fuera una opción más fiable y práctica para los estándares de medición.
Figura 4. En 2019, se descubrió que las barras de platino e iridio utilizadas como prototipos del metro y el kilogramo (IPK) estaban experimentando variaciones a lo largo del tiempo, aunque estas alteraciones eran imperceptibles para el comercio. Sin embargo, este fenómeno resultó problemático para la ciencia de alta precisión, donde cada pequeño cambio en las unidades de medida podía afectar resultados críticos. Ante esto, se decidieron abandonar estos prototipos físicos en favor de definiciones basadas en constantes fundamentales de la naturaleza, como la velocidad de la luz y la constante de Planck. Esta transición permitió obtener una mayor estabilidad y precisión en las mediciones, garantizando la fiabilidad de las unidades en todos los ámbitos científicos.
Este sistema, a pesar de sus limitaciones, perduró hasta el siglo XX, cuando nuevas tecnologías permitieron desarrollar definiciones aún más precisas basadas en constantes físicas fundamentales, como la velocidad de la luz o la constante de Planck. Sin embargo, el abandono de un sistema basado en principios naturales y la adopción de objetos físicos como estándares, dejó una marca en la historia de las unidades de medida, demostrando el equilibrio necesario entre la teoría científica y la practicidad en la implementación de sistemas globales.
A finales del siglo XIX y principios del XX, el proceso de metrificación avanzó considerablemente, impulsado por la globalización del comercio y los avances científicos y tecnológicos. El sistema métrico, gracias a su precisión y coherencia, se consolidó como la base para todas las ciencias modernas, convirtiéndose en el estándar internacional. La uniformidad que ofrecía este sistema facilitó la colaboración científica y el intercambio de conocimientos, lo que favoreció el progreso en campos como la física, la química, la ingeniería y la medicina.
Aunque los Estados Unidos y algunos países más pequeños continuaron utilizando el sistema imperial o unidades locales, incluso el Reino Unido, cuna del sistema imperial, adoptó el sistema métrico en áreas clave como la ciencia, la tecnología y la industria a lo largo del siglo XX. Este cambio fue motivado en gran parte por la necesidad de alinearse con las crecientes redes comerciales internacionales.
Figura 5. La Oficina Internacional de Pesas y Medidas (BIPM, por sus siglas en francés) se encuentra en Sèvres, Francia, y fue establecida en 1875 por el Tratado del Metro. Su misión principal es asegurar la uniformidad de las mediciones en todo el mundo, manteniendo y actualizando los estándares internacionales de unidades como el metro y el kilogramo. La BIPM gestiona los prototipos internacionales de medidas y coordina las actividades de metrología entre los países miembros. Además, es responsable de promover la adopción del Sistema Internacional de Unidades (SI) y de garantizar que las mediciones sean precisas y reproducibles globalmente. A lo largo de los años, la BIPM ha jugado un papel crucial en el desarrollo de la ciencia, la tecnología y el comercio mundial.
La globalización comercial también jugó un papel esencial, ya que la estandarización de las unidades de medida simplificó el comercio internacional y redujo las barreras logísticas. China, como una de las economías más grandes del mundo, adoptó el sistema métrico de manera formal, lo que solidificó aún más su uso global. Hoy en día, el sistema métrico es la norma en casi todos los países, con la única excepción de Estados Unidos, que aún mantiene el uso del sistema imperial en algunas áreas, aunque también utiliza el sistema métrico en otros sectores como la ciencia y la tecnología.
Figura 6. ICONTEC (Instituto Colombiano de Normas Técnicas y Certificación) también juega un papel clave en el establecimiento y la regulación de normas relacionadas con unidades y medidas en Colombia. Como miembro de la Asociación Internacional de Metrología Legal (OIML), ICONTEC trabaja para asegurar que las mediciones en el país sean precisas, confiables y estén alineadas con los estándares internacionales. Se encarga de la adopción y promoción del Sistema Internacional de Unidades (SI), garantizando su aplicación en áreas como la industria, la ciencia, la tecnología y el comercio. Además, ICONTEC establece y mantiene normas técnicas para equipos de medición y procedimientos, contribuyendo al desarrollo de un sistema de medición uniforme y preciso que facilita el comercio y la cooperación internacional.
Referencias
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