Ante esta situación, la solución adoptada fue de gran calado conceptual y práctico: se tomó la decisión trascendental de abandonar estos prototipos físicos. En su lugar, el sistema internacional de unidades (SI) evolucionó para basar las definiciones del metro y el kilogramo (junto con otras unidades como el amperio, el kelvin, el mol y la candela) en constantes fundamentales de la naturaleza. Ejemplos clave de estas constantes incluyen la velocidad de la luz en el vacío (c) para el metro, y la constante de Planck (h) para el kilogramo. Esta transición marcó un hito en la metrología, alejándose de objetos materiales susceptibles a cambios para anclarse en propiedades universales e inmutables.
La adopción de definiciones basadas en constantes fundamentales trajo consigo beneficios invaluables. Permitió obtener una mayor estabilidad y precisión en las mediciones, ya que estas constantes son, por definición, invariables en el tiempo y el espacio. Esto garantiza una fiabilidad sin precedentes de las unidades en todos los ámbitos científicos y tecnológicos, desde la investigación más teórica hasta las aplicaciones industriales de vanguardia. Esta redefinición no solo resolvió el problema de la variabilidad de los prototipos físicos, sino que también sentó las bases para un sistema de unidades más robusto, coherente y universal, preparado para los desafíos de la ciencia y la tecnología del futuro.
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