El rendimiento de una reacción es una medida adimensional
o porcentual que indica el grado de éxito del proceso químico. Habitualmente,
se evalúa a partir de un producto clave, comparando la masa obtenida
experimentalmente \(m_p\) con la masa teórica esperada \(m_{teo,p}\)
según la estequiometría de la reacción para un producto clave.
[1]
Teorema del rendimiento de reacción para masa de productos. Para ver los
términos de los teoremas y sus factores de conversión homólogos, pulse en [este
enlace].
Sin embargo, al profundizar en el concepto de rendimiento
de reacción, surge una pregunta natural: ¿existe una definición más
fundamental del mismo? La respuesta es, en efecto, afirmativa. En su
forma más rigurosa, el rendimiento se define como el cociente entre la
cantidad de reacción real y la cantidad de reacción teórica.
[2]
Axioma del rendimiento de la reacción y sus variantes para cantidad, masa y gas. Para ver los términos de los teoremas y
sus factores de conversión homólogos, pulse en [este
enlace].
Esta formulación permite interpretar el rendimiento como una
medida del porcentaje de éxito de los eventos de reacción.
Este enfoque permite generalizar el concepto de
rendimiento más allá de la masa, aplicándolo a cualquier magnitud
vinculada al avance de la reacción, como el número de moles, el volumen
gaseoso o incluso la conductividad eléctrica en determinados experimentos.
Siempre que sea posible determinar la cantidad de reacción, será
factible calcular el rendimiento correspondiente.
Un caso común consiste en evaluar el rendimiento a partir
de la masa del reactivo clave consumido, en lugar de hacerlo con la masa
teórica del producto formado.
[3]
Teoremas del rendimiento de reacción en función de reactivo a producto claves para combunaciones de cantidad, masa y gas. Para ver los términos de los teoremas y sus factores de conversión
homólogos, pulse en [este
enlace].
Fenómenos que afectan el rendimiento de la reacción
El rendimiento de una reacción química casi nunca alcanza el
100 %, y las razones son múltiples. Una de las más comunes es la impureza de
los reactivos. Las masas que se emplean en los cálculos suelen no
corresponder a la masa pura de la sustancia reactiva, sino a una mezcla que
contiene otras sustancias acompañantes. Estas impurezas no solo alteran los
cálculos —pues parte de la masa medida no participa en la reacción—, sino que
además pueden inducir reacciones secundarias que desvían a los reactivos
principales hacia productos no deseados.
La impureza es, en gran medida, una limitación práctica y
económica. Casi ningún reactivo se comercializa con una pureza del 100 %,
ya que lograrlo es extremadamente costoso o incluso imposible. Por ejemplo, el
ácido clorhídrico (HCl) solo puede mantenerse al 100 % de pureza en estado
gaseoso, pero eso lo convierte en un compuesto peligroso, incluso considerado
un arma química. Por ello, en el laboratorio se utiliza en soluciones
acuosas diluidas, generalmente con purezas que no superan el 36 %. Además,
los reactivos almacenados durante largos periodos pueden degradarse de forma
espontánea, debido a reacciones de descomposición autógenas que reducen su
efectividad.
Otra causa frecuente de un rendimiento inferior es la velocidad
de la reacción. Si el experimento se detiene o se mide antes de que la
reacción alcance su punto de equilibrio o se complete totalmente, la cantidad
de producto formado será menor a la teórica. Factores como la presión, la
temperatura o la presencia (o ausencia) de catalizadores también
influyen decisivamente en la rapidez y la extensión de una reacción.
Figura
1. En la producción de detergentes, la eficiencia del reactor de saponificación
es crucial, ya que impacta directamente en la producción de ácidos grasos, los
cuales se convierten en sales activas. Un bajo rendimiento inicial reduce la
eficacia global de la cadena de reacciones, afectando la calidad y cantidad del
producto final.
Por último, en muchas ocasiones el rendimiento se ve
afectado por dificultades experimentales en la recolección o el
almacenamiento del producto. Esto ocurre especialmente con gases, ya que
resulta complicado garantizar que no existan fugas. En equipos antiguos o de
baja calidad, estas pérdidas son casi inevitables. Recuerdo, por ejemplo, que
los viejos laboratorios escolares solían emplear tubos de goma para conducir
gases, asegurados con abrazaderas metálicas que requerían un
destornillador plano para ajustarse. La falta de esa herramienta en los
laboratorios hacía que, con frecuencia, las conexiones quedaran flojas y el gas
se escapara lentamente, reduciendo así el rendimiento medido.
La causa más profunda y determinante de que el rendimiento
de una reacción no sea completo es la existencia del equilibrio químico.
En muchas reacciones, los productos formados pueden reaccionar nuevamente entre
sí para regenerar los reactivos originales, estableciendo así un proceso
reversible. Cuanto mayor sea la tendencia de esta reacción inversa,
menor será el rendimiento neto hacia los productos deseados. La proporción
entre las velocidades de la reacción directa y la inversa depende de diversas condiciones
físicas, como la temperatura, la presión o la concentración de las especies
involucradas. Por ello, el estudio del equilibrio químico resulta
esencial cuando se busca optimizar un proceso y minimizar la cantidad de
reacción que retrocede, ya sea mediante el ajuste de las condiciones
experimentales o el uso de estrategias que desplacen el equilibrio hacia la
formación del producto.
En suma, alcanzar un rendimiento del 100 % no es solo un
ideal teórico, sino también un desafío práctico: entre impurezas, reacciones
secundarias, limitaciones cinéticas y pérdidas experimentales, cada reacción
real lleva consigo una historia de imperfección química y humana.
Niveles de rendimiento de reacción
Por tradición básica, y para responder de forma sencilla a
la pregunta de qué tan buena es una reacción química, suele emplearse
una clasificación empírica del rendimiento: los químicos describen un
rendimiento cuantitativo cuando se aproxima al 100 %; excelente
si supera el 90 %; muy bueno cuando es mayor al 80 %; bueno si
excede el 70 %; regular o aceptable cuando está por encima del 50 %; pobre
si es inferior al 40 %; y probablemente falso si es igual al 100 %. Sin
embargo, esta clasificación es solo una guía general y, en cierto
sentido, resulta ingenua, ya que cada reacción debe evaluarse en
función de su naturaleza, condiciones y propósito. No todas las reacciones
son igualmente sencillas de llevar a cabo, y no todas pueden alcanzar altos
grados de conversión debido a limitaciones termodinámicas, cinéticas o
experimentales.
Por ejemplo, en procesos industriales de gran escala,
como la síntesis del amoníaco mediante el proceso Haber-Bosch, el
rendimiento por ciclo raramente supera el 15 % bajo condiciones
normales. Aun así, se considera un resultado excelente, ya que el sistema está
diseñado para reciclar los reactivos no convertidos, lo que permite
mantener la producción continua a bajo costo. En contraste, en reacciones de química
orgánica de laboratorio, como las esterificaciones o las síntesis
de derivados aromáticos, se suele esperar un rendimiento del 70–90 %,
ya que las condiciones son más controlables y las pérdidas se minimizan con
purificaciones cuidadosas. De igual modo, en reacciones extremadamente lentas o
con equilibrios muy desplazados hacia los reactivos, incluso rendimientos
del 10 % pueden representar un logro técnico significativo si la obtención
del producto es reproducible y estable.
En el ámbito de la química farmacéutica y de los
materiales avanzados, las perspectivas cambian aún más. En la síntesis
de fármacos complejos o de moléculas naturales con múltiples centros
quirales, un rendimiento del 1–5 % puede considerarse notable,
debido a la enorme dificultad estructural y al valor del producto final, que a
menudo se obtiene tras decenas de pasos sucesivos. Un ejemplo clásico es la obtención
de taxol o de alcaloides naturales a partir de rutas sintéticas
multietapa: cada reacción parcial contribuye a una cadena de rendimientos
parciales que hacen que el total sea bajo, pero aun así económicamente viable.
Del mismo modo, en la química de nanopartículas, semiconductores o
catalizadores heterogéneos, pequeñas cantidades de producto pueden tener efectos
desproporcionados en la reactividad o la eficiencia energética, de modo que
el rendimiento numérico deja de ser el único criterio de éxito. En síntesis, la
bondad de una reacción no se mide únicamente por su porcentaje de
rendimiento, sino por su utilidad práctica, su relevancia técnica y el valor
intrínseco del producto obtenido.
Rendimientos acoplados
Las reacciones que ocurren en
secuencia para dar lugar a un producto final se denominan reacciones
consecutivas. En este tipo de procesos, un reactivo inicial —por ejemplo,
una sustancia A— se transforma primero en un intermediario B, el
cual posteriormente reacciona para formar el producto final C. Se
considera intermediario a toda especie que se forma en una etapa y se
consume en otra dentro de un proceso multietapa. Finalmente, la ecuación
química global que resume el conjunto de transformaciones en una sola
expresión recibe el nombre de reacción general o reacción global.
Figura 2. a fermentación alcohólica es una
serie de reacciones acopladas donde microorganismos, como
las levaduras, convierten azúcares en alcohol etílico y dióxido
de carbono sin oxígeno. Inicia con la glucólisis, seguida
de la conversión del piruvato en acetaldehído y su reducción
a alcohol etílico. Este proceso es esencial en la producción
de bebidas alcohólicas y productos fermentados.
El estudio de las reacciones acopladas reviste una
importancia fundamental para la comprensión y el control de los procesos
químicos complejos que ocurren tanto en sistemas naturales como en entornos
sintéticos. En este tipo de procesos, múltiples transformaciones químicas se
encuentran interconectadas, de modo que el progreso o la eficiencia de
una reacción depende directamente de otra. Analizar estos sistemas requiere una
comprensión detallada de la estequiometría, el rendimiento y la
termodinámica de cada etapa, así como de las interacciones energéticas
y materiales que las vinculan.
La química de reacciones acopladas es esencial en la síntesis
de compuestos avanzados, desde productos farmacéuticos hasta materiales
funcionales de alta tecnología. Su estudio permite optimizar la eficiencia y
la selectividad de los procesos, reducir la generación de desechos y
avanzar hacia una química más sostenible. En el ámbito biológico,
comprender cómo se acoplan las reacciones es clave para descifrar los
mecanismos metabólicos que sustentan la vida, así como para identificar los
desequilibrios energéticos que originan diversas enfermedades. La energía
liberada o absorbida en estas transformaciones está directamente
relacionada con el funcionamiento celular, la regulación metabólica y, en
última instancia, la estabilidad de los organismos vivos.
Un ejemplo paradigmático de la relevancia de las reacciones
acopladas es la glucólisis, un proceso metabólico esencial que convierte
azúcares simples en energía aprovechable en forma de ATP. Este conjunto
de diez reacciones interdependientes ilustra cómo la transferencia y el
aprovechamiento de energía entre etapas determinan tanto la eficiencia
global del proceso como la viabilidad celular. Su estudio no solo
permite comprender la dinámica energética de la vida, sino también diseñar
estrategias químicas y biotecnológicas inspiradas en la precisión y economía
energética de los sistemas biológicos.
Ej. 8.2. La glucólisis es un proceso clave en
el metabolismo celular, donde una molécula de glucosa se convierte en dos
moléculas de piruvato, generando ATP y NADH. Este proceso consta de diez pasos
enzimáticos, cada uno regulado por enzimas específicas. La regulación de la
glucólisis garantiza una producción eficiente de energía, adaptándose a las
necesidades energéticas de la célula y condiciones cambiantes.
Las enfermedades metabólicas graves suelen originarse
cuando las enzimas responsables de regular el rendimiento de las reacciones
bioquímicas presentan defectos estructurales o funcionales de diversa
magnitud. Las alteraciones genéticas que afectan a estas enzimas pueden
perturbar rutas metabólicas esenciales, como la glucólisis,
comprometiendo la capacidad de la célula para obtener energía de manera
eficiente y sostenida.
Un ejemplo característico es la deficiencia de piruvato
quinasa, una enzima clave en la etapa final de la glucólisis. Este
trastorno hereditario, conocido como anemia hemolítica por deficiencia de
piruvato quinasa (PKDHA), se transmite de forma autosómica recesiva
y se manifiesta cuando los eritrocitos son incapaces de generar
suficiente ATP durante la conversión de fosfoenolpiruvato a piruvato.
Como resultado, los glóbulos rojos envejecen prematuramente y son
destruidos en el torrente sanguíneo, lo que provoca síntomas característicos
como fatiga, palidez y esplenomegalia.
La comprensión de estos defectos enzimáticos no solo
es esencial para el diagnóstico y tratamiento de la PKDHA, sino que
también pone de relieve la relevancia central de la glucólisis en el
mantenimiento de la homeostasis energética celular. En última instancia,
estos casos demuestran cómo una única alteración molecular puede desencadenar
consecuencias sistémicas profundas, recordando la delicada interdependencia
entre la bioquímica celular y la salud del organismo en su conjunto.
[4]
Rendimiento de la reacción neta como productorio de los rendimientos parciales.
Para ver los términos de los teoremas y sus factores de conversión homólogos,
pulse en [este
enlace]
[Ejercicios
resueltos de rendimiento de la reacción]
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