El volumen (V)
se define como la medida del espacio tridimensional que ocupa un cuerpo
o sustancia. También se lo denomina capacidad cuando se refiere a la
cantidad de fluido que puede contener un recipiente, o espacio ocupado
cuando se describe el lugar que una materia llena en el entorno. En el Sistema
Internacional de Unidades se expresa en metros cúbicos (m³), aunque
en contextos cotidianos y de laboratorio suelen emplearse unidades derivadas
como el litro (L) o el centímetro cúbico (cm³). El volumen es una
propiedad extensiva, ya que depende de la cantidad de materia presente,
y se calcula mediante fórmulas geométricas para cuerpos regulares o mediante
métodos de desplazamiento de líquido para cuerpos irregulares. En física y
química, su determinación es esencial para estudiar la densidad, la presión,
la temperatura y otras variables de estado de los sistemas materiales.
Gran parte del laboratorio tanto en la alquimia
medieval como en la química básica se ha basado en el control de
volúmenes líquidos, ya que medir con precisión la cantidad de una sustancia
es fundamental para reproducir experimentos y obtener resultados confiables.
Los primeros métodos y utensilios para este fin surgieron en civilizaciones
como el Antiguo Egipto y Persia, donde se desarrollaron
recipientes calibrados para la preparación de perfumes, medicamentos y tintes.
Figuras históricas como María la Judía —inventora del baño maría
y pionera en la destilación— y Avicena, médico y alquimista persa,
perfeccionaron el uso de instrumentos para controlar y medir líquidos en
procesos de laboratorio y destilación.
Figura
1. La figura muestra instrumentos de medición volumétrica: la probeta
graduada para volúmenes aproximados, la jeringa y la bureta
para volúmenes variables (esta última con control de flujo), la pipeta
para un volumen específico y el matraz aforado para contener un volumen
exacto. Son esenciales en el laboratorio para preparar disoluciones y realizar
mediciones precisas.
A lo largo de los siglos, el perfeccionamiento de estos
utensilios llevó al diseño de herramientas específicas como la pipeta,
la probeta graduada, los balones aforados y las buretas,
todas destinadas a medir y transferir volúmenes con exactitud. Estos
instrumentos permiten determinar cantidades desde mililitros hasta fracciones
muy pequeñas, lo que resulta esencial en análisis químicos, titulaciones
y experimentos de síntesis. Con el tiempo, también se incorporaron jeringas
de laboratorio para la dosificación precisa de líquidos en experimentos que
requieren rapidez o ausencia de contaminación.
En la actualidad, aunque el laboratorio moderno dispone de
tecnología automatizada para el control de volúmenes, los principios
establecidos por los alquimistas y químicos antiguos siguen vigentes. La medición
volumétrica continúa siendo clave en disciplinas como la química
analítica, la bioquímica y la farmacología, ya que incluso un
pequeño error en el volumen puede alterar la concentración de una disolución y
modificar por completo el resultado experimental. Así, la evolución desde los
recipientes calibrados de la antigüedad hasta el vidrio y plástico de precisión
contemporáneo refleja la continuidad histórica de la medición como núcleo de la
ciencia experimental.
Sólidos geométricos
Los sólidos geométricos son cuerpos cuya forma
permite calcular su volumen mediante una fórmula matemática exacta,
derivada de principios geométricos. La demostración de dichas fórmulas
puede realizarse por diferentes métodos, como la geometría euclidiana, el
cálculo integral o el análisis de límites. Muchas de estas expresiones eran ya
conocidas en la Antigüedad, especialmente por civilizaciones como
Egipto, Grecia y Mesopotamia, que desarrollaron métodos empíricos para estimar
volúmenes de pirámides, cilindros y esferas. Sin embargo, con el avance de las
matemáticas, estas reglas fueron formalizadas y refinadas.
Figura
2. Las formas tridimensionales como cubo, prisma, pirámide, esfera,
cilindro y cono han sido claves en arquitectura, arte e ingeniería desde la
antigüedad. Usadas en construcciones, astronomía, navegación e industria,
combinan función práctica y simbolismo cultural. Su presencia en la vida
cotidiana refleja cómo la geometría conecta avances científicos,
tecnología y desarrollo social a lo largo de la historia.
En el Renacimiento, la traducción de textos antiguos
y el trabajo de matemáticos como François Viète permitió expresar dichas
fórmulas en el lenguaje del álgebra, lo que facilitó su generalización y
aplicación a una mayor variedad de figuras. Esta transición del razonamiento
puramente geométrico a la formulación algebraica supuso un cambio radical en la
forma de abordar problemas de medición, haciendo posible conectar las
propiedades espaciales con relaciones numéricas precisas.
Gracias a esta evolución histórica, hoy disponemos de
fórmulas universales para sólidos como prismas, cilindros, conos, pirámides y
esferas, aplicables tanto en la ingeniería como en la arquitectura
y las ciencias físicas. Así, los sólidos geométricos representan no solo
una categoría matemática, sino también un puente entre el conocimiento antiguo
y la metodología científica moderna, donde la exactitud en la medición del
volumen es clave para el desarrollo técnico y experimental.
El cubo, el prisma y la pirámide
El cubo y el prisma rectangular son ejemplos
de sólidos geométricos cuya determinación de volumen resulta
especialmente sencilla e intuitiva. Constituyen la forma más básica para la que
podemos deducir una fórmula directa a partir de la propia definición de
este espacio tridimensional: el producto simple de tres magnitudes
espaciales —largo, ancho y alto—.
[1]
Volumen de un cubo perfecto. Pulse
aquí para la descripción de sus términos.
En el caso del cubo, donde las tres dimensiones son
iguales, el cálculo se reduce a elevar la medida de una arista al cubo
(a³), lo que le da su nombre. Para el prisma rectangular, la relación es
igual de directa: multiplicar la base por la altura, considerando
que la base es a su vez el producto de dos dimensiones lineales. Esta
correspondencia entre la forma y su fórmula hace que ambos cuerpos sean un
punto de partida natural para comprender el concepto de volumen.
[2]
Volumen de un prisma. Pulse
aquí para la descripción de sus términos.
Estos sólidos no solo son fundamentales en la enseñanza de
la geometría y el cálculo, sino que también representan el modelo
sobre el cual se generalizan las fórmulas para figuras más complejas. Su
simplicidad permite visualizar cómo el volumen es una medida tridimensional
derivada de magnitudes lineales, sentando las bases para el estudio de prismas
oblicuos, cilindros y otros cuerpos que, aunque más elaborados,
conservan la misma lógica multiplicativa en su estructura matemática.
La pirámide es un sólido geométrico que se
caracteriza por tener una base poligonal y caras laterales
triangulares que convergen en un punto común llamado vértice. Su volumen
se calcula mediante la fórmula
[3]
Volumen de una pirámide. Pulse
aquí para la descripción de sus términos.
lo que significa que ocupa exactamente la tercera parte
del volumen de un prisma que tenga la misma base y altura. Esta
relación, conocida desde la Antigüedad, fue estudiada por los egipcios
—constructores de las célebres pirámides de Giza— y posteriormente demostrada
de manera rigurosa por matemáticos griegos como Euclides.
En el caso de las pirámides de base cuadrada o rectangular,
la determinación del volumen resulta más intuitiva, ya que se pueden comparar
con prismas rectos y deducir su proporción mediante descomposición espacial.
Para bases poligonales más complejas, el cálculo se apoya en dividir la figura
en triángulos y aplicar principios de geometría plana para hallar el
área de la base antes de multiplicar por la altura y dividir por tres.
En la actualidad, la fórmula de la pirámide tiene aplicación
en arquitectura, ingeniería civil y diseño industrial,
especialmente en estructuras que requieren estabilidad con menor cantidad de
material, como torres, techos inclinados y ciertos componentes estructurales.
Además, la pirámide se estudia como puente conceptual entre sólidos de caras
planas y figuras de revolución como el cono, con el que comparte la
misma proporción volumétrica respecto a un prisma o cilindro de igual base y
altura. Este vínculo histórico y matemático convierte a la pirámide en una
figura esencial para comprender la medición volumétrica y su evolución
desde los métodos empíricos antiguos hasta las formulaciones algebraicas
modernas.
El cilindro, el cono y la esfera
El cilindro y el cono son sólidos
geométricos cuyas fórmulas de volumen fueron conocidas y estudiadas
desde la Antigüedad debido a su frecuente aparición en la vida cotidiana
y en la arquitectura. El cilindro, caracterizado por dos bases circulares
paralelas unidas por una superficie lateral recta, tiene un volumen que se
obtiene multiplicando el área de la base (π r²) por la altura
(h), dando la expresión
[4] Volumen
de un cilindro. Pulse
aquí para la descripción de sus términos.
Esta relación fue comprendida por matemáticos griegos y
formalizada en los trabajos de Arquímedes, quien incluso lo consideraba
una de sus figuras favoritas por su vínculo con la esfera.
El cono, en cambio, comparte con el cilindro la base
circular pero presenta una superficie lateral que converge hacia un punto
llamado vértice. Su volumen resulta ser exactamente la tercera parte
del volumen del cilindro que tiene la misma base y altura:
[5] Volumen
de un cono. Pulse
aquí para la descripción de sus términos.
Este resultado, también demostrado por Arquímedes, se
apoyaba en razonamientos de equilibrio y comparaciones volumétricas con prismas
y cilindros, marcando un avance en la comprensión de figuras con superficies
curvas.
En la actualidad, el cálculo del volumen de cilindros y
conos es fundamental en ingeniería, arquitectura y fabricación
industrial, ya que muchos depósitos, tuberías, embudos y componentes
mecánicos se basan en estas formas. Además, su estudio sirve como paso
intermedio entre sólidos de caras planas, como prismas y pirámides, y sólidos
de revolución más complejos, como esferas o elipsoides, mostrando cómo la
geometría y la medición volumétrica se conectan directamente con
aplicaciones prácticas.
La esfera es uno de los sólidos geométricos
más estudiados desde la Antigüedad, tanto por su perfección simétrica
como por su presencia en la naturaleza, en astros, burbujas y gotas de líquido.
A diferencia de prismas y cubos, su volumen no puede deducirse de forma
inmediata por un simple producto de dimensiones lineales, ya que carece de
aristas o caras planas.
Civilizaciones como la griega y la romana ya
habían investigado sus propiedades. Arquímedes fue quien estableció la fórmula
exacta para calcular el volumen de la esfera: cuatro tercios de π
por el radio al cubo:
[6] Volumen
de una esfera. Pulse
aquí para la descripción de sus términos.
Su demostración, considerada una de las joyas de la
matemática antigua, se basó en comparar la esfera con el cilindro que la
circunscribe, mostrando la relación precisa entre ambos volúmenes.
Con el desarrollo del cálculo integral en los siglos
XVII y XVIII, la fórmula de Arquímedes pudo formalizarse y generalizarse dentro
de un marco matemático más riguroso. Hoy, la esfera es esencial en múltiples
áreas, desde la física —en el estudio de planetas, átomos y partículas—
hasta la ingeniería y la arquitectura, donde su forma óptima
permite minimizar la superficie para un volumen dado, propiedad clave en
fenómenos como la tensión superficial en líquidos o la eficiencia estructural
en depósitos presurizados.
Cuerpos no regulares
El volumen de un cuerpo no regular —es decir, aquel
que no posee una forma geométrica con fórmula matemática directa— se determina
generalmente por métodos experimentales o aproximativos, basados
en principios físicos como el de Arquímedes. Según este principio, un
cuerpo sumergido en un fluido desplaza un volumen de líquido equivalente a su
propio volumen. Así, si el objeto no es poroso y puede sumergirse
completamente, basta medir la cantidad de líquido desplazado para conocer su
volumen.
Este procedimiento se aplica en la medición volumétrica
por desplazamiento de agua utilizando probetas graduadas o recipientes con
marcas de capacidad. Se llena el recipiente con un volumen inicial conocido, se
sumerge el cuerpo y se observa el aumento en el nivel del líquido; la
diferencia entre ambas medidas corresponde al volumen del objeto. Este método
es muy preciso para sólidos pequeños o de forma irregular, como minerales,
piezas mecánicas o fragmentos de materiales.
En casos donde el objeto no puede sumergirse, se recurre a
técnicas indirectas como la integración matemática de secciones
transversales obtenidas por cortes físicos o digitales (por ejemplo, mediante
escaneo 3D). En geología y arquitectura, se utilizan
aproximaciones que dividen el cuerpo en formas regulares conocidas, sumando sus
volúmenes parciales. En medicina, tecnologías como la tomografía
computarizada y la resonancia magnética permiten calcular volúmenes
corporales internos con alta precisión a partir de modelos tridimensionales. En
todos los casos, el objetivo es traducir una forma compleja a datos medibles
que permitan obtener su volumen real con el menor margen de error posible
Referencias
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