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jueves, 26 de junio de 2025

Termos




Un termos es un recipiente diseñado para minimizar el intercambio de calor entre su contenido y el entorno, funcionando como un calorímetro de capacidad calorífica extremadamente baja. A diferencia de un vaso o botella común, su estructura interna y externa evita tanto la pérdida de calor hacia el exterior cuando contiene líquidos calientes, como la ganancia de calor cuando alberga líquidos fríos. En el contexto de la calorimetría, el termos se considera un dispositivo práctico de aislamiento casi perfecto: reduce al mínimo la transferencia térmica por conducción, convección y radiación, permitiendo que su contenido conserve la temperatura original durante períodos prolongados.

La historia de estos dispositivos se remonta a los cofres de los nobles y reyes en la antigua Persia y Roma, donde cámaras forradas de cobre o estaño se usaban para guardar agua fresca traída de las montañas. Un ejemplo arqueológico concreto es el yakhchal persa, una monumental estructura cónica de adobe y ladrillo de barro con gruesas paredes que funcionaba como un refrigerador preindustrial. Su diseño, que utilizaba canales de viento y aislamiento natural, permitía la creación y preservación de hielo durante los calurosos veranos, demostrando una comprensión avanzada del aislamiento térmico para retardar el calentamiento.

En el caso romano, la ingeniería y el transporte de recursos eran fundamentales. La nieve y el hielo se traían de los Alpes en cofres aislados forrados con materiales como lana y paja, tal como se menciona. Se han encontrado vestigios de vasijas de terracota y plomo de doble pared, diseñadas para mantener líquidos a temperaturas frescas por más tiempo. Estas vasijas, a menudo guardadas en bodegas frescas o envueltas en mantas aislantes, muestran cómo el principio de retardar la transferencia de calor era aplicado en la vida cotidiana para preservar alimentos y bebidas.

Figura 1. En el Gran Calor, sin aire acondicionado, los chinos usaban el bingjian (contenedor de hielo) para crear gradientes de temperatura y frenar la convección, el “carro abanico” con rueda hidráulica para generar corrientes de aire y la “pérgola auto-lluviosa” para enfriar por evaporación. El pozo aprovechaba el agua subterránea y su inercia térmica como refrigerador natural, optimizando el aislamiento térmico.

Además de estos imperios, otros ejemplos arqueológicos ilustran la universalidad de la idea. En el antiguo Egipto, se usaban vasijas de barro poroso que enfriaban el agua mediante la evaporación en su superficie, un principio conocido como refrigeración evaporativa. Del mismo modo, en la antigua China, se empleaban sofisticados cofres de bronce con paredes dobles para almacenar hielo. Todos estos dispositivos, aunque rudimentarios, sentaron las bases para el concepto de un recipiente aislado que minimiza la interacción térmica con su entorno, el principio fundamental de cualquier calorímetro.

Durante el siglo XIX, el químico y físico James Dewar perfeccionó la idea al inventar el frasco de vacío (o Dewar flask), en el que dos paredes de vidrio separadas por un vacío casi total eliminan la conducción y convección de calor. El vidrio interno refleja la radiación térmica gracias a un recubrimiento de plata, mientras que el vidrio externo protege de roturas. Este invento sirvió primero en laboratorio para almacenar gases licuados a temperaturas extremadamente bajas y, posteriormente, impulsó la producción de termos domésticos basados en vidrio y acero inoxidable.

El funcionamiento de un termos moderno replica el principio del Dewar: un doble cascarón, generalmente de acero inoxidable, con un vacío intermedio o, en algunos diseños económicos, con una cámara rellena de poliuretano o poliestireno expandido (icopor). Ese vacío o espuma bloquea la transferencia de calor por conducción y convección, mientras que superficies espejadas o recubrimientos reflectantes reducen la radiación. La tapa, a menudo de plástico con junta de silicona, cierra herméticamente evitando corrientes de aire. Algunos calorímetros de bomba utilizan esta tecnología de doble pared para estabilizar la temperatura de referencia, garantizando que todo el calor medido provenga exclusivamente de la reacción interna y no de fugas externas.

Figura 2. El frasco de vacío, inventado por James Dewar en 1892 y popularizado por Thermos, aísla térmicamente líquidos gracias a sus paredes separadas por vacío y recubrimientos reflectantes. Conserva bebidas calientes o frías durante horas. Modelos destacados incluyen Thermos Stainless King, Stanley Classic Vacuum Bottle, Hydro Flask, Zojirushi Stainless Mug y Contigo Autoseal, todos de acero inoxidable, con tapas herméticas y portabilidad.

Más allá de los termos para líquidos, el principio del aislamiento térmico se aplica en una amplia gama de productos comerciales. Las loncheras escolares son un ejemplo común, ya que utilizan tejidos multicapa que combinan materiales como el aluminio y el poliéster. Esta estructura de capas no solo es ligera, sino que también crea una barrera que refleja el calor, manteniendo los alimentos fríos o calientes durante varias horas. Del mismo modo, las mochilas isotérmicas para picnics o entregas de comida a domicilio incorporan paneles de espuma de alta densidad, como el poliestireno extruido, que encapsulan el aire y evitan la transferencia de calor por convección, asegurando que el contenido mantenga su temperatura ideal.

En la industria alimentaria y farmacéutica, el control de la temperatura es absolutamente crítico. Para el transporte de vacunas, medicamentos sensibles o productos perecederos, se utilizan cajas de icopor (poliestireno expandido) o poliuretano de gran espesor. El icopor, con su estructura celular cerrada llena de aire, es un excelente aislante térmico, mientras que el poliuretano ofrece una de las mejores propiedades aislantes por su capacidad para atrapar gases en su matriz polimérica. Estas cajas son esenciales para mantener la cadena de frío, garantizando la eficacia y seguridad de los productos que salvan vidas.

La evolución de estos materiales aislantes ha sido impulsada por la necesidad de eficiencia y seguridad en el transporte. Desde la paja usada en los cofres antiguos hasta las espumas de alta tecnología de hoy, la ciencia de los aislantes ha permitido el desarrollo de la logística moderna y la expansión de mercados globales para productos sensibles a la temperatura. Así, un principio termodinámico simple se convierte en una tecnología que sustenta industrias enteras y mejora la vida cotidiana.

Por otra parte, en la ropa de abrigo, la tecnología de aislamiento se centra en minimizar la pérdida de calor corporal. Esto se logra mediante el uso de fibras, tanto sintéticas como naturales, que son maestras en atrapar pequeñas bolsas de aire. Materiales como el poliéster y el Thinsulate (una microfibra sintética) funcionan de manera similar a la pluma de ganso, creando una barrera térmica sumamente efectiva. Estas fibras no solo son ligeras, sino que también conservan el calor al evitar que el aire caliente circule y escape, protegiendo así al usuario de las bajas temperaturas. 

Figura 3. El aislamiento térmico corporal permitió a nuestros antepasados abandonar las sabanas al cubrirse con pieles de animales, reteniendo calor y protegiéndose del viento. Más tarde, la lana y el plumón fueron sustituidos por tejidos sintéticos multicapa que combinan membranas hidrófugas y aislamiento de aire. Hoy empleamos materiales de cambio de fase, calefacción eléctrica integrada y sensores biométricos para regular la temperatura en entornos extremos.

En climas extremos, como los polares o de alta montaña, las prendas incorporan tecnologías aún más avanzadas. Las chaquetas especializadas utilizan membranas y sellos estancos junto con tejidos multicapa que tienen una doble función: por un lado, sus capilares microscópicos permiten evacuar la humedad generada por el sudor, evitando que el cuerpo se enfríe por evaporación. Por otro lado, impiden que el aire frío exterior penetre, manteniendo una temperatura interna estable. Este diseño inteligente asegura que el cuerpo se mantenga seco y caliente incluso en las condiciones más hostiles.

Este mismo principio se adapta para enfrentar los entornos más inhóspitos, como el fondo del océano o el espacio exterior. Los trajes de buceo y las escafandras espaciales emplean cámaras de aire o aislamiento multicapa para mantener una temperatura interna constante. Mientras que un traje de buceo protege del frío del agua, la escafandra espacial aísla al astronauta del vacío y las radiaciones extremas del espacio, donde las fluctuaciones de temperatura son drásticas. Estos trajes son el ejemplo definitivo de cómo la ingeniería de aislamiento térmico puede salvar vidas, aplicando principios de termodinámica para crear entornos seguros y habitables en lugares donde la vida sería imposible.

La importancia del aislamiento térmico trasciende el confort: en la vida cotidiana, un ciudadano informado entiende que un termo es un calorímetro práctico, que mide indirectamente cuánta energía se pierde o se gana. Conocer la relación entre la capacidad calorífica y el aislamiento ayuda a valorar desde el consumo de energía en el hogar hasta la eficiencia de los sistemas de calefacción y refrigeración. Además, comprender estos conceptos permite diseñar soluciones de emergencia, como refugios temporales construidos con mantas isotérmicas o iglús de nieve en regiones polares, que funcionan reteniendo una capa de aire caliente cerca del cuerpo.

Los iglús, por ejemplo, aprovechan la conductividad baja de la nieve compactada y la capa de aire que permanece entre los bloques, creando un microambiente interior a pocos grados sobre el punto de congelación, pese a temperaturas exteriores extremas. De manera análoga, el aire atrapado entre nuestra piel y la ropa actúa como un termos natural, un aislante que reduce la tasa de pérdida de calor. Este concepto de “capas” se utiliza en ropa de montaña y expediciones polares: múltiples prendas finas superpuestas generan bolsillos de aire mejor que una sola capa gruesa.

Figura 4. El aislamiento térmico en viviendas ha sido esencial: el iglú aprovecha nieve y aire para mantener el interior estable pese a –30 °C; en Fachwerkhaus alemanas, el entramado de madera con cámaras de aire impide la conducción y optimiza la ganancia solar; hoy, los edificios pasivos usan paneles de poliuretano, vidrios de baja emisividad y ventilación con recuperación de calor para máxima eficiencia.

En síntesis, el desarrollo del termo —desde los cofres reales hasta el frasco de Dewar y los modernos recipientes de acero inoxidable— ilustra la evolución de la ingeniería térmica. Las mismas ideas que protegen la temperatura de tu café permiten diseñar prendas, contenedores farmacéuticos y hábitats de emergencia. Reconocer la universality de estos principios termodinámicos fortalece la conexión entre la teoría de calorimetría y su aplicación práctica en nuestra sociedad, realzando la relevancia del aislamiento para conservar recursos, garantizar seguridad y mejorar el bienestar cotidiano.

Referencias

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