Un termos es un recipiente diseñado para minimizar el
intercambio de calor entre su contenido y el entorno, funcionando como un
calorímetro de capacidad calorífica extremadamente baja. A diferencia de un
vaso o botella común, su estructura interna y externa evita tanto la pérdida de
calor hacia el exterior cuando contiene líquidos calientes, como la ganancia de
calor cuando alberga líquidos fríos. En el contexto de la calorimetría,
el termos se considera un dispositivo práctico de aislamiento casi perfecto:
reduce al mínimo la transferencia térmica por conducción, convección y
radiación, permitiendo que su contenido conserve la temperatura original
durante períodos prolongados.
La historia de estos dispositivos se remonta a los cofres de
los nobles y reyes en la antigua Persia y Roma, donde cámaras forradas de cobre
o estaño se usaban para guardar agua fresca traída de las montañas. Un ejemplo
arqueológico concreto es el yakhchal persa, una monumental estructura
cónica de adobe y ladrillo de barro con gruesas paredes que
funcionaba como un refrigerador preindustrial. Su diseño, que utilizaba canales
de viento y aislamiento natural, permitía la creación y preservación de hielo
durante los calurosos veranos, demostrando una comprensión avanzada del aislamiento
térmico para retardar el calentamiento.
En el caso romano, la ingeniería y el transporte de recursos
eran fundamentales. La nieve y el hielo se traían de los Alpes en cofres
aislados forrados con materiales como lana y paja, tal como se menciona. Se
han encontrado vestigios de vasijas de terracota y plomo de doble pared,
diseñadas para mantener líquidos a temperaturas frescas por más tiempo. Estas
vasijas, a menudo guardadas en bodegas frescas o envueltas en mantas aislantes,
muestran cómo el principio de retardar la transferencia de calor era
aplicado en la vida cotidiana para preservar alimentos y bebidas.
Figura
1. En el Gran Calor, sin aire acondicionado, los chinos usaban el bingjian
(contenedor de hielo) para crear gradientes de temperatura y frenar la convección,
el “carro abanico” con rueda hidráulica para generar corrientes de
aire y la “pérgola auto-lluviosa” para enfriar por evaporación. El pozo
aprovechaba el agua subterránea y su inercia térmica como
refrigerador natural, optimizando el aislamiento térmico.
Además de estos imperios, otros ejemplos arqueológicos
ilustran la universalidad de la idea. En el antiguo Egipto, se usaban vasijas
de barro poroso que enfriaban el agua mediante la evaporación en su
superficie, un principio conocido como refrigeración evaporativa. Del mismo
modo, en la antigua China, se empleaban sofisticados cofres de bronce con
paredes dobles para almacenar hielo. Todos estos dispositivos, aunque
rudimentarios, sentaron las bases para el concepto de un recipiente aislado
que minimiza la interacción térmica con su entorno, el principio fundamental de
cualquier calorímetro.
Durante el siglo XIX, el químico y físico James Dewar
perfeccionó la idea al inventar el frasco de vacío (o Dewar flask), en
el que dos paredes de vidrio separadas por un vacío casi total eliminan la
conducción y convección de calor. El vidrio interno refleja la radiación
térmica gracias a un recubrimiento de plata, mientras que el vidrio externo
protege de roturas. Este invento sirvió primero en laboratorio para almacenar
gases licuados a temperaturas extremadamente bajas y, posteriormente, impulsó
la producción de termos domésticos basados en vidrio y acero inoxidable.
El funcionamiento de un termos moderno replica el
principio del Dewar: un doble cascarón, generalmente de acero inoxidable, con
un vacío intermedio o, en algunos diseños económicos, con una cámara rellena de
poliuretano o poliestireno expandido (icopor). Ese vacío o espuma
bloquea la transferencia de calor por conducción y convección, mientras que
superficies espejadas o recubrimientos reflectantes reducen la radiación. La
tapa, a menudo de plástico con junta de silicona, cierra herméticamente
evitando corrientes de aire. Algunos calorímetros de bomba utilizan esta
tecnología de doble pared para estabilizar la temperatura de referencia,
garantizando que todo el calor medido provenga exclusivamente de la reacción
interna y no de fugas externas.
Figura
2. El frasco de vacío, inventado por James Dewar en 1892 y
popularizado por Thermos, aísla térmicamente líquidos gracias a sus paredes
separadas por vacío y recubrimientos reflectantes. Conserva bebidas
calientes o frías durante horas. Modelos destacados incluyen Thermos
Stainless King, Stanley Classic Vacuum Bottle, Hydro Flask, Zojirushi
Stainless Mug y Contigo Autoseal, todos de acero inoxidable,
con tapas herméticas y portabilidad.
Más allá de los termos para líquidos, el principio del
aislamiento térmico se aplica en una amplia gama de productos comerciales. Las loncheras
escolares son un ejemplo común, ya que utilizan tejidos multicapa
que combinan materiales como el aluminio y el poliéster. Esta estructura
de capas no solo es ligera, sino que también crea una barrera que refleja el
calor, manteniendo los alimentos fríos o calientes durante varias horas. Del
mismo modo, las mochilas isotérmicas para picnics o entregas de comida a
domicilio incorporan paneles de espuma de alta densidad, como el
poliestireno extruido, que encapsulan el aire y evitan la transferencia de
calor por convección, asegurando que el contenido mantenga su temperatura
ideal.
En la industria alimentaria y farmacéutica, el
control de la temperatura es absolutamente crítico. Para el transporte de vacunas,
medicamentos sensibles o productos perecederos, se utilizan cajas de icopor
(poliestireno expandido) o poliuretano de gran espesor. El icopor,
con su estructura celular cerrada llena de aire, es un excelente aislante
térmico, mientras que el poliuretano ofrece una de las mejores propiedades
aislantes por su capacidad para atrapar gases en su matriz polimérica. Estas
cajas son esenciales para mantener la cadena de frío, garantizando la
eficacia y seguridad de los productos que salvan vidas.
La evolución de estos materiales aislantes ha sido impulsada
por la necesidad de eficiencia y seguridad en el transporte. Desde la paja
usada en los cofres antiguos hasta las espumas de alta tecnología de hoy, la
ciencia de los aislantes ha permitido el desarrollo de la logística moderna
y la expansión de mercados globales para productos sensibles a la temperatura.
Así, un principio termodinámico simple se convierte en una tecnología que
sustenta industrias enteras y mejora la vida cotidiana.
Por otra parte, en la ropa de abrigo, la tecnología de aislamiento se centra en minimizar la pérdida de calor corporal. Esto se logra mediante el uso de fibras, tanto sintéticas como naturales, que son maestras en atrapar pequeñas bolsas de aire. Materiales como el poliéster y el Thinsulate (una microfibra sintética) funcionan de manera similar a la pluma de ganso, creando una barrera térmica sumamente efectiva. Estas fibras no solo son ligeras, sino que también conservan el calor al evitar que el aire caliente circule y escape, protegiendo así al usuario de las bajas temperaturas.
Figura
3. El aislamiento térmico corporal permitió a nuestros antepasados abandonar
las sabanas al cubrirse con pieles de animales, reteniendo calor y
protegiéndose del viento. Más tarde, la lana y el plumón fueron sustituidos por
tejidos sintéticos multicapa que combinan membranas hidrófugas y aislamiento de
aire. Hoy empleamos materiales de cambio de fase, calefacción eléctrica integrada
y sensores biométricos para regular la temperatura en entornos extremos.
En climas extremos, como los polares o de alta
montaña, las prendas incorporan tecnologías aún más avanzadas. Las chaquetas
especializadas utilizan membranas y sellos estancos junto con tejidos
multicapa que tienen una doble función: por un lado, sus capilares
microscópicos permiten evacuar la humedad generada por el sudor,
evitando que el cuerpo se enfríe por evaporación. Por otro lado, impiden que el
aire frío exterior penetre, manteniendo una temperatura interna estable. Este
diseño inteligente asegura que el cuerpo se mantenga seco y caliente incluso en
las condiciones más hostiles.
Este mismo principio se adapta para enfrentar los entornos
más inhóspitos, como el fondo del océano o el espacio exterior. Los trajes
de buceo y las escafandras espaciales emplean cámaras de aire o aislamiento
multicapa para mantener una temperatura interna constante. Mientras que un
traje de buceo protege del frío del agua, la escafandra espacial aísla al
astronauta del vacío y las radiaciones extremas del espacio, donde las
fluctuaciones de temperatura son drásticas. Estos trajes son el ejemplo
definitivo de cómo la ingeniería de aislamiento térmico puede salvar vidas,
aplicando principios de termodinámica para crear entornos seguros y habitables
en lugares donde la vida sería imposible.
La importancia del aislamiento térmico trasciende el
confort: en la vida cotidiana, un ciudadano informado entiende que un termo es
un calorímetro práctico, que mide indirectamente cuánta energía se pierde o se
gana. Conocer la relación entre la capacidad calorífica y el aislamiento ayuda
a valorar desde el consumo de energía en el hogar hasta la eficiencia de los
sistemas de calefacción y refrigeración. Además, comprender estos conceptos
permite diseñar soluciones de emergencia, como refugios temporales construidos
con mantas isotérmicas o iglús de nieve en regiones polares, que funcionan
reteniendo una capa de aire caliente cerca del cuerpo.
Los iglús, por ejemplo, aprovechan la conductividad
baja de la nieve compactada y la capa de aire que permanece entre los bloques,
creando un microambiente interior a pocos grados sobre el punto de congelación,
pese a temperaturas exteriores extremas. De manera análoga, el aire atrapado
entre nuestra piel y la ropa actúa como un termos natural, un aislante
que reduce la tasa de pérdida de calor. Este concepto de “capas” se utiliza en
ropa de montaña y expediciones polares: múltiples prendas finas superpuestas
generan bolsillos de aire mejor que una sola capa gruesa.
Figura
4. El aislamiento térmico en viviendas ha sido esencial: el iglú
aprovecha nieve y aire para mantener el interior estable pese a –30
°C; en Fachwerkhaus alemanas, el entramado de madera con cámaras
de aire impide la conducción y optimiza la ganancia solar;
hoy, los edificios pasivos usan paneles de poliuretano, vidrios
de baja emisividad y ventilación con recuperación de calor para
máxima eficiencia.
En síntesis, el desarrollo del termo —desde los cofres
reales hasta el frasco de Dewar y los modernos recipientes de acero inoxidable—
ilustra la evolución de la ingeniería térmica. Las mismas ideas que protegen la
temperatura de tu café permiten diseñar prendas, contenedores farmacéuticos y
hábitats de emergencia. Reconocer la universality de estos principios
termodinámicos fortalece la conexión entre la teoría de calorimetría y
su aplicación práctica en nuestra sociedad, realzando la relevancia del
aislamiento para conservar recursos, garantizar seguridad y mejorar el
bienestar cotidiano.
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