En latitudes templadas y frías de Europa, el desarrollo de la arquitectura tradicional alemana llevó el aislamiento a otro nivel. Las casas de entramado de madera (“Fachwerkhaus”) combinan vigas de madera y rellenos de barro, piedra o ladrillo, creando cámaras de aire entre las paredes. Estas cámaras funcionan como barrera térmica, evitando la transferencia de calor por conducción. Los tejados inclinados y los aleros protegen de la lluvia y la nieve, mientras que la orientación sur maximiza la ganancia solar pasiva en invierno. La inclusión de persianas exteriores y contraventanas de madera permite regular la luz y el flujo de aire, equilibrando el confort y la eficiencia energética.
Hoy día, el concepto de aislamiento evoluciona hacia edificios de consumo casi nulo (nZEB) y pasivos, que retienen calor con paneles aislantes de poliuretano, espuma de poliestireno extruido o lana mineral en muros y techos, y sellos de hermeticidad para eliminar infiltraciones de aire. Sistemas de ventilación mecánica con recuperación de calor aseguran la calidad del aire sin sacrificar eficiencia. Las fachadas ventiladas y los vidrios de baja emisividad reducen las pérdidas por radiación. Desde el iglú hasta la construcción pasiva, el aislamiento térmico en la vivienda es, sin duda, un pilar tecnológico que une el ingenio ancestral con las demandas de sostenibilidad del presente.
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