El dispositivo más antiguo y eficaz para enfriar víveres era el bingjian (“contenedor de hielo”), fabricado en bronce o madera de doble cámara: la exterior se llenaba de hielo y la interior recibía los alimentos o bebidas. Al colocar el bingjian en una habitación y retirar la tapa, se generaba un gradiente de temperatura que, combinado con la falta de convección al interior, actuaba como un rudimentario aire acondicionado. Durante la dinastía Han se añadió el “carro abanico”, impulsado a mano para crear corrientes de aire; siglos más tarde, en la dinastía Tang, se acopló a una rueda hidráulica que lo hacía girar de forma autónoma. Aún más sofisticada fue la “pérgola auto-lluviosa”, un pabellón adosado a la fachada que bombeaba agua desde un río cercano hasta la azotea y dejaba caer cortinas de lluvia continua, aprovechando el enfriamiento por evaporación para bajar la temperatura interior.
Para la población común, la solución más asequible era el pozo. Más profundo que el nivel del suelo, el agua subterránea mantenía una temperatura constante y fresca todo el año, sirviendo tanto para beber como para enfriar alimentos colgándolos en cuerda dentro del pozo. Incluso se cuenta que, durante la era de los Tres Reinos, algunas viviendas se construían con pozos interiores para canalizar el aire frío desde las entrañas de la tierra hacia los espacios habitados. Así, a pesar de carecer de tecnología moderna, la antigua China demostró que el uso de conceptos como conducción, convección, radiación y evaporación, junto con el diseño ingenioso de dispositivos, podía mantener la frescura en los días más tórridos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario