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sábado, 3 de mayo de 2025

El átomo químico

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El átomo químico es una construcción teórica que forma parte de la teoría atómica, enfocada en establecer relaciones de masa entre sustancias sin profundizar en la estructura interna del átomo. Su propósito principal es servir como unidad de referencia para los cálculos estequiométricos, por lo que idealmente no requiere detalles sobre protones, neutrones o electrones.

Sin embargo, en la práctica, no es posible ignorar por completo a los electrones, especialmente al tratar con iones, donde es necesario explicar los procesos de pérdida o ganancia de carga. Esta necesidad obliga a incluir cierta noción de estructura interna, al menos para justificar los cambios en el estado de oxidación o en la carga neta de una especie química.

Figura 1. Stanislao Cannizzaro (1826–1910) fue un químico italiano clave en la consolidación de la teoría atómica moderna. En 1858, publicó su Sunto di un corso di filosofia chimica, donde rescató y aplicó la hipótesis de Avogadro para distinguir entre átomos y moléculas, lo que permitió asignar pesos atómicos correctos a los elementos. Su trabajo fue decisivo en el Congreso de Karlsruhe (1860), donde convenció a la comunidad científica de adoptar una base uniforme para la nomenclatura y medición química. Gracias a Cannizzaro, conceptos fundamentales como la masa molecular, la estequiometría y la estructura atómica adquirieron coherencia. También descubrió la reacción de Cannizzaro, importante en química orgánica. Su influencia fue clave para el desarrollo de la tabla periódica.

Por tanto, el átomo químico puede entenderse como una representación esquemática, similar al modelo de Thomson, donde el símbolo del elemento o una esfera sólida representa la "nube" positiva, y los electrones están implícitamente contenidos en su interior. Estos solo se hacen explícitos cuando cambian de número respecto al estado neutro, como ocurre al formar iones positivos o negativos.

La controversia Gay-Lussac vs Dalton

En 1808, en Manchester, John Dalton propuso su versión de la teoría atómica, pero esta difería bastante de la comprensión moderna. Al estudiar la electrólisis del agua, Dalton observó que por cada parte de hidrógeno se obtenían ocho partes de oxígeno en masa. Asumiendo la hipótesis más simple, concluyó que el agua debía estar formada por un átomo de hidrógeno y uno de oxígeno (HO), y que el oxígeno era simplemente ocho veces más pesado que el hidrógeno.

Sin embargo, en 1809, en París, Joseph Louis Gay-Lussac observó que los volúmenes de gases que reaccionaban lo hacían en proporciones sencillas. En el caso del agua, descubrió que dos volúmenes de hidrógeno reaccionaban con un volumen de oxígeno para formar vapor de agua. Esto contradecía la hipótesis de Dalton, ya que si el agua fuese HO, se esperaría una relación 1:1 en volumen. Gay-Lussac propuso que los volúmenes de gases representaban cajones de átomos, una imagen mental útil: si dos cajas de hidrógeno reaccionan con una caja de oxígeno, entonces debería haber dos entidades de hidrógeno por cada una de oxígeno.

Para resolver esta contradicción, Gay-Lussac recurrió a la hipótesis de Avogadro (publicada por Amedeo Avogadro en 1811, en Turín), según la cual la entidad de los gases elementales no era el átomo, sino una molécula diatómica. Al aceptar que tanto el hidrógeno como el oxígeno eran diatómicos, la ecuación química del agua podía representarse correctamente como H₂O. Sin embargo, Dalton y muchos químicos de su época rechazaron esta idea, y no fue sino hasta finales del siglo XIX que la comunidad científica aceptó plenamente la estructura molecular del agua y la validez de la hipótesis de Avogadro. Fueron necesarios casi 60 años para que se reconciliaran estas visiones y se consolidara la teoría moderna de la estequiometría.

Pesos atómicos

La segunda etapa en el desarrollo de la teoría atómica estuvo marcada por el trabajo de Stanislao Cannizzaro, quien en 1858, durante el Congreso de Karlsruhe, fue uno de los pocos científicos que realmente tomó en serio la hipótesis de Avogadro. Cannizzaro decidió ir más allá de suposiciones cualitativas e interpretó que, si se estandarizaban el volumen, la presión y la temperatura de un gas, se obtendría una especie de "caja estándar también llamada el molécula-gramo" que contenía una misma cantidad de moléculas diatómicas, sin necesidad de conocer cuántas exactamente. Lo fundamental era que esta caja podía usarse para comparar las masas relativas de diferentes sustancias gaseosas.

A través de esta estandarización, Cannizzaro propuso que si el hidrógeno diatómico tenía una masa de 2 unidades, entonces su forma monoatómica equivaldría a 1. Siguiendo esta lógica, y considerando la relación de combinación con el oxígeno, estableció que el oxígeno diatómico debía tener una masa de 32, lo que implica una masa atómica de 16. Esta elección era, en parte, arbitraria, pero tenía un propósito claro: convertir al hidrógeno en el primer estándar de unidad de masa atómica, debido a que era el elemento más ligero.

Todas las definiciones posteriores del siglo XX sobre la unidad de masa atómica no hacen más que refinar este estándar original, reemplazando el hidrógeno real por una construcción más precisa basada en el carbono-12 y el promedio de las masas de protones y neutrones. Sin embargo, el concepto esencial se conserva: el átomo de hidrógeno se aproxima a la unidad de masa atómica, lo que lo convierte en el punto de partida para la comparación de todas las demás masas atómicas en la química moderna.

El congreso de Karlsruhe

En 1860 se celebró en la ciudad de Karlsruhe, Alemania, un congreso que marcaría un punto de inflexión en la historia de la química moderna. Convocado con el propósito de resolver las crecientes confusiones en torno a los pesos atómicos y las fórmulas químicas, el Congreso de Karlsruhe reunió a los químicos más influyentes de la época. Aunque no se alcanzaron consensos definitivos, uno de los aportes más trascendentes fue la circulación del panfleto de Cannizzaro, en el que el autor explicaba con claridad cómo utilizar la hipótesis de Avogadro para determinar masas moleculares consistentes y estandarizar los pesos atómicos. El impacto de su propuesta fue inmediato, especialmente entre los jóvenes asistentes, que por primera vez vislumbraron un marco coherente para organizar los elementos y sus compuestos.

Figura 2. El Congreso de Karlsruhe, celebrado en 1860 en Alemania, fue el primer gran encuentro internacional de químicos, convocado para resolver la confusión existente sobre fórmulas químicas y pesos atómicos. Asistieron figuras clave como Kekulé, Wurtz, Mendeleiev y Cannizzaro. Aunque no se alcanzaron decisiones oficiales, el evento marcó un punto de inflexión. La mayor contribución fue la distribución del panfleto de Stanislao Cannizzaro, quien defendía la hipótesis de Avogadro y proponía criterios coherentes para determinar pesos atómicos y moleculares. Esta propuesta ayudó a unificar el lenguaje químico y sentó las bases para la elaboración de la tabla periódica. Karlsruhe no resolvió los problemas de forma inmediata, pero facilitó el consenso que guiaría el desarrollo de la química moderna.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, esta nueva forma de entender los pesos atómicos se difundió con rapidez, y permitió construir un lenguaje químico mucho más preciso. Esto fue fundamental para el desarrollo de la tabla periódica, especialmente en manos de Dmitri Mendeléyev, quien adoptó los pesos atómicos de Cannizzaro como base para ordenar los elementos de forma sistemática, prediciendo incluso propiedades de elementos aún no descubiertos. La fiabilidad de estos pesos permitió comparar elementos entre sí de forma cuantitativa y, en consecuencia, establecer periodicidades que cimentaron la estructura de la química moderna.

Simultáneamente, la química orgánica experimentó un renacimiento. La estandarización de las masas atómicas hizo posible escribir fórmulas estructurales con sentido químico y físico, interpretando los enlaces y las proporciones de átomos dentro de las moléculas. Esto dio origen a la química estructural, un campo que comenzó a identificar familias de compuestos, mecanismos de reacción y la geometría molecular con una claridad antes inalcanzable. Así, lo que en Karlsruhe empezó como una discusión sobre valores numéricos terminó reformando por completo la forma de pensar la materia. Fue el inicio de una era en la que la estructura molecular, los enlaces químicos y las reacciones adquirieron un fundamento coherente y mensurable.

Fusión con la química-física

A medida que la química avanzó hacia una mayor cuantificación y modelado de procesos, especialmente en el siglo XX, el concepto de átomo químico —aquel centrado en la masa, la proporción y la reactividad— se convirtió en una herramienta central no solo en el ámbito académico, sino también en disciplinas aplicadas como la fisicoquímica y la ingeniería química. Paradójicamente, mientras estas ramas incorporaban modelos más sofisticados basados en la mecánica cuántica y la termodinámica estadística, conservaron la utilidad del átomo químico como unidad de referencia para cálculos estequiométricos, balances de masa, y análisis de reactivos y productos. Su simplicidad conceptual y su eficiencia práctica lo convirtieron en un instrumento insustituible para diseñar y controlar procesos a escala industrial.

La estequiometría avanzada, por ejemplo, se apoya en el átomo químico como una unidad base para entender y predecir las cantidades exactas de sustancias que intervienen en una reacción. Esto permite calcular rendimientos, identificar excesos o limitaciones de reactivos, y estimar los productos y residuos de forma precisa. Este marco también es esencial para aplicar principios como la ley de conservación de la masa, la ley de las proporciones múltiples, y para comprender el comportamiento de sistemas gaseosos, soluciones y mezclas en equilibrio, que aparecen de forma recurrente en libros de fisicoquímica avanzada, incluso en contextos computacionales o de diseño experimental.

 

Por otro lado, el estudio de propiedades coligativas como la presión osmótica, la disminución del punto de congelación o el aumento del punto de ebullición, también requiere la noción de número de partículas, en la que el átomo químico sigue cumpliendo una función crucial. A pesar de que estos conceptos derivan de teorías estadístico-termodinámicas, en la práctica se los aplica con base en el conteo de moles y relaciones molares que asumen el modelo químico más clásico del átomo: indivisible, indiferente a su estructura interna, y centrado en su comportamiento cuantitativo. Así, incluso en textos altamente especializados, el átomo químico clásico sobrevive como una abstracción práctica indispensable, puente entre la teoría compleja y la realidad experimental o industrial.

Referencias

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