La Ley de Henry es una de las leyes más antiguas en
la historia de la química de gases, formulada en 1803 por el científico
británico William Henry. Esta ley describe el comportamiento de los gases
disueltos en líquidos, estableciendo una relación directa entre la
presión parcial de un gas y su concentración en una disolución líquida. En
otras palabras, a mayor presión parcial del gas sobre el líquido, mayor será
la cantidad de gas que se disolverá en él, y si esa presión parcial
disminuye, el gas tenderá a escapar, reduciendo su concentración en la fase
líquida.
Este principio se aplica específicamente a lo que se conoce
como disoluciones ideales, un modelo teórico en el que se asume que las interacciones
entre las partículas del soluto y del solvente son mínimas o despreciables.
En este tipo de sistemas, las propiedades de la disolución, como la
concentración del gas disuelto, pueden predecirse con alta precisión a partir
de la presión parcial del gas que está en equilibrio con la disolución.
Las disoluciones ideales son fundamentales para el estudio teórico de la
química, ya que permiten establecer modelos matemáticos simples y
proporcionales que describen fenómenos físicos complejos.
Figura
1. En la ley de Henry (izquierda), una baja presión atmosférica favorece un
aumento en la presión de vapor, lo que provoca que el soluto volátil escape, ya
que su solubilidad disminuye. Por el contrario (derecha), cuando la presión
aumenta, contrarrestando la presión de vapor, el equilibrio favorece la
disolución del gas, lo que hace que las sustancias regresen al estado líquido,
lo que se interpreta como un aumento en la solubilidad.
En la práctica, este comportamiento es más evidente en disoluciones
diluidas, donde la baja concentración de soluto garantiza un comportamiento
más cercano al ideal. En cambio, en soluciones más concentradas, las
interacciones intermoleculares aumentan y comienzan a alterar la linealidad de
la relación presión-concentración, provocando un comportamiento no ideal.
Sin embargo, incluso en sistemas reales, la Ley de Henry sigue siendo una
herramienta útil para predecir la solubilidad de gases bajo distintas condiciones.
Figura 2. La forma estática de la ley de
Henry establece que la concentración de un gas disuelto en un
líquido es directamente proporcional a su presión parcial y depende de
una constante específica para cada sustancia. Esta constante refleja la solubilidad
del gas y varía con la temperatura, siendo esencial en procesos como
la carbonatación, la depuración de aguas y la ingeniería
química. Demostración.
Figura
2. La constante de Henry relaciona la concentración estándar de
un gas disuelto con su presión parcial estándar en equilibrio. Usando
condiciones de referencia como 1 atm y 298 K, permite predecir la
solubilidad de gases en líquidos bajo supuestos de comportamiento ideal,
siendo útil para comparar sistemas con pequeñas desviaciones respecto al estado
estándar. Demostración.
Uno de los aspectos clave de esta ley es la presencia de una
constante específica llamada constante de Henry kH, que determina
qué tanto se disuelve un gas bajo una presión dada. Esta constante varía de un
gas a otro y también depende de factores como la temperatura. En
general, al aumentar la temperatura, disminuye la solubilidad de los gases
en los líquidos, lo que implica que la constante de Henry también cambia.
Por eso, el comportamiento de gases como el oxígeno o el dióxido de carbono
puede variar significativamente en soluciones acuosas a diferentes
temperaturas, afectando procesos biológicos o industriales.
El valor de la constante de Henry también permite
comparar la facilidad con que distintos gases se disuelven en un mismo
líquido. Por ejemplo, el dióxido de carbono se disuelve más fácilmente en
agua que el oxígeno, y esta diferencia es crucial en aplicaciones como la carbonatación
de bebidas o en sistemas de respiración acuática. De hecho, muchas
industrias aprovechan la Ley de Henry para diseñar sistemas de absorción y
desgasificación, como ocurre en el tratamiento de aguas, en donde gases
no deseados son eliminados mediante el control de presiones parciales.
Un ejemplo cotidiano de esta ley se encuentra en la
fabricación de bebidas carbonatadas. En estas, el dióxido de carbono
es disuelto a alta presión en el líquido. Mientras la botella permanece
cerrada, el gas se mantiene en equilibrio disuelto. Sin embargo, al abrirla, la
presión parcial del gas sobre el líquido disminuye bruscamente, y como
resultado, el gas disuelto comienza a escapar en forma de burbujas, lo
cual ilustra de manera clara la predicción que hace la Ley de Henry.
Otro campo donde esta ley tiene importancia crítica es en la
medicina hiperbárica y en el buceo, donde se controla la presión de los
gases respirados por los buzos. A grandes profundidades, la presión parcial
de los gases aumenta, lo que hace que una mayor cantidad de gases como el
nitrógeno se disuelvan en la sangre. Si el ascenso es demasiado rápido, la
presión disminuye abruptamente y el gas disuelto puede formar burbujas en los
tejidos, lo cual genera un riesgo severo conocido como mal de descompresión.
La Ley de Henry también es esencial para comprender
procesos en fisiología, como el transporte de oxígeno y dióxido de
carbono en la sangre. En los pulmones, donde la presión parcial del oxígeno
es alta, este gas tiende a disolverse en el plasma sanguíneo; en cambio, en los
tejidos, donde la presión parcial es menor, el oxígeno sale del plasma y se
difunde hacia las células. Este fenómeno de intercambio gaseoso se fundamenta
en el mismo principio de equilibrio presión-concentración descrito por Henry.
La Ley de Henry establece que la concentración de
un gas disuelto en un líquido es directamente proporcional a la presión parcial
del gas sobre dicho líquido, siempre que el sistema se comporte como una disolución
ideal. Esta ley es uno de los fundamentos más antiguos de la química de
gases, y su aplicación abarca desde procesos industriales hasta fenómenos
biológicos y ambientales. A pesar de que en soluciones reales puede haber
desviaciones, el modelo de Henry sigue siendo una herramienta indispensable para
el diseño y la comprensión de múltiples sistemas físicos y químicos.
En una de las formas dinámicas de la Ley de Henry, se
establece una proporción entre concentraciones que se mantiene constante
mientras el sistema esté en equilibrio. Esta forma genera un ratio de
concentración entre la fase gaseosa y la fase líquida, lo que significa
que, sin importar si usamos mol/L, mol/kg, ppm u otra unidad, la relación
entre ambas concentraciones permanece invariable siempre y cuando se
mantenga el mismo tipo de unidad en numerador y denominador. Esta
característica convierte a la forma dinámica de la ley en una herramienta
sumamente versátil, permitiendo trabajar en distintas escalas y
contextos sin perder la validez del modelo.
De manera análoga, en la forma estática de la Ley de
Henry, también se puede utilizar cualquier unidad de concentración
para expresar la cantidad de gas disuelto en un líquido, siempre que la constante
de Henry esté definida en términos compatibles con la unidad empleada. Por
ejemplo, si trabajamos con mol/L, entonces la constante de Henry debe
tener unidades de mol/(L·atm); si usamos g/L, deberá expresarse
en g/(L·atm), y así sucesivamente. Lo esencial es mantener una coherencia
dimensional entre la unidad de concentración utilizada y la constante de
proporcionalidad, lo cual asegura la validez matemática y conceptual de la
ley.
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