La mezcla de disoluciones de un mismo o de diferente soluto
es un proceso aparentemente sencillo, pero que encierra diversos fenómenos
físico-químicos que debemos considerar. Cuando trabajamos con disoluciones
ideales no reactivas, asumimos que al unirse dos líquidos con solutos
inertes no ocurre reacción química alguna, y que las interacciones entre
moléculas de solvente y de soluto no provocan desviaciones significativas del
comportamiento ideal. En estos casos, el soluto puede estar presente en
forma molecular o como especies iónicas reales, pero su concentración
final y la composición del sistema vienen determinadas por la suma de las
cantidades de soluto aportadas y por el nuevo volumen de disolución.
Figura
1. Mezclar dos disoluciones puede parecer trivial, pero implica interacciones
moleculares y aproximaciones matemáticas esenciales. Aunque la
teoría ideal asume volúmenes aditivos, en la práctica surgen expansiones
o contracciones volumétricas que requieren factores de actividad
o ecuaciones de estado (Van Laar, Margules) para corregir la concentración
efectiva. La temperatura, la presión y fenómenos como precipitación
o micelas obligan a validar resultados con espectroscopía, calorimetría
o medición de densidad. La medida directa del volumen de equilibrio
es la corrección experimental más simple; de lo contrario, se asume idealidad
como aproximación a bajas concentraciones.
Al mezclar dos disoluciones, lo primero es sumar las moles
de soluto de cada una. Si ambos contienen el mismo soluto, sus cantidades
se agregan directamente; si tienen solutos diferentes, cada especie conservará
su cantidad original y coexistirá en el medio final. El volumen de la nueva
disolución suele aproximarse a la suma aritmética de los volúmenes iniciales,
pero en realidad depende de las propiedades coligativas del soluto. La coligatividad
—propiedad que solo depende del número de partículas de soluto— influye en el
volumen de la solución porque modifica las fuerzas intermoleculares del
solvente, provocando a veces expansiones o contracciones
anómalas.
Figura
2. El teorema de la concentración de equilibrio permite calcular la
concentración final al mezclar disoluciones, asumiendo volúmenes aditivos
y solutos no reactivos. Se basa en sumar las cantidades de sustancia
parciales y dividirlas por el volumen total. Cuando los solutos son
iguales, la concentración final resulta una media ponderada de las
concentraciones iniciales. Demostración.
Figura
3. El teorema del volumen agregado permite calcular cuánto disolvente sin
soluto se debe añadir a una disolución para alcanzar una concentración final
deseada. Su validez depende de asumir volúmenes aditivos, lo que lo
restringe a disoluciones ideales y diluidas. Una demostración algebraica
rigurosa es esencial para comprender sus límites y evitar errores en su
aplicación. Demostración.
Las expansiones se presentan cuando las interacciones
solvente–soluto generan una red más abierta que el líquido puro, aumentando el
espacio ocupado. Un ejemplo clásico es la mezcla de alcohol etílico y agua: al
unirse en ciertas proporciones, el volumen resultante puede ser mayor que la
suma de ambos por la formación de enlaces de hidrógeno que desplazan las
moléculas de agua. Por el contrario, las contracciones ocurren cuando
las moléculas de soluto encajan entre las del solvente, reduciendo el espacio
total; esto sucede, por ejemplo, al disolver cloruro de sodio en agua, donde
los iones Na⁺ y Cl⁻ se rodean de moléculas de agua que se reordenan de manera más compacta.
En el régimen de bajas concentraciones, sin embargo,
estos fenómenos volúmetricos anómalos se vuelven despreciables. Entonces
podemos aplicar la aproximación de volúmenes aditivos, según la cual el volumen
de equilibrio es simplemente la suma de los volúmenes de las disoluciones
originales. Bajo esta hipótesis, el cálculo de la concentración final se
reduce a dividir las moles totales de soluto entre el volumen total,
permitiendo predicciones sencillas y muy precisas.
Figura
4. En un sistema de recipientes rígidos conectados por válvulas, cada uno
equipado con un manómetro, se miden las presiones iniciales y finales
para estudiar la difusión de gases. Asumiendo volúmenes aditivos
y despreciando los conductos, la mezcla obedece la ley de Fick, la Ley
de Dalton y la Ley de Avogadro, y el tiempo de difusión se
ajusta a modelos exponenciales.
El caso de la mezcla de gases en recipientes
separados sigue principios análogos. Cuando abrimos una válvula de paso
que comunica dos compartimentos con gases distintos, la difusión provoca
que las moléculas se dispersen hasta alcanzar un equilibrio de presiones
parciales y composiciones. Si consideramos gases ideales, podemos sumar los
volúmenes parciales (a temperatura y presión constante) y aplicar la Ley de
Dalton para las presiones, o la Ley de Avogadro para los volúmenes, resultando
en un volumen total igual a la suma de los volúmenes iniciales y una presión
final determinada por la suma de presiones parciales de cada gas.
Figura
5. La presión de equilibrio en una mezcla de gases en contenedores
rígidos con volúmenes independientes se calcula sumando las presiones
parciales ajustadas por sus volúmenes iniciales, aplicando una versión
avanzada de la ley de Dalton. Este teorema es clave en industrias
químicas, ingeniería de procesos y laboratorios para controlar mezclas y
garantizar eficiencia y seguridad en sistemas gaseosos. Demostración.
En esta sección abordaremos ambos modelos matemáticos,
el de la mezcla de disoluciones ideales y el de la mezcla de gases ideales,
para comprender cómo la conservación de la masa y de la energía
rigen estos procesos. Veremos cómo las ecuaciones de dilución y las leyes de
los gases pueden presentarse de manera paralela, reforzando la idea de que la
química, en su vertiente cuantitativa, se basa en principios universales
aplicables a sólidos, líquidos y gases. Este enfoque nos permitirá, además,
entender mejor las limitaciones de los modelos ideales y las correcciones
necesarias cuando las interacciones moleculares se vuelven relevantes
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