Ingenuamente, se podría pensar que demostrar que el aire
tiene peso es tan sencillo como tomar dos globos—uno desinflado y otro
inflado con el aire de nuestros pulmones—y pesarlos con una balanza analítica.
Sin embargo, la realidad es bastante más compleja debido al efecto de la fuerza
boyante. Para medir la masa de un objeto, lo que realmente hacemos
es medir su peso, que es la fuerza gravitatoria que la Tierra
ejerce sobre dicho objeto, y luego convertir ese valor en una magnitud de masa.
Este procedimiento solo funciona si la densidad del medio que rodea al
objeto es despreciable en comparación con la del objeto mismo. Y aunque esto es
válido para la mayoría de los sólidos, no lo es en el caso de un globo
inflado con aire, cuya densidad es comparable a la del aire
circundante. En ese caso, la fuerza boyante altera
significativamente el resultado.
Figura
1. Comparar el peso de globos inflados y desinflados es una estrategia ingenua
para determinar que el aire tiene un peso asociado, ya que no considera
factores físicos como la fuerza boyante ni la humedad del aire
exhalado. Al inflar un globo con los pulmones, no solo se introduce aire,
sino también vapor de agua, lo que puede alterar la medición. Además, la
densidad del aire es suficientemente baja como para que su masa
aparente se vea afectada por el empuje del aire circundante, lo que
genera errores significativos en una balanza analítica convencional.
En la Grecia clásica, este problema era aún más difícil de
abordar, ya que no contaban con globos modernos. Aun así, ya existía la
intuición de que el aire tenía peso. En su obra De Caelo (Libro
IV.4), Aristóteles describe un experimento con vejigas animales
infladas, donde se comparaba el peso de una vacía con otra llena de aire.
Observaban que la vejiga inflada pesaba más, lo cual servía como evidencia
empírica de que el aire tenía masa. Este razonamiento se asemeja al principio
que más tarde utilizaría Arquímedes en su famosa balanza hidroestática.
El argumento de Aristóteles fue ampliamente aceptado durante
la Edad Media, aunque, como suele ocurrir en la historia de la ciencia, pudo
haber sido un caso de tener razón por las razones equivocadas: un ejemplo de lo
que hoy conocemos como un problema de Gettier. Más adelante, Galileo
Galilei cuestionó la validez de este tipo de experimentos. Señaló que al inflar
una vejiga con los pulmones, también se introduce humedad, lo que
significa que el aumento de peso podría no deberse al aire, sino al agua
presente en forma de vapor, proveniente del interior del cuerpo humano.
Figura
2. Todos los cuerpos inmersos en fluidos experimentan un empuje, pero
generalmente el peso es mucho más significativo. Los objetos en fluidos ligeros
como el aire apenas experimentan un empuje, por lo que no es necesario corregir
el efecto del aire al calcular nuestro peso, a menos que estemos midiendo algo
extremadamente ligero. Por el contrario, el agua ejerce un empuje considerable,
lo que significa que si nos pesáramos en ella, nuestra masa mostraría un valor
anormalmente inferior
De hecho, el aire que exhalamos contiene vapor de agua
mezclado con otros gases, ya que se ha saturado de humedad al pasar por
nuestras vías respiratorias. Por tanto, si repetimos el experimento de los
globos inflándolos con aire de los pulmones, el resultado sigue siendo ambiguo:
estaríamos introduciendo aire húmedo desoxigenado, lo cual impide
discernir cuánto del peso adicional se debe al aire propiamente dicho y cuánto
al contenido de agua. Adicionalmente, hay un segundo problema
fundamental: la fuerza boyante.
Todos los cuerpos sumergidos en un fluido experimentan
un empuje hacia arriba, y el aire no es la excepción. Aunque este empuje suele
ser despreciable en objetos pesados, se vuelve crítico cuando se trabaja con
materiales ligeros, como los globos. Si tratamos de pesar un globo inflado con
una balanza analítica, el resultado estará alterado por la boyancia del aire
circundante, que “alivia” parte del peso del globo, impidiendo que se registre
su masa real.
Figura
3. Diseño experimental para la estandarización de la fuerza boyante. A la
izquierda se mide una masa estándar en aire y a la derecha se mide la misma
masa en vacío. La diferencia permite calcular la fuerza boyante que luego puede
emplearse para corregir la lectura de las balanzas
Un ejemplo cotidiano de esta fuerza boyante es lo
difícil que resulta mantener una pelota de playa sumergida bajo el agua.
El agua ejerce una presión creciente con la profundidad, generando una
fuerza ascendente proporcional al volumen del objeto sumergido. Esta
misma lógica se aplica al aire, aunque en menor magnitud: la presión
atmosférica decrece con la altura, y eso crea un empuje hacia arriba
sobre los objetos suspendidos en el aire. Esta fuerza, aunque sutil, basta para
sesgar las mediciones de masa cuando se trabaja con gases o
materiales livianos.
Estos obstáculos no fueron resueltos en vida de Galileo,
quien estaba ocupado con sus enfrentamientos con la Iglesia y otros desafíos
científicos. La solución fue propuesta por su discípulo, Evangelista
Torricelli, quien comprendió que para medir la masa real del aire,
era necesario aislar el sistema de la fuerza boyante. La clave fue el
desarrollo de la bomba de vacío.
Figura
4. Catherine Molchanova, una estudiante del prestigioso Instituto Smolny, es
recordada en la historia por su participación en un acontecimiento notable en
1776. Durante esa época, el renombrado pintor Dmitry Levitzky la inmortalizó en
su obra maestra, donde la retrató con una moderna bomba de vacío en una
expresión de adelanto científico y elegancia artística. Este retrato icónico
combina la sofisticación artística de Levitzky con el interés de Molchanova por
la ciencia, lo que lo convierte en un símbolo de la Ilustración rusa. La imagen
captura la curiosidad intelectual y la fascinación por la tecnología de la
época, destacando la importancia del conocimiento y la innovación en la
sociedad del siglo XVIII.
Para pesar un gas con precisión, primero se debe pesar una masa
patrón en el aire, y luego en un recipiente donde se ha creado un vacío
parcial o total mediante una bomba de vacío. La diferencia entre ambas
mediciones revela el valor de la fuerza boyante ejercida por el aire
sobre la masa patrón. Con esta diferencia, se puede corregir cualquier
otra medición hecha en presencia de aire, y obtener así la masa verdadera
del gas o sustancia que se quiere analizar.
Este procedimiento experimental fue crucial para el
desarrollo de la química moderna, al permitir mediciones más precisas de
las propiedades físicas de los gases.
La bomba de vacío tiene antecedentes históricos
interesantes. Su precursora fue la bomba de succión, un mecanismo
conocido desde la antigüedad. Se han hallado ejemplos en la ciudad romana de
Pompeya, y más tarde, en el siglo XIII, el ingeniero árabe Al-Jazari
describió bombas de succión de doble acción como parte de sus mecanismos
hidráulicos. En Europa, este tipo de bombas reaparecieron en la Edad Media a
partir del siglo XV.
Durante el siglo XVII, estas bombas alcanzaron tal
perfección técnica que permitían generar vacíos medibles, aunque su
funcionamiento no se comprendía del todo. Un problema práctico llevó a su
estudio: las bombas de succión no podían elevar agua más allá de cierta altura
(aproximadamente 10 metros). Este fenómeno fue observado hacia 1635 en
Florencia y se convirtió en un desafío técnico importante en proyectos de irrigación
y drenaje de minas. El Duque de Toscana encargó a Galileo
investigar el fenómeno. Galileo propuso erróneamente que la columna de agua
colapsaba por su propio peso al superar esa altura.
Otros científicos siguieron investigando. Gasparo Berti,
en 1639, construyó el primer barómetro de agua en Roma, que producía un vacío
parcial en la parte superior del tubo, aunque no supo explicar su origen.
Fue Torricelli, en 1643, quien construyó el primer barómetro de
mercurio y propuso con argumentos convincentes que el espacio vacío sobre
la columna era, de hecho, un vacío real. Determinó que la altura de la
columna estaba limitada por la presión atmosférica, lo que resolvía el
misterio del límite de succión.
Poco después, en 1650, Otto von Guericke inventó la
primera bomba de vacío efectiva, y en 1654 realizó el famoso experimento
de los hemisferios de Magdeburgo, demostrando que ni dos equipos de
caballos podían separar dos semiesferas de las que se había evacuado el aire.
Robert Boyle, junto con Robert Hooke, mejoró
el diseño de la bomba de Guericke. Gracias a ellos, fue posible estudiar las
propiedades del vacío, realizar experimentos de compresibilidad de
gases, y sobre todo, pesar gases con correcciones precisas por fuerza
boyante, inaugurando así una nueva etapa en la historia de la ciencia
experimental.
Referencias
Coulston,
C. (1960). The Edge of Objectivity: An Essay in the History of
Scientific Ideas.
Safley, T.
M. (2018). Mercury mining and miners: the transition from boutique metal to
strategic commodity in the 16th century. In Labor Before the Industrial
Revolution (pp. 198–231). Routledge.
Shapiro, S.
(1964). The origin of the suction pump. Technology and Culture, 5(4),
566–574.
Solari, G. (2019). The Wind and the New Science. In Wind Science and Engineering (pp. 87–167). Springer.
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