Vivimos inmersos en un mundo de sustancias químicas, aunque rara vez lo pensemos de esa manera. Desde que nos despertamos hasta que volvemos a dormir, interactuamos constantemente con compuestos cuidadosamente diseñados por la naturaleza o por la mano humana. Cuando te lavas la cara en la mañana, el jabón que usas contiene sustancias que disuelven la grasa y limpian tu piel. El champú que aplicas en tu cabello está formulado con ingredientes químicos que eliminan la suciedad, suavizan las fibras capilares y aportan aroma. Incluso la pasta dental que usas para cepillarte los dientes no es más que una combinación específica de compuestos que combaten bacterias, previenen caries y refuerzan el esmalte.
Una sustancia química no es, como muchos
creen, algo artificial por definición. Es simplemente cualquier tipo de materia
con composición constante y propiedades definidas. Ya sea que se origine en
una planta silvestre del Amazonas o en un laboratorio farmacéutico,
una sustancia química es exactamente eso: materia con
estructura. El agua, la cafeína, la vitamina C, el ácido acético del
vinagre, el oxígeno que respiramos: todos son ejemplos de sustancias
químicas. Algunas provienen directamente de la naturaleza; otras son
sintetizadas por seres humanos. Pero en su esencia, todas obedecen las mismas
reglas de la química.
Los procesos químicos ocurren en todos los
rincones de nuestra vida: en la fotosíntesis de una hoja, en
la fermentación del pan, en la digestión de
una comida o en la fabricación de medicamentos. Lo que diferencia a
una sustancia obtenida de un árbol de una creada en un laboratorio no es
su composición, sino su origen. Y, como veremos, esa
diferencia suele ser más filosófica que científica.
Cuando aplicas una loción en tu piel,
probablemente no estás pensando en química, pero ahí está, actuando
en cada gota. Los cosméticos y cremas hidratantes están
formulados con sustancias que retienen la humedad, previenen el crecimiento de
bacterias, estabilizan la mezcla para que no se separe, y le dan la textura
ideal para su uso diario. Son productos diseñados con precisión para cuidar la
piel, y todos funcionan gracias a combinaciones de compuestos cuidadosamente
seleccionados.
Tu ropa también es química: puede estar hecha
de fibras vegetales como el algodón, o de materiales sintéticos como
el nylon o el poliéster, que se producen en
plantas industriales a partir de compuestos derivados del petróleo.
La diferencia entre ambos no está en si son “naturales” o “químicos”, sino en
su fuente. Ambos están compuestos por largas cadenas moleculares,
ambas manipuladas por el ser humano para cumplir una función específica.
Mira tus manos: tal vez llevas un reloj o un anillo de oro,
plata o platino. Estos metales, extraídos de la Tierra, son elementos
químicos puros. El desayuno que consumiste esta mañana es otra colección
de sustancias químicas: cereales fortificados con hierro, calcio,
fósforo y vitaminas A y D. Incluso la leche puede contener DHA, un ácido graso
poliinsaturado que apoya el desarrollo cerebral. Cada uno de estos nutrientes
tiene una estructura química definida, independientemente de si
provienen de una vaca o de un laboratorio.
Figura
1. Los bananos comerciales, como la variedad Cavendish, han sido
modificados por selección artificial, perdiendo su capacidad de reproducción
por semilla y dependiendo de la clonación. Aunque de origen natural,
son ahora organismos artificiales. Su compleja composición química
demuestra que incluso lo "natural" está profundamente ligado al
conocimiento biotecnológico y químico humano.
Y no es sólo en lo procesado: la comida más
"natural" también está repleta de química. Toma una
banana, por ejemplo. Esa fruta dulce que comemos sin pensarlo dos veces es una
maravilla molecular. Contiene aproximadamente un 75 %
de agua, y el resto es una compleja mezcla de azúcares como glucosa, fructosa,
sacarosa y maltosa; fibras y almidones;
aminoácidos como glutamato, lisina, leucina y valina; ácidos grasos como el
palmítico, oleico, omega-3 y omega-6; además de esteroles vegetales, ácido
oxálico, tiamina (vitamina B1) y pigmentos naturales como la riboflavina
(E101) o el betacaroteno (E160A). ¿Es esto “natural” o “químico”? Es ambas
cosas a la vez. Porque lo químico no es lo opuesto de lo natural;
es su estructura invisible.
Figura
2. La composición química del banano cambia durante su maduración:
el almidón se transforma en azúcares simples, aumentan los aromas,
disminuyen los ácidos, y la clorofila se degrada, volviéndose amarillo.
Luego, el etileno acelera la senescencia y aparecen manchas
negras por oxidación fenólica. Todo es una secuencia de reacciones
químicas naturales esenciales para su sabor y textura.
Durante el siglo XIX, la distinción entre lo natural y
lo químico, o más precisamente entre lo orgánico y
lo inorgánico, tenía una base filosófica y científica que, en su
momento, parecía legítima. Se pensaba que las sustancias orgánicas —como
las que componen plantas, animales y humanos— solo podían ser producidas por
los seres vivos, gracias a una misteriosa fuerza vital. Esta idea,
conocida como vitalismo, sostenía que la materia viva estaba
gobernada por principios distintos a los de la materia inerte, y que por tanto
lo “natural” (lo vivo, lo orgánico) era esencialmente distinto de lo
“artificial” o “químico”.
Figura
3. El loro harinoso (Amazona farinosa) consume arcilla en collpas
para obtener minerales inorgánicos como sodio, calcio y magnesio,
y para neutralizar toxinas de su dieta. Este comportamiento natural
demuestra que muchas especies dependen de sustancias químicas inorgánicas,
desmintiendo la idea de que lo "químico" es antinatural y destacando
su papel esencial en la vida silvestre.
Esta visión permeó no solo la ciencia de la época, sino
también la cultura: lo vivo se veía como algo puro, elevado,
cargado de propósito; lo químico, en cambio, se asociaba con
lo artificial, lo intervenido, lo “falso”. Hoy, aunque el vitalismo ha
sido abandonado por la ciencia, su herencia filosófica sigue viva en la forma
en que muchas personas entienden y separan lo “natural” de lo “químico”. Pero
esta división no resiste un análisis riguroso.
Las sustancias inorgánicas —como el agua,
la sal, el oxígeno o el yodo— también son completamente naturales. Nuestro
cuerpo las necesita tanto como a las vitaminas o los aminoácidos. De hecho,
muchas especies animales, incluyendo algunas aves como los loros amazónicos,
buscan minerales específicos en las paredes arcillosas del bosque para
complementar su dieta. Literalmente, los extraen del suelo, en un
comportamiento que podríamos llamar una forma de minería instintiva. ¿Son esos
minerales naturales o químicos? Ambas cosas.
Volviendo al siglo XIX, esta barrera entre lo orgánico y lo
inorgánico empezó a desmoronarse con un experimento que hoy se considera un
hito: la síntesis de la urea. En 1828, el químico Friedrich Wöhler logró
producir urea —un compuesto hasta entonces asociado exclusivamente con la orina
y, por tanto, con procesos vitales— a partir de un compuesto inorgánico, el
cianato de amonio. Aunque este experimento por sí solo no derribó el vitalismo
de inmediato, abrió una puerta: si una sustancia “viva” podía obtenerse sin la
intervención de la vida, tal vez toda la materia orgánica podría explicarse
mediante las mismas leyes químicas que rigen el mundo
inorgánico.
A partir de entonces, los químicos comenzaron a sintetizar
una amplia variedad de compuestos orgánicos a partir de sustancias inorgánicas,
demostrando que la naturaleza de una molécula depende de su estructura,
no de su origen. La línea divisoria comenzó a difuminarse, y con
ella, la idea de que lo “natural” y lo “químico” eran mundos opuestos.
Figura
4. Los alimentos empaquetados usan colores brillantes y sabores
artificiales como ésteres frutales para imitar frutas y activar
respuestas del cerebro primate, especialmente en niños.
Sustituyen opciones reales, ofreciendo calorías vacías en lugar de nutrientes
esenciales. Así, explotan nuestra biología evolutiva para influir en
elecciones alimenticias pobres, afectando la salud y la nutrición.
Cuando purificamos una sustancia natural y
entendemos su estructura, podemos sintetizarla sin necesidad de un
ser vivo. Aunque el proceso suele ser menos eficiente, la molécula resultante
es químicamente idéntica, con las mismas propiedades físicas y biológicas. La
diferencia radica en la pureza, y aquí es donde aparece una
paradoja: solemos asociar lo puro con lo bueno, pero en química ocurre lo
contrario. Por ejemplo, la cafeína presente en el café o el té actúa en sinergia con
otros compuestos, lo que modula sus efectos. Sin embargo, la cafeína pura es un
polvo blanco extremadamente amargo y tóxico: en dosis moderadas podría ser más
adictiva que la cocaína, si no fuera mortal a cantidades ligeramente mayores.
Lo que hace que lo “natural” sea tolerable y, en muchos
casos, saludable, es precisamente su impureza: las moléculas
activas vienen acompañadas de proteínas, vitaminas, minerales y oligoelementos
que interactúan y se equilibran entre sí, mitigando efectos adversos. En
cambio, los alimentos ultraprocesados tienden a tener una composición
química más simple: glutamato monosódico, cloruro de sodio, azúcares
refinados y ciertos ácidos grasos específicos diseñados para maximizar sabor y
textura. Pero al carecer de los compuestos acompañantes que naturalmente
equilibran estos ingredientes, el cuerpo reacciona de forma desproporcionada:
se estimulan circuitos neuronales del placer sin nutrientes reales que sacien,
se eleva la presión arterial, se dispara la insulina y, en muchos casos, se
genera dependencia alimentaria.
En este sentido, lo "natural" no
es mágico ni superior por sí mismo, sino por su complejidad bioquímica,
mientras que lo "químico" no es artificial ni
maligno, sino una forma distinta, concentrada y a menudo descontextualizada de
la misma materia.
Referencias
Ares, G., Alcaire, F., Gugliucci, V., Machín, L., de León,
C., Natero, V., & Otterbring, T. (2024). Colorful candy, teen vibes and
cool memes: Prevalence and content of Instagram posts featuring ultra processed
products targeted at adolescents. European Journal of Marketing, 58(2),
471–496.
Caicedo, W., Vargas, J. C., Uvidia, H., Samaniego, E.,
Valle, S., Flores, L., ... & Aguiar, S. (2017). Physicochemical, biological
and organoleptic indicators in banana silage (Musa sapientum) for pig
feeding. Cuban Journal of Agricultural Science, 51(1).
Ceballos Rasgado, M., Mahboob, U., Moran, V. H., Joy, E. J.
M., Ohly, H., Zaman, M., ... Zaman, M. (2022). Los alimentos ultraprocesados,
su efecto en el microbioma intestinal, su relación con el COVID-19 y algunas
enfermedades crónicas no transmisibles. Nutrients, 14(4), 817.
Hernández, A., Di Iorio, A. B., & Tejada, O. A. (2020). Contenido de
azúcar, grasa y sodio en alimentos comercializados en Honduras, según el
etiquetado nutricional: Prueba para la regulación de alimentos procesados y
ultraprocesados. Nutrition Public Health Food Security, 1–14.
Chakraborty, S. P. (2019). Pathophysiological and
toxicological aspects of monosodium glutamate. Toxicology Mechanisms
and Methods, 29(6), 389–404.
Chen, B. (2024). Vitalism and chemistry. En On the
riddle of life: A historico-logical study of vitalism (pp. 159–172).
Cham: Springer International Publishing.
Collar, N., del Hoyo, J., Bonan, A., Kirwan, G. M., &
Boesman, P. F. D. (2022). Mealy Amazon (Amazona farinosa), version 1.1.
En B. K. Keeney (Ed.), Birds of the World. Cornell Lab of
Ornithology.
Fardet, A. (2016). Minimally processed foods are more
satiating and less hyperglycemic than ultra processed foods: A preliminary
study with 98 ready-to-eat foods. Food & Function, 7(2),
547–553.
Fiolet, T., Srour, B., Sellem, L., Kesse-Guyot, E., Allès,
B., Méjean, C., ... Kesse-Guyot, E. (2018). Consumption of ultra processed
foods and cancer risk: Results from NutriNet Santé prospective cohort. BMJ,
360, k322.
Lane, M. M., Gamage, E., Du, S., Ashtree, D. N., McGuinness,
A. J., & Gauci, S. (2024). Ultra processed food exposure and adverse health
outcomes: Umbrella review of epidemiological meta-analyses. BMJ, 384,
e077310.
Lindner, E. (2024). Inorganic life: On post vitalism. Diaphanes.
Lipman, T. O. (1964). Wöhler's preparation of urea and the
fate of vitalism. Journal of Chemical Education, 41(8), 452.
Moreno Altamirano, L., Flores Ocampo, A. E., Iñárritu, M.
del C., ... Joy, E. J. M. (2021). Los alimentos ultraprocesados, su efecto en
el microbioma intestinal, su relación con el COVID-19 y algunas enfermedades
crónicas no transmisibles. Boletín sobre COVID-19. Salud Pública y
Epidemiológica, 2(13), 28–34.
Pérez, L. A. B., Ramos, S. M. C., Manilla, R. R., Feria, J.
S., & Aparicio, A. J. (2002). Propiedades químicas y funcionales del
almidón modificado de plátano Musa paradisiaca L. (Var.
Macho). Agrociencia, 36(2), 169–180.
Lyons, J. A. (2002). Aves de Ecuador (Ridgely y Greenfield: The Birds
of Ecuador). El Hornero, 17(2).
Sato, P. D. M., Leite, F. H. M., Khandpur, N., Martins, A.
P. B., & Mais, L. A. (2022). “I like the one with Minions”: The influence
of marketing on packages of ultra processed snacks on children’s food
choices. Frontiers in Nutrition, 9, 920225.
No hay comentarios:
Publicar un comentario