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viernes, 18 de abril de 2025

Lo natural vs lo químico




Vivimos inmersos en un mundo de sustancias químicas, aunque rara vez lo pensemos de esa manera. Desde que nos despertamos hasta que volvemos a dormir, interactuamos constantemente con compuestos cuidadosamente diseñados por la naturaleza o por la mano humana. Cuando te lavas la cara en la mañana, el jabón que usas contiene sustancias que disuelven la grasa y limpian tu piel. El champú que aplicas en tu cabello está formulado con ingredientes químicos que eliminan la suciedad, suavizan las fibras capilares y aportan aroma. Incluso la pasta dental que usas para cepillarte los dientes no es más que una combinación específica de compuestos que combaten bacterias, previenen caries y refuerzan el esmalte.

Una sustancia química no es, como muchos creen, algo artificial por definición. Es simplemente cualquier tipo de materia con composición constante y propiedades definidas. Ya sea que se origine en una planta silvestre del Amazonas o en un laboratorio farmacéutico, una sustancia química es exactamente eso: materia con estructura. El agua, la cafeína, la vitamina C, el ácido acético del vinagre, el oxígeno que respiramos: todos son ejemplos de sustancias químicas. Algunas provienen directamente de la naturaleza; otras son sintetizadas por seres humanos. Pero en su esencia, todas obedecen las mismas reglas de la química.

Los procesos químicos ocurren en todos los rincones de nuestra vida: en la fotosíntesis de una hoja, en la fermentación del pan, en la digestión de una comida o en la fabricación de medicamentos. Lo que diferencia a una sustancia obtenida de un árbol de una creada en un laboratorio no es su composición, sino su origen. Y, como veremos, esa diferencia suele ser más filosófica que científica.

Cuando aplicas una loción en tu piel, probablemente no estás pensando en química, pero ahí está, actuando en cada gota. Los cosméticos y cremas hidratantes están formulados con sustancias que retienen la humedad, previenen el crecimiento de bacterias, estabilizan la mezcla para que no se separe, y le dan la textura ideal para su uso diario. Son productos diseñados con precisión para cuidar la piel, y todos funcionan gracias a combinaciones de compuestos cuidadosamente seleccionados.

Tu ropa también es química: puede estar hecha de fibras vegetales como el algodón, o de materiales sintéticos como el nylon o el poliéster, que se producen en plantas industriales a partir de compuestos derivados del petróleo. La diferencia entre ambos no está en si son “naturales” o “químicos”, sino en su fuente. Ambos están compuestos por largas cadenas moleculares, ambas manipuladas por el ser humano para cumplir una función específica.

Mira tus manos: tal vez llevas un reloj o un anillo de oro, plata o platino. Estos metales, extraídos de la Tierra, son elementos químicos puros. El desayuno que consumiste esta mañana es otra colección de sustancias químicas: cereales fortificados con hierro, calcio, fósforo y vitaminas A y D. Incluso la leche puede contener DHA, un ácido graso poliinsaturado que apoya el desarrollo cerebral. Cada uno de estos nutrientes tiene una estructura química definida, independientemente de si provienen de una vaca o de un laboratorio.

Figura 1. Los bananos en general son plantas domesticadas del género Musa, las cuales los humanos hemos despojado de su capacidad de reproducción por semilla. Esto se ha logrado mediante siglos de selección artificial, favoreciendo variedades con pulpa abundante, sabor dulce y sin semillas viables. Como resultado, los bananos comerciales actuales, como la variedad Cavendish, solo pueden reproducirse por clonación a través de esquejes. Esta dependencia humana para su propagación los convierte en organismos artificiales en su forma moderna, a pesar de su origen natural. Además, los bananos contienen una compleja mezcla de compuestos químicos como azúcares, aminoácidos y vitaminas, lo cual demuestra que incluso lo considerado "natural" está profundamente modificado y es inseparable del conocimiento químico y biotecnológico humano.

Y no es sólo en lo procesado: la comida más "natural" también está repleta de química. Toma una banana, por ejemplo. Esa fruta dulce que comemos sin pensarlo dos veces es una maravilla molecular. Contiene aproximadamente un 75 (\color{Purple}\textbf{\%}\) de agua, y el resto es una compleja mezcla de azúcares como glucosa, fructosa, sacarosa y maltosa; fibras y almidones; aminoácidos como glutamato, lisina, leucina y valina; ácidos grasos como el palmítico, oleico, omega-3 y omega-6; además de esteroles vegetales, ácido oxálico, tiamina (vitamina B1) y pigmentos naturales como la riboflavina (E101) o el betacaroteno (E160A). ¿Es esto “natural” o “químico”? Es ambas cosas a la vez. Porque lo químico no es lo opuesto de lo natural; es su estructura invisible.

Figura 2. La composición química de alimentos perecederos como las frutas varía fuertemente a lo largo de su vida útil. Por ejemplo, los bananos cambian su contenido de sustancias químicas desde el momento en que son cosechados hasta que se descomponen. Durante la maduración, el almidón se convierte progresivamente en azúcares simples como glucosa, fructosa y sacarosa, lo que les da su característico sabor dulce. También aumentan compuestos aromáticos y disminuyen ciertos ácidos orgánicos, mientras que las enzimas degradan la clorofila, dando lugar al color amarillo. A medida que continúa el proceso, se liberan etileno y otras sustancias que aceleran la senescencia, y surgen manchas negras debido a la oxidación de compuestos fenólicos. Todo este proceso es una cascada de reacciones químicas naturales.

Durante el siglo XIX, la distinción entre lo natural y lo químico, o más precisamente entre lo orgánico y lo inorgánico, tenía una base filosófica y científica que, en su momento, parecía legítima. Se pensaba que las sustancias orgánicas —como las que componen plantas, animales y humanos— solo podían ser producidas por los seres vivos, gracias a una misteriosa fuerza vital. Esta idea, conocida como vitalismo, sostenía que la materia viva estaba gobernada por principios distintos a los de la materia inerte, y que por tanto lo “natural” (lo vivo, lo orgánico) era esencialmente distinto de lo “artificial” o “químico”.

Figura 3. El loro harinoso (Amazona farinosa), también conocido como loro corona azul, es una especie de gran tamaño que habita en las selvas tropicales de América Central y del Sur, incluida la Amazonía. Este loro es conocido por su comportamiento de consumir arcilla en acantilados llamados collpas, ricos en minerales. Al ingerir esta tierra, complementa su dieta con elementos inorgánicos esenciales como \ceNa, \ceCa y \ceMg, y neutraliza toxinas presentes en frutas y semillas que consume. Este comportamiento natural muestra que muchas especies silvestres dependen de sustancias químicas inorgánicas para su bienestar. Así, el Amazona farinosa refuerza la idea de que lo “químico” también es natural y necesario para la vida, desmontando la falsa dicotomía entre ambos términos.

Esta visión permeó no solo la ciencia de la época, sino también la cultura: lo vivo se veía como algo puro, elevado, cargado de propósito; lo químico, en cambio, se asociaba con lo artificial, lo intervenido, lo “falso”. Hoy, aunque el vitalismo ha sido abandonado por la ciencia, su herencia filosófica sigue viva en la forma en que muchas personas entienden y separan lo “natural” de lo “químico”. Pero esta división no resiste un análisis riguroso.

Las sustancias inorgánicas —como el agua, la sal, el oxígeno o el yodo— también son completamente naturales. Nuestro cuerpo las necesita tanto como a las vitaminas o los aminoácidos. De hecho, muchas especies animales, incluyendo algunas aves como los loros amazónicos, buscan minerales específicos en las paredes arcillosas del bosque para complementar su dieta. Literalmente, los extraen del suelo, en un comportamiento que podríamos llamar una forma de minería instintiva. ¿Son esos minerales naturales o químicos? Ambas cosas.

Volviendo al siglo XIX, esta barrera entre lo orgánico y lo inorgánico empezó a desmoronarse con un experimento que hoy se considera un hito: la síntesis de la urea. En 1828, el químico Friedrich Wöhler logró producir urea —un compuesto hasta entonces asociado exclusivamente con la orina y, por tanto, con procesos vitales— a partir de un compuesto inorgánico, el cianato de amonio. Aunque este experimento por sí solo no derribó el vitalismo de inmediato, abrió una puerta: si una sustancia “viva” podía obtenerse sin la intervención de la vida, tal vez toda la materia orgánica podría explicarse mediante las mismas leyes químicas que rigen el mundo inorgánico.

A partir de entonces, los químicos comenzaron a sintetizar una amplia variedad de compuestos orgánicos a partir de sustancias inorgánicas, demostrando que la naturaleza de una molécula depende de su estructura, no de su origen. La línea divisoria comenzó a difuminarse, y con ella, la idea de que lo “natural” y lo “químico” eran mundos opuestos.

Figura 4. Los alimentos empaquetados están diseñados estratégicamente para atraer al cerebro primate, utilizando colores brillantes que imitan los tonos naturales de frutas maduras, como el rojo, amarillo y naranja. Estos colores activan mecanismos evolutivos que asocian lo colorido con lo nutritivo y energéticamente denso. Esta estrategia es especialmente efectiva en niños, cuyo sistema visual y gustativo aún se está formando, haciéndolos más vulnerables a estímulos artificiales. En muchas escuelas y hogares, estos productos sustituyen frutas reales, desplazando opciones más nutritivas. Además, sus sabores son potenciados con químicos como ésteres frutales o ácido cítrico, que imitan frutas sin aportar sus beneficios. Así, los alimentos procesados explotan nuestra biología ancestral para imponer elecciones alimenticias pobres en nutrientes y ricas en calorías vacías.

Cuando purificamos una sustancia natural y entendemos su estructura, podemos sintetizarla sin necesidad de un ser vivo. Aunque el proceso suele ser menos eficiente, la molécula resultante es químicamente idéntica, con las mismas propiedades físicas y biológicas. La diferencia radica en la pureza, y aquí es donde aparece una paradoja: solemos asociar lo puro con lo bueno, pero en química ocurre lo contrario. Por ejemplo, la cafeína presente en el café o el té actúa en sinergia con otros compuestos, lo que modula sus efectos. Sin embargo, la cafeína pura es un polvo blanco extremadamente amargo y tóxico: en dosis moderadas podría ser más adictiva que la cocaína, si no fuera mortal a cantidades ligeramente mayores.

Lo que hace que lo “natural” sea tolerable y, en muchos casos, saludable, es precisamente su impureza: las moléculas activas vienen acompañadas de proteínas, vitaminas, minerales y oligoelementos que interactúan y se equilibran entre sí, mitigando efectos adversos. En cambio, los alimentos ultraprocesados tienden a tener una composición química más simple: glutamato monosódico, cloruro de sodio, azúcares refinados y ciertos ácidos grasos específicos diseñados para maximizar sabor y textura. Pero al carecer de los compuestos acompañantes que naturalmente equilibran estos ingredientes, el cuerpo reacciona de forma desproporcionada: se estimulan circuitos neuronales del placer sin nutrientes reales que sacien, se eleva la presión arterial, se dispara la insulina y, en muchos casos, se genera dependencia alimentaria.

En este sentido, lo "natural" no es mágico ni superior por sí mismo, sino por su complejidad bioquímica, mientras que lo "químico" no es artificial ni maligno, sino una forma distinta, concentrada y a menudo descontextualizada de la misma materia.

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