Esta manipulación sensorial es especialmente eficaz en niños, cuyo sistema visual, gustativo y neurológico aún está en desarrollo. Los más jóvenes son altamente vulnerables a los estímulos artificiales, lo que los hace más propensos a elegir productos procesados en lugar de frutas frescas. En muchos hogares y escuelas, estos alimentos terminan sustituyendo opciones reales y nutritivas, alterando los hábitos alimenticios desde edades tempranas. Además del color, los sabores son diseñados mediante compuestos químicos como ésteres frutales, que reproducen aromas de fresa, banana o piña, y ácido cítrico, que simula acidez natural. Sin embargo, estos aditivos no aportan las vitaminas, minerales ni fibra presentes en las frutas reales.
El resultado es una dieta empobrecida, dominada por productos ricos en calorías vacías y bajos en nutrientes esenciales. Estos alimentos procesados explotan nuestra biología ancestral y nuestras preferencias evolutivas para fomentar elecciones alimenticias que, aunque gratificantes al gusto, no satisfacen las necesidades nutricionales reales. Esta situación plantea un desafío urgente en salud pública y educación alimentaria, exigiendo una reflexión crítica sobre cómo la química sensorial y el marketing influyen en nuestras decisiones cotidianas.
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