En química, hablar del "átomo químico" no es
simplemente referirse a la entidad física que la física nuclear estudia en
profundidad. Se trata de una construcción conceptual particular, creada y
afinada para resolver problemas y explicar fenómenos propios del campo químico:
la estructura de la materia, las reacciones químicas, y, como
veremos en este capítulo, las propiedades coligativas de las
disoluciones. A lo largo de la historia, diversos modelos atómicos han sido
propuestos para explicar qué es la materia, pero en la práctica química usamos
principalmente dos tipos de representaciones atómicas funcionales: el átomo
daltoniano y el átomo de Thomson (modificado).
Ambos modelos no se contradicen, sino que cumplen roles
didácticos y conceptuales complementarios. El modelo de Dalton, por
ejemplo, es esencialmente un modelo particulado, útil para razonar con
las sustancias como conjuntos de partículas discretas, ya sean átomos o
moléculas. En este sentido, el átomo de Dalton se representa como esferas
indivisibles que componen la materia. Cuando hablamos del gas oxígeno, lo
representamos como O₂, dos esferas unidas; cuando tratamos con agua,
representamos H₂O como un conjunto de tres esferas: dos pequeñas (hidrógenos) y
una más grande (oxígeno), vinculadas entre sí. Este tipo de representación no
intenta explicar los detalles internos del átomo, sino permitirnos visualizar qué
partículas hay, en qué proporciones, y cómo interactúan.
Figura
1. El modelo de Dalton sigue siendo útil para representar fenómenos
moleculares como las vibraciones, la organización de la materia
y los estados de agregación. Su enfoque particulado permite
visualizar átomos como esferas que se combinan, se mueven y se
reorganizan, facilitando la comprensión de reacciones, mezclas y proporciones
sin recurrir a modelos cuánticos, manteniéndose vigente como herramienta didáctica
esencial.
En las mezclas homogéneas, por ejemplo, este modelo nos
permite imaginar cómo se distribuyen las partículas del soluto entre las del
disolvente. En las propiedades coligativas, como el descenso en la
presión de vapor o el aumento ebulloscópico, nos basta con contar cuántas
partículas hay disueltas, sin importar de qué tipo sean, lo cual encaja
perfectamente con la visión daltoniana de contar esferas.
Sin embargo, hay procesos químicos —en especial las
reacciones de disolución de electrolitos y las transferencias de carga— que no
pueden explicarse bien sin hablar de electrones. Y aquí es donde entra el
segundo modelo que usamos: el modelo de Thomson. A pesar de que suele
enseñarse como un modelo superado, el átomo de Thomson conserva una vigencia
didáctica particular en química, porque introduce por primera vez al electrón dentro
de un marco químico funcional.
Figura
2. John Dalton (1766–1844) fue un científico inglés autodidacta que
revolucionó la química al proponer en 1803 la teoría atómica moderna:
toda materia está formada por átomos indivisibles, los de un mismo
elemento son iguales, y los compuestos se forman en proporciones fijas.
También estudió el daltonismo, que él mismo padecía. Su legado perdura
en la ciencia, y su nombre se honra en la unidad de masa atómica
"dalton" (u), clave para medir masas atómicas y moleculares.
En el modelo original de Thomson (1897), el átomo se
visualiza como una esfera cargada positivamente dentro de la cual se
incrustan electrones negativos, como pasas dentro de un pudín. Aunque no se
trata de una imagen física realista, sí nos permite introducir la idea de la
carga eléctrica dentro del átomo, algo crucial para entender los iones
y las reacciones ácido-base o de precipitación.
Cuando en química usamos los símbolos de los elementos
(Na, Cl, Ca, etc.), lo que en realidad estamos haciendo es una versión modificada
del modelo de Thomson. La esfera desaparece, y es reemplazada por el
símbolo del elemento, pero los electrones se siguen "escondiendo"
en su interior, al igual que en el modelo original. Así, cuando un átomo de
sodio pierde un electrón, lo representamos como Na⁺;
si un átomo de cloro gana un electrón, se
convierte en Cl⁻. Esta notación nos permite rastrear
los movimientos de carga en las reacciones, sin necesidad de recurrir aún a
orbitales ni configuraciones electrónicas.
Esta dualidad representacional —el modelo particulado
de Dalton y el modelo cargado de Thomson— es suficiente para explicar una
enorme cantidad de fenómenos en química general. Desde la disolución de una
sal en agua hasta la formación de un precipitado, pasando por la conducción
eléctrica de soluciones o la presión osmótica, estas dos nociones de
átomo nos bastan para interpretar la materia desde un punto de vista químico
operativo.
Tomemos como ejemplo el fenómeno del descenso crioscópico,
una propiedad coligativa por la cual el punto de congelación de un disolvente
disminuye al agregarle un soluto. Si consideramos una solución de NaCl en agua,
el modelo de Dalton nos permite ver cómo se incrementa el número de partículas
al disolverse (ya que NaCl produce dos iones), y el modelo de Thomson nos
permite visualizar las cargas de estos iones, esenciales para entender
por qué afectan la estructura del hielo o la conducción eléctrica.
Este uso combinado de modelos también es útil en el análisis
de procesos contaminantes o de control de calidad industrial. Por
ejemplo, en el caso del alcohol adulterado, es crucial identificar los iones
presentes, sus cargas, y sus proporciones. Esto puede realizarse sin tener que
explicar aún los enlaces químicos a nivel orbital, simplemente aplicando los
principios del modelo de Thomson (carga y transferencia electrónica) sobre el
esquema de Dalton (conteo de partículas).
Por todo esto, el "átomo químico" que manejamos en
los primeros niveles de enseñanza no es un objeto físico completo, sino un instrumento
de representación. Nos permite modelar, explicar, predecir y comunicar
procesos sin entrar todavía en la física cuántica o en modelos espectroscópicos
complejos. Con estos dos modelos, podemos resolver problemas cuantitativos y
cualitativos con un lenguaje accesible y coherente.
Más adelante, cuando abordemos el átomo moderno en el
capítulo correspondiente, incorporaremos los conceptos de orbitales, niveles
de energía y enlaces covalentes. Pero por ahora, para estudiar la materia,
sus reacciones básicas y las propiedades de las disoluciones, el átomo
químico dual de Dalton y Thomson —en su versión representacional adaptada—
constituye una herramienta poderosa, suficiente y operativa.
En resumen, el átomo químico que usamos en este curso
no es una entidad única, sino una herramienta conceptual flexible. El
modelo de Dalton nos da partículas que podemos contar, visualizar y combinar.
El de Thomson nos da electrones que se esconden, se pierden o se ganan, y con
eso, construimos una química que explica tanto lo visible como lo invisible, lo
cotidiano como lo abstracto. Así, la química se convierte en un lenguaje que
describe la transformación del mundo desde sus componentes más pequeños
Referencias
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