Tras la trágica muerte de Pierre en 1906, Curie asumió su cátedra en la Universidad de París, convirtiéndose en la primera mujer profesora de esta institución. Durante la Primera Guerra Mundial, puso su conocimiento al servicio de la medicina impulsando el uso clínico de los rayos X para diagnóstico y tratamiento de heridos en el frente, contribuyendo así a salvar miles de vidas. Para lograrlo, supervisó la creación de unidades móviles de radiografía, conocidas como “petites Curies”, que acercaban la tecnología directamente a los hospitales de campaña. Esta labor humanitaria demostró su compromiso con la aplicación práctica de la ciencia en beneficio de la sociedad, uniendo el rigor experimental con la utilidad médica inmediata.
En 1920 fundó el Instituto Curie, que se convirtió en un centro de referencia internacional en investigación oncológica y tratamiento del cáncer mediante radioterapia. Su vida estuvo marcada por la exposición prolongada a radiaciones ionizantes, lo que le provocó una anemia aplásica que causó su muerte en 1934. Sin embargo, su legado continúa influyendo en la investigación médica, la física nuclear y la química moderna. Marie Curie no solo rompió barreras de género en la ciencia, sino que también demostró que la búsqueda del conocimiento puede cambiar el rumbo de la humanidad, incluso a costa de la propia vida.
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