Este ion constituye un ejemplo claro de cómo las interacciones electrostáticas en química se distribuyen a lo largo de toda la molécula. Aunque a primera vista se podría pensar que la carga negativa recae por completo en el oxígeno debido a su alta electronegatividad, lo cierto es que la estructura del OH⁻ funciona como un sistema cohesionado. La nube electrónica está deslocalizada en cierta medida, y el enlace entre oxígeno e hidrógeno se comporta como una unidad compartida en la cual la densidad de carga se concentra mayormente en el oxígeno, pero sin que ello signifique que sea el único portador de la carga. Este carácter compartido permite explicar con mayor rigor el comportamiento de OH⁻ en medios acuosos, donde interactúa de manera dinámica con otras moléculas de agua mediante puentes de hidrógeno y efectos de solvatación.
En el contexto de las reacciones ácido-base, el ion hidróxido es la base por excelencia, ya que puede aceptar protones (H⁺) para regenerar una molécula de agua. Su función no se limita a la neutralización de ácidos, sino que también participa en procesos como la hidrólisis de sales, la catálisis enzimática y la regulación del pH en sistemas biológicos. De hecho, su presencia o ausencia en una disolución determina la basicidad del medio, influyendo de manera decisiva en la velocidad y el equilibrio de las reacciones químicas. Por esta razón, el OH⁻ no solo es fundamental desde un punto de vista teórico, sino también práctico, siendo indispensable en química industrial, ambiental y biológica.
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