El experimento de la gota de aceite, realizado por Robert
Millikan a comienzos del siglo XX, fue un hito en la física moderna porque
permitió determinar con gran precisión el valor de la carga elemental del
electrón. El diseño experimental consistía en pulverizar diminutas gotas de
aceite dentro de una cámara, donde quedaban cargadas eléctricamente debido a la
fricción o a la exposición a radiación ionizante. Entre dos placas metálicas,
Millikan aplicaba un campo eléctrico controlado, lo que generaba fuerzas
que podían equilibrar o modificar el movimiento de las gotas frente a la
gravedad.
Cada gota de aceite poseía una masa distinta, determinada
por su tamaño, y por lo tanto experimentaba un peso diferente. Sin
embargo, al someterlas al campo eléctrico, Millikan descubrió que todas
respondían de forma proporcional a la intensidad del campo aplicado. Esto le
permitió calcular la carga eléctrica total en cada gota. Al analizar un
gran número de resultados, se hizo evidente un patrón: las cargas medidas no
eran valores arbitrarios, sino múltiplos enteros de un mismo valor mínimo.
Dicho valor, al repetirse sistemáticamente en todas las mediciones, apuntaba a
la existencia de una unidad discreta de carga eléctrica.
Esa unidad fundamental fue identificada como la carga del electrón, confirmando que la electricidad no era un fenómeno continuo, sino cuantizado en partículas subatómicas. Este descubrimiento tuvo consecuencias profundas: validó las teorías de la estructura interna del átomo, fortaleció el modelo electrónico de Thomson y sirvió de base para la electroquímica, la física del estado sólido y la mecánica cuántica. Además, la precisión del valor obtenido por Millikan permitió establecer constantes fundamentales como el número de Avogadro. En suma, el experimento de la gota de aceite no solo midió la carga del electrón, sino que también consolidó la idea de que la materia y la electricidad estaban gobernadas por unidades indivisibles.
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