Con el avance de la ciencia y la metrología de precisión, estas limitaciones se hicieron cada vez más evidentes. En 1960, se marcó un hito significativo: el metro dejó de depender de este artefacto. Fue sustituido por un estándar atómico mucho más universal y reproducible, basado en la luz emitida por el isótopo kriptón-86. Específicamente, el metro se redefinió como 1.650.763,73 longitudes de onda de la radiación naranja-roja que este átomo emite bajo condiciones controladas. Este cambio eliminó la dependencia de un objeto físico, anclando la definición de longitud en una propiedad intrínseca de la materia.
La evolución de la metrología no se detuvo ahí. En 1983, se adoptó una definición aún más precisa y fundamental para el metro, basándose en una de las constantes universales más importantes: la velocidad de la luz en el vacío. El metro se estableció entonces como la distancia que la luz recorre en 1/299 792 458 de segundo. Esta redefinición fijó la velocidad de la luz en 299 792 458 metros por segundo (m/s) exactamente, convirtiendo la medida del metro en un derivado del tiempo y una constante fundamental de la naturaleza. Este último cambio representó el culmen de un proceso de búsqueda de patrones universales, inmutables y reproducibles, marcando un hito definitivo en la evolución de la metrología moderna y consolidando un sistema de unidades basado en principios físicos irrefutables.
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