La importancia del IPK radicaba en su estatus de artefacto físico primario al que se remitían todas las mediciones de masa. Estaba custodiado con extremo cuidado en una bóveda de la Oficina Internacional de Pesas y Medidas (BIPM) en Sèvres, Francia, bajo condiciones ambientales controladas para minimizar cualquier alteración. Para facilitar su uso y permitir la trazabilidad de las mediciones, el IPK fue reproducido en duplicados oficiales, los cuales fueron distribuidos a las principales naciones signatarias de la Convención del Metro, permitiendo así una diseminación controlada del estándar de masa.
Sin embargo, a pesar de su cuidadosa custodia y su rol central, el IPK presentaba las limitaciones inherentes a cualquier objeto material: era susceptible a cambios minúsculos (aunque detectables con instrumentación de alta precisión), no era universalmente reproducible y su dependencia física constituía una vulnerabilidad para un sistema de unidades que aspiraba a la perfección. Por ello, en 2019, en un hito trascendental para la metrología moderna, el IPK fue sustituido por una nueva definición del kilogramo. Esta redefinición se basó en constantes físicas universales, principalmente la constante de Planck (h). Este cambio fundamental eliminó la dependencia de un objeto físico para definir la unidad de masa, anclándola en propiedades inmutables de la naturaleza y abriendo paso a una era de mayor precisión y estabilidad para el Sistema Internacional de Unidades (SI).
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