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sábado, 21 de junio de 2025

Figura. La cultura del muscle car

La cultura del muscle car nació en Estados Unidos a comienzos de los años 60, y se consolidó como una expresión de poder, velocidad y accesibilidad. A diferencia de los autos deportivos europeos, caros y sofisticados, los muscle cars ofrecían grandes motores V8 montados en carrocerías de tamaño mediano o compacto, accesibles para la clase media. Eran vehículos diseñados para la aceleración en línea recta, ideales para carreras callejeras y pistas de cuarto de milla, con un fuerte componente juvenil y rebelde. Representaban la celebración del poder mecánico, la libertad de las carreteras abiertas y la exaltación del ruido y la fuerza bruta.

Entre los modelos más extravagantes destacaron versiones de alto rendimiento que desafiaban toda lógica de eficiencia. El Dodge Charger Daytona y el Plymouth Superbird, con motores HEMI 426 de 7.0 litros, fueron íconos tanto por su aerodinámica exagerada como por su potencia. El Chevrolet Chevelle SS 454 LS6 ofrecía un motor de 7.4 litros con más de 450 caballos de fuerza. También destacaron el Pontiac GTO "The Judge", el Ford Torino Cobra 429 y el AMC Rebel Machine. Estos autos alcanzaron niveles de cilindrada sin precedentes, con consumos de combustible extremadamente altos, que en condiciones normales rondaban los 3 a 4 km por litro.

El auge de estos vehículos fue breve. Hacia finales de los años 60, su popularidad coincidió con crecientes preocupaciones por la seguridad, la contaminación y, sobre todo, el consumo desmesurado de gasolina. La crisis del petróleo de 1973, provocada por el embargo de la OPEP, encareció dramáticamente el combustible y marcó el declive del muscle car. Las nuevas regulaciones ambientales y la necesidad de eficiencia energética empujaron a la industria a reducir potencia y tamaño, terminando con la era dorada de estos símbolos de exceso y libertad motorizada.

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