En laboratorio es común trabajar con solutos sólidos, como sales o hidróxidos, que deben ser pesados cuidadosamente para preparar una disolución de molaridad conocida. Este proceso requiere aplicar el teorema de la molaridad en su forma general, ya sea como expresión algebraica simbólica, como factor de conversión o como cuasiecuación, según convenga a la etapa del cálculo. Sin embargo, más allá de la formulación matemática, el procedimiento experimental exige una atención meticulosa al orden de las operaciones y al uso correcto de los instrumentos.
Primero, se selecciona el reactivo sólido, por ejemplo hidróxido de sodio. Este se encuentra generalmente en forma de perlas o lentejas higroscópicas, lo que implica que absorben humedad del aire con facilidad. Por eso, es importante cerrar inmediatamente el frasco del reactivo tras extraer la muestra y evitar el contacto directo con la atmósfera durante más tiempo del necesario.
Se utiliza una espátula limpia y seca para tomar una cantidad aproximada del sólido, la cual se coloca en un vaso de precipitados limpio y seco. Luego, se transfiere cuidadosamente al recipiente de pesada: una cápsula de porcelana o un vidrio reloj, previamente tarado en una balanza analítica. El sólido se ajusta hasta alcanzar la masa deseada, correspondiente a los moles requeridos, calculados previamente según el teorema de la molaridad.
Una vez pesada la cantidad exacta, el sólido se transfiere a un matraz aforado parcialmente lleno de agua destilada. El orden es importante: el sólido siempre se disuelve en agua, no al revés. Se agita suavemente hasta que el soluto esté completamente disuelto y luego se enrasará con más agua destilada hasta alcanzar el volumen total marcado en el matraz. Finalmente, se homogeniza la disolución invirtiendo el matraz varias veces con el tapón colocado, asegurando así una concentración uniforme.
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