Thomas Graham (1805–1869) fue uno de los químicos escoceses más influyentes del siglo XIX, particularmente reconocido por su trabajo en el estudio del comportamiento de los gases. En una época en la que la naturaleza de los átomos y moléculas aún se debatía intensamente, Graham aportó un enfoque experimental y cuantitativo que sentó bases fundamentales para el desarrollo de la teoría cinética de los gases. Su contribución más célebre fue la ley de Graham, formulada en 1833, la cual describe cómo la velocidad de efusión de un gas es inversamente proporcional a la raíz cuadrada de su masa molar:
v ∝ 1/√M.
Este principio significa que los gases más livianos, como el hidrógeno o el helio, escapan con mayor rapidez por pequeños orificios que los gases más pesados, lo que permitió establecer relaciones cuantificables entre masa y velocidad de partículas gaseosas, incluso sin necesidad de observarlas directamente.
Más allá de los gases, Graham también fue pionero en el estudio de los coloides, sustancias cuyas partículas son demasiado grandes para disolverse completamente pero demasiado pequeñas para sedimentarse fácilmente. Este campo, que más adelante resultaría clave para la bioquímica y la ciencia de materiales, fue abordado por Graham desde una perspectiva fisicoquímica, utilizando herramientas conceptuales derivadas de la mecánica y la termodinámica. En su análisis de soluciones y sistemas dispersos, Graham introdujo la distinción entre soluciones verdaderas y coloidales, una idea esencial para comprender fenómenos como la ósmosis, la diálisis y el transporte molecular en medios complejos. Este trabajo marcó un hito en la comprensión del comportamiento molecular más allá de los sistemas ideales.
Aunque Graham no formuló una teoría cinética completa, sus estudios anticiparon varios aspectos que más tarde serían desarrollados por científicos como Maxwell y Boltzmann. Al medir experimentalmente el movimiento de los gases y proponer interpretaciones dinámicas del transporte molecular, Graham contribuyó indirectamente a validar la idea de que las partículas se comportan como entidades individuales en movimiento, sometidas a principios físicos universales. Su enfoque riguroso, basado en observaciones empíricas y leyes matemáticas, fortaleció la visión atomista en una época aún dominada por el escepticismo. De esta manera, Thomas Graham se convirtió en una figura clave en la transición hacia una comprensión mecánica y estadística de la materia, y su legado perdura en los fundamentos de la fisicoquímica moderna.
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