El efecto de la temperatura sobre la solubilidad depende del tipo de soluto y del proceso termodinámico implicado. En el caso de sólidos iónicos disueltos en agua, la mayoría de las sustancias presentan un aumento en la solubilidad con la temperatura. Esto se debe a que muchas disoluciones de sólidos iónicos son procesos endotérmicos: requieren energía para romper la red cristalina del sólido, y el incremento de temperatura favorece esta ruptura. En las curvas de solubilidad de la izquierda, se observa cómo sustancias como el nitrato de potasio (KNO₃) o el cloruro de amonio (NH₄Cl) incrementan su solubilidad de forma marcada con la temperatura. Sin embargo, no todos los sólidos siguen esta tendencia: algunas sales como el sulfato de cerio(III) muestran una disminución en la solubilidad, debido a un equilibrio exotérmico.
En contraste, los gases disueltos en agua presentan una tendencia opuesta. La solubilidad de gases como el oxígeno (O₂), el nitrógeno (N₂), el dióxido de carbono (CO₂) y el cloro (Cl₂) disminuye al aumentar la temperatura. Esto se debe a que la disolución de un gas es un proceso exotérmico: las moléculas de gas se estabilizan al interactuar con el disolvente, liberando energía. A temperaturas más altas, el sistema favorece la fase gaseosa, y las moléculas escapan con mayor facilidad al ambiente. Las curvas de solubilidad de gases en la derecha lo evidencian claramente: el O₂ y el CO₂, por ejemplo, reducen su concentración disuelta de forma considerable con el calentamiento.
Este comportamiento tiene múltiples implicaciones prácticas: en ambientes acuáticos cálidos, hay menor disponibilidad de oxígeno disuelto, afectando la vida marina, mientras que el calentamiento de una bebida carbonatada acelera la liberación de CO₂, reduciendo su efervescencia. Así, las curvas de solubilidad son herramientas fundamentales para entender y predecir el comportamiento de sustancias en solución ante cambios de temperatura.
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