Benjamin Franklin, nacido en Boston en 1706 y fallecido en
Filadelfia en 1790, es recordado como una de las figuras más polifacéticas del
siglo XVIII. Su vida ejemplifica el espíritu del ilustrado que combina
curiosidad intelectual con compromiso social y político. Como político,
diplomático y escritor, tuvo un papel decisivo en la independencia de las Trece
Colonias y en la construcción de los fundamentos ideológicos de los Estados
Unidos, participando activamente en la Declaración de Independencia y en
la redacción de la Constitución. Su habilidad como negociador también resultó
esencial en el establecimiento de alianzas internacionales que aseguraron la
viabilidad del nuevo país.
En el ámbito científico, Franklin destacó como pionero en el
estudio de la electricidad, campo en el cual realizó observaciones y
experimentos que marcaron época. Su famoso experimento de la cometa en 1752,
aunque rodeado de controversia en cuanto a su ejecución literal, fue
fundamental para demostrar la naturaleza eléctrica de los rayos y cimentar la
comprensión de los fenómenos eléctricos. A partir de estos estudios acuñó
términos como carga positiva y negativa, además de inventar el pararrayos,
un dispositivo que no solo revolucionó la seguridad de edificios y
embarcaciones, sino que evidenció cómo la ciencia podía tener aplicaciones
prácticas de enorme impacto social.
Más allá de la política y la ciencia, Franklin se distinguió como inventor, impresor, filósofo y filántropo, lo que refuerza su imagen como un verdadero polímata. Diseñó innovaciones como la estufa Franklin y las gafas bifocales, además de impulsar proyectos sociales como bibliotecas públicas, hospitales y academias. Su legado trasciende el ámbito nacional, pues simboliza la unión entre razón, experimentación y servicio público, valores que marcaron profundamente la cultura política y científica de su tiempo. Por ello, Franklin sigue siendo considerado un referente universal de ingenio, pragmatismo y compromiso cívico.
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