(Actividad 8.8.) El cráneo de los peces óseos
(Osteichthyes) es una estructura de una complejidad asombrosa,
caracterizada por la presencia de más de cien huesos y una profusión de articulaciones
móviles. Esta intrincada composición permite una vasta diversidad en
formas y funciones, adaptándose a una miríada de estrategias alimentarias y
estilos de vida acuáticos. La capacidad de expandir la cavidad bucal
rápidamente para succionar presas, o de protruir la mandíbula para capturar
alimentos, es posible gracias a esta red de huesos y sus múltiples conexiones.
Esta plasticidad craneal ha sido un factor clave en el éxito evolutivo y
la radiación de los peces óseos, convirtiéndolos en el grupo de vertebrados más
diverso en la actualidad.
(Actividad 8.9.)
(Actividad 8.10.) Al observar los cráneos de los
primeros tetrápodos, se evidencia una notable transición evolutiva.
Estos cráneos eran generalmente más aplanados que los de sus ancestros
peces y, a primera vista, podrían parecerse superficialmente a los de lagartos
o cocodrilos modernos. Sin embargo, una característica distintiva crucial
de estos cráneos tempranos es su estructura sólida y anapsida: carecen
de fenestras (grandes orificios temporales) en la región detrás de las
órbitas oculares. Aparte de las aperturas para las narinas, los ojos
y el foramen pineal (un pequeño orificio para el ojo pineal, sensible a
la luz), sus huesos craneales formaban una caja ósea ininterrumpida.
Esta ausencia de fenestras en los cráneos de los primeros
tetrápodos y de los reptiles anápsidos más primitivos representa una fase
fundamental en la evolución del cráneo de los vertebrados terrestres.
Aunque ofrecía una gran protección, esta configuración craneal sólida también
imponía ciertas limitaciones en la musculatura de la mandíbula. Con el tiempo,
la evolución condujo al desarrollo de las fenestras temporales en los cráneos
sinápsidos (mamíferos y sus parientes) y diápsidos (la mayoría de los reptiles
y aves), lo que permitió una mayor flexibilidad muscular, una mordida
más potente y una diversificación aún mayor de las estrategias
alimentarias.
(Actividad 8.11.)
(Actividad 8.12.) Los primeros tetrápodos
representan una fascinante etapa intermedia en la evolución, situándose
conceptualmente entre los peces pulmonados y los anfibios. De
hecho, funcionalmente eran en gran medida peces pulmonados que habían
desarrollado la capacidad de moverse en tierra. Algunos de ellos, como Acanthostega
e Ichthyostega, ya poseían patas con dedos, una característica
definitoria de los tetrápodos, lo que les permitía un apoyo y desplazamiento
incipiente fuera del agua. Sin embargo, a pesar de compartir ciertas
características con los anfibios, se diferenciaban notablemente de los anfibios
modernos tanto en sus extremidades como, de manera muy particular, en sus
cráneos.
A diferencia de los cráneos sólidos y pesados de los
primeros tetrápodos, los anfibios modernos (ranas, sapos, salamandras,
cecilias) poseen cráneos extremadamente ligeros y con pocas
osificaciones, casi como el marco delgado de una bicicleta. Sus dientes suelen
ser minúsculos o incluso ausentes. Esta ligereza se logra mediante una
reducción significativa de muchos elementos óseos, dejando grandes espacios
abiertos. La protección del cerebro, en lugar de depender de una caja ósea
maciza, se basa en la resistencia de los huesos restantes y, en algunos casos,
en una piel gruesa y resistente. Esta simplificación y aligeramiento del cráneo
es una adaptación clave que les permite una mayor flexibilidad y rapidez en la
captura de presas, a menudo por proyección lingual, y está vinculada a su
estilo de vida semiacuático y sus estrategias de alimentación.
(Actividad 8.13.)
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