No siempre percibimos esta acción directa sobre nuestras células, principalmente porque nuestra piel funciona como una coraza semimuerta de capas protectoras. La capa más externa, el estrato córneo, está compuesta por células aplanadas y endurecidas llenas de queratina, que ya no están vivas en el sentido metabólico activo. Esta barrera física protege el tejido realmente vivo, que es el que percibimos como "rojo" debajo. Sin embargo, cuando aplicamos jabón en una herida abierta, una abrasión, o sobre una piel muy irritada donde el estrato córneo ha sido comprometido, sí notaremos una sensación de ardor o quemazón. Esta sensación es una clara indicación de que el jabón está interactuando directamente con las membranas de nuestras células vivas expuestas, causando una irritación al desestabilizarlas.
Esta misma capacidad de surfactación y ruptura de membranas es lo que convierte al jabón y su espuma en un arma formidable contra células dañinas como las de bacterias y otros patógenos. Las membranas celulares bacterianas, compuestas de lípidos y proteínas, son vulnerables a la acción detergente del jabón. Al desintegrar estas membranas, el jabón compromete la integridad estructural y funcional de las bacterias, llevándolas a la lisis (ruptura) y muerte. Además, muchos virus también están rodeados por una envoltura lipídica crucial para su capacidad de infectarnos y pasar inadvertidos en nuestro sistema inmune. El simple lavado con agua y jabón espumoso, al disolver esta envoltura lipídica viral, vuelve al virus inactivo e incapaz de infectar, convirtiéndose en una medida de higiene fundamental y extraordinariamente efectiva para prevenir la propagación de enfermedades.
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