Más allá del cólera, el consumo de agua no tratada o contaminada es una fuente común de múltiples patógenos que pueden generar coinfecciones intestinales, exacerbando el cuadro clínico y el estrés osmótico. Entre estos se incluyen otras bacterias como Escherichia coli, Salmonella spp., Shigella spp. y Campylobacter spp., cada una con sus propios mecanismos para inducir la diarrea. Además, diversos parásitos eucariotas como Giardia lamblia, Cryptosporidium spp. y Entamoeba histolytica también son agentes causales importantes, afectando la absorción de nutrientes o causando diarrea con sangre. No menos relevantes son los virus como el rotavirus (principal causa de diarrea grave en niños pequeños), norovirus y adenovirus, que dañan las vellosidades intestinales, disminuyendo su capacidad de absorción y contribuyendo a la pérdida excesiva de líquidos y electrolitos.
En condiciones normales, los niveles de electrolitos en sangre, como sodio (135-145 mEq/L) y potasio (3.5-5.0 mEq/L), deben mantenerse en rangos estrechos. Durante un episodio de diarrea severa, estas concentraciones pueden caer rápidamente, reduciendo la presión osmótica de los líquidos corporales (normalmente alrededor de 7.5 atm). Este descenso desequilibra los compartimentos intracelular y extracelular, generando deshidratación celular y comprometiendo funciones vitales como la conducción nerviosa y la contracción muscular. La gravedad de la diarrea radica en su capacidad para inducir deshidratación severa y desequilibrios electrolíticos, que pueden conducir a hipovolemia, hipotensión y, en casos extremos, shock hipovolémico. En Colombia, la diarrea sigue siendo una causa significativa de mortalidad, con aproximadamente 2000 muertes anuales, afectando desproporcionadamente a niños menores de cinco años y adultos mayores. El consumo de bebidas electrolíticas es vital para reponer sales y líquidos, restableciendo el equilibrio osmótico y, a menudo, marcando la diferencia entre la vida y la muerte.
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