Los estados de la materia han sido comprendidos
históricamente a partir de la teoría atómica de Dalton, que establece
que toda sustancia está formada por átomos indivisibles y que las propiedades
de la materia dependen de la manera en que estos átomos se organizan y
relacionan entre sí. En este sentido, el sólido constituye el estado más
ordenado, donde las partículas se encuentran dispuestas en posiciones fijas o
en redes cristalinas que confieren rigidez y estabilidad. La naturaleza de
estas interacciones depende de la identidad de la sustancia: en algunos casos
son enlaces iónicos, en otros enlaces covalentes o fuerzas
intermoleculares como las fuerzas de Van der Waals o los puentes de
hidrógeno, lo cual explica por qué existen sólidos con propiedades tan
diferentes, desde los cristales de sal hasta el diamante.
El líquido, por su parte, representa un equilibrio
dinámico entre el orden y el desorden. Aunque las partículas se mantienen
próximas unas de otras gracias a interacciones atractivas, estas no son lo
suficientemente fuertes para mantenerlas en posiciones fijas, lo que les otorga
fluidez y la capacidad de adaptarse a la forma del recipiente que los contiene.
La intensidad de estas interacciones depende de la sustancia específica; por
ello, líquidos como el agua presentan propiedades singulares, como su elevada tensión
superficial y su capacidad de disolver gran cantidad de compuestos,
mientras que otros líquidos, como los aceites, se caracterizan por su baja
polaridad y distinta solubilidad.
En el caso de los gases, la situación cambia
radicalmente. Las partículas se encuentran tan separadas que las interacciones
intermoleculares resultan prácticamente despreciables. Por esta razón, el tipo
de gas es irrelevante en muchas aplicaciones prácticas, siempre que no se consideren
procesos analíticos o fenómenos químicos específicos. Esta característica
permite modelar los gases mediante la teoría cinético-molecular, que
explica con gran precisión sus propiedades macroscópicas como la presión,
el volumen y la temperatura, independientemente de si se trata de
oxígeno, nitrógeno o helio.
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