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jueves, 29 de mayo de 2025

Figura. Hielo marino

La productividad ecológica del Ártico es, a primera vista, contraintuitiva. En su superficie, con vastas extensiones de hielo y temperaturas gélidas, parece un desierto polar inerte. Sin embargo, el hecho de que este ecosistema pueda sostener la existencia de un depredador ápice tan grande y energéticamente exigente como el oso polar (Ursus maritimus) implica, indirectamente, que es extraordinariamente productivo. El secreto detrás de esta aparente paradoja reside en una compleja interacción de factores oceanográficos y físicos.

El corazón de la productividad ártica se encuentra bajo la capa de hielo, en las corrientes oceánicas. A pesar del frío superficial, las corrientes más cálidas provenientes del Atlántico y del Pacífico fluyen hacia el Ártico, transportando nutrientes esenciales. Estas corrientes, al encontrarse con las aguas más frías del Ártico, facilitan la circulación vertical de nutrientes desde las profundidades hacia la superficie. Además, el hielo marino mismo juega un papel crucial. Durante la primavera y el verano, a medida que el hielo se derrite, libera nutrientes y crea una capa de agua dulce menos densa en la superficie. Esta estratificación del agua, junto con la mayor penetración de la luz solar a través de las aperturas en el hielo, genera condiciones óptimas para el crecimiento masivo de fitoplancton y algas de hielo. Estos organismos microscópicos son la base de la cadena alimentaria ártica.

El calor retenido por la capa de hielo también contribuye a esta productividad. Aunque parezca contradictorio, el hielo actúa como un aislante, manteniendo el agua líquida debajo de él a temperaturas relativamente estables por encima del punto de congelación extremo, incluso cuando la temperatura del aire es mucho más baja. Esto crea un ambiente propicio para el desarrollo de comunidades biológicas. El fitoplancton y las algas de hielo son consumidos por pequeños crustáceos como el krill y los copépodos, que a su vez son el alimento de peces y, finalmente, de las focas, que son la principal presa del oso polar. Por lo tanto, lo que en la superficie parece un desierto estéril es, en realidad, un ecosistema dinámico y sorprendentemente productivo, cuya vitalidad depende intrínsecamente de la interacción entre las corrientes oceánicas, el ciclo del hielo marino y el aprovechamiento de la energía solar bajo condiciones extremas.

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