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miércoles, 12 de marzo de 2025

El protón y la tabla periódica nre

El protón y la tabla periódica real

La tabla periódica, creada por Dmitri Mendeléyev a finales del siglo XIX, revolucionó la comprensión de la química, al organizar los elementos según sus propiedades. Sin embargo, a pesar de su éxito, la tabla presentaba ciertas paradojas cuando se organizaban los elementos únicamente por sus masas molares. Por ejemplo, el yodo y el telurio, elementos que deberían haber estado en posiciones adyacentes, parecían estar ubicados de forma incorrecta. Mientras que algunos químicos preferían ignorar estas inconsistencias, aduciendo que las propiedades químicas eran un criterio de organización más relevante, otros seguían buscando una explicación más sólida.

En el siglo XX, la identificación de estos problemas en la organización de los elementos llevó a una reevaluación de la tabla periódica. Además del caso del yodo y el telurio, se descubrió que otros pares de elementos, como el argón y el potasio o el cobalto y el níquel, también presentaban masas atómicas casi idénticas o invertidas. Esta revelación provocó una reconsideración de la importancia del peso atómico en lugar de las propiedades químicas. Sin embargo, la respuesta definitiva se encontraría a través de una nueva perspectiva sobre el número atómico, un concepto que cambiaría para siempre la organización de la tabla periódica.

En 1911, el físico Ernest Rutherford propuso un modelo atómico que situaba una carga positiva en el núcleo del átomo. Según su hipótesis, el número de cargas positivas en el núcleo debía ser aproximadamente igual a la mitad del peso atómico del átomo, en unidades de átomos de hidrógeno. Aunque esta aproximación era bastante diferente al número atómico real de muchos elementos, como el oro \( Z = 79, A = 197 \), Rutherford sentó las bases para el concepto del número atómico, aunque sin la claridad que aportaría la investigación posterior.

Un mes después de la publicación de Rutherford, Antonius van den Broek sugirió que el número de cargas positivas en el núcleo era exactamente igual al número atómico del elemento. Esta teoría fue apoyada por el físico Niels Bohr, quien incorporó la idea de Van den Broek en su modelo atómico, proporcionando un enfoque más claro para entender la organización de la tabla periódica. Sin embargo, fue en 1913 cuando la investigación de Henry Moseley, basada en las líneas espectrales de los rayos X, demostró de manera concluyente que el número atómico era el criterio más preciso para organizar los elementos.

Moseley, siguiendo la hipótesis de Van den Broek y Bohr, llevó a cabo experimentos que demostraron que las líneas espectrales de los elementos excitados estaban directamente relacionadas con su número atómico. Mediante el análisis de los espectros de rayos X de cincuenta elementos, Moseley estableció la ley que lleva su nombre, según la cual la raíz cuadrada de la frecuencia de las líneas espectrales era proporcional al número atómico de un elemento. Esta revelación permitió la organización de los elementos de manera más precisa y puso fin a la confusión causada por la organización basada solo en el peso atómico.

Fig. 1. Henry Moseley (1887-1915) fue un físico británico que revolucionó la química al descubrir que el número atómico de los elementos, y no su peso atómico, determina su posición en la tabla periódica. Su ley de los rayos X estableció que la frecuencia de las líneas espectrales de los elementos está relacionada con su número atómico.

La ley de Moseley también implicó la corrección de las anomalías en la serie de los lantánidos, demostrando que estos elementos debían ser organizados de manera que no existieran huecos en la tabla periódica. Tras la muerte prematura de Moseley en 1915, su trabajo permitió avanzar en la identificación de nuevos elementos y el descubrimiento de aquellos que faltaban en la tabla periódica, completando una visión más coherente de la estructura atómica.

En 1915, la hipótesis de Prout, que sostenía que los elementos estaban compuestos por unidades más pequeñas derivadas del hidrógeno, fue puesta en duda. Rutherford y Thomas Royds demostraron que las partículas alfa, con una carga de +2, no eran simples combinaciones de hidrógeno, sino que eran núcleos de helio. Esto contradecía la idea de que la masa de los elementos aumentaba en función de la carga nuclear.

El concepto de número atómico, que había sido promovido por Moseley y otros, se consolidó con la posterior formulación de la tabla periódica moderna. En esta nueva organización, el número atómico se convirtió en el criterio fundamental para la clasificación de los elementos, dejando de lado la confusión generada por las irregularidades en las masas atómicas.

Fig. 2. La serie de los lantánidos y actínidos generalmente se representa de manera aislada en la tabla periódica, pero esta disposición responde a razones prácticas y comerciales. En realidad, estos elementos forman parte de la tabla de forma continua, como se muestra en la imagen anterior, de modo que los números atómicos siguen una secuencia ininterrumpida. Sin embargo, surge la pregunta: ¿por qué los elementos de los períodos más grandes tienen números atómicos mayores? Esta cuestión no recibiría una respuesta completa hasta el desarrollo de la mecánica cuántica ondulatoria, que exploraremos en secciones posteriores.

La tabla periódica de Glenn T. Seaborg, en 1945, marcó otro hito importante en la organización de los elementos. Seaborg reorganizó la tabla periódica, integrando los elementos actínidos en una serie separada, que reflejaba más precisamente la relación entre la configuración electrónica de los elementos. Así, la tabla periódica moderna, organizada por número atómico, se convirtió en una herramienta esencial para la química, permitiendo predecir las propiedades y comportamientos de los elementos con una precisión sin precedentes.

La comprensión del número atómico como la unidad fundamental de la organización de la materia fue un avance crucial para la química y la física moderna. A través de la teoría de Rutherford, la ley de Moseley y la organización final de la tabla periódica, la ciencia logró una visión más coherente y precisa del átomo, que ha influido profundamente en el desarrollo de la ciencia hasta nuestros días.

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